EDITORIAL: El profesor, en el eje de cualquier reforma educativa
OLGA R. SANMARTÍN - (Madrid)
04/01/2017
A Massimo Recalcati (Milán, 1959) se le considera en Italia una especie de rock star del psicoanálisis. Ensayista mediático y profesor en varias universidades, se dedica a analizar los males de la hipermodernidad. En La hora de clase, que acaba de publicar Anagrama, reflexiona sobre el papel de la educación en una sociedad en la que se ha diluido la autoridad paterna y, por extensión, la del profesor. A diferencia de lo que ocurría en la generación del 68, los jóvenes ya no tienen que rebelarse contra sus progenitores -ni matar, como Edipo, al padre- porque los tienen a su lado, convertidos en compañeros de juegos. «El maestro está cada vez más solo y humillado», sostiene Recalcati, que reivindica la figura del docente que despierta en el alumno la pasión por el conocimiento.
P: ¿En qué se diferencia el maestro actual del de generaciones anteriores?
R: El hecho novedoso es que se ha roto el pacto generacional y esto ha incidido en el discurso educativo. Los padres y los profesores ya no trabajan juntos en la educación de los jóvenes. Los padres más bien son los aliados de los hijos contra los profesores. Es un cambio inaudito: los padres, en vez de apoyar el trabajo de los profesores, se han convertido en sindicalistas de sus propios hijos. Para Freud existía un vínculo espiritual entre padres y docentes. Hoy, este vínculo se ha deshecho. Cuando un profesor asume la responsabilidad de suspender a un alumno o iniciar un procedimiento disciplinario, las familias lo miran con sospecha. Se preguntan: ¿No estará abusando de su posición de poder? ¿No estará infravalorando la calidad de nuestro hijo?
P: ¿Qué opina de la huelga contra los deberes que han promovido en España varias asociaciones de padres?
R: Es el signo de esa ruptura: reivindicar la libertad de los hijos significa negar la función educativa de la escuela. Es un viento anti-institucional que atraviesa nuestro tiempo. Descalificar la escuela es descalificar la dimensión colectiva de la vida. El niño es el rey de la familia; todo debe ser sometido a sus exigencias. Es una metamorfosis antropológica; ya no es el hijo el que tiene que hacer cuentas con la realidad, sino que es la realidad la que tiene que plasmarse según el capricho del hijo.
P: ¿Cómo puede el profesor, cuando está sistemáticamente cuestionado, incentivar las ganas de aprender de sus estudiantes?
Hay una profunda soledad del profesor. Ya no son los estudiantes los que esperan en fila a ser triturados por el sistema, como contaba The Wall de Pink Floyd. ¡Ahora son los profesores los que son consumidos por el dispositivo escolástico! La única forma de resistir es no perder el deseo por lo que se enseña. Y hacer equipo con otros profesores, para sentirse menos solo.
P: España tendrá otra ley educativa. La Lomce apenas habla de los docentes. ¿Ayudaría para darles más reconocimiento que la nueva norma contemplara incentivos económicos para los mejores maestros?
En Italia la humillación económica y social de los profesores ha llegado al límite en el ventenio berlusconiano. El ministro de Economía ha dicho que la cultura no se come. Un país que no tiene sentido del futuro, que no piensa a largo plazo, no invierte en su escuela ni en sus profesores. Invertir en la escuela es invertir en el futuro.
P: En su libro dice que los estudiantes de hoy quieren ser autónomos, pero la «crisis estructural del sistema capitalista» les provoca «una dependencia sintomática». Antes era más fácil porque, si estudiaban y se esforzaban, era muy probable que prosperaran en la vida. Ahora esa premisa ya no sirve.
R: La cultura es la única vacuna que puede salvar la vida de nuestros hijos frente al riesgo de la disipación y la violencia. Lo decía Pasolini al inicio de los 70: es el vacío de cultura el que genera el deseo de la muerte. La droga, el alcohol, la violencia, la dependencia de internet, el aislamiento, la anorexia... son manifestaciones de este vacío. Ésta debería ser la primera función preventiva de la escuela: donde hay cultura hay deseo de vida y no de muerte.
P: ¿Hay aprendizaje sin esfuerzo?
R: No. El aprendizaje no es Twitter. Exige el largo tiempo del pensamiento. En el estudio se necesita constancia, dedicación, empeño. Y, sin embargo, la belleza del estudio consiste en la experiencia de la constante apertura a nuevos mundos. Se da una emoción en el aprender. El buen profesor no considera al alumno como una cabeza vacía que hay que llenar, sino como un fuego que hay que encender.
P: ¿Cuál es el sentido de la verdad en un mundo en el que un hombre que miente llega a presidente de EEUU?
R: La línea Berlusconi-Trump es sintomática de la declinación perversa del poder en la edad hipermoderna. En la perversión ya no hay ideales, razones, impulso colectivo, valores... La única forma posible de la ley es la ausencia de la ley. Trump puede mentir sin pudor porque, al no tener ninguna relación con la realidad, no tiene sentido de culpa frente a sus propias mentiras.
P: Explica en su libro que la crisis de la escuela ha coincidido con la crisis de la palabra.
R: Hoy todo el mundo habla demasiado. Pero pocos asumen las consecuencias de sus palabras. La palabra circula vaciada de su significado. La cultura restituye dignidad a la palabra, custodia su secreto y su fuerza.
P: Qué consecuencia va a tener la pérdida de las Humanidades en la escuela?
Uno de los síntomas más evidentes de la escuela contemporánea es que ha subordinado la propia lengua y sus raíces humanísticas al lenguaje economicista empresarial. El mito de la producción y del rendimiento proyecta su sombra sobre nuestra escuela. ¿No debería ser precisamente la escuela la que permita un tiempo improductivo que sea fecundo? ¿No es el colegio el lugar donde se puede dedicar toda una tarde a estudiar y leer juntos una poesía, donde el tiempo se emancipe de la pesadilla de la productividad?
P: ¿Para qué sirve aprender de memoria?
Yo pensaba, cuando era joven e indisciplinado, que no servía para nada. En cambio, Daniel Pennac subraya un aspecto de la memorización que yo había descuidado. Se trata de sumergir a nuestros hijos en el gran río del lenguaje. Es una experiencia de recuperación de nuestra procedencia. Por eso siempre escucho, con una mezcla de envidia y admiración, a amigos que en nuestras fiestas recitan poesías que aprendieron de memoria siendo niños...
P: ¿Qué explicación psicoanalítica encuentra en el hecho de que usted, al igual que Pennac, fuera un mal estudiante y, en cambio, se haya convertido con los años en un ferviente defensor de la importancia de la escuela?
R: Generalmente, los psicoanalistas se ocupan de causas perdidas porque lo han sido ellos previamente. Saben, por lo tanto, bastante bien qué significa ser una causa perdida. Sólo por este motivo pueden ayudar a las personas que se han perdido a volver a empezar. Gran parte de nuestra vida está determinada por los encuentros que tenemos. Yo he tenido algunos malos encuentros al inicio de mi vida. Pero también buenos encuentros. Aquellos que han sabido dejar huella realmente. ¿No es acaso éste el significado más precioso de enseñar, dejar huella en quien aprende?.
Una decisión controversial estalló en la sociedad británica al autorizarse que niños y niñas a partir de los nueve años puedan recibir un tratamiento para retrasar su pubertad y así tener más tiempo para definir su género.
El tratamiento que consta de inyecciones mensuales de una droga que bloquea ciertas funciones del hipotálamo genera una desaceleración en el crecimiento de los órganos sexuales y bloquea la
producción de testosterona en los hombres y estrógenos en las mujeres.
Este tipo de medicamentos será aplicado a niños que se muestren conscientes de su problemática de género, junto con la autorización de sus padres y que no tengan ningún tipo de problema de salud
mental.
Si bien las críticas no tardaron en llegar, incluso se planteó como un "método horroroso" para el desarrollo humano, doctores del centro médico de la fundación NHS demostraron que el tratamiento
en "la disforia de género" en pacientes de 12 a 14 años fue exitoso y que ya es posible aplicarlo en pacientes de menor edad.
En el caso de los niños, este tipo de inyección evita que se agrave la voz y que aparezca la barba, mientras que en las niñas frena ciclo menstrual haciendo "que la operación de cambio de sexo
sea más fácil".
"La idea es que el tratamiento de cambio de género se base en el estado mental del paciente y no en su edad", aseguró la doctora Polly Carmichael.
Desde la vereda de enfrente, el doctor Mark Pritchard, criticó la medida y señaló que resulta paradójico que se utilicen drogas para este tipo de cosas cuando "faltan drogas contra el cáncer".
Finalmente, todavía no queda claro si el tratamiento es reversible en caso de que el niño o niña decida mantener su condición de género acorde a su cuerpo y si este tratamiento causa problemas de esterilidad.
¿Los niños Yequana
no se pelean?
Parece imposible, ¿verdad? Nunca los vi pelear ni discutir gritando, ni niño con niño ni adulto con niño. Los indios adultos tampoco se pelean.
Extracto de una entrevista a Jean Liedloff
autora de “El concepto del Continuum”.
Vivimos en una sociedad adultocentrista que estigmatiza a l@s niñ@s, no sólo por la forma como l@s ningunea, l@s humilla y l@s denigra, sino también, por el perverso lenguaje que utiliza para referirse a ell@s. Un lenguaje, en el que con frecuencia se les acusa de comportamientos “malvados”, irracionales y deshonestos.
De boca de padres, familiares, vecinos, comentaristas espontáneos, etc., no es difícil escuchar expresiones como: “eres un mentiroso”, “nos quiere manipular”, “no razona”, “no me hace caso”, “le das la mano y te coge el brazo”, “me ha montado una rabieta delante de todo el mundo en el supermercado”, etc., para referirse a los niñ@s.
¡Qué cantidad de características y comportamientos negativos les colgamos a nuestros hij@s! Y, además, según este análisis torticero sobre la infancia, los niñ@s siempre hacen las cosas para molestar a los adultos y/o engañarles. Al parecer, para esta sociedad, los adultos somos unos seres humanos desvalidos e inocentes que se dejan manipular y mangonear por malvadas hordas de infantes dictatoriales y crueles que nos llevan al caos y a la anarquía.
Permitidme plantear algunas preguntas:
¿No será que los adultos solemos malinterpretar todo lo que hacen, dicen y piensan l@s niñ@s?
¿No será que en vez de comprender su realidad, a través de la difamación, buscamos justificaciones a nuestra incomprensión, incompetencia y ansias de dominación?
¿No será que nos falta empatía y serenidad para abordar el hecho de que su forma de vivir y comprender la vida es muy diferente a la nuestra?
¿No será que estamos tan heridos que somos incapaces de comprender nuestras propias carencias arrastradas desde nuestras infancias desequilibradas y las queremos proyectar en nuestros hijos?
¿No será que queremos que nuestr@s hij@s sean “buenos y obedientes” como dice la sociedad que deben ser para convertirse a su vez en ciudadanos, trabajadores y soldados “buenos y obedientes”?
¿No será que si quebramos su forma de actuar, si les hacemos vivir en contra de los deseos de su verdadero yo, serán más fáciles de manejar y manipular?
Dejo estas preguntas aquí y muchas más en el aire.
Al hilo de todo lo arriba expuesto, en el artículo de hoy, quería detenerme en uno de los grandes argumentos que la sociedad utiliza para difamar a niñ@s y bebés, las famosas “rabietas”. Más adelante veremos otros.
El de las “rabietas” me parece un tema especialmente grave en el que se muestra cómo la insensibilidad de algunos expertos, padres, familiares, vecinos y opinólogos espontáneos, puede dañar la autoestima de l@s niñ@s.
En primer lugar, he de decir que estoy en total desacuerdo con que a un enfado, por fuerte que sea, se le envuelva con la pátina de irracional, absurdo, ilógico, etc. como ocurre cuando se les denomina “rabieta”, “berrinche” o “pataleta”. Al dejarnos llevar por esta etiqueta cultural denigramos a nuestr@s hij@s y le restamos legitimidad a su enfado. Nos volvemos adultos deificados que juzgamos las acciones de l@s niñ@s, los calificamos y les sometemos al escarnio público otorgándole la razón a esta sociedad que trata a l@s niñ@s con desdén y habla de ellos con desagrado.
Sin embargo, la realidad es otra. Cuando un/a niñ@ se enfada de una forma tan fuerte en la que no puede parar de llorar y se descontrola emocionalmente, esta situación no parte de un sinsentido arbitrario, el/la niñ@ tiene una razón para enfadarse, Su razón. Una razón tan lícita y respetable como puedan ser cualquiera de las nuestras. L@s niñ@s, al contrario que los adultos, son lógicos y auténticos, sin condicionamientos culturales o máscaras detrás de las que esconderse. L@s niñ@s no se enfadan porque sí, porque sean pequeñ@s e irracionales. Un/a niñ@ muestra su enojo porque existe una causa real que lo ha provocado.
Como adultos, nosotros somos los que tenemos que intentar comprender el origen del enfado de nuestr@s hij@s. ¿Por qué ha ocurrido? ¿Qué es lo que le ha provocado una frustración tan grande?
Cuando estemos ante circunstancias similares ¿podemos evitar que se repita el enfado? ¿Cómo podemos dotarles de herramientas emocionales para afrontar una nueva situación de estrés?
Como adultos, nosotros somos los que tenemos que acompañar de forma respetuosa las crisis emocionales de nuestr@s hij@s. Sin juzgarles, sin etiquetarles, sin reprocharles su comportamiento, evitando que se hagan daño a ellos o a otras personas. Su enojo es fuerte, está lleno de desilusión, de pena y rabia, y lo que nos muestra es que nuestr@ hij@ está enfadado, se siente incomprendido, se siente mal.
Sé que son momentos de una tensión altísima en la que nosotros también nos sentimos desbordados y estresados, pero como cuidadores y protectores de nuestros hijos, nos toca serenarnos y acompañarles sin gritos, sin violencias verbales y/o físicas.
Cuando tu hij@ se enfade, respira hondo, afronta la situación de forma racional, no te sientas herido en tu ego, no se ha enfadado para fastidiarte, recuerda su enojo tiene Su razón. Tú ya no eres un niño o una niña, eres la Mamá o el Papá de un niño que, literalmente, está pidiendo a gritos tu ayuda. No es una rabieta, no es un berrinche o una pataleta, tu hijo, tu hija, está enfadado y muy fuertemente. Pero tiene una causa lógica y racional. Debido a su corta edad, a su inmadurez emocional y cerebral, a su falta de recursos comunicativos y a su frustración, aún no sabe expresar su malestar de otra forma. Comprende que se ha debido sentir muy mal, muy herid@ para llegar a enojarse de esta manera.
Acompaña a tu hij@ en su enfado de forma amorosa, con respeto: no le toques si no quiere (si te deja, cógelo con toda delicadeza, sin apretarle, suavemente abrázale), no le hables si ves que su enfado aumenta (sin embargo, si te escucha, susúrrale dulcemente, con voz serena), deja que pase la tormenta pues su cerebro está inundado de adrenalina y cortisol, y necesita de calma para volver a su estado normal. Si estás en un lugar público y os miran con desdén u os dedican palabras despectivas o reproches, no prestes atención, tu sitio en ese momento está al lado de tu hij@ (pero, si te sientes desbordad@ por los espectadores, coge suavemente en brazo a tu hij@ y sal del recinto en el que te encuentres).
Cuando haya pasado la peor parte del enfado, abraza con fuerza a tu hij@, cógelo un buen rato en brazos mostrándole tu cariño con caricias, abrazos y besos. Sustenta a tu hij@ porque en esos momentos es lo que necesita de ti. Recuerda, sin gritos, sin reproches, sin etiquetas.
Pasadas una horas, cuando estéis tranquilos en casa, cuando hayas reflexionado sobre las circunstancias que rodearon el enfado, será el momento de hablarlo todo, será el momento de comenzar a dotar a tu hij@ de herramientas emocionales para afrontar de otra forma las frustraciones de la vida, las desilusiones. También nosotros tenemos que ser muy sinceros, autocuestionarnos e intentar comprender si no fuimos nosotros los causantes del enfado con un “No puedes hacer eso”, “ahora no tengo tiempo”, “eso no lo puedes comer” o algún tipo de comportamiento caprichoso o arbitrario que frenó su impulso de aprender, de comer, de jugar, etc. Sea cual sea la causa, puedes hablarlo todo con tu hij@ y, aunque sea pequeñ@, explicarle tus razones y, también, empatizar e intentar comprender las suyas. Todos tenemos que poner de nuestro lado.
Si acompañamos a nuestros hij@s en sus crisis emocionales de forma sustentadora y respetuosa, además de poco a poco ir afrontando sus enfados y desilusiones de forma menos vehemente, cuando sean mayores serán adultos más equilibrados y asertivos. No denigremos a nuestros hij@s con un lenguaje hiriente e ignominioso, comprendamos sus razones y, entre todos, busquemos soluciones, cuestionémonos en nuestras propias actuaciones, liberémonos de nuestros propios traumas, condicionamientos y carencias.
Te lanzo varias preguntas para la reflexión, ¿recuerdas cómo te sentías de pequeñ@ cuando estabas enfadado, cuanto te había sucedido algo que considerabas crucial, fundamental en tu vida? ¿Tus padres te ayudaban? ¿Estaban calmados o te gritaba, zarandeaban, etc.? ¿Cómo afrontas hoy en día los enfados de tus hij@s? ¿Te sientes herid@?
Texto: Elena Mayorga
Aqui va el enlace del video: MUY INTERESANTE
Dallas Clyton escribió e ilustró en 2008 un libro dedicado a su hijo para su cumpleaños. Como no conseguía quien lo editase, decidió publicarlo en Internet en varios idiomas, el mismo no habla de la importancia de SOÑAR SUEÑOS GRANDES, un gran libro para compartir.
Abrir enlace para ver el libro:
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Especialistas dicen que es clave incentivar en niños el pensamiento lógico y principios éticos.
El rótulo suena por lo menos extraño. En Internet, por Filosofía para Niños o por el nombre del fundador de este movimiento educativo, el estadounidense Matthew Lipman, se puede encontrar la referencia a una corriente mundial creada en 1969, que postula, con mucho tino, la formación del pensamiento desde la infancia, con elementos tomados directamente de las diversas ramas de la filosofía: lógica, ética, estética, ontología...
Irene de Puig (española) y Angélica Sátiro (brasileña) se encuentran en Colombia como invitadas centrales de la V edición del Congreso Internacional de Creatividad e Innovación Social y V del Seminario Internacional de Filosofía para Niños, organizados por la Corporación Universitaria Minuto de Dios y la Fundación Crear Mundos de España, que concluirá mañana, en Bogotá. El tema del encuentro tiene todo que ver con Colombia: ‘Pensar una ciudadanía creativa’.
Ellas, con Víctor Andrés Rojas, docente de la Corporación Universitaria Minuto de Dios, explicaron el abecé de este asunto, ni tan extraño ni tan complicado.
