Que a mi niño/a no le falte nada

Antes de que el bebé abra siquiera la boca para pedir, ahí están mamá o papá dispuestos a llenársela de lo que sea que ellos creyeran que el pequeño iba a pedir, ya fuese el alimento o la palabra. Son legión los padres —y en especial quienes se encargan de la función materna, ya sean ella o él— que, movidos por lo que creen que expresa un delicado cuidado por su hijo o a veces sencillamente su obligación como padres, aparecen como obturadores del crecimiento del cachorrito humano.

 

La situación, que suele prolongarse en el tiempo hasta que el hijo o la hija ya están bastante creciditos, tiene consecuencias negativas para éstos, que se traducen en un obstáculo para el desarrollo de su personalidad, cuando no en una dependencia extrema que los idiotiza. Si antes de que el bebé pida alimento se le llena la boca con comida, antes de que pida un juguete ya lo ha conseguido o antes de que diga nada alguien le facilita una frase, además de un bebé con sobrepeso se criará a un ser humano pusilánime, alguien poco o nada dotado para hacer frente a la adversidad y desconocedor de su deseo. La ecuación es sencilla: si los que desean son los padres no hay lugar para el deseo del hijo.

 

Si bien es cierto que el bebé, librado a su suerte, moriría por falta de atención, no es menos cierto que a medida que se convierte en un niño y luego en un joven necesita espacios de libertad para su desarrollo psicoafectivo. Una cosa es sentirse cuidado y querido por los padres, pero la asfixia es un asunto del todo diferente.

 

El problema radica en gran medida en que mientras el niño o la niña están desvalidos se convierten en un preciado juguete en manos de los padres. Un juguete que, además de divertir, a veces sirve también para quitar penas, aliviar sufrimientos derivados de la pareja o del vivenciar cotidiano y, en casos peores, como descarga de una agresividad que transita a nivel inconsciente.

 

Escuchar las necesidades del hijo y respetar sus deseos es un ejercicio indispensable para el crecimiento y el desarrollo. Por eso, con mucha frecuencia, detrás de un niño con problemas en su deseo aparece la sombra de unos padres sobreprotectores. Si la frase que aguanta la relación entre esos padres y su hijo es “que a mi niño/a no le falte nada” (porque repiten su propia historia o porque se sitúan en el extremo opuesto alo que vivieron ellos mismos) hay lugar para una pregunta: ¿quién va a poder desear algo, si lo tiene todo?

 

© Fabián Ortiz 2013