¿Cuál es el secreto de la inmortalidad de Cenicienta? La autora de “Mujeres malqueridas”, Mariela Michelena, radiografía la adicción a este cuento de hadas, con (supuesto) final
feliz, por el que muchas mujeres acaban hipotecando su vida.
Para hacer bien su trabajo, los cuentos infantiles han de ser crueles y extremos: los malos solo pueden ser malísimos y peligrosos, y los buenos han de tener
superpoderes. Solo así pueden cumplir su función: reproducir las peores y las mejores fantasías de los niños. En su exageración, el niño se siente reflejado y por eso se identifica
con sus historias. Pero a la vez, “esas cosas terribles solo pueden ocurrir en los cuentos”, y es esa distancia lo que le permite al pequeño soportarlos. Por eso necesitan escuchar una y otra y
otra vez la misma historia. Saben de sobra cómo termina, se lo han aprendido de memoria, pero da igual; noche tras noche, vuelven a pedir el cuento que mejor los
retrata...
Algunas mujeres no somos muy diferentes a los niños y nos gusta escuchar, mirar o leer siempre el mismo cuento. Nuestro preferido es, sin duda, “Cenicienta”. ¿Qué tiene “Cenicienta”
para ser el más extendido y versionado de los cuentos? ¿Por qué sigue ejerciendo fascinación en mujeres de todas las edades? Desde la de los hermanos Grimm, la de Perrault, la
inolvidable versión de Disney, “My fair lady”, “Sabrina” o “Pretty Woman”, pasando por nuestra Letizia, hasta llegar a la más reciente variación del personaje, encarnado en la Anastasia de
“Cincuenta sombras de Grey”, muchas hemos crecido al amparo de alguna Cenicienta y, cada vez que podemos, volvemos a deleitarnos con la historia para calzarnos por enésima vez sus
zapatos. Y es que la historia tiene un espejo disponible para cada mujer, para cada adolescente y cada niña.
Encajar en el zapato de cristal
Isabel está casada con Enrique, un hombre encantador que le lleva muchos años y que pone su mejor empeño en educarla (“¡por su bien!”). Cuida su vestuario, está pendiente de sus
modales en la mesa y cada tanto corrige su vocabulario. Así que ella tiene la impresión de que todo lo hace mal y se siente cada vez más insegura. Gloria no tiene ese problema,
porque ella viene de una familia bien en donde los modales y el buen hacer se dan por sentados, pero Miguel, su pareja, es un intelectual para quien los gestos de educación son artificios de una
rémora pequeño burguesa que hay que desterrar. Así que Gloria pone todo de su parte para negar sus orígenes y adaptarse a las normas y gustos impuestos por Miguel, pero da igual: él suele
tildarla de “pija” y la hace sentir desfasada y fuera de lugar entre sus amistades.
Antonio, por su parte, se exaspera con los comentarios que hace Paula, su mujer, y pone caras cada vez que interviene en una conversación entre amigos. Diga lo que diga, siempre tiene una nota a
pie de página que agregar a sus comentarios, la corrige y le da clases en público. Paula ha optado por guardar silencio y escuchar. Estas tres mujeres tienen en común el sentimiento
de inadecuación, la sensación de no terminar de encajar en el zapatito de cristal en el que sus parejas se empeñan en hundirlas. Cada uno de esos hombres quiere mucho a una mujer
imaginaria y muy poco a la Isabel, a la Gloria o a la Paula de carne y hueso que tienen a su lado. Cada una de ellas se siente una Cenicienta obligada a representar un papel que no
está en su naturaleza ¡con tal de encajar!
Pero esa no es la peor cara que el cuento nos propone. Lo que hacen las hermanastras para asegurarse un lugar junto al príncipe es todavía más espeluznante. Según la versión de los hermanos
Grimm, una de ellas se corta los dedos de los pies y la otra se rebana el talón, ¡cualquier cosa para ajustarse al tamaño diminuto del zapato! ¿Cuántas mujeres brillantes y exitosas
disimulan y esconden sus triunfos para no desmerecer a sus parejas? ¿Cuántas se hacen pasar por tontas con tal de no asustar al pobre príncipe? Que alguien oculte sus defectos para
seducir, vale, pero ¿disimular las virtudes y los logros para sentirse aceptada?