Hablan de filosofía para niños, pero ¿de qué edades?
IDP: De los 3 hasta los 18, es decir, la edad escolar amplia. Desde los tres porque es cuando empiezan a hablar con un poco de soltura, pues la palabra es fundamental para la comunicación de conceptos, para llegar a la abstracción. Pero a los tres años, a partir de elementos muy simples, como los cuentos, las historias, las leyendas, todo aquello que forma parte del universo infantil, se pueden trabajar ciertos conceptos y habilidades, aprender a distinguir, a definir, a buscar semejanzas y diferencias. Se puede hacer un trabajo previo para que los niños más adelante empiecen a estructurar su cabeza más lógicamente, más distintamente, como decía Descartes.
AS: La buena noticia es que no tratamos de enseñar lo que dijo Kant o Descartes a un niño de tres o cuatro o cinco años. Lipman tuvo una intuición genial, que fue observar que hacía falta pensar mejor en la educación y a la vez entender que la filosofía como campo de conocimiento podía aportar en el proceso mental. Entonces Filosofía para Niños no enseña el contenido histórico de la filosofía, sino el proceso del pensamiento. Por eso es poderosa.
¿En qué momento uno puede reconocer que el pensamiento del niño se inscribe dentro de lo filosófico? ¿Cuáles son las preguntas que hacen?
VAR: Cuando los niños empiezan a hacer las preguntas sobre lo que observan, sobre lo que viven. “¿Qué es?” es una pregunta filosófica, que indaga por el entorno, que está integrada en su reconocimiento del cosmos. Qué, para qué, cómo, dónde, por qué son preguntas sobre el sentido: pretenden encontrar las razones de las cosas y los niños todo el tiempo juegan con ellas, casi de forma natural.
Nosotros lo que queremos es valorar esas preguntas. Claro, hay unos procesos lógicos de estructuración del pensamiento que les pueden ayudar a la formulación de nuevas y mejores preguntas. Lo interesante es que esas preguntas nacen cuando ellos se encuentran con las cosas. Se generan desde sí mismos. Y Filosofía para Niños busca es que las personas piensen por sí mismas.
IDP: De hecho, cuando están más pequeños, los chicos reproducen la historia misma del pensamiento. El asombro, la maravilla del mundo les plantean las mismas preguntas que tuvieron los primeros filósofos ante el cosmos, ante el firmamento, ante el cambio de estaciones. El niño es como un filósofo ingenuo, que se sitúa en un mundo y se pregunta para orientarse. Filosofía para Niños está a favor de no dejar colgadas esas preguntas, no dejarlas en “cállate” o en “esas no son cosas de niños”, “espérate, no es el momento”, sino trabajar con esas ellas no para dar respuestas, y menos definitivas, sino para incentivar esa capacidad de aventura y de descubrimiento que tienen. Los filósofos y los niños, en algunos aspectos, son muy parecidos.
AS: Para complementar, las dudas que tienen los niños frente al mundo son las dudas que también trabajan los filósofos. Dudas que tienen que ver con campos éticos. Quieren entender por qué para unas cosas tienen libertad y para otras no. Lipman entendió que era necesario que los niños fueran escuchados y, a partir de sus dudas, entablar unos procesos para pensar mejor. Algunas dudas son estéticas, otras éticas, otras lógicas, otras antropológicas. ¿Quién soy yo?
Desde el jardín infantil surge la cuestión de cuáles son mis límites respecto del otro...
¿Quién soy yo delante del otro? La identidad y la alteridad se construyen con esas preguntas, en esas situaciones.
VAR: En ese tema Filosofía para Niños tiene algo muy importante, que es la comunidad de diálogo: se trata de comunicar mis ideas y empezar a debatirlas, y a confrontar las ideas del otro, para construir con el otro. Es un diálogo consciente, argumentativo, deliberativo, en el cual existe la confrontación pero hay cuidado con la postura contraria. Tus preguntas van, las mías van, y en ese movimiento se construyen saberes. Algo muy importante en Colombia.
AS: No solo es una construcción individual y social de saberes. Lipman anotó que en estas situaciones mientras el uno habla y el otro escucha, internaliza el discurso del otro, no solo la idea que dice, sino cómo lo dice. Hay ahí todo un proceso relacionado con el conocimiento, pero también con la construcción de identidad. Lo cual creo que es fundamental para Colombia, donde hay una fractura social, una herida social a flor de piel, y eso tiene un componente previo de sanación.
¿Cómo aprendemos a pensar mejor?
Primeramente, confrontando nuestro pensamiento con otro. Incluso a veces en un diálogo interior. Y unas formas que sean muy claras, que el otro pueda entender y pueda contrastar. Nadie tiene una razón, la razón es diversa y compartida. Mis opiniones pueden ser criticadas, valoradas y trabajadas a través de otras miradas, y eso me ayuda a pensar mejor. Se puede ayudar a los niños a construir un pensamiento coherente y ético, es decir, con la cabeza y con las actitudes.
Freud, especialista en niños, sugirió a los padres de niños medicados por TDAH acercarse a terapeutas que entiendan que los fármacos son peligrosos.
Debido a su alta propagación parecería que el Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es un virus, lamenta Joseph Knobel Freud, psicoanalista infantil y fundador y docente de la Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Barcelona, España.
“En 1950 uno de cada 10 mil niños lo padecía, ahora lo tiene el 13 por ciento de la población. En 2011, tan sólo en Estados Unidos, el 10 por ciento de la población infantil padecía esta enfermedad, pero en 2012 se duplicó. En España hay primarias donde la mitad de su alumnado está consumiendo Ritalín, fármaco recetado por psiquiatras y neurólogos para inhibir la hiperactividad de niños diagnosticados con TDAH. En México, aunque no hay datos precisos, los diagnósticos con niños que padecen el trastorno y por ende, el consumo de la medicina, va al alza” lamenta este especialista.
El doctor Joseph Knobel Freud impartió un Seminario para profesionales de la salud mental del Centro de Especialización en Estudios Psicológicos de la Infancia (CEEPI), cuyo nombre fue ‘Desmedicalización Infantil: TDA, Negativismo Desafiante y otras Etiquetas’. La sede, el Hospital General Dr. Manuel Gea González.
“La verdadera pandemia es la medicación de la vida cotidiana y esto aplica a niños que con toda certeza no padecen TDAH. El trastorno es el resultado del fracaso de los padres de familia y de los maestros, porque son incapaces de observar que los niños están deprimidos por diversas razones y la hiperactividad que manifiestan es el efecto del problema. Lo más fácil es medicarlos, sin embargo, en unos años veremos que habrá sociedades de adultos dependientes y con altas probabilidades de ser adictos a las drogas”, explicó Knobel Freud.
El estudioso explicó que existen ejemplos de peso que sustentan sus teorías. “El 90 por ciento de los niños que fueron diagnosticados con TDAH a nivel mundial tiene a sus padres separados o divorciados. La hiperquinesia de los niños es sólo una manera de expresar lo mal que se sienten por una realidad que no comprenden y les lastima. Los niños no han desarrollado el lenguaje adulto y no tienen palabras para expresar lo que sienten. No están enfermos sólo es que los adultos son incapaces de analizar que ellos mismos son el origen del problema. Lo que necesitan los niños, pero mucho más sus padres, es una terapia psicológica”, dijo.
Knobel Freud fue más allá. “El TDAH no existe como enfermedad, repito, el fracaso de los padres se llama TDAH. Pueden estar deprimidos y expresar una situación que implica abuso sexual o maltrato infantil. Es indispensable averiguar el origen del problema y verán que el padecimiento es inexistente”.
El terapeuta dijo que la supuesta existencia del TDAH ha permitido algo muy peligroso: que los profesores, mediante el Test de Colman, evalúen a un niño y digan si éste padece TDAH, situación anormal, porque su función es educativa, no de diagnóstico.
Freud pide a los padres de los niños diagnosticados con TDAH y medicados por esa razón que olviden los fármacos. “He visto chicos en consulta que no se mueven, que dan ganas de zarandearlos para que reaccionen porque están bajo el influjo de los medicamentos”.
Freud recuerda el caso de un chico a quien diagnosticaron con TDAH por su excesivo descontrol; el niño acudía a la consulta de las cuatro de la tarde casi dormido a causa de los medicamentos.
Durante la terapia Freud descubrió que el chico era inquieto debido a las fuertes y constantes peleas entre sus padres. Además, aprendió a controlar sus impulsos, “que es muy diferente a que no se mueva”.
Freud acepta la existencia de niños impulsivos pero no tolera que, lejos de averiguar qué motiva esa inquietud, se quiera tapar un problema medicando al pequeño. “Los psicoanalistas y los psicoterapeutas debemos averiguar el porqué de ese comportamiento; el chico de la terapia tenía miedo por la manera en que sus padres se trataban; tras una terapia familiar la situación mejoró y el niño se fue tranquilizando” cuenta.
Este método es paulatino. “No soy partidario de la rapidez, y debo decir que el cambio no se logró en un mes, casi tardamos un año, pero ese tiempo no tomó drogas, lo único que le metí fueron palabras. Los psicoterapeutas tenemos que defender la capacidad de las personas de hablar de sus problemas, no de taparlos con drogas”.
Freud, especialista en niños, sugirió a los padres de niños medicados por trastornos como el TDAH acercarse a terapeutas que entiendan que los fármacos son peligrosos. “Además de los efectos secundarios, los medicamentos son malos en algunos casos porque siguen la lógica de ‘voy a buscar un elemento químico, externo a mi propia química, que provoque un cambio que yo no consigo’; las medicinas están bien para un dolor de cabeza”.
Joseph resalta que los medicamentos para los niños con TDAH son conocidos como ‘la pastillita de portarte bien” pues los niños están más tranquilos aunque el padre le pegue a la madre, pero, en el fondo, la intranquilidad persiste y como el chico no sabe cómo procesarla siempre está inquieto y los padres y los terapeutas tapan el síntoma con un medicamento.
“Cuando un padre le da al hijo un medicamento para acallar los síntomas le enseña la dialéctica de que algo de fuera te puede producir un estado mental diferente, así que cuando el joven fume marihuana el padre no podrá decirle que no pues desde que era un niño le administró metilfenidato para lograr el comportamiento deseado, le enseñó que es más fácil tomar un diazepam que aprender a relajarse” explica este especialista.
Freud insta a la gente interesada a buscar los manifiestos que apoyan el movimiento por la despatologización de la vida. “Las firmas de apoyo ayudan a la lucha contra las grandes empresas que quieren negociar con la salud de nuestros hijos, porque esto es un negocio, y eso es lo que más rabia da; si el Ritalín saliera de los árboles y fuera gratis le apuesto lo que quiera que no existiría el TDAH ni su respectivo medicamento, hay un negocio detrás”.
Una singular experiencia clínica en la década de 1940 rebatió un paradigma clásico: el de que primero está la necesidad de comer y sólo después el deseo de jugar. Pero en ese momento no se extrajeron todas las consecuencias posibles. El psicoanalista René Spitz descubrió entonces lo que conocemos como “hospitalismo”. Se trataba de bebés internados, por prematurez u otros accidentes tempranos, en buenos hospitales, que contaban con la mejor tecnología de la época: a salvo de infecciones, bien balanceada su alimentación: sin embargo, enfermaban y hasta morían; su crecimiento se detenía, perdían peso, exhibían un comportamiento compatible con la palabra depresión. ¿Qué sucedía? Spitz apuntó al hecho de que esos bebés recibían de todo, sí, menos trato y contacto humano; bien manipulados en tanto objetos-organismos, nadie los pensaba como subjetividades, nadie se vinculaba con ellos afectivamente; dicho de otra manera, nadie jugaba con ellos. El modo de que dispongo para relacionarme en serio con un bebé es jugando con él de alguna manera. Los adultos que “no saben” jugar con los bebés son impotentes para conectarse con ellos; deben esperar a que el chico hable, y bastante, para poder acercarse. Los que sí “saben” son instintivamente diestros en jugar con ellos, incluso con la voz: los bebés no hablan, pero les gustan los juegos musicales y se incorporan a ellos enseguida. Saber estar con un bebé es saber jugar con él y esto es desde el principio. Cuando un recién nacido no se prende al pezón, algo falla en ese encuentro y regularmente hallaremos una madre tensa, que “no sabe” manipular su pezón como un juguete.
Spitz no llegó a advertir lo que sí advirtió Donald Winnicott: no hay necesidad más perentoria que la necesidad de otro, y esta necesidad tiene curso adecuado en la experiencia de jugar con otro. Supongamos que observo a un bebé: hay una cosa, y sólo una, que me dará la pauta de que no estoy en presencia de un mero organismo, limitado a comer, llorar, dormir y cosas así: es descubrir, acaso en un momento fugaz, que juega. El que juegue excede su naturaleza de organismo; jugar no es un capítulo de la biología (sí de la etología y, sobre todo, de la primatología). No puedo justificar el que juegue apelando a ninguna necesidad “básica” o “biológica” tradicionalmente considerada, no responde a ninguna “apetencia” concreta determinable como tal. Otro punto decisivo: no se lo enseñó nadie. El deseo de jugar, la necesidad de jugar, la emergencia espontánea del jugar es una emergencia incondicionada, impredecible, irreductible. Esto es particularmente incómodo para el adulto, acostumbrado a pensar, adultocéntricamente, que él “da” y el pequeño “recibe”. Ciertamente, él juega con (si todo anda bien), pero no le “dio” eso al bebé, eso que hace que cualquier cosa –un sonido, un botón, un pezón– devenga objeto de juego.
A esta emergencia incondicionada, originaria sin origen, siguiendo a Winnicott la denominamos espontaneidad. No en el sentido corriente de que alguien “haga lo que quiere”, sino de que haga algo que nadie “quiere”, que nadie tenía previsto. Le cambio los pañales: bien pronto descubre lo divertido que es patalear, no quedarse quieto, desacomodando todo lo que intenta hacer la madre. Esto no estaba previsto en el encuadre adulto de los cuidados, donde el juego siempre es inoportuno e innecesario. Pero el ser humano empieza por necesitar eso innecesario y el no quedarse quieto es capital. Jugar es no quedarse quieto.
En su momento, el psicoanálisis había rozado el problema al referirse a los juegos sexuales infantiles como hechos de suma importancia y gravitación (en verdad, la masturbación no patológica formaba parte de dichos juegos), pero es previsible que en ese tiempo la palabra “juego” pasara inadvertida; se trataba de juegos sexuales. El desplazamiento que Winnicott inicia y que procuramos continuar escribe, en cambio, juegos sexuales infantiles. Si un niño logra jugar sexualmente, sea con una exploración autoerótica o con otros niños y niñas, es decir, si una cualidad lúdica impregna su actividad sexual, entonces su desarrollo subjetivo está por ese lado a salvo de enfermedad. En la medida en que su sexualidad ingrese a un campo de juego, esto le permitirá una apropiación tranquila de ella. Si lo sexual va sin juego, estaremos, por ejemplo, en el terreno de lo traumático, del abuso o la seducción; la sexualidad tomará un sesgo excitado y compulsivo, en el fondo más dedicado a calmar ansiedad que a gozar. Los niños con síndrome de masturbación compulsiva son un exponente cabal de esta situación. Si la sexualidad queda disyunta del jugar, entonces no se integra a la vida, se disocia, se escinde, se reprime y retorna de modos patológicos y patógenos. Es fácil observar esto en la sexualidad del adulto, cuando, valga el caso, una mujer no puede jugar con su pareja y esto deriva en compromisos poco saludables: él acude a prostitutas para poner en escena lo que con ella no se da; ella se masturba de manera culposa, tortuosa, con esas mismas fantasías injugables.
Jugar no es un hecho entre tantos otros: es el hecho capital de la existencia psíquica en su emerger. Es la manera originaria de subjetivarse: mucho antes de poder decir “yo”, el bebé se subjetiva cuando cuando agarra algo con decisión, para jugar con eso.
Psicólogo clínico, psicoterapeuta y psicoanalista en consulta privada con niños, adolescentes, adultos y ancianos.
Foto cortesía Universidad Iberoamericana.
“Han patologizado los partos, ahora vemos cesáreas por todos lados; han patologizado la infancia y ahora salen trastornos hasta debajo de las piedras; han patologizado la tristeza, ya no se puede estar triste o deprimido; han patologizado la rabia, un sentimiento tan natural, entonces la gente ya no está rabiosa, ahora es oposicionista desafiante; se ha patologizado la vida” lamenta el doctor Joseph Knobel Freud, sobrino nieto del psicoanalista Sigmund Freud en entrevista para Ferriz.com.mx
Ante esta realidad, Freud encabeza el Movimiento por la despatologización de la vida, el cual de manera formal arrancó en julio y tiene como fin que las personas vuelvan a ser escuchadas y las terapias se vuelvan más humanas.
“Nuestra lucha es por un diagnóstico clínico no estadístico; el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales IV me parece nefasto, y el V es peor aún, así que por eso nos unimos en este movimiento” explica.
La lucha de este especialista en Psicología Clínica no es ninguna puntada y, mucho menos, solitaria; este esfuerzo se ha nutrido de diversas corrientes alrededor del mundo y está presente en España, Portugal, Brasil, Argentina, Estados Unidos y Chile, y está abierto para los colegas de cualquier parte del mundo, aclara.
Uno de los movimientos que ha nutrido el Movimiento por la despatologización de la vida tuvo su origen en Francia; se le conoce como Ningún cero en conducta.
“No podemos bajarle calificaciones a un chico inteligentísimo porque se distrae preguntándole al compañero si anoche vio Los Simpsons” reflexiona Freud, quien estuvo en México como ponente en el Primer Congreso Internacional para la Formación Humanista del Siglo XXI, el cual fue realizado por la Universidad Iberoamericana.
Freud, miembro fundador de la Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Barcelona, llama a la sociedad a reflexionar sobre cómo se están abordando ciertas actitudes infantiles.
“¿Qué un chico no puede hablar? ¿qué clase de infancia queremos para nuestros hijos? ¿queremos hijos robot? Hay algo que está exigiendo que los niños de ahora no sean niños, casi se pide saltarse la infancia, porque ahora resulta que los juegos, las risas o los cantos de los niños son síntomas de que están enfermos; ahora todas esas actitudes son vistas como un trastorno” explica Freud.
Es necesaria la difusión de la existencia de otras maneras para enfrentar desórdenes y patologías. “No todo se tiene que tapar con medicación, la gente debe saber que existen otros discursos más humanos en el campo de la Psicología, más abiertos a la escucha y a la palabra”.
Knobel Freud se define como un amante de los retos. “Las dificultades me encantan y hay una dificultad en el Psicoanálisis pero me encanta; los niños tienen distintos discursos, así que hay que saber esperar, no ceder ante el síntoma, estás buscando por qué le ocurre lo que le ocurre y hay cosas que no siempre pasan por las palabras”.
Un grupo de psicoanalistas argentinos y franceses respondieron a dos notas aparecidas ayer en la revista Ñ, suplemento cultural del diario Clarín, donde se asegura que en los tiempos que corren se hace necesario salir de los consultorios y ofrecer respuestas rápidas al malestar que estaría sofocando a las personas que solicitan tratamiento.
Bajo el genérico El malestar del psicoanálisis, se esconde Con y sin Freud: el mapa de las “otras” psicoterapias y un reportaje al
médico psiquiatra Luis Hornstein, donde se siguen las directrices de El libro negro del psicoanálisis, se acusa a los analistas de vivir encerrados en sus gabinetes y
se promueve un libro del ensayista francés Michel Onfray, quien construye la figura de un Freud falsario, estragado por la envidia y la ambición.
En diálogo con Télam desde Madrid, el psicoanalista argentino Gustavo Dessal fue taxativo: “No añadiré ni una palabra a las tonterías de Michel
Onfray. Siempre han existido canallas que se hacen un nombre y se embolsan un buen dinero dedicándose a la denigración de un intelectual, un artista o un científico”.
“Me interesa más la cuestión de que el psicoanálisis se desentiende de la realidad social o se aísla en su consultorio,
afirmaciones tan estúpidas como acusar a un cirujano de operar en un quirófano en lugar de hacerlo en las pizzerías, que son más populares. Respeto otras modalidades terapéuticas, en la medida en
que sean ejercidas de manera honesta, aunque su supuesta velocidad en la resolución de los problemas es más que discutible, no tanto por los propios psicoanalistas como por los mismos
pacientes”.
Y agrega: “todavía existen muchas personas que sostienen la ilusión religiosa de que el psicoanálisis debería resolver los problemas de la humanidad, y que si no lo hace, es debido a que da
la espalda a la realidad, concepto no sólo absolutamente abstracto, sino impracticable. Atender a alguien afectado por la caída de las Torres Gemelas no
es prestar atención a la realidad, puesto que el psicoanálisis no se ocupa de los motivos por los cuales Al Qaeda cometió el atentando, o la relación entre la caída del
Muro de Berlín y el nuevo terrorismo internacional. (El psicoanálisis) se dedica a investigar cómo alguien puede ser afectado por un hecho que, con independencia de su realidad fáctica, produce
un determinado efecto en un sujeto debido al modo en que ha sido procesado en su inconsciente, dando lugar a distintos síntomas”.
En Madrid, “cuando hace diez años tuvo lugar el atentado de Atocha, los psicoanalistas nos organizamos para brindar ayuda gratuita a los afectados, y esa experiencia nos permitió
aprender muchas cosas sobre cómo intervenir en situaciones de máxima urgencia. En su texto El porvenir de la terapia analítica, pronunciado hace más de 100 años, Freud
apostó por la necesidad de que el psicoanálisis pudiera acceder a las clases sociales no acomodadas, y que su acción se extendiese a diversos ámbitos sociales. Desde entonces, el psicoanálisis no
ha dejado de hacerse oír en todos los espacios donde el sufrimiento psíquico está en juego: las instituciones de salud mental, educativas, culturales. Tal vez la mejor prueba de la proximidad que
el psicoanálisis ha tenido con el mundo, es el hecho indiscutible de que su discurso cambió la historia de Occidente, tal vez mucho más y de forma más duradera que el marxismo.
“Actualmente, España está sumida en una grave catástrofe económica y un serio retroceso político, debido a la dictadura encubierta que padece. Eso, como es lógico, se traduce en el malestar
que padece una gran parte de la población. Los críticos contra el psicoanálisis creen que se trata de una terapia milagrosa, y se molestan cuando descubren que lamentablemente no resuelve el
problema de la desocupación ni evita la corrupción política. A esas voces críticas hay que agradecerles la inmensa idealización que han hecho de nosotros pero aclararles que no somos los dioses
que esperaban, ni lo seremos nunca. Nuestro compromiso está con las personas que tienen síntomas, es decir, padecen de algo que les afecta su vida. Eso puede haber sido desencadenado por una
ruptura sentimental, la muerte de un ser querido, la pérdida de empleo, el accidente de tren en la estación de Once, el atentado de la AMIA o la enfermedad de mi perro”.
Claro que “tirar piedras al psicoanálisis es un entretenimiento al que se suman muchos medios de comunicación, los lobbies farmacéuticos, algunos intelectuales lo suficientemente mediocres
como para no saber inventarse algo mejor a fin de que su nombre figure en alguna parte, y también -por qué no- pacientes a los que no le hemos podido resolver sus esperanzas. Prefiero no evocar
la época de mi formación universitaria en la Facultad de Psicología, cuando tras el retorno de Perón, algunas cátedras consideraron que devolver el psicoanálisis al
pueblo consistía en llevarnos a los alumnos al Parque Chababuco o Lezama para que la gente de las villas miseria dibujara a sus familias. Por supuesto, jamás volvíamos a ver a
ninguna de esas personas, pero los profesores se sentían muy orgullosos de su labor social"
En la misma dirección apuntó la joven analista Luján Iuale: “La crítica al psicoanálisis surgió con el psicoanálisis mismo. La padeció Freud en su momento, teniendo que enfrentar los
dogmatismos de la época victoriana, y también Lacan cuando decidió correrse del statuo quo de la IPA. Es cierto que siempre podrán surgir teorías que intenten explicar y abordar los problemas del
hombre, pero hoy más que nunca un psicoanalista puede estar a la altura de la época, si hace lo que sabe hacer: escuchar el dolor del otro. En un mundo donde todo parece reducirse a conexiones
neuronales, el psicoanálisis sigue apostando a alojar los modos particulares en que los cuerpos son afectados. Un psicoanalista, hoy, no es sinónimo de silencio ni de
diván. Para saber de qué estamos hablando, basta con enterarse del trabajo que muchos sostienen en centros de atención de niños maltratados, dispositivos de atención primaria,
urgencias, etcétera".
La analista francesa Agnés Aflalo, autora de El intento de asesinato del psicoanálisis, dijo a esta agencia desde París que “la cultura de la evaluación (la
llamada ciencia estadística) retorna con fuerza cada vez que existen conflictos políticos. Con el imperativo de atender a imperativos presupuestarios, sólo concibe
gobernar a los humanos como productos industriales. Es imposible evitar pensar que el triunfo de la evaluación aseguraría el control de la formación psi. Y después, liquidar al lacanismo, que es
lo que está verdaderamente en juego”.
Enrique Acuña, psicoanalista porteño que trabaja en La Plata, historiza: “Después de diciembre de 2001, aparecieron las interpretaciones desde elcampo psi a los
estallidos sociales. Hay cierto lenguaje psicologista que nombra el acontecimiento dando una explicación que conduce a disculpar a los agentes sociales. Las crisis causan un llamado a los
significantes amos que organizan lo social. Se opera con una domesticación de la angustia creando la figura de la víctima, el perjudicado, que haría sus bodas con el buen prestador que ofrece el
mercado”, asegura. Y suma: “Es el auge de una metáfora jurídica -nuevas leyes- sobre lo que antes era el campo de la salud mental. Se sueña que con los nombres de un diagnóstico se podría
encontrar una vía de reconocimiento del que sufre, de modo que las terapias rápidas neutralizan lo inconsciente como una política del deseo (de cada uno) de
nominar su síntoma. La solución pragmática en las que caen los mismos analistas huyendo del psicoanálisis para estar a la altura de las evaluaciones, es un retorno a lo anterior, a rasgos de la
cultura de lo trágico. El psicoanálisis es otra cosa, si entendemos que cuando alguien se responsabiliza de lo que dice puede inventar nuevas identificaciones, un detalle del Otro que la masa
velaba”.
Argentina y psicoanalista también, Gabriela Grinbaum aseguró que “el psicoanálisis cura la fatalidad de un destino y esa es la marca que lo vuelve absolutamente ético. No se trata, lo dijo
Freud en Análisis terminable interminable, de la cura según el campo de la medicina, que implica volver al estado previo al de enfermar. Para los psicoanalistas, la
cura es volver a un estado que nunca preexistió. Y dado que el goce no es negativizable, se trata finalmente de andar bastante mejor, haciendo uso de la contingencia
del trauma”.
Finalmente, José Ioskyn precisó que las notas en cuestión no eran “ataques frontales” sino que estaban “disfrazadas de una supuesta neutralidad. En rigor, están apoyadas en bibliografía y
datos para extraer conclusiones falsas. Por ejemplo, la asociación entre patología mental y pobreza no es un dato certificado, es un supuesto ideológico. El psicoanálisis es la
única terapéuticaque se ha preocupado por lo social y lo político; sus teóricos siempre se han dedicado a ese aspecto. Freud y su explicación de la neurosis por la
represión social, su preocupación por extender el psicoanálisis a las masas, la interdependencia entre malestar en la cultura y neurosis. (Wilfred) Bion y otros ingleses, constituyendo un campo
grupal para tratar las neurosis provocadas por la segunda guerra mundial. Lacan mismo, su idea de que la neurosis es lo social, que el analista debe estar a la altura
de la subjetividad de su época, y la teorización, a fines de los 70, de la teoría de los discursos y del lazo social, en la cual quedan anudadas la subjetividad y los discursos sociales. Es
decir, no hay manera de entrarle al psicoanálisis por el hecho de ser básicamente una práctica de consultorio.
En los 70, en la Argentina, algunos psicoanalistas crearon dispositivos grupales para paliar la demanda desbordante en los hospitales públicos. Anudaron el psicodrama de Moreno y las
técnicas grupales para generar psicoterapia de grupo. Y en la actualidad, está casi todo el mundo cubierto de sistemas de atención gratuitos o muy económicos, de iniciativa privada, como Pausa,
la Red de la EOL, los CPCT en Europa. En La Plata, a raíz de la inundación, por ejemplo, hubo múltiples ofertas de atención gratuita para damnificados y a los diez días de la tragedia, salió un
número especial de la revista Cita en las diagonales, donde psicoanalistas escribieron sobre el hecho. Que yo sepa, ninguna otra psicoterapia se ha ocupado de nada”, concluyó.
La evaluación y el cientificismo cognitivo-conductual no sólo infiltran y destruyen los saberes sino que son ductos privilegiados de los laboratorios farmacéuticos y de ciertas políticas de
disciplinamiento y control social que -se sepa o no se sepa- se montan a los discursos dominantes, la biopolítica y la psiquiatría epidemiológica, vectores de una mercantilización que nada tiene
de ecuménica sino de objeto teórico que por su eficacia inmediatista es susceptible de arrogarse una acción que nunca deja de retornar, y que se nombra como lo que es: mala fe.
El psicoanalista italiano Massimo Recalcati, presidente de Jonás, centro de clínica psicoanalítica para los nuevos síntomas, responde a la posición retrógrada de ciertos sectores que tanto en este país como en Italia y Francia, pretenden disolver la experiencia del análisis en una suerte de ecumenismo conformista disfrazado de pluralismo moral.
Recalcati es docente en la Universidad de Bergamo, promueve la “salida” de los analistas del consultorio, pero cuidando el rigor de su práctica, para evitar “infecciones”
disciplinadoras.
Publicó, entre otros libros, El vacío y el resto. Lacan y el problema de lo real, La clínica del vacío: anorexia, dependencias y
psicosis, Sobre el odio y La última cena: anorexia y bulimia.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : Se habla de nuevos síntomas como señales del malestar en la cultura contemporánea.
R : Cuando uso la expresión nuevos síntomas refiero a aquellas patologías que en el capitalismo avanzado han alcanzado una difusión epidémica. Las anorexias,
las bulimias, las toxicomanías, la neurosis de angustia (el ataque de pánico) o las depresiones. Estos síntomas son nuevos si se los comparan con los síntomas clásicos que el psicoanálisis trató
desde su origen: las neurosis histéricas, las neurosis obsesivas, las psicosis. La diferencia está en que los nuevos síntomas no señalan tanto un antagonismo entre la persona y el programa de la
civilización -como sucedía con la histérica que impugnaba el orden patriarcal-, sino que subrayan, del sujeto, su inserción conformista.
Hay que pensar, por ejemplo, en la anorexia, su valorización patológica de la imagen del cuerpo-delgado, enfatizado por el sistema social como un icono de belleza; en el cocainómano que usa
la sustancia para amplificar sus prestaciones sociales (a propósito, acaban de publicarse dos testimonios invalorables, Días sin hambre, de Delphine de Vigan,
y Retrato de un joven adicto a todo, de Bill Clegg). Nos encontramos frente a patologías que surgen no tanto de la tensión conflictiva entre deseo y realidad, sino con
productos de una cierta mitología social, entre ellos el de la competencia, el consumo o la imagen. En todos los casos, lo que emerge es un malestar que no opera como una crítica al carácter
alienante del sistema sino como exigencia conformista al mismo.
T : Usted sostiene que el psicoanálisis está llamado a salir del consultorio para atender a lo social.
R : Exacto. El psicoanalista corre el peligro de convertirse en una especie en vías de extinción. La cura propuesta corre el riesgo de verse reducida a una cuestión moral. De igual modo que
frente a la palabra, un psicofármaco reivindica una utilidad inmediata, las terapias cognitivo-conductuales serían, en cambio, las que se postularían hoy para tratar las patologías más graves. La
ciencia experimental promete dar con los genes de la anorexia y de la obesidad.
Las terapias químicas o las centradas en el llamado síntoma–clave, como las TCC, prometen una mayor eficacia y rapidez frente a los tiempos largos de un análisis. Así, esta práctica corre
el riesgo de convertirse en un residuo arqueológico. Pero los psicoanalistas comprometidos podemos atestiguar en la clínica de los nuevos síntomas, que el análisis también posee su eficacia
terapéutica. Hemos experimentado esa eficacia no sólo en el consultorio sino también en el compromiso institucional.
El psicoanálisis no es una filosofía, obtiene resultados importantes porque da sentido a la palabra del sujeto, porque presta a esa palabra una atención nueva. Es preciso evitar gozar del
privilegio de analistas de consultorio. Es necesario dar vida a instituciones diseminadas por el territorio, abiertas a un público no privilegiado, en las que se pueda practicar el psicoanálisis
no como una cura elitista sino como una experiencia para cualquiera, la del propio inconsciente y su poder terapéutico.
Esa es la experiencia analítica: que la cura haga posible una nueva alianza con el inconsciente, una nueva relación del sujeto con su deseo, que ya no es rechazado o delegado en los demás.
Hace años creamos Jonas. Hoy existen en Italia 15 sedes, esparcidas en las mayores ciudades. La creación de Jonas es un modo concreto de defender el psicoanálisis y su eficacia en la época del
psicofármaco y de las terapias cognitivo-conductuales.
T : En esta mirada del psicoanálisis sobre lo social ¿usted incluye también la problemática de los migrantes y sus culturas?
R : Para el psicoanálisis cada sujeto es un nómade, un migrante. La identidad es una máscara. Cada uno de nosotros no sólo es un nómade, un migrante, sino que tiene que hacer frente, como
ha enseñado Freud, a una multitud de instancias internas. En el mundo contemporáneo no es posible evitar interrogarse por una identidad constituida no sobre la exclusión del extranjero sino sobre
su progresiva inclusión. Extranjero, o excluido de las relaciones de producción.
T : ¿Puede el psicoanálisis ofrecer una posibilidad de lectura del clima de miedo que se respira por todas partes?
R : Diría que lo que está más difundido no es el miedo sino el pánico. El miedo, de hecho, es una reacción emotiva frente a un objeto determinado. El pánico es una reacción frente a la
imposibilidad de identificar, de delimitar el objeto dañino del cual proviene la amenaza. En ese sentido, la inseguridad lo es en relación con la pérdida de los límites, de los límites simbólicos
de nuestra experiencia. Incluso aquello que amenaza la propia vida hoy parece carecer de rostro determinado.
El fundamentalismo, desde este punto de vista, es un ejemplo dramático; ha convertido en inservible la idea de un enemigo visible, localizable. Una bomba puede estar en cualquier lado,
desbaratar cualquier medida de protección. Ni siquiera la vida de los niños supone una barrera a la furia del terror. La experiencia del análisis ayuda a reconocer lo extranjero que nos habita,
nuestro ser más terrorífico, y así nos vuelve más tolerantes frente a las incógnitas de la vida.
Siete meses antes de morir, Leon Eisenberg, quien describió el trastorno de déficit de atención con hiperactividad por primera vez, dijo a Der Spiegel que éste era “un excelente ejemplo de
un trastorno inventado” y que “la predisposición genética para el TDAH está completamente sobrevalorada”.
Para algunos era una confesión sobre una invención que sustentaría científicamente la venta de medicamentos (basados en metilfenidato), para otros se entendía sólo que este “síndrome”
estaba sobrediagnosticado. Para el psicoanálisis, en el “TDAH”, como cualquier otro padecimiento, la medicación es el último recurso sobre todo si se trata de menores.
Joseph Knobel Freud es psicoanalista especializado en niños y adolescentes, y para él dicho trastorno (término que también desecha) no existe, sino es un disease mongering, o enfermedad
creada por la industria farmacéutica para vender un medicamento.
En entrevista, con motivo de su visita a México para participar en el Primer Congreso Internacional para la Formación Humanista, realizado en la Universidad Iberoamericana, el nieto
de Sigmund Freud, expone cómo la creación de esta disease mongering no sólo es un acto de perversión de las industrias, sino que además impide encontrar el verdadero problema: drogar a un niño,
sedarlo, imposibilita explicar su conducta.
—Ha mencionado que en España ha habido una implicación de las farmacéuticas con los médicos y que tiene pruebas.
—Sucede en España, pero también en EU y Alemania. El mismo Eisenberg, antes de morir, declaró que no existía, que le habían pagado millones para decir lo contrario.
—Y sin embargo se sigue diagnosticando.
—Sí, porque varios laboratorios invierten mucho dinero para que los neurólogos, pediatras y psiquiatrías lo sigan haciendo. Es muy rentable descubrir una droga que produce un efecto, pero
en este caso se trata de un disease mongering. Esto se nota cuando empiezan a formarse grupos de padres en las escuelas porque de pronto se ha convertido en una epidemia, ya sea en Estados
Unidos, Europa o México.
Enseñan a los maestros a pasar un test para identificarlo, les dicen que tengan cuidado al primer síntoma (si el chico se mueve demasiado, muerde el lápiz… si se distrae…) y hacen
verdaderas campañas publicitarias.
Entonces los padres se dicen “y a ti cómo te va con el Concerta”, “pues a me va mejor la Ritalina”, que además son marcas distintas de la misma droga (metilfenidato), ¿por qué no habrá
genéricos? Cuando los haya veras como desaparece el TDAH.