Hablamos del Síndrome de Cenicienta para referirnos a esa mujer que vive con la sensación de impostura y bajo la amenaza constante de ser descubierta en el
disfraz. Independientemente de sus logros personales y profesionales, la mujer-cenicienta se siente con su pareja como una becaria en eterno período de prueba: con la sensación de
que siempre tendrá algo que ocultar y algo por demostrar. ¡No puede ser ella misma junto a su pareja, ni se siente cómoda en sus zapatos!
El peligro del cuento reside en la certeza del final feliz. A veces soportamos lo insoportable y consentimos lo imperdonable porque en alguna parte tenemos la secreta convicción de que nuestra
historia de amor terminará como en los cuentos. Aceptamos hacer de Cenicientas: “Es por un tiempo”, nos decimos. “Es que el pobre está atravesando una mala época”, le disculpamos, y
seguimos allí, con la dignidad despeinada y el orgullo cubierto de hollín, porque nosotras sabemos que “no importa quién borre el camino, marcado está el destino, y el sueño se
realizará”, como canta la protagonista de la versión de Disney. Ese día, él dejará a la otra, será amable, querrá comprometerse y nosotras reinaremos como estaba escrito.
La edad imposible
Este personaje también nos representa en esa edad imposible que transcurre entre la infancia y la adolescencia. La niña ya no quiere jugar a las muñecas, pero todavía no es una
mujer... Para aceptar su identidad femenina, necesitará atravesar el duelo por el cuerpo infantil y reconocerse mujer en ese nuevo cuerpo que está creciendo sin permiso y que la desconcierta
porque todavía no sabe bien cómo tratar.
Un día, un príncipe –es decir, la vida– decide que todas las chicas del reino, hasta la que se siente más horrorosa, están obligadas a asistir al baile de la vida adulta. Y es que
“la edad de merecer” –el paso del tiempo– nos llega a todas como un decreto que no permite discusión. Todas tenemos derecho y estamos obligadas a asistir a ese baile. Queramos o no, acudiremos.
Mejor o peor vestidas, con o sin ganas, preparadas o no... nos quedaremos a bailar o saldremos corriendo, pero todas iremos. ¿Todas? Nuestra Cenicienta está convencida de que a ese baile irán
¡todas menos ella! Ella, en ese lugar, solo podrá hacer el ridículo y prefiere volver al escondite de la infancia, donde sabía cómo moverse sin ser vista. Porque claro: ¡no quiere
crecer!
La salida al mundo, la puesta a prueba de la propia feminidad, aparece en el cuento a través del gran baile. Así, nuestra pequeña Cenicienta atraviesa cada salida al mundo llena de
dudas: “¿Esto me queda bien?”, “¿esto se lleva?”, “¿cuál es mi estilo?”, “¿cómo soy de verdad?”, “¿y el pelo?”, “¿y estos pechos? ¡Siempre demasiado pequeños o demasiado grandes...!”, “¿qué me
pongo?”. En medio de tanta incertidumbre y vértigo, ¡cuánto necesitamos de un hada madrina! “¡Una mirada tuya bastará para sanarme!”, se dice la niña. Cualquier gesto de aprobación
transformará la calabaza en carroza, el cabello andrajoso en un pelo de anuncio, y a la niña harapienta que nos sentimos, en una princesa. ¡Y viceversa! Porque nunca falta la
madre-bruja, que realiza el conjuro al revés: “¿Te vas a poner “eso”?”. “¿Vas a salir “así” o vas a peinarte?”. El “eso” y el “así” resonarán en la mente de la niña-mujer que volverá a sentirse
inadecuada, equivocada, Cenicienta...