Para el fundador de la Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Barcelona, hay muchas malas coincidencias que pueden verse sin necesidad de psicoanálisis, sólo basta un
poco de lógica. “¿Hace 50 años no nos movíamos mucho?, ¿prestábamos atención todo el tiempo?, ¿tanto ha cambiado la sociedad que ahora somos más movedizos, hiperquinéticos y desatentos?... o en
realidad hay una perversión en la industria farmacéutica que pretende demostrar que: porque nos falta una sustancia en el cerebro, al dárnosla nos sentiremos más tranquilos”.
Es decir, explica, la lógica es pensar que la falta de metilfenidato en nuestro sistema nervioso central es lo que provoca nuestra hiperactividad. “No es verdad, lo que nos hace movernos
tanto es otra cosa, que nada tiene que ver con la química del cuerpo. Sí, la podemos tratar químicamente, como utilizar un hipnótico para el insomnio.
—¿Pero hay un trastorno o no?
—Hay un chico que se mueve, mejor averigüemos qué le pasa. De lo contrario, la adolescencia también sería un trastorno y todos pasamos por eso. No hay que etiquetar.
—¿Entonces es una patología?
—Sería un síntoma, que no es una palabra menor. Lo definiría mejor de la siguiente forma: es el resultado de cómo tramito personalmente un conflicto que está afectando mi aparato psíquico y
que es una respuesta sintomática, conductual, no estar atento o querer llamar la atención. Yo, como psicoanalista, tengo que escuchar ese síntoma para saber cuál es el problema, pero si lo tapo
[medicando] ya no lo puedo escuchar.
ENCANTO SUTIL. Knobel Freud enfatiza sobre el peligro sobre etiquetar a la gente, clasificarla de acuerdo a actitudes negativas que antes no veíamos y que ahora se han vuelto
trastornos.
“Un chico que protesta, o alguien que las lleva a clase, ahora tiene un trastorno oposicionista desafiante (TOD). Quizá algún laboratorio ya investiga qué medicamento darles porque
seguramente el síndrome invadirá las aulas y aparecerán TODs por todas partes. Las industrias farmacéuticas primero inventan el medicamento y después buscan el sustento de éstas”.
Hay niños y jóvenes que se portan mal, sí, añade, pero se corre riesgo de clasificar a una persona con un padecimiento y medicarlo, en vez de investigar cuál es el trasfondo de
ese comportamiento.
—Habrá médicos que tengan vínculos con las farmacéuticas, pero habrá otros que simplemente siguen lo que dicen los manuales sobre estos “trastornos”.
—No creo tanto en la ingenuidad de los neuropediatras, psicólogos, psiquiatras y psicólogos, pero en caso de que sea así debemos de tener más cuidado porque estamos en manos de gente muy
ignorante. Hay que leer estos manuales pero no creerlos como si fueran la verdad de dios, hay que estudiarlos para saber qué tan ciertos son.
Por otra parte, el contacto de los médicos con las farmacéuticas al que usted hace alusión es más sutil.
Joseph Knobel refiere que si bien se les paga a los médicos para que digan que existe el TOD, desórdenes como el obsesivo compulsivo o el TDAH, el modus operandi en campo no tiene que
ser tan explicito.
“Tú eres pediatra y ves muchos niños; yo (farmacéutica) te envió un visitador médico porque sé que tienes tu consultorio en un barrio con poder adquisitivo alto y sé que la gente podrá
comprar el medicamento. Entonces yo te oriento sobre qué pasa si no medicas el TDAH y, casualmente, te pago unas vacaciones en Cancún y le llegará un ramo de flores a tu esposa en
casa…
Es momento de la opacidad moral y es que para el psicoanalista las farmacéuticas son la demostración más cruda de cómo funciona el capitalismo a ultranza: si hay que destrozar a la
competencia se hace, si hay que comprar a los médicos se compran. Fenómeno que, acota, no sólo sucede en la neurología y pediatría, sino en todos los campos de la medicina.
“Es un guiño, sutil y subliminal para que a los psiquiatras les guste mucho Pfizer. Pasarán una semana como rey en complejo turístico, en Navidad les llegará el mejor vino de la Rioja y tal
vez así les gustará recetar Ritalina”.
Lo afirmó el presidente del Colegio de Psicólogos, Jorge Cáceres. Aseguró que los profesionales se abusan en el diagnóstico de niños con Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad. “Los problemas de aprendizaje no son tales, se deben más bien a la imposibilidad de la escuela de adaptarse a las nuevas formas de ver el mundo”.
Que el niño no atiende en clase. Que se dispersa. Que se aburre. Que no estudia. Que no puede mantener la concentración. Que no comprende los textos. Que no hace las tareas. Los síntomas que pueden derivar en un diagnóstico de Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH) son diversos; y su medicación, amplísima.
Las estadísticas mundiales indican que entre el tres y el cinco por ciento de los niños en edad escolar sufre de esta patología. De ellos, el 70% tiene además la “hiperactividad” como
trastorno asociado junto con “impulsividad” y “dispersión”.
El término TDAH integra la clasificación del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) de la Asociación Americana de Psiquiatría; y está relacionado a un trastorno
de la conducta, que se manifiesta desde los primeros años de vida y adquiere relevancia cuando el niño, inserto en el sistema educativo, no cumple con los objetivos académicos.
A destiempo
Jorge Cáceres es presidente del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba y psicoanalista. Hace algunos años que trabaja con escuelas de la localidad de Unquillo en un programa comunal
llamado “Consejerías en Salud” y que consisten en trabajar junto a niños y jóvenes temáticas como salud sexual y reproductiva, consumo de sustancias y violencia en las relaciones.
Para Cáceres, hay un desfasaje: “La escuela es una institución del siglo XIX; los docentes son formados en el siglo XX y los alumnos son nacidos y criados en el siglo XXI”.
En diálogo con LA MAÑANA, Cáceres fue categórico respecto de lo que opina sobre el TDAH, tan de moda en la era de las redes sociales y en la era de lo que algunos autores denominan de la “hiperconectividad”.
“La existencia misma del déficit atencional está cuestionada y muchas veces no es tal, sino que existe una inadecuada capacidad de la escuela de adaptarse a las nuevas formas de aprendizaje
del niño”, arrancó Cáceres en diálogo con LA MAÑANA.
- ¿El problema es un desfasaje en el tiempo?
La escuela es una institución del siglo XIX, los docentes se forman en el siglo XX y los alumnos son nacidos y criados en el siglo XXI. Así de simple. Son chicos sobreestimulados, criados en
la era de la tecnología, que tienen otra forma de comunicarse y otras maneras de diálogo. ¿Están mal? Absolutamente no. Son distintos. Me refiero a que el hecho de que un niño no pueda estar
dos horas sentado no significa que sea inquieto o hiperactivo necesariamente. Quizás hay que mirar dentro de las instituciones.
- Pero profesionales la diagnostican y forma parte del DSM IV...
Es que la medicación de los pacientes se impuso a su correcto diagnóstico y esa es una de las críticas más duras que se le hace a los DSM. Para la escuela norteamericana, cada episodio o
característica que no se ajusta a las normas sociales digamos ´convencionales‘, tiene un nombre específico y una droga específica para su tratamiento. En el caso de los niños, hay una
sobremedicación porque la escuela no se adapta a los cambios en la manera de aprender.
- ¿Cómo debiera adaptarse?
Habría que salirse del manual y ponerse a ver cómo captar la atención de ese niño supuestamente disperso. Por ejemplo, las estructuras familiares de los niños son distintas a las del docente.
El niño no reconoce a la estructura ‘mamá, papá y hermanos‘ como único concepto de familia. Ahora puede ser ´mamá, mamá o papá, papá‘, la figura fuerte puede incluso ser un tío. Puede no
tener un padre presente... las combinaciones son infinitas. El problema acá es que las viejas generaciones no se adaptan a las nuevas. Hay que escuchar más al niño, no catalogarlo.
¿Cuál es el secreto de la inmortalidad de Cenicienta? La autora de “Mujeres malqueridas”, Mariela Michelena, radiografía la adicción a este cuento de hadas, con (supuesto) final
feliz, por el que muchas mujeres acaban hipotecando su vida.
Para hacer bien su trabajo, los cuentos infantiles han de ser crueles y extremos: los malos solo pueden ser malísimos y peligrosos, y los buenos han de tener
superpoderes. Solo así pueden cumplir su función: reproducir las peores y las mejores fantasías de los niños. En su exageración, el niño se siente reflejado y por eso se identifica
con sus historias. Pero a la vez, “esas cosas terribles solo pueden ocurrir en los cuentos”, y es esa distancia lo que le permite al pequeño soportarlos. Por eso necesitan escuchar una y otra y
otra vez la misma historia. Saben de sobra cómo termina, se lo han aprendido de memoria, pero da igual; noche tras noche, vuelven a pedir el cuento que mejor los
retrata...
Algunas mujeres no somos muy diferentes a los niños y nos gusta escuchar, mirar o leer siempre el mismo cuento. Nuestro preferido es, sin duda, “Cenicienta”. ¿Qué tiene “Cenicienta”
para ser el más extendido y versionado de los cuentos? ¿Por qué sigue ejerciendo fascinación en mujeres de todas las edades? Desde la de los hermanos Grimm, la de Perrault, la
inolvidable versión de Disney, “My fair lady”, “Sabrina” o “Pretty Woman”, pasando por nuestra Letizia, hasta llegar a la más reciente variación del personaje, encarnado en la Anastasia de
“Cincuenta sombras de Grey”, muchas hemos crecido al amparo de alguna Cenicienta y, cada vez que podemos, volvemos a deleitarnos con la historia para calzarnos por enésima vez sus
zapatos. Y es que la historia tiene un espejo disponible para cada mujer, para cada adolescente y cada niña.
Encajar en el zapato de cristal
Isabel está casada con Enrique, un hombre encantador que le lleva muchos años y que pone su mejor empeño en educarla (“¡por su bien!”). Cuida su vestuario, está pendiente de sus
modales en la mesa y cada tanto corrige su vocabulario. Así que ella tiene la impresión de que todo lo hace mal y se siente cada vez más insegura. Gloria no tiene ese problema,
porque ella viene de una familia bien en donde los modales y el buen hacer se dan por sentados, pero Miguel, su pareja, es un intelectual para quien los gestos de educación son artificios de una
rémora pequeño burguesa que hay que desterrar. Así que Gloria pone todo de su parte para negar sus orígenes y adaptarse a las normas y gustos impuestos por Miguel, pero da igual: él suele
tildarla de “pija” y la hace sentir desfasada y fuera de lugar entre sus amistades.
Antonio, por su parte, se exaspera con los comentarios que hace Paula, su mujer, y pone caras cada vez que interviene en una conversación entre amigos. Diga lo que diga, siempre tiene una nota a
pie de página que agregar a sus comentarios, la corrige y le da clases en público. Paula ha optado por guardar silencio y escuchar. Estas tres mujeres tienen en común el sentimiento
de inadecuación, la sensación de no terminar de encajar en el zapatito de cristal en el que sus parejas se empeñan en hundirlas. Cada uno de esos hombres quiere mucho a una mujer
imaginaria y muy poco a la Isabel, a la Gloria o a la Paula de carne y hueso que tienen a su lado. Cada una de ellas se siente una Cenicienta obligada a representar un papel que no
está en su naturaleza ¡con tal de encajar!
Pero esa no es la peor cara que el cuento nos propone. Lo que hacen las hermanastras para asegurarse un lugar junto al príncipe es todavía más espeluznante. Según la versión de los hermanos
Grimm, una de ellas se corta los dedos de los pies y la otra se rebana el talón, ¡cualquier cosa para ajustarse al tamaño diminuto del zapato! ¿Cuántas mujeres brillantes y exitosas
disimulan y esconden sus triunfos para no desmerecer a sus parejas? ¿Cuántas se hacen pasar por tontas con tal de no asustar al pobre príncipe? Que alguien oculte sus defectos para
seducir, vale, pero ¿disimular las virtudes y los logros para sentirse aceptada?
Hablamos del Síndrome de Cenicienta para referirnos a esa mujer que vive con la sensación de impostura y bajo la amenaza constante de ser descubierta en el
disfraz. Independientemente de sus logros personales y profesionales, la mujer-cenicienta se siente con su pareja como una becaria en eterno período de prueba: con la sensación de
que siempre tendrá algo que ocultar y algo por demostrar. ¡No puede ser ella misma junto a su pareja, ni se siente cómoda en sus zapatos!
El peligro del cuento reside en la certeza del final feliz. A veces soportamos lo insoportable y consentimos lo imperdonable porque en alguna parte tenemos la secreta convicción de que nuestra
historia de amor terminará como en los cuentos. Aceptamos hacer de Cenicientas: “Es por un tiempo”, nos decimos. “Es que el pobre está atravesando una mala época”, le disculpamos, y
seguimos allí, con la dignidad despeinada y el orgullo cubierto de hollín, porque nosotras sabemos que “no importa quién borre el camino, marcado está el destino, y el sueño se
realizará”, como canta la protagonista de la versión de Disney. Ese día, él dejará a la otra, será amable, querrá comprometerse y nosotras reinaremos como estaba escrito.
La edad imposible
Este personaje también nos representa en esa edad imposible que transcurre entre la infancia y la adolescencia. La niña ya no quiere jugar a las muñecas, pero todavía no es una
mujer... Para aceptar su identidad femenina, necesitará atravesar el duelo por el cuerpo infantil y reconocerse mujer en ese nuevo cuerpo que está creciendo sin permiso y que la desconcierta
porque todavía no sabe bien cómo tratar.
Un día, un príncipe –es decir, la vida– decide que todas las chicas del reino, hasta la que se siente más horrorosa, están obligadas a asistir al baile de la vida adulta. Y es que
“la edad de merecer” –el paso del tiempo– nos llega a todas como un decreto que no permite discusión. Todas tenemos derecho y estamos obligadas a asistir a ese baile. Queramos o no, acudiremos.
Mejor o peor vestidas, con o sin ganas, preparadas o no... nos quedaremos a bailar o saldremos corriendo, pero todas iremos. ¿Todas? Nuestra Cenicienta está convencida de que a ese baile irán
¡todas menos ella! Ella, en ese lugar, solo podrá hacer el ridículo y prefiere volver al escondite de la infancia, donde sabía cómo moverse sin ser vista. Porque claro: ¡no quiere
crecer!
La salida al mundo, la puesta a prueba de la propia feminidad, aparece en el cuento a través del gran baile. Así, nuestra pequeña Cenicienta atraviesa cada salida al mundo llena de
dudas: “¿Esto me queda bien?”, “¿esto se lleva?”, “¿cuál es mi estilo?”, “¿cómo soy de verdad?”, “¿y el pelo?”, “¿y estos pechos? ¡Siempre demasiado pequeños o demasiado grandes...!”, “¿qué me
pongo?”. En medio de tanta incertidumbre y vértigo, ¡cuánto necesitamos de un hada madrina! “¡Una mirada tuya bastará para sanarme!”, se dice la niña. Cualquier gesto de aprobación
transformará la calabaza en carroza, el cabello andrajoso en un pelo de anuncio, y a la niña harapienta que nos sentimos, en una princesa. ¡Y viceversa! Porque nunca falta la
madre-bruja, que realiza el conjuro al revés: “¿Te vas a poner “eso”?”. “¿Vas a salir “así” o vas a peinarte?”. El “eso” y el “así” resonarán en la mente de la niña-mujer que volverá a sentirse
inadecuada, equivocada, Cenicienta...
Un paso importante en el proceso de convertirse en mujer consiste en demostrar un cierto cuidado por la apariencia personal. Buscar un estilo propio, vestirse y desvestirse, cambiar
de look, calzarse, teñirse o cortarse el pelo, llevar rastas, piercings, tatuajes o pintarse las uñas de colores inverosímiles, como quien juega a la Barbie con el propio
cuerpo. Este juego no es una mera frivolidad, y conseguir un resultado armónico es un logro que lleva su tiempo. A veces distinguimos a distancia que una mujer no se miró al
espejo antes de salir de casa. El espejo que falla no es el de casa, sino el “espejito, espejito” en el que una niña se reconoce mujer: los ojos de su madre.
Heredar o hurtar
Por supuesto que la niña también tiene su espejo en el cuento. Cenicienta, como ella, en sus mejores momentos fue la princesa de mamá y papá. Ella, como Cenicienta, también
tuvo una vez una madre maravillosa que la adoraba y que ya no está, y ahora tiene que convivir con una madrastra insoportable que le chilla, que la educa y que ya no le consiente todo. Además,
los hermanos –que siempre son “hermanastros”– despiertan al Caín que algunos llevamos dentro, y ya sabemos cómo termina ese cuento... Así, por una parte, la niña se siente merecedora del castigo
que recibe Cenicienta. A la vez, las hermanastras del cuento son tan crueles y despiadadas –¡qué alivio!– que su rencor está justificado.
Además, el cuento traza el trayecto que va desde la imitación hasta la identificación, entre la verdad y la mentira, un ser o no ser, que no tiene edad. ¿Quiénes fingimos ser? ¿Quiénes somos? ¿En
qué consiste ser una mujer? ¿Qué hereda y qué hurta este personaje de cuento?
Toda princesa oculta a una niña insegura que se ve como Cenicienta y que teme que en cualquier momento se rompa el hechizo: “Si me conociera de verdad, no me querría.” Y debajo de
toda mujer que se siente así duerme una princesa que espera su momento estelar: “Un día, alguien descubrirá a la princesa que soy, y cambiaré las miserias de esta vida cotidiana por un destino
más lustroso”. Es el camino entre el “todo me lo merezco” y el “no valgo nada” que muchas mujeres transitamos de ida y vuelta varias veces por semana...
Ella y nosotras
“Pretty Woman”: Se ha emitido 16 veces en España. 15 de ellas fue líder de audiencia.
“Cincuenta sombras de Grey”: Con tres millones de copias vendidas en español, se estima que en nuestro país lo han leído seis millones de personas.
“My Fair Lady”: Se estrenó en 1956. Desde entonces, siempre está en cartel en algún lugar del mundo.
La autora da cuenta de “un nuevo abordaje” para enfermedades de la piel en chicos, que se desarrolla en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez: con la participación de las familias, se logra “expresar el malestar anímico ligado con la enfermedad somática”, lo cual permite “disminuir la medicación y evitar las reiteradas internaciones”
La sintomatología del niño refleja enfermedad en uno de los progenitores, en ambos o en la situación social, y es esto lo que necesita atención.
D. W. Winnicott
Tomás, de seis meses, padece dermatitis atópica, según los padres “desde el nacimiento”. Así lo cuentan en la sesión multifamiliar, y dicen que el bebé ya estuvo dos meses internado. La mamá habla muy ansiosa, mientras el niño, que tiene medias en las manos para que no pueda seguir rascándose, llora y se pasa las manitos por la cara y el cuerpo. La madre cree que es genético, dice que no lo puede relacionar con nada, que todo ha sido normal. Después, miembros de otras familias hablan de distintas situaciones y ella interrumpe: “Ah, a mí me pasó algo parecido: antes del parto, se nos incendió la casa y perdimos todo; tuvimos que mudarnos a lo de mis suegros. El parto fue normal pero me maltrataron mucho, estuve muchas horas con inducción y después estuve muy triste. Creo que era depresión, porque no podía levantarme de la cama. Me costaba ocuparme del bebé”. Cuando la madre pudo recordar y sentirse contenida y comprendida, el bebé se tranquilizó y dejó de rascarse.
Desde el 2011, en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez venimos desarrollando un nuevo abordaje interdisciplinario de la patología mental y de piel, junto con las médicas Ianina Mássimo y Silvia de Francesco del servicio de Dermatología, y gracias al apoyo de los jefes de los servicios de Salud Mental, Gustavo Finvarb, y de Dermatología, José Antonio Mássimo.
Organizamos sesiones multifamiliares: asisten madres y padres con sus hijos, bebés, niños o adolescentes con patología de piel; a veces vienen acompañados de otros familiares. Los niños y púberes presentan: vitíligo, psoriasis, alopecias, acnés severos; en la mayoría de los casos llegan con dermatitis atópicas. Por distintas razones, muchas veces la intervención psicoterapéutica con esta población hospitalaria se limita a una, dos o pocas consultas. En todo caso, dada la distancia que deben recorrer muchas de estas personas para llegar al hospital, pensamos en la importancia de valorar cada encuentro como una posibilidad única, en la que puedan lograr alguna ligadura psíquica con la enfermedad orgánica. Rescatamos así la “consulta terapéutica única” que efectuaba Donald Winnicott en Londres: él recomendaba “el aprovechamiento cabal de la primera entrevista” (Clínica psicoanalítica infantil).
Adaptamos este criterio a la práctica de la escuela para padres multifamiliar, creada por Eva Rotenberg sobre el modelo de psicoanálisis multifamiliar de Jorge García Badaracco. Este encuadre, que resultó innovador y efectivo para la patología mental severa en adultos, fue aplicado por Rotenberg a niños y adolescentes y se muestra muy efectivo también para la patología orgánica. Winniccott tenía una o más entrevistas con un niño; nosotros, en una hora y media, atendemos a un grupo multifamiliar.
En nuestra experiencia, aun en aquellos casos en que al principio no conectan la aparición de la enfermedad dermatológica con ninguna situación traumática o difícil en particular, al escuchar el relato de otras familias se produce la conexión emocional con el sufrimiento familiar o del niño mismo que lo expresa en su piel. En esos momentos especiales, todos los asistentes al encuentro multifamiliar advertimos, con asombro, que en casos de dermatitis atópicas, tan pronto la madre o los padres comienzan a relacionar sus pérdidas, angustias de muerte, duelos no elaborados, los niños se alivian y comienzan a dibujar y jugar.
Las dermatitis atópicas producen comezones de tanta intensidad que los niños no paran de rascarse; el permanente rascado impide al pacientito descansar, ni de día ni de noche, hasta producir en la piel lesiones que pueden infectarse. La familia se siente angustiada e impotente. Desde el punto de vista médico no hay una etiología clara. Su tratamiento médico comienza por la administración de pomadas dérmicas, que generalmente no producen mejoría; entonces se administran corticoides, y si no surten efecto, el paciente recibe medicación más drástica, que mejora la afección dérmica pero puede exponerlo a importantes efectos adversos.
A partir de la intervención psicoanalítica con este encuadre ampliado, constatamos que los niños comienzan a mejorar, lo cual permite disminuir la medicación y evitar las reiteradas internaciones. En un ámbito de seguridad y confianza emocional, tanto las familias como los niños llegan a expresar el malestar anímico ligado con la irrupción de la patología somática.
Winnicott utilizaba el “juego del garabato”, dibujando con el niño. En nuestro abordaje, los niños de distintas edades dibujan expresando su “sí mismo verdadero” y las situaciones de sufrimiento. Si los niños lo permiten, los dibujos son vistos por todos los asistentes y comentados e interpretados por las terapeutas. Esto suscita resonancia emocional en los demás.
Los dibujos de los niños sorprenden porque siempre expresan la problemática personal y familiar; y a medida que se logra la compresión de lo que trasmiten, se van modificando: adoptan características propias de la etapa evolutiva del niño, o expresan problemáticas todavía no abordadas.
El encuadre del psicoanálisis multifamiliar nos resulta adecuado para trabajar aquellas zonas del aparato psíquico que no han tenido acceso a la palabra, y trabajar la trasmisión de lo traumático de padres a hijos: ésta, en tanto no pueda procesarse, enferma. “Este encuadre permite poner palabras a lo mudo, a la ausencia de metáforas en el lenguaje que se cosifica en la irrupción de la patología dermatológica y en otras enfermedades orgánicas, concretando en el cuerpo el dolor psíquico” (Rotenberg, Eva y Stenger, Elena: “Manifestaciones somáticas en la infancia”. Jornadas de Psicosomática, Asociación Psicoanalítica Argentina, 2012).
En nuestra observación clínica de la enfermedad dermatológica también corroboramos la conceptualización winnicottiana de falla ambiental. Sostenemos que “cuando falla la contención materna (paterna) en su función de transformación de las ansiedades, el cuerpo-continente del niño se manifiesta” (Rotenberg, Eva y Stenger, Elena: “Escuela para padres multifamiliarHospital de Niños Ricardo Gutierrez”: Jornada de Hospitales, Asociación Psicoanalítica Argentina, 2012).
Las enfermedades dermatológicas que observamos se encuentran ligadas a situaciones de sufrimiento familiar: duelos, pérdida laboral, sobrecarga de actividad de la madre, del padre o de ambos; ausencia de alguno de los padres; problemas en el vínculo de pareja: infidelidad, separaciones, enfermedad mental o física, mudanzas a repetición.
En algunos casos, como el que hemos presentado, la patología de piel se da en bebés que, no teniendo un yo capaz de elaborar pensamientos, tampoco cuentan con el yo materno para transformar las ansiedades, sino que tal vez, al contrario, las amplifica. El rascado compulsivo de la dermatitis atópica es producto de un exceso de carga emocional que no tiene otro modo de descarga, hasta que no se ponen palabras que permitan vivenciar el sufrimiento.
El bebé o niño pequeño no tiene posibilidades psíquicas para la expresión y elaboración de los sufrimientos psíquicos propios, menos aun el de las personas significativas de su entorno. Puede haber en el niño un excedente de excitación, no psíquica: en ciertos casos, corresponde a un trauma parental, traspasado de los padres al niño; en otros, hay contenido traumático que incumbe a la familia toda pero que el niño o adolescente no puede resolver ni procesar. El cuerpo es el medio privilegiado para expresar en clave orgánica aquello para lo cual todavía no hay capacidad de simbolizar. El cuerpo se constituye en “lenguaje que reemplaza la metáfora”.
La enfermedad aparece como expresión de los vínculos del bebé con la madre y el padre, o del niño o adolescente con la madre, el padre y los hermanos. En los encuentros de la escuela para padres multifamiliar, al abordarse la problemática de las relaciones duales y familiares, el alivio de los síntomas dérmicos puede ser inmediato.
El diagnóstico médico sirve muchas veces como “significante de la mirada del entorno, que devuelve una marca identificatoria muy fuerte, y alrededor del cuerpo injuriado se construye lo que hemos denominado identidad corporal: cuando alguien es nominado y hablado por y desde su enfermedad” (Rotenberg, E. y Vázquez, L.: “Trasplante de órganos”, trabajo presentado en la XVI Jornada de niños y adolescentes, APA).
Frecuentemente, la manifestación en el cuerpo expresa, por parte del niño o adolescente, una gran preocupación por algo que está sucediendo en su familia pero de lo que no se habla. Ana, una adolescente que consultaba por vitíligo, dotada intelectual y artísticamente, sufría acoso en la escuela por su obesidad y se encontraba al borde de un brote psicótico. En su familia había habido internaciones por problemas mentales severos y adicción a las drogas; ella había perdido contacto con su padre desde los tres años. Su sufrimiento y riesgo no eran registrados por su familia, numerosa, con dificultades de vivienda, con hijos que se convertían en padres adolescentes y nietos que la mamá de Ana intentaba criar como podía, con el consiguiente e involuntario abandono en el acompañamiento de esta hija. La convivencia en el hogar de varias generaciones –Ana tenía sobrinos de su edad– le producía confusiones y confrontaciones por la posesión de la madre-abuela. El dolor psíquico y el desaliento emocional se expresaban con la pérdida de coloración en la piel, afección dermatológica que se conoce como vitíligo.
La acción de las psicólogas, las médicas y también de las otras familias del grupo multifamiliar permitió rescatar a esta adolescente de un sufrimiento silenciado y no advertido, que sólo se manifestaba en su cuerpo. La madre comenzó a registrar la situación, pudo poner límites a sus hijos mayores y ocuparse de Ana, que la necesitaba. La terapeuta coordinadora se comunicó con la escuela, e incluso se pudo localizar al padre, con quien ella logró tener algún contacto. Como efecto de transformaciones emocionales tan positivas, unidas al tratamiento médico, comenzó a recuperarse la pigmentación de la piel. Una vez más se muestra que somos una unidad cuerpo-mente; lo que sucede en una de las áreas afecta a la otra.
* Texto extractado del trabajo “La ‘Consulta Terapéutica’ en la Escuela para Padres Multifamiliar en el servicio de Dermatología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez”, que fue presentado en el 21º Encuentro Latinoamericano sobre el Pensamiento de Winnicott.
El Consejo Provincial del Colegio de Psicólogos encendió la luz de alarma ante el fenómeno de la patologización de la infancia. A través de un comunicado, las autoridades de la entidad –que nuclea a los profesionales de toda la provincia– advirtieron que "es un riesgo seguir usando el manual de diagnóstico DSM V de la Asociación Americana de Psiquiatría". "Lo único que hacen esas clasificaciones es responder a las necesidades de los grandes laboratorios", cuestionó en contacto con Rosario3.com, Jorge Portaneri, presidente del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Santa Fe de la 1ª Circunscripción. Además, en el comunicado manifestaron que las concepciones que anida ese manual "permitieron que se aprobara en Santa Fe una ley de autismo que maneja cifras elevadísimas: se habla de 32.000 niños con autismo en la provincia".
El DSM es el manual que se utiliza para clasificar las patologías mentales a través de un test de evaluación donde entran en juego instrumentos para estandarizar comportamientos pero también para encasillar el sufrimiento de niñas, niños y adolescentes. El DSM, según los psicólogos, escapó al ámbito específico de la psiquiatría y comenzó desde hace varios años a ocupar otros territorios: escuelas, gabinetes, hospitales, médicos clínicos, juzgados.
Es la hora del recreo. Un grupo de niños juega a la pelota mientras M. se queda sentado bajo un árbol. Primero hace andar un autito en la tierra, luego toma una pequeña rama y en silencio y sin levantar la vista hace trazos en el suelo. Las maestras lo observan alejado del grupo y enseguida sacan una instantánea. "M. no demuestra interés por el deporte competitivo, tiene problemas para entablar conversaciones y siempre parece estar en la Luna", según el ojo que lo mira y que en muchos casos está atravesado por las indicaciones de este manual de la Asociación Americana de Psiquiatría que desde hace tiempo preocupa a los profesionales especializados en piscología infantil.
En Santa Fe y nucleados en el Colegio de Psicólogos, esta semana los profesionales respondieron con críticas fuertes "a la patologización de la infancia que impulsa el manual que no hace más que rotular y clasificar síntomas para medicar o tratar de forma extrema".
Según Portaneri, "el manual sigue ampliando la lista de trastornos hechos a la medida de la industria farmacéutica. Ya en 1980 se habían añadido 112 nuevos trastornos mentales a la tercera edición del DSM, en la tercera edición revisada (1987) y en la cuarta (1994) aparecieron otros 58 trastornos más".
¿Qué es lo normal y qué lo anormal? Establecer el límite mediante el DSM es cada vez más difícil. En EE.UU. declararon como “trastorno” la adicción a la computadora, al chat, a la cirugía estética, entre otros. Es así que si esas conductas son diagnosticadas como trastornos psiquiátricos, los seguros médicos están obligados a cubrir el tratamiento, por lo cual los laboratorios fabricantes de psicofármacos engrosan sus ganancias de la mano de la ampliación de estos criterios.
"Lo que más preocupa es que se está usando para determinar ya en un niño de 18 meses que tiene una enfermedad incurable, que sólo puede ser tratada sintomáticamente lo cual marcará seriamente su vida de ahí en más. Y en muchos casos no son los profesionales los que diagnostican sino los padres y maestros", apuntó.
Las etiquetas que se importan
El "trastorno de ansiedad social", llamado primero "fobia social", fue uno de los siete nuevos trastornos de ansiedad creados en 1980. Para la década de 1990 los expertos lo llamaban "el
trastorno del decenio" e insistieron que hasta uno de cada cinco estadounidenses lo padecía. En 1987 se le añade la aversión a hablar en público lo que lo hace aún más elástico para incluir
prácticamente a todo el mundo.
Los diagnósticos correspondientes al trastorno bipolar aumentaron en 4.000% y la sobremedicación es imposible sin sobrediagnóstico. Según el comunicado del Colegio de Psicólogos, "uno de los
responsables de la llegada del trastorno bipolar a EE.UU. es el psiquiatra Joseph Biederman, que lleva años haciendo estudios y conferencias sobre el tema y que recibió 1,6 millones de dólares
entre el año 2000 y el 2007, procedentes de las farmacéuticas que fabricaron los medicamentos para dicho trastorno, al parecer para dedicarlos a seguir investigando la enfermedad".
Hasta los años noventa era una afección desconocida en los niños. Ahora ya es uno de los diagnósticos más frecuentes en psiquiatría infantil, las visitas se han multiplicado por 40 en menos de 10
años, siendo muchos de los “enfermos” niños de dos y tres años.
Las rabietas, berrinches o caprichos, también forman parte del DSM. Incluso, se recomienda tratarlas si son más de tres a la semana durante un año aunque se trate de niños pequeños, de entre
2 y 4 años, donde esas actitudes son no sólo frecuente sino naturales y esperables.
El gobierno estadounidense dice en base a estos parámetros que uno de cada cinco niños tiene un trastorno de la salud mental manejando el siguiente cuadro:
TDAH – 7 % de los niños han sido diagnosticados. (Trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad)
TRASTORNOS DE CONDUCTA – 3,5 % niños
TRASTORNOS DE ANSIEDAD – 3% niños
DEPRESIÓN – 2% niños
AUTISMO – 1% niños
SINDROME DE TOURETTE – 2 de c/ 1000 niños
El TDAH es diagnosticado a través de cuestionarios plagados de términos que dependen del criterio de quien lo llena como poco, demasiado, a menudo estas preguntas son contestadas habitualmente
por los padres o maestros.
El T.G.D. o espectro autista (como figura en el DSM V que amplía aún más su cobertura) se diagnostica como el TDAH con cuestionarios (en este caso el chat) que habitualmente responden los padres según lo que les parece poco, demasiado, habitualmente.
"Hay profesionales que trabajan desde la idea que es genético y es necesario remarcar que hay que pensarlos desde cuestiones psicosociales. A los padres les alivia la culpa el pensar que sus hijos nacieron así y que tienen la solución al alcance de la mano", concluyó Portaneri.
Mientras en Estados Unidos alrededor del 9% de los escolares han sido diagnosticados con Trastorno de Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH) y en Chile alrededor de un 5%, en Francia apenas un 0,5%. ¿Cuál es el motivo?
La terapeuta familiar estadounidense y doctora en psicología, Marilyn Wedge, explicó en una columna en el portal especializado Psychology Today, que en Norteamérica “los psiquiatras consideran al TDAH como un trastorno biológico con causas biológicas, por lo que el tratamiento elegido es también biológico: medicamentos psicoestimulantes como Ritalin y Adderall”.
En cambio, señala la especialista, “los psiquiatras franceses, ven el TDAH como una condición médica que tiene causas psico-sociales y situacionales”, esto quiere decir que en lugar de tratar los problemas de comportamiento con medicamentos, los profesionales parisinos se centran en el contexto social del niño. De este modo, el problema se trata con psicoterapia o terapia familiar. “Esta es una manera de ver las cosas muy diferente a la tendencia estadounidense (que se acerca mucho a la chilena) de atribuir todos los síntomas a una disfunción biológica, como un desequilibrio químico en el cerebro del niño”.
Además, la profesional explica que por lo general, en Francia no se utiliza el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM). Según el sociólogo Manuel Vallee, la Federación Francesa de Psiquiatría ha desarrollado un sistema de clasificación alternativo llamado CFTMEA (Classification Française des Troubles Mentaux de L’Enfant et de L’Adolescent), lanzado por primera vez en 1983 y actualizado en 1988 y 2000. “El enfoque de CFTMEA es identificar y abordar las causas subyacentes de los síntomas psicosociales de los niños”, explica.
“En la medida en que los médicos franceses tienen éxito en encontrar y reparar lo que ha ido mal en el contexto social del niño, menos pequeños califican para el diagnóstico de TDAH. Por otra parte, la definición de TDAH no es tan amplia como en el sistema americano, que, a mi juicio, tiende a ‘patologizar’ gran parte de lo que es el comportamiento normal de la infancia. El DSM no considera específicamente las causas subyacentes. Por lo tanto, lleva a los médicos dar el diagnóstico de TDAH a un número mucho mayor de niños sintomáticos, alentando al mismo tiempo a tratar a los niños con los productos farmacéuticos” complementa la experta.
Alimentación y estilo de vida
Por otro lado, Wedge dice que el sistema parisino toma en cuenta factores como la alimentación, pues algunos colorantes artificiales y preservantes pudieran afectar la conducta de los menores. “En los Estados Unidos, el enfoque estricto sobre el tratamiento farmacéutico del TDAH, anima a los médicos a pasar por alto la influencia de factores dietéticos sobre el comportamiento de los niños”, explica.
Además, señala que en Francia también influye el estilo de crianza de los padres, que se caracteriza por establecer límites claros. Ella afirma que es muy difícil que en una familia francesa, un niño “picotee” entre comidas, ya que la mayoría ha aprendido que las comidas son cada 4 horas y que deben esperar pacientemente si les da hambre a una hora que no corresponde.
“Como terapeuta que trabaja con niños, tiene perfecto sentido para mí que los niños franceses no necesiten medicamentos para controlar su comportamiento, porque aprenden autocontrol temprano en sus vidas. Los niños crecen en familias en las que las reglas son bien entendidas, y existe una jerarquía familiar clara. En las familias francesas, los padres se hacen firmemente cargo de sus hijos, al contrario del estilo de la familia estadounidense, en el que la situación es muy a menudo viceversa”, finaliza.