Un paso importante en el proceso de convertirse en mujer consiste en demostrar un cierto cuidado por la apariencia personal. Buscar un estilo propio, vestirse y desvestirse, cambiar
de look, calzarse, teñirse o cortarse el pelo, llevar rastas, piercings, tatuajes o pintarse las uñas de colores inverosímiles, como quien juega a la Barbie con el propio
cuerpo. Este juego no es una mera frivolidad, y conseguir un resultado armónico es un logro que lleva su tiempo. A veces distinguimos a distancia que una mujer no se miró al
espejo antes de salir de casa. El espejo que falla no es el de casa, sino el “espejito, espejito” en el que una niña se reconoce mujer: los ojos de su madre.
Heredar o hurtar
Por supuesto que la niña también tiene su espejo en el cuento. Cenicienta, como ella, en sus mejores momentos fue la princesa de mamá y papá. Ella, como Cenicienta, también
tuvo una vez una madre maravillosa que la adoraba y que ya no está, y ahora tiene que convivir con una madrastra insoportable que le chilla, que la educa y que ya no le consiente todo. Además,
los hermanos –que siempre son “hermanastros”– despiertan al Caín que algunos llevamos dentro, y ya sabemos cómo termina ese cuento... Así, por una parte, la niña se siente merecedora del castigo
que recibe Cenicienta. A la vez, las hermanastras del cuento son tan crueles y despiadadas –¡qué alivio!– que su rencor está justificado.
Además, el cuento traza el trayecto que va desde la imitación hasta la identificación, entre la verdad y la mentira, un ser o no ser, que no tiene edad. ¿Quiénes fingimos ser? ¿Quiénes somos? ¿En
qué consiste ser una mujer? ¿Qué hereda y qué hurta este personaje de cuento?
Toda princesa oculta a una niña insegura que se ve como Cenicienta y que teme que en cualquier momento se rompa el hechizo: “Si me conociera de verdad, no me querría.” Y debajo de
toda mujer que se siente así duerme una princesa que espera su momento estelar: “Un día, alguien descubrirá a la princesa que soy, y cambiaré las miserias de esta vida cotidiana por un destino
más lustroso”. Es el camino entre el “todo me lo merezco” y el “no valgo nada” que muchas mujeres transitamos de ida y vuelta varias veces por semana...
Ella y nosotras
“Pretty Woman”: Se ha emitido 16 veces en España. 15 de ellas fue líder de audiencia.
- Oficialmente, la culminación del cuento es esa imagen legendaria del príncipe cabalgando en su brioso corcel para rescatar a su princesa; sin embargo, no nos engañemos, para muchas, el verdadero sueño se hace realidad en “Pretty Woman” cuando suena la canción de Roy Orbison, se van de compras y a ella “le hacen muchísimo la pelota”. Vivian sale de la tienda cargada de bolsas... ¡directa a sellar su venganza contra las hermanastras! ¡Eso sí es un cuento de hadas! Sin embargo... cuando nuestra heroína empezaba a disfrutar del juego, se enamora, se empeña en encajar en la vida y en el zapato de su príncipe, y descubre que siempre estará bajo la amenaza de las 12 campanadas... Es decir, será cuestión de tiempo que alguien descubra su oscuro pasado de Cenicienta.
“Cincuenta sombras de Grey”: Con tres millones de copias vendidas en español, se estima que en nuestro país lo han leído seis millones de personas.
- Esta trilogía funciona como un cuento de hadas para adultas. Representa la tragedia de las relaciones de pareja desde el punto de vista del imaginario femenino: la contradicción entre el aspecto más denigrado de una relación y el más idealizado. Esa entrega incondicional de “tus órdenes son mis deseos”, en nombre de una ilusión de redención. Anastasia está dispuesta a soportar vejaciones y renunciar a su vida. Pero lo hace por una “buena” causa: Christian tuvo una infancia complicada y ella es la única que le puede cambiar...
“My Fair Lady”: Se estrenó en 1956. Desde entonces, siempre está en cartel en algún lugar del mundo.
- Lo que más nos asusta es ese “My”, un posesivo que convierte a la joven Eliza en un objeto. La arcilla que el doctor Higgins modela hasta convertir a su Cenicienta en una princesa a medida. Ni su ropa, ni su voz, ni sus gestos caben en el zapato de acero que su Pigmalión tenía preparado para ella.