El psiquiatra chileno Claudio Naranjo (Valparaíiso, 1932) es una de las figuras más relevantes del humanismo contemporáneo. Aunque se dio a conocer por sus trabajos en torno a la terapia gestalt y el eneagrama de la personalidad, desde finales de los noventa ha centrado sus estudios en el ámbito de la educación. Pese a tener ya 80 años, Naranjo escribe una media de dos o tres libros al año y sigue impartiendo conferencias en todo el mundo.
En su última visita a Madrid, Naranjo atendió a El Confidencial en un pequeño piso del barrio de Ibiza, donde suele pasar las noches cuando visita nuestro país. El psiquiatra no necesita hoteles: en casi todas las ciudades tiene admiradores que le ofrecen techo, amistad y le siguen a todas partes. En cierto modo Naranjo parece un profeta, aunque él nunca se definiría como tal. Su misión, en cualquier caso, sí la tiene clara: trasmitir la idea de que es necesario cambiar este mundo, y de que ese cambio tiene que empezar en nosotros mismos.
Sólo hay dos cosas que pueden hacer que el mundo se transforme: un cambio personal y una nueva educación“Las personas están mal”, explica Naranjo, “y sufren en parte porque no saben que sufren”. Esta desazón vital, cuenta el psiquiatra, hace que aparezcan la depresión, las enfermedades psicosomáticas y se pierda la motivación y el sentido de la vida. “Hay malestar”, asegura, “pero el malestar no llegará más lejos mientras no se transforme en algo más”. En su opinión, sólo hay dos cosas que pueden hacer que el mundo se transforme: un cambio personal y una nueva educación.
Cambiar la educación para cambiar el mundo.
Para Naranjo la educación es la institución más podrida de nuestra civilización pues lo que debería servir para hacernos hombres sirve en realidad para acabar con nuestra humanidad: “Hoy la educación está al servicio del poder y las empresas. Hay una voluntad política para que la educación sirva para tener a la persona dormida, para que forme parte del rebaño. No se puede comprobar, pero funciona así. Uno tarda en darse cuenta porque hemos sido educados en los valores de esta educación. La educación cumple su función deshumanizadora, pero no nos damos cuenta porque somos inconscientes”.
La verdadera función de la educación, cuenta el psiquiatra, debería servir para ir más allá de lo que somos. “En una escuela ideal”, explica Naranjo, “acompañaríamos los procesos de aprendizaje, fomentaríamos la creatividad y ayudaríamos a los niños a saber, sin la presión de las clasificaciones. Los exámenes son trabajo, no educación. Se enseña a los niños a pasar exámenes que no sirven para nada y no son útiles en la vida”.
Los propios maestros, por mucho que critiquen el sistema, son responsables de que éste siga funcionandoEl psiquiatra, que vinoa España, entre otras cosas, para impartir un curso para profesores, cree que los propios maestros, por mucho que critiquen el sistema, son responsables de que éste siga funcionando sin mayores problemas: “El espanto de la escuela es que el profesor se pone un uniforme interior, y al dar clase deja de ser persona. Son como robots. Muchas mujeres están en la educación por un instinto maternal, pero lo ponen de lado, como si no fuese adecuado dar cariño a los niños y proporcionales una vida feliz”.
La nave se está yendo a pique, pero tenemos un bote salvavidas
En su último libro, La revolución que esperábamos (Ediciones La Llave), Naranjo asegura que estamos entrando en una transformación que habíamos dejado de esperar, y que más bien nos asusta: hasta hoy solo hemos conocido revoluciones políticas e ideológicas, y lo que ahora ocurre es una revolución de la consciencia.
En opinión de Naranjo, nuestros problemas sólo pueden ser resueltos con una conciencia distinta de los que los ha creado. “La educación”, cuenta, “debería ser la institución que liderara este cambio, debería estar a la cabeza, pero es la más obsoleta. Así son las burocracias. Comienzan teóricamente al servicio de algo, pero al final se sirven a sí mismas”.
La transformación, por tanto, no vendrá de manos de un cambio político, del que Naranjo no se fía. “Estoy en una época de mi vida en que estoy tirando la toalla respecto al cambio de las instituciones”, reconoce el psiquiatra. “No creo que se pueda ya hablar con las autoridades, con los que supuestamente tienen poder. Creo que la educación cambiará, si es que cambia, porque cambian los individuos”.
El colapso del sistema es nuestra única esperanza para construir algo mejorA lo largo de su vida, el psiquiatra, que en Latinoamérica es una reconocida personalidad, se ha citado con todo tipo de ministros y presidentes para hablarles de sus teorías sobre la educación pero, a día de hoy, no tiene la más mínima confianza en ellos: “Pienso que los políticos tienen un acuerdo para irse cambiando sin hacer nada. Cuando llegan al poder creen que van a ostentarlo, pero son parte de una red que no se puede modificar. Hoy en día la política no tiene poder. Los partidos tienen algo de poder aparente, no los gobernantes, pero es el poder económico el que controla todo, y la educación es su socio invisible, parte del complejo militar-industrial”.
Naranjo ya no cree, siquiera, en la protesta ciudadana. Y tiene un mensaje para la ‘marea verde’: “Las protestas educativas no tienen contenido, no piden un cambio en la educación, piden mejores sueldos. No se cree en una educación para trascender la mente patriarcal”.
Esta mente patriarcal, sobre la que Naranjo ha escrito largo y tendido, es para el psiquiatra el origen de nuestros males como sociedad. “Es una mentalidad de hombres cazadores que ya no cazan animales, sino hombres”, explica. “Una mentalidad que nos convierte en depredadores de nosotros mismos”. Por suerte, cuenta, la nave del sistema patriarcal, que construimos hace miles de años, ya no funciona, y está naufragando: “El colapso del sistema es nuestra única esperanza para construir algo mejor. No debemos preocuparnos por que se hunda o no el barco, debemos preocuparnos por encontrar el barco salvavidas”.
En sólo un año la cantidad de niños diagnosticados con déficit atencional pasó de 7.940 a 28.095. Era que no si rotular niños con TDAH aumenta la subvención escolar de de $51.138 a $141.746. Nos sumergimos en un extraño trastorno que surge después de que los laboratorios inventaran su fármaco: el Ritalín (hoy Metilfenidato), derivado de la anfetamina que se está dando a niños de kinder en varios colegios o en dosis que superan las cien pastillas al mes.
Las pastillas están ahí. En la caja que la directora guarda en el tercer cajón de su escritorio. Los niños entran uno por uno y tienen que tomarse el medicamento delante de ella. Abra la boca – le dice a los más díscolos. Como una comunión cada mañana. Pero en este ritual no hay rezos, feligreses ni menos algún espíritu santo. La hostia viene calculada en miligramos. Tras la comunión cada uno vuelve a su sala a sentarse tranquilo en la silla a seguir atento las instrucciones dadas por el profesor.
Los niños inquietos de antaño, de los que se decía que “tenían pidulle”, ahora serían ‘portadores’ de un supuesto Trastorno por Déficit Atencional e Hiperactividad (TDAH). En Chile afectaría al 5% en la población entre 4 y 18 años de edad, quienes en su mayoría son tratados con Metilfenidato (MFD), un derivado de la anfetamina. El profesor diagnostica, los padres (cuando pueden) pagan la consulta, el neurólogo receta, el psicólogo confirma y los inspectores dicen “tómese el remedio”. Tal como ayer fueron las varillas, hoy el MFD es ya una herramienta pedagógica y padres, agentes educativos y de salud terminan poniendo en la boca de un niño un fármaco que funciona en el cerebro de manera similar a la cocaína.
En el Consultorio Karol Wojtyla de Puente Alto entre enero de 2011 y agosto de 2012 se ha diagnosticado a 455 niños con TDAH. El promedio de MFD dado a cada niño son entre 30 y 60 dosis al mes. A un niño de 7 años le hacen tomar 80 dosis (2 pastillas al día) y otro niño de 10 años 60 dosis divididas en 3 pastillas cada día. Algunos niños no responden al tratamiento y sin mayor análisis los neurólogos o psiquiatras aumentan la dosis. Es el caso de una chica de 8 años, quien tiene que tomar 4 pastillas de lunes a viernes, o sea, 120 al mes.
Para el 2013 la Cenabast licitó la compra de 5.647.200 dosis de 10 MG. de MFD. Si comparamos con la compra de Ibuprofeno (25.652.267 dosis), se estima que el MFD requerido es un quinto del remedio más usado en consultorios y postas. Y eso que por Cenabast sólo pasa el 47% de los insumos hospitalarios.
La Importación de MFD a Chile pasó de 24,2 kilos en 2000 a 297,4 Kl. en 2011. Durante el 2012 se diagnosticó a 28.095 estudiantes con TDAH. Si el año 2012 se compraron 133.430 cajas de 30 comprimidos, gastándose $196.142.100; en 2011 fueron 174.536 cajas a un costo de $413.650.320.
El diagnóstico de TDAH es hecho mayoritariamente por profesores sólo a partir de la observación de la conducta del niño. El diagnóstico más difundido es el Test de Conner, que muchos profesores aplican en su versión abreviada de una página con categorías tan ambiguas como si el niño se distrae en la sala o no presta atención por periodos prolongados. Con el Decreto 170 el TDAH lo puede diagnosticar un profesor o un médico. Una condición para el diagnóstico de TDAH es que los síntomas se den tanto en el colegio como en la casa. Pese a esto, prima la percepción hecha en el entorno escolar.
A diferencia del común de enfermedades o trastornos, en el caso del TDAH surgió primero el medicamento, MFD, y después se hizo la nosología de la enfermedad. Inti Vega, médico del Programa de Bioética Médica de la Usach, comenta que “la aplicación del fármaco produce el criterio diagnóstico, validándose así la idea de un trastorno a partir del efecto del MFD. El remedio funciona en sanos y enfermos. Si lo tomo durante un mes voy a tener una funcionalidad distinta, al igual que los niños diagnosticados con TDAH”.
La neuróloga Ximena Carrasco define el TDAH como “un cuadro neuropsiquiátrico complejo, que se manifiesta en la esfera del comportamiento, de la conducta del sujeto, y que le genera desventaja o desadaptación en distintos ámbitos (personal, familiar, escolar, laboral, social). No es un trastorno en el estado de ánimo; tampoco es un déficit de la inteligencia general ni es una perturbación en el juicio de realidad. Se afecta la conducta”[1].
Francisco Aboitiz, neurobiólogo y director del Centro Interdisciplinario en Neurociencia de la PUC, sostiene que en dicho trastorno subyace “una alteración en los mecanismos de control cognitivo y conductual”.
En cambio para Andrés Garrido, Licenciado en Medicina e Interno Usach, “tomar a niños con problemas de conducta y transformarlos en objetos para la psiquiatría es producto de una escalada que pasa por la Disfunción Cerebral Mínima, y cada cambio mínimo de conducta va escalando hasta el DSM III y sus posteriores. Aún no hay claridad en su origen orgánico”.
Aboitiz sostiene que el TDAH se origina en una disfunción del neurotransmisor dopaminérgico, donde operan la noradrenalina y la dopamina[2], las que están asociadas al comportamiento y la cognición, motivación, atención y aprendizaje, entre varias otras funciones. Para Aboitiz “una de las funciones primordiales de las catecolaminas tiene que ver con la regulación de la conducta orientada a metas, que consiste en la capacidad de responder a estímulos que predicen la aparición de un evento, y la subsecuente orientación de la conducta en relación a dicho evento”[3].
Marcela Henríquez, del Departamento de Psiquiatría y Centro de Investigaciones Médicas de la PUC, sostiene que sólo se ha encontrado evidencia en la asociación entre TDAH y 6 genes relacionados con la transmisión sináptica y el metabolismo de los neurotransmisores catecolaminos, siendo uno de ellos el gen codificante para el receptor de dopamina D4 (DRD4)[4].
Carrasco y Aboitiz sostienen que en la gran mayoría de los casos de TDAH se trata de un trastorno hereditario (0,76 de heredabilidad, según algunos estudios) y concuerdan en que “el TDAH nos puede ayudar además a comprender los procesos del control de la conducta en la población general”[5].
Desde hace varias décadas el psiquiatra norteamericano Peter Breggin sostiene que no se puede relacionar a un niño que tiene un problema conductual con una alteración en su cerebro que estaría a la base de su conducta. “No hay evidencia que cualquiera de los trastornos sicológicos o psiquiátricos tenga un componente genético o biológico. Tampoco hay evidencia de que enfermedades mentales como el TDAH existan”- sostiene.
Lo apoya el neurólogo Fred Baughman, para quien los millones de niños que son medicados por hiperactividad son normales. “El país ha sido llevado a creer que cada emoción molesta es una enfermedad mental, y quienes dirigen la Asociación Psiquiátrica Americana saben muy bien que la están promoviendo como enfermedad cuando no hay información científica que confirme cualquier enfermedad mental”[6].
Carlos Pérez, quien acaba de publicar su libro Antipsiquiatría, dice que “el TDAH se inscribe en la inserción progresiva del modelo médico y la mirada clínica en las instituciones educativas con el fin de abordar problemas pedagógicos”. Pérez advierte que “el Ritalin cumple una función en el escalamiento terapéutico, es precursor de cuadros de comportamientos más graves y de medicación”.
Garrido, agrega que el uso del fármaco “deja de lado las particularidades del padecimiento subjetivo: El proceso de subjetivación de un niño, la entrada al lenguaje, a ser parte de una familia, de una comunidad. Lo que se espera de un niño y si responde a las expectativas no pueden catalogarse de que el niño está enfermo. Cuando las salidas son fármacos, no hay esfuerzos por dilucidar que hay detrás de ese síntoma”.
Juan Gonzáles, académico de la Universidad de Chile e investigador del Observatorio de Políticas Educativas (Opech), advierte que diagnosticar TDAH “perjudica las relaciones que el niño tiene con su entorno y lo hace sentir discapacitado. Eso afectará su desarrollo, debido a la carga de construir la personalidad desde una patología”.
Al resolver problemas sociales con fármacos se acepta que el problema es de los individuos y no de la sociedad. Carlos Pérez acusa que “se subjetiviza el malestar, echándosele la culpa a los individuos por problemas que son sociales. Así, un sistema educativo en crisis no es producto de pocos recursos educativos y anacronismo de las técnicas pedagógicas, sino que de los niños. De esta forma ensombrecemos un contexto escolar educativo precarizado y segregado. Pareciera así que el niño es único actor en el proceso de aprender”.
Pérez va más allá y sostiene que “los niños que medican con MFD no quedan más tranquilos ni tienen mejor rendimiento, sino lo que provoca es un efecto placebo. Los profesores que pierden la paciencia con un cabro chico, se relajan cuando le dan medicamentos y abandonan su posición estigmatizadora. Así se alivia el niño y el profesor. Es un efecto de la relación tras el uso del medicamento. No es que el Ritalin como pastilla haga algo bueno, sino que crea un contexto en que los implicados ven el mundo de manera diferente”.
Clasificado en el grupo de los psicoanalépticos (drogas estimulantes), el MFD tiene una estructura molecular similar a la anfetamina y actúa en el cerebro de la misma forma como lo hace la cocaína, según una investigación de Nora Volkow, directora del National Institute on Drug Abuse (NIDA), de EE.UU.
Garrido explica que “el medicamento activa los centros inhibitorios de la conducta, por lo que el chico se queda más tranquilo. Es un estimulante que eleva el nivel de neurotransmisores, como la dopamina, con un funcionamiento muy similar a la cocaína. No se tiene claridad ni certeza sobre sus efectos a largo plazo”.
Aún no se conoce con certeza la forma en que el MFD interviene en la sinapsis neuronal. Aboitiz cuenta que “no se sabe el mecanismo de acción exacto del MFD. Se sabe que actúa bloqueando una molécula que es un transportador de dopamina, un regulador muy potente de la conducta, y en la recaptura de noradrenalina. Eso se llama reactividad cruzada. Así se mantienen los niveles de dopamina y noradrenalina al interior de la célula”. Algunos estudios indican que una dosis de Ritalin de 0,5 MG./K. es suficiente para bloquear el 70% de los transportadores de la dopamina.
El MFD actúa sobre el lóbulo frontal aumentando la carga de dopamina. Según Aboitiz “al activarse el lóbulo frontal, se facilitan las funciones ejecutivas y el sujeto mejora su conducta; de allí que mejora su focalización atencional y al mismo tiempo reduce su impulsividad e hiperactividad, mejora su capacidad de perseverar y concretar tareas”[7].
El fármaco no mejora el supuesto trastorno, provocando su acción farmacológica “una conducta más autocontrolada por parte del paciente; y al terminar su efecto, el sujeto vuelve a ser el mismo”[8].
Matías tomó Ritalin desde Kinder hasta 7º Básico. Desde que un día una profesora le dijo a su mamá que “era un niño problema”, partió tomando ¼ de la pastilla, luego ½ y luego los 10 MG. De lunes a viernes. “Me sentía mal, me dolía la guata, me sentía ensimismado, sentía que la gente no me entendía. Pensaba que yo era el cuático, el extraño. No me gustaba hacer las mismas cosas que el resto de la gente. Con pastillas te concentras, pero al estar en el recreo, ante relaciones sociales, me sentaba y miraba lo que hacía el resto, no me sentía entendido. Era reacio al cariño”.
Cuando Gloria Carrillo dijo que iba a retirar a su hijo, Matías, del Colegio José Joaquín Prieto, de La Pintana, administrado por la Sociedad de Instrucción Primaria, en el colegio hicieron lo imposible para que no se llevara al niño. “Yo era una apoderado problema, distribuía volantes entre los apoderados que mostraban el sobrediagnóstico y los efectos dañinos del Ritalin, interrumpía las reuniones de apoderados y decían que mi niño era un problema, pero no me querían dejar ir”- cuenta Gloria.
Cuando Matías estaba en Kinder, con sólo 6 años, lo empezaron a medicar. “Era inquieto, pero en el jardín nunca se quejaron”- detalla Gloria. “A los pocos días de entrar a clases me mandan a ver un neurólogo luego de hacerle el Test de Conner abreviado. Como era tan pequeño, el profesional pidió el apoyo de un psicólogo, quien lo mandó de vuelta al neurólogo y le hicieron un encefalograma. Al 2º Semestre ya estaba tomando 10 MG. de Aradix (MFD) al día. En Iº Básico subió a 1½ pastilla, en el curso siguiente 2 y después 20 MG. al día.
Un día Gloria quiso probar qué efecto le hacía la pastilla a su hijo y se la dio un sábado. “Quería saber qué efecto le hacía y al verlo me morí de pena. Se quedó como en el limbo, pegado. Siempre lo ví corriendo, saltando y esta vez se puso a ver tele y se quedó pegado comiéndose las uñas hasta salir sangre. No hablaba y tampoco comía y eso que se come todo”- cuenta.
Desde que tomaba el fármaco, Matías llegaba con la colación de vuelta a la casa y no participó en actividades extraescolares ni bailó en los actos. Su mamá cuenta que en 3º Básico quedaba tan somnoliento que sus compañeros le hacían bullying. La duda la hizo participar de un taller organizado por el Opech en su barrio, en el que fue aprendiendo de los efectos del Aradix. “Me costó más de un año tomar la decisión. Es que la presión de la psicóloga del colegio era fuerte. Lo interrogaba siempre si se tomó la pastilla. Sufrimos como familia, la presión es fuerte ¿Como mamá qué haces?”.
“No hablaba el tema sin llorar y el colegio manipulaba la situación. Yo le llevé información a la psicopedagoga sobre el medicamento, les decía que el problema tenía que ver con los métodos educativos que no se adaptan a los tiempos ni al avance de los niños. La psicopedagoga no tenía idea de los daños que puede causar el MFD y nunca se cuestionó medicar a niños. Me dijo que a ella le enseñan a tratar a niños con el medicamento”- cuenta Gloria.
Un día decidió no darle más Aradix y se la reemplazó por dulces. El chico siguió igual e incluso se volvió más sociable. Recién a los 10 años participó en alguna actividad extraprogramática y desde este año va a otro colegio. Aún hoy Gloria se pregunta por qué tanto interés del colegio para que Matías se quedara.
Desde que en 2010 entrara en vigencia el DL 170, el TDAH pasó a ser Necesidad Educativa Especial (NEE), lo que implicó pasar de una subvención de $51.138 dada por un estudiante normal a una de $141.746. O sea, casi tres veces más dinero para el sostenedor del colegio. En el curso de Matías, el año 2011 de 43 alumnos, 20 estaban medicados.
Hoy son 2.175 establecimientos que se acogen al programa PIE (Proyectos de Integración Escolar), que entrega recursos para contratar profesionales especializados para atender a los niños diagnosticados con TDAH.
Carolina Correa Braun, directora del Colegio José Joaquín Prieto de La Pintana, sostiene que no hay ningún niño de los 1.582 que educa el colegio que perciba subvención por Necesidad Educativa Especial (NEE) y que resuelven por si solos los casos de Trastorno por Déficit Atencional e Hiperactividad (TDAH).
Si el 2011 en la Región Metropolitana eran 2723 los estudiantes de colegios públicos y subvencionados diagnosticados con TDAH, en 2012 subieron a 8.339. En la VIIIª Región pasaron de 1.492 a 6.001. El total nacional pasó de 7.940 a 28.095.
Gonzáles opina que “debido al sistema de financiamiento por el vouchers y el aumento de las subvención por NEE, diagnosticar a niños con TDAH se ha transformado en un negocio. Los colegios con tal de subir la subvención están haciendo el diagnóstico al tun tun”.
Gloria cuenta que “te convencen de que tu niño es un niño problema, que es un cacho. Y que te digan eso es súper fuerte, por ello para muchos papás es un tabú. Los apoderados se creen el modelo médico. Se creen que su hijo está enfermo y hay que medicarlo, cuando en ese colegio los profesores aún hacen una clase entera escribiendo todo en la pizarra y me hacían problemas porque mi cabro no escribía. Un día les dije a los profesores ‘eres tú la que no innova en métodos pedagógicos. Usas una pizarra y un cuaderno en la época del play station’”.
Cuando María Pucheu, psicóloga infanto juvenil de un Cesfam en Puente Alto, intentó convencer a los profesores de los riesgos que conlleva la excesiva medicalización, estos le dijeron que “tienen a 40 más en la clase y lo sienta adelante y le repite la instrucción, pero no puede dejar que interrumpa a los otros niños. Los profesores son la piedra de tope de este sistema, se les exige estadísticas como el Simce o la PSU, que miden muy poco”.
El Opech ha recibido denuncias de que los apoderados son presionados por las escuelas para medicar a sus hijos, incluso condicionando su permanencia en los colegios. Gisett, profesora del Colegio Australia de La Pintana, cuenta que es habitual que en los colegios se les diga a los padres: “Su hijo no se controla en la sala, llévelo al médico. En el consultorio le darán las pastillas”.
Pucheu también lo ha constatado: “Se les dice a los papás que si no medicalizan a sus hijos, estos serán futuros delincuentes o van a tener trastornos mentales. Un papá que no tiene formación en salud así acepta la medicalización”.
Para muchos docentes y comunidades educativas medicalizar a niños con drogas se ha banalizado. Gisett acostumbra escuchar de sus colegas palabras como “tal chico está insoportable porque no se tomó las pastillas”; o a estudiantes decirle “tía: dele la pastilla luego”; o que un niño le dice a otro: “No te has tomado la pastilla”.
En una ocasión un niño de 2º básico fue a pedirle pastillas y otro de 11 años toma 3 al día en un colegio donde hay un promedio de 40 niños por sala y cuentan con 2 data con el cable malo y 2 notebook sin cargador para hacer clases. “Con menos alumnos y más recursos pedagógicos puedes manejar la situación. En un curso de 40, un alumno puede hablar sólo una vez en la clase”- destaca. La normativa permite tener hasta 45 alumnos por sala de clase, pudiendo caber más si se pide permiso.
Matías un día decidió no tomar más pastillas y se lo comunicó a su mamá. Estaba ya en 7º Básico y llevaba 8 años tomando Ritalin. “Cuando creces empiezas a pensar por ti mismo y me di cuenta de que no quería tomar pastillas”- cuenta. Su proceso partió cuando asumió que realmente se sentía mal tomando Ritalin, luego cuestionándose el ¿por qué tenía que tomarlas?
Matías cuenta que al dejar el fármaco “me empezó a ir bien. Volví a pintar y dibujar, que es lo que hacía cuando chico”. Hoy estudia Pedagogía y “no recomendaría dar pastillas a niños. Una pastilla que afecte el cerebro a nivel cognitivo no va con la ética pedagógica. Educarse no es sólo concentrarse y sacar buenas notas”- destaca.
Gonzáles destaca que los problemas del aprendizaje “son educativos, no psicológicos. Hoy el enfoque es hacia encontrar cierto daño individual en las personas que no aprenden. La educación hace más de un siglo está entendida como un proceso colectivo, las ciencias de la educación son mucho más amplias que las ciencias psicológicas, del aprendizaje. Es fundamental resignificar el problema de las NEE, como un problema educativo, social y político y no como un problema psicológico o neurológico”.
Como todos los fármacos que actúan sobre el sistema nervioso con el MFD no se puede suspender su uso en forma abrupta. La interrupción debe ser progresiva y con el acuerdo del médico tratante. En caso de que un niño efectivamente sea inquieto y no logre concretar sus tareas, se recomienda escoger una terapia en la que la medicación sea el recurso último (y no el primero) y en la que participen diversos agentes de salud y que se tome en cuenta el contexto afectivo y social del niño.
Francisca Espinoza, psicóloga de Psicoymed, recomienda un tratamiento psicoterapéutico que considere las diversas dimensiones de la vida del niño. Los realizados en Psicoymed duran por lo menos 3 meses y se complementan con talleres de arte, flores de Bach y Reiki infantil. “La familia se incorpora al tratamiento para desarrollar competencias parentales, para que ellos sepan intervenir desde la casa y nosotros entregamos herramientas para que el niño trabaje su hiperactividad, que el mismo pueda controlar la impulsividad”- destaca.
Además de los talleres del Opech, diversos otros colectivos se han enfocado a disputar terreno a la excesiva medicación de la infancia. El Centro de Estudios de Contrapsicología ya diseñó un manual de abordaje y otros grupos han desarrollado trabajos locales. En una de estas experiencias participó Pablo Soto, estudiante de IVº de Sociología de la UAH en 2011. Se trató del Taller en la Población Exequiel Gonzáles Cortés, en el que participaron 15 papás junto a sus hijos, de los cuales 10 estaban diagnosticados con TDAH. “Luego de informarles de los riesgos del MFD, buscamos alternativas como flores de Bach, involucrar a los padres en los estudios de sus hijos, que les pusieron más atención y los acompañaban”- destaca.
Gonzáles afirma que “los problemas de aprendizaje en la escuela deben ser abordados primero del sentido que tienen para estas los niños, de la gestión del tiempo, la cantidad de alumnos por sala y la didáctica del aprendizaje. Ninguno de estos ámbitos está siendo abordado hoy y termina sólo viéndose el problema desde el niño. Hay que involucrar a más actores en los problemas del aprendizaje, más allá del psicólogo, a los profesores y a la familia”.
En su propuesta educativa presentada en diciembre de 2011, la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (Aces) se integra la exigencia del fin de la medicación de la infancia.
Gloria Carrillo recomienda a otros padres que “cuando un profesor o médico te da un diagnóstico, no sólo es importante contrastar con la opinión de otro profesional, sino que también debes buscar tu misma la información. Su hijo, Matías, está ahora en un colegio de La Pintana con 27 compañeros en su curso, va con ropa de colegio sólo 2 días a la semana y no toma fármacos. “En el colegio Matte no le gustaba ir a clases, ahora está encantado con ir cada día. El colegio es el que tiene que adaptarse. Un niño que no está encantado en la sala no va a aprender nada. Y la tecnología está”- sostiene.
Tal como se recetan grandes cantidades de Ansiolíticos a los adultos, en los cajones de los directores de muchos colegios se guardan cientos de pastillas destinadas a menores de edad. Al acostumbrar a los niños a tomar fármacos para rendir según estándares impuestos por una sociedad obsesionada por los mecanismos de medición, se adiestra a sujetos en el saber adaptarse a regímenes de competencia. Los fármacos promovidos no fomentan la autonomía y menos la creatividad, sino que el aceptar la autoridad y saber resolver tareas encomendadas en una sala de clases cuya estructura no ha variado en profundidad en los últimos tres siglos.
El objetivo de algunos científicos es ampliar el diagnóstico de TDAH a los adultos, aplicar el MFD en infractores de ley y a la inatención infantil, sobre todo de mujeres. Vega destaca que el MFD se viene ahora como potenciador y los laboratorios lo promueven para estudiar”.
Hoy la pieza más bizarra del Museo de Pedagogía es una varilla que nos recuerda el mantra educativo de otras épocas: La letra con sangre entra. La industria farmacéutica ha hecho más infinitesimal el control de los vaivenes de la conciencia y la atención de muchos estudiantes inquietos: ahora ocurre en ese atómico espacio donde los neurotransmisores actúan reteniendo catecolaminas. Tan sutil como efectivo, el recuerdo de la pedagogía de nuestra época exhibirá en el futuro junto a la varilla una inocente y pequeña pastilla blanca.
CITAS:
[1] En ‘Déficit Atencional e Hiperactividad: fronteras y desafíos’, compilación de Francisco Aboitiz y Ximena Carrasco. Ediciones PUC, 2009.
[2] La dopamina y la norepinefrina, junto a la epinefrina (llamada antes adrenalina) son catecolaminas, o sea, hormonas producidas por las glándulas suprarrenales y liberadas en la sangre durante momentos de estrés físico o emocional.
[3] Francisco Aboitiz; Tomás Ossandón; Francisco Zamorano y Pablo Billeke: Balance en la cuerda floja: la neurobiología del trastorno por déficit atencional e Hiperactividad. Revista Médica de Clínica Las Condes, 2012.
[4] En ‘Déficit Atencional e Hiperactividad: fronteras y desafíos’, compilación de Francisco Aboitiz y Ximena Carrasco. Ediciones PUC, 2009.
[5] Ibíd.
[6] En revista Insight, junio, 1999.
[7] Francisco Aboitiz; Tomás Ossandón; Francisco Zamorano y Pablo Billeke: Balance en la cuerda floja: la neurobiología del trastorno por déficit atencional e Hiperactividad. Revista Médica de Clínica Las Condes, 2012.
[8] Ibíd.
Antes de que el bebé abra siquiera la boca para pedir, ahí están mamá o papá dispuestos a llenársela de lo que sea que ellos creyeran que el pequeño iba a pedir, ya fuese el alimento o la palabra. Son legión los padres —y en especial quienes se encargan de la función materna, ya sean ella o él— que, movidos por lo que creen que expresa un delicado cuidado por su hijo o a veces sencillamente su obligación como padres, aparecen como obturadores del crecimiento del cachorrito humano.
La situación, que suele prolongarse en el tiempo hasta que el hijo o la hija ya están bastante creciditos, tiene consecuencias negativas para éstos, que se traducen en un obstáculo para el desarrollo de su personalidad, cuando no en una dependencia extrema que los idiotiza. Si antes de que el bebé pida alimento se le llena la boca con comida, antes de que pida un juguete ya lo ha conseguido o antes de que diga nada alguien le facilita una frase, además de un bebé con sobrepeso se criará a un ser humano pusilánime, alguien poco o nada dotado para hacer frente a la adversidad y desconocedor de su deseo. La ecuación es sencilla: si los que desean son los padres no hay lugar para el deseo del hijo.
Si bien es cierto que el bebé, librado a su suerte, moriría por falta de atención, no es menos cierto que a medida que se convierte en un niño y luego en un joven necesita espacios de libertad para su desarrollo psicoafectivo. Una cosa es sentirse cuidado y querido por los padres, pero la asfixia es un asunto del todo diferente.
El problema radica en gran medida en que mientras el niño o la niña están desvalidos se convierten en un preciado juguete en manos de los padres. Un juguete que, además de divertir, a veces sirve también para quitar penas, aliviar sufrimientos derivados de la pareja o del vivenciar cotidiano y, en casos peores, como descarga de una agresividad que transita a nivel inconsciente.
Escuchar las necesidades del hijo y respetar sus deseos es un ejercicio indispensable para el crecimiento y el desarrollo. Por eso, con mucha frecuencia, detrás de un niño con problemas en su deseo aparece la sombra de unos padres sobreprotectores. Si la frase que aguanta la relación entre esos padres y su hijo es “que a mi niño/a no le falte nada” (porque repiten su propia historia o porque se sitúan en el extremo opuesto alo que vivieron ellos mismos) hay lugar para una pregunta: ¿quién va a poder desear algo, si lo tiene todo?
© Fabián Ortiz 2013
Los Tres Chanchitos ya no temen al lobo, que representa al padre.
Cada cuento bien contado resulta un llamado a despertarse un poquito, especialmente en estos tiempos de aceleración, de consumo de la imagen y del empuje al individualismo yoico.
Por Graciela Giraldi*
Pedagogos y educadores suelen resaltar los efectos que se logran en el aprendizaje escolar de niños pequeños por medio de la narrativa de cuentos infantiles. Bajo esa perspectiva didáctica, tanto en las guarderías maternales como en los jardines de infantes los maestros dan cuerpo a las ficciones infantiles prestando cada vez su voz al "había una vez".
Podemos percibir que más allá del saber popular acerca de que a los niños en su primera infancia se les ayuda a conciliar el sueño contándoles cuentos, cada cuento bien contado resulta un llamado a despertarnos un poquito, especialmente en estos tiempos de aceleración, de consumo de la imagen y del empuje al individualismo yoico, donde no hay lugar para los diferentes y diversos sueños o anhelos infantiles en la medida que resultan excluidos por no ser útiles ni rentables para el mercado. El niño mismo ha pasado a ser un objeto de un consumo y en ese aspecto se corre el riesgo de que pronto ya no existan los niños traviesos, juguetones ni imaginativos, sino niños robotizados.
Por fortuna y para paliar mi pesimismo, recientemente tuve un acontecimiento imprevisto al participar de una fiesta de fin de curso, a la que fui invitada por mi nieto y en la cual él junto a sus compañeritos de jardín de infantes contaron y dramatizaron para sus familias el cuento de los tres chanchitos y el lobo.
No salía de mi asombro, pues sin querer los niños y sus maestras habían elegido para nosotros un cuento que de niña escuchaba con atención una y otra vez y que yo misma he contado repetidamente a mis hijos y actualmente a mis nietos.
Se encuentra en Wikipedia por internet que dicha fábula de los tres cerditos y el lobo no tiene datos de autoría. Sin embargo, es una fábula que aparece en el siglo XVIII y que se hizo famosa hace dos siglos a partir de que Walt Disney la convirtió en una película.
Les decía que mi sorpresa fue escuchar en dicha ocasión un nuevo cuento sobre los tres chanchitos y el lobo, una nueva escritura del cuento realizada en acto por este grupo de niños junto a sus maestras y la directora del establecimiento escolar.
Me pareció notable el giro de 180 grados dado a los personajes y la original dinámica inyectada al cuento: El lobo ya no era voraz, ni destructivo, ni temerario como en el viejo cuento sino un lobo amigable, compañero, alegre y hasta cómico.
Los viejos tres chanchitos llamados Práctico el mayor, Dormilón y Holgazán los menores se olvidaron de sus papeles tradicionales y de los nombres que les habían puesto para unirse en un proyecto común de construcción de una casa pidiendo colaboración a las flores y a otros animalitos: las abejas, los sapos, las hormigas, los conejos, los bichitos de luz y las mariposas.
Cada especie de animales aportaba su trabajo haciendo uso de su especial habilidad, así como las flores pusieron su aroma, colores y cadencia. El final de la obra (la casa) se festejó con alegría entre todos, y los tres chanchitos invitaron al lobo a sumarse al festejo en una alegre ronda de baile y canto, con el suplemento del acompañamiento acompasado de manos que hacíamos desde el público los mayores.
Aprendí de este cuento nuevo contado y dramatizado por estos niños, docentes y algunos padres que si bien algunos viejos valores morales y éticos como el trabajo, la solidaridad y el respeto por lo diferente aparecen devaluados en nuestro siglo XXI, se los puede reintroducir en la educación y crianza de nuestros niños a través de la literatura infantil, en vías de alojar las cuestiones subjetivas de nuestro niños.
En este nuevo cuento, se pone de relieve mediante el papel del lobo compañero la transformación que ha tenido la imago paterna a lo largo de las civilizaciones: del temor al padre que dice que no y castiga al padre confiable que dice que sí al deseo del niño, ese nuevo padre compañero que puede disfrutar del lazo con su hijo/a, jugando en una plaza como también contándole un cuento o una historia inventada por él.
Los lazos fraternos de los tres chanchitos también hoy día transitan por otros caminos. Así lo resaltaba este nuevo cuento que nos contaron nuestros chicos. Ya no era el hermano mayor el que debía abrir forzosamente el camino a seguir por sus hermanos menores, sino que los tres chanchitos se unieron en un mismo proyecto, contando con la ayuda de los demás animalitos.
Y, colorín colorado, este nuevo cuento de los tres chanchitos y el lobo que me contaron unos alegres niños se ha terminado.
*Miembro EOL Rosario y AMP.
Fuente: Pagina 12 del 3 de enero de 2013
¿Por qué a muchos chicos se les ocurre jugar con la temática de la muerte?, pregunta el autor y, en el camino de buscar respuestas, advierte sobre la importancia de que un niño pueda jugar a las escondidas, ya que “no hay infancia sin secretos”; y señala que, cuando no se puede jugar con la muerte, ella “se presentifica en la inhibición, el bloqueo corporal, la inestabilidad psicomotriz”.
Por Esteban Levin *
Mario, de cuatro años, juega: “¿Dale que nos morimos? Jugamos a luchar, nos matamos y seguimos peleando”. Juan Manuel, también de cuatro años, juega durante mucho tiempo, con un barco, a matar piratas, tiburones y dinosaurios que lo amenazan en el medio del mar. Alejandro, de cinco años, juega: “Somos este poder: Vos me matás y yo te mato. Tenemos cinco vidas, así que podemos seguir viviendo”. Clara, de seis años, propone: “Nos hacemos los dormidos como si estuviéramos muertos y cuando viene mi mamá la asustamos”. Nos llama la atención la repetición de una escena que, en diferentes momentos de la infancia, realizan los niños: jugar a la muerte; hacer de cuenta que uno está muerto, matar a otro, hacerse el dormido como si estuviera muerto, jugar con muñecos a una lucha mortal o, simplemente, jugar a matar y ser matado por otro, lo que siempre implica, para seguir jugando, revivir. ¿Por qué a muchos niños se les ocurre jugar con la temática de la muerte? Y, también, ¿qué ocurre cuando el dramatismo de la escena hace que el niño ya no pueda seguir jugando o que ni siquiera intente hacerlo?
Cuando un niño juega a la muerte, hay un enigma en juego: “yo me muero”, “me mataste”, “estoy muerto”, “ahora te mato”; en estas escenas se juega siempre a ser otro. La muerte es lo otro que no se sabe ni se entiende, lo informe e irrepresentable. El niño, inteligentemente, juega a no ser él para “estar muerto” y así intentar saber algo de ella. Morir jugando, “de mentira”, lo introduce en el límite de su propio-impropio cuerpo, en la diferencia entre lo que siente y lo que actúa. El niño ejerce la libertad de morir de mentira para encontrar en ese juego alguna versión verdadera de lo imposible.
Jugar la muerte es proyectarla hacia afuera, simbolizarla como acto singular donde lo imposible se posibilita como ficción y representación. Al hacerlo, el niño experimenta lo que podríamos denominar una doble muerte: la muerte de la vida –hace de cuenta de que muere– y la muerte de la muerte –hace de cuenta que revive–. En estos juegos el niño transita en una dialéctica en suspenso: suspendido entre la vida y lo mortal. Entre el movimiento y lo inmóvil, los niños juegan en el intersticio. Jugar a la muerte es romper la certeza que ella conlleva e introducir la duda en su fecunda veracidad. Es pensarla, perder el miedo y resignificarla con imágenes, fantasías que procuran representarla en la ficción.
También, el hecho de jugar a experimentar la muerte establece una pausa, un silencio para vivenciarla y, al revivir, huir de ella y disimular el horror, el peligro inasible de ese acontecimiento. En el horizonte humano, ser sensible a lo mortal no es algo que esté dado: hay que conquistarlo; imaginariamente, anudarlo a lo real para soportarlo y simbolizarlo.
Cuando un niño no puede jugar a su propia muerte, porque no puede hacer de cuenta que está muerto o porque se inhibe e inmoviliza por el espanto, no sólo no puede pensar en ella sino que está impedido de tomar distancia y separarse de lo mortal: al no representar la muerte, ella se presentifica en la inhibición, el bloqueo corporal, la inestabilidad psicomotriz o la organicidad.
Hacer de cuenta que está muerto implica jugar la propia ausencia: jugar a no estar, a saber qué pasa cuando él no está presente. De esta manera, la muerte se torna posible simbólicamente, lo cual abre una brecha a la vida. El niño no planifica jugar a estar muerto; es un juego que se va dando en la intimidad azarosa del “como si”, del “dale que yo era”, del “hacer de cuenta que”, donde la muerte, inefable, pierde el espanto del anonimato para significarse en la experiencia infantil originaria. De este modo, valientemente, enfrenta lo que –no por lo que ello signifique, sino por no poder ponerle un límite– le resulta terrible. Al jugarla, la muerte se metamorfosea en un personaje que el pequeño juega despreocupado, desapareciendo de sí y del otro.
No olvidemos que jugar a esconderse es desaparecer por algunos instantes, mientras lo permita la escena. Cuando un niño está muy angustiado o triste –sin siquiera hablar o dibujar–, le cuesta jugar a desaparecer; sigue estando donde está sin poder ocultarse, esconderse de esa verdad encarnada que le impide representar.
Las escondidas
Alejandro es un niño con una enfermedad neurometabólica muy severa. Durante años tuvo diferentes diagnósticos, por ejemplo autismo y TGD no especificado, pero cuando –luego de haber estado varias veces al borde de la muerte– el cuadro neurometabólico se estabilizó, su evolución fue muy buena. Actualmente, a los 11 años, cursa una escuela especial.
Después de un largo período de tratamiento, Alejandro propone jugar a las escondidas. Intenta hacerlo, pero no se esconde: yo después de contar hasta 15 salgo a buscarlo y está en la sala, a lo sumo en la cocina o el balcón, sin esconderse. Me mira, sonríe y dice: “Otra vez, juguemos”. Vuelvo a contar y al salir a buscarlo está ahí, otra vez sin escondite. No puede esconderse y esperar, no puede soportar la ausencia del otro. Intenta jugar pero no lo consigue, no logra esconderse, generar el intrépido secreto de estar y no estar al mismo tiempo. Y cuando le toca contar a él, se da vuelta, espía, no puede esperar a que yo busque un escondite, por lo cual el juego se detiene. Vuelvo a comenzar y otra vez se frena. No puede dejar de mirar, no termina de esconderse ni deja que el otro se esconda. ¿Cómo salir de este atolladero, cómo generar otra escena?
Volvemos a intentarlo: cuento hasta 15, Alejandro no se esconde pero, esta vez, hago de cuenta de que no lo veo, como si fuera transparente. Empiezo a correr de un salón a otro, buscándolo: “¿Dónde estás, Ale? No te veo, Ale, no te encuentro”. Entonces, Alejandro comienza a seguirme. Yo corro, él corre detrás de mí, pasa a querer atraparme. De buscarlo, paso a ser buscado por él. Entro en un pasillo, me escondo detrás de una puerta, Alejandro no me ve: “Esteban, ¿dónde estás? Esteban, Esteban. No te veo, Esteban, ¿estás escondido?”.
Tras la puerta emito un leve silbido que lo va orientando hasta que me encuentra. “Uy, me encontraste. Te diste cuenta del escondite, lo descubriste.” Ale me mira, sonríe y dice: “Sí”. Y yo: “Ahora me toca contar a mí”. Ale sale corriendo, se esconde tras la puerta del baño y espera escondido a que lo encuentre. En cuanto lo encuentro, se pone a contar, me ve, corro, me persigue, me escondo, me llama y me busca, lo oriento con el silbido hasta que vuelve a encontrarme en la escena.
En las siguientes sesiones el tiempo de espera se ensancha, se torna más soportable y la dialéctica ausencia-presencia juega su juego. Al cabo de un cierto tiempo, podemos jugar a la escondida, a escondernos uno del otro; jugamos a tener un secreto. ¿Qué es jugar a las escondidas, sino construir una experiencia donde el secreto vive con relación a los otros?
No hay infancia sin secretos. Los secretos no se pueden escanear ni están prefijados en un gen, en una sinapsis o en una neurona. Pero hacen falta los genes, las neuronas y las sinapsis para que una experiencia sea plástica y produzca huellas, a nivel neurológico como a nivel simbólico. Al jugar, al vivir esa experiencia escénica, el niño produce afectos que lo involucran en el nivel corporal, neuronal, como en el nivel psíquico, simbólico. Los chicos, sin darse cuenta, construyen el sueño de los alquimistas de los siglos XIV y XV, cuya consigna fundamental era “fijar lo errante y desatar lo fijo”. Los niños, al jugar, fijan la incertidumbre de la errante experiencia infantil y desbloquean, desanudan la fijeza de lo que no alcanzan a comprender, de aquello que les resulta displacentero e irrepresentable del mundo de los grandes. En ese interjuego constituyen lo singular, lo más propio de su imagen corporal, sin la cual no podrían jugar.
La experiencia infantil de jugar a estar muertos no implica necesariamente violencia, sino una cierta agresividad necesaria para salir de sí y encontrarse del otro lado. Acceder al otro lado irreal, ficcional, es entrar en la libertad condicionada que el escenario simbólico le permite. Libertad condicionada por el límite: los niños (como todos) son seres limitados; si están en un lugar es a condición de no estar en otro; si miran adelante no pueden ver lo que está detrás; si juegan es de mentira, es como si fuera de verdad. Esa es la condición. Para jugar hay legalidades, límites y prohibiciones que determinan pérdidas y renuncias. Jugar a volar, a conducir un automóvil, a ser mamá, papá o un superhéroe, implica reconocer que uno no puede volar, ni ser mamá ni papá ni superhéroe. El límite es lo que posibilita la representación de uno, de otro y de los otros. Sin el límite, no se puede jugar.
Por eso nos preocupa tanto, en el ámbito clínico y educativo, cuando un niño no puede o tiene muchas dificultades en construir su experiencia infantil jugando. La posibilidad de jugar excluye al niño de lo ilimitado del universo imaginario y de lo siniestro de lo real. Sólo se juega en el borde de un límite simbólico, ya que jugar es representar y entrar en la dialéctica de lo presente y lo ausente.
Para un niño, jugar a morir es metamorfosear el hecho de la muerte como tal y transformarlo en otra cosa, en otra escena donde lo mortal pierde su peso arrollador. La muerte se torna simbólica e invisible al jugar con ella. De este modo el sujeto-niño construye una versión posible de aquello que lo preocupa, lo aqueja o para lo que no encuentra respuesta.
La niñez se instituye en la experiencia que acontece al niño. El hace de esa experiencia un espejo que le permite reconocerse mientras que, al mismo tiempo, se desconoce en aquello que juega. Inquietante paradoja que nos permite comprender la infancia en las mismas escenas que la estructuran.
Finalmente: el jugar no es nunca un hecho trivial; es creíble, aun cuando sea disparatado. El juego no es inocente: más bien es la caída de la inocencia, ya que el niño juega lo irrepresentable, el placer, el dolor, la tragedia, el sufrimiento, y los hace posibles en la ficción.
* Texto extractado de un artículo que aparecerá en el próximo número de la revista Imago-Agenda.
La autora vincula los asesinatos cometidos por escolares con “la civilización que, de la mano de la ciencia, deja al sujeto frente al desamparo capitalista, en la época de la inexistencia del Otro que sumerge al sujeto en el desengaño y la errancia”.
Por Alejandra Glaze *
El caso de asesinatos escolares más paradigmático, y del que más información se puede encontrar, es el de Dylan Klebold y Eric Harris, quienes entraron en la Columbine High School, estado de Colorado, el 20 de abril de 1999 (día del nacimiento de Hitler), abriendo fuego contra el estudiantado, a las 11.10 de la mañana; asesinaron a 12 alumnos y un profesor e hirieron a 24 personas, para finalmente suicidarse en la biblioteca. En enero de 1998 habían sido detenidos, derivados a psiquiatras y remitidos al programa juvenil de “Diversión” (sic) de la oficina del distrito del Condado de Jefferson, por robar material informático y estrellar un auto, motivo por el cual debieron pagar multas y tomar clases para el “control de la ira” (lo que lo llevó a Harris a escribir en su diario: “Amo mi ira”). Salieron del programa en febrero de 1999, y en abril del mismo año llevaron adelante la matanza de Columbine. Tras ser diagnosticado con un desorden obsesivo compulsivo y depresión, Harris fue medicado con Luvox.
En más de 1000 páginas de diarios de propia mano de los dos jóvenes, a las que se tuvo acceso en 2006, describieron meticulosamente algunos de los preparativos del ataque, y dejan claro que la idea era asesinar entre 600 y 700 personas. Habían dejado bombas instaladas en los estacionamientos de la escuela, para que estallaran a la llegada de la policía y los padres desesperados, pero no funcionaron los dispositivos de tiempo. Harris habla de sus planes de acumular explosivos para “volar medio país”. Dice: “Será como los disturbios de Los Angeles, como el atentado de Oklahoma, como la Segunda Guerra Mundial y Vietnam, todo mezclado... Quiero dejar mi huella en el mundo”. Y agrega: “Una vez que comience nuestro extermino, recuerda que hay probablemente cerca de cien personas como máximo en la escuela a quienes no quiero matar, el resto debe morir (...) A las seis de la mañana: reunión, a las 10.30: prepararse, a las 11: alistarse, y a las 11.16: divertirse”.
Pero hay muchos otros casos. Uno de ellos es el de Jeff Weise, de 16 años, quien vivía en Red Lake, un pueblo pobre y marginado, en una reservación indígena. Su padre se había suicidado cuatro años antes y su madre se encontraba internada por un accidente automovilístico con severos daños neurológicos. Ya había intentado suicidarse luego de la muerte del padre, y vivía con su abuelo y la mujer de éste. Estaba medicado con Prozac hacía tiempo, y dos semanas antes del ataque había sido redoblada la dosis. Participaba en los foros de Internet referidos al nazismo, identificándose como naziindígena: “Nada me hace reír tanto como las ovejas en el rebaño”, o bien, “Sólo sabes lo que los libros y las masas sin cerebro te cuentan”, respondiendo a un participante que discrepaba con la ideología de la ultraderecha. Este adolescente mató a nueve personas antes de suicidarse: sus abuelos, un guardia de seguridad de la escuela –para poder pasar por el arco de detección de metales–, una maestra y cinco alumnos. Se creía más inteligente y más “abierto de mente” que los demás: “Está muy bien que hayas tomado el camino que tus vulgares amigos desprecian, tener la mente abierta siempre es un plus”, decía a otro internauta. “La gente está tan desinformada, es tan ignorante y tiene la mente tan estrecha que esto convierte tu existencia en un infierno en vida.” Varios alumnos escucharon y vieron cuando le decía a una alumna riendo: “¿Crees en Dios?”, disparando para todos lados.
El 16 de abril de 2007, ocurrió la llamada “masacre de Virginia Tech”. Murieron 33 personas y 29 resultaron heridas. Se trataba de Cho Seung-Hui, de 23 años, un estudiante surcoreano de literatura inglesa, que finalmente se suicidó. Durante las dos horas entre un tiroteo y otro, el asesino envió una encomienda postal a NBC Noticias, donde iba un manifiesto, fotos y videos expresando su odio y resentimiento hacia la sociedad en general, y allí decía: “No tenía que hacer esto. Pude haberme ido. Pude haber desaparecido. Pero no, no escaparé más. No es propio de mí. Por mis niños, por mis hermanos y hermanas que ustedes jodieron, lo hice por ellos... Cuando llegó el momento, lo hice. Tuve que hacerlo”. Hablando directamente a la cámara, dice: “Tuvieron 100 billones de oportunidades y formas para evitar (lo de) hoy. Pero decidieron derramar mi sangre”. Este joven también estaba medicado con Prozac desde hacía un tiempo.
Estos son sólo algunos de los casos.
La pregunta que se impone es cómo articular aquello que aparece desarticulado, un sinsentido, un horror absoluto en el marco de lo social como lo imposible de representar. En esa pregunta e intentando arribar a alguna hipótesis, encontramos una ficción: Kevin, de Lionel Shriver (Anagrama, 2008), que escribió esta novela, como ella misma dijo en un reportaje, “buscando razones para reafirmar su decisión de no tener hijos”. El argumento se puede contar sencillamente: una madre escribe cartas a su marido, un par de años después que el hijo de ambos llevara a cabo una matanza escolar para terminar en un instituto correccional para menores de los EE.UU. Son 600 páginas sobre la devastación del cinismo. Un ejemplo: “Somos, simplemente, versiones cada vez más grandes y más codiciosas del mismo individuo que come, caga y folla, y nos tomamos infinitas molestias para disimular delante de todo el mundo, incluso de un niño de tres años, que casi todo lo que hacemos se reduce a comer, cagar y follar. El secreto es que no hay ningún secreto. Eso es lo que realmente deseamos ocultar a nuestros hijos, y esa ocultación es la verdadera conspiración de los adultos, el pacto que mantenemos, el Talmud que tratamos de proteger”.
La de Eva es la historia de una madre que a los 40 años decide tener un hijo al percatarse de la posibilidad de la muerte de su marido y la suya propia, recorrido donde se encuentra con que nada coincide con los clichés escuchados sobre la maternidad: “(Kevin) ya debía de haberse dado cuenta con anterioridad de que yo tenía vida propia, pues, si no, no se habría dedicado a destrozarla con tanta deliberación. Y ahora debe de haber comprendido, además, que tengo voluntad propia: que escogí tener un hijo y que tenía otras aspiraciones que su llegada truncó. Esa intuición suya estaba tan en desacuerdo con la ‘deficiencia de empatía’ que le habían diagnosticado que consideré que merecía una respuesta sincera de mi parte”. Y es así que en una áspera conversación con su hijo, ya en el penal, le dice: “...¿Te querrías tú a ti? ¡Si hay justicia en este mundo, algún día te despertarás contigo en una cuna al lado de tu cama!”.
Rechazo, esa es la palabra que uno puede entrever a lo largo de todo el libro. Rechazo de Eva hacia su hijo para alojarlo en algún deseo, rechazo de la castración en Kevin, que lo aliena a un punto de absoluta devoción, paradójico, que conduce a un acto que se demuestra como único modo de separación y que la lleva a decir respecto de su hijo: “¿Remordimiento?... ¿Qué podría lamentar?... Ahora es alguien, ¿no? Y se ha encontrado a sí mismo, como se decía en mis tiempos. No tiene que inquietarse por si es un bicho raro o un chalado por la informática, un empollón, un atleta o un ganso. Tampoco tiene que preocuparse por si es gay: es un asesino. Lo cual resulta maravillosamente ambiguo. Y, lo mejor de todo: se ha librado de mí”. Y por otro lado asegura: “Esa idea de ser su propia obra de arte es muy americana...”.
Lo que se evidencia es que no estamos en la época del malestar freudiano, sino en la de la impasse que desecha la solución victoriana de la ética de las virtudes, solidaria del superyó que hizo existir lo prohibido, el deber y la culpa, y su correlato de un Otro consistente. Hoy se trata del superyó que ordena gozar, y que en vez de dejar al sujeto confrontado a ese Otro, lo confronta al objeto y al plus de goce. Eva dice: “En un país que no distingue entre fama e infamia, ésta parece mucho más asequible”.
Habría que pensar si estos hechos pueden enmarcarse en la “adolescencia”, o más bien extenderse al plano de la subjetividad. La epifanía es un concepto griego que da cuenta de una manifestación divina (algo similar al “entusiasmo”), “desorganizada” y no formalizable; y en un sentido retórico es la manifestación del ser. Pero a Lacan la epifanía le sirve de referencia para hablar del encuentro con lo real. Son “pedazos de real” no ligados que aparecen por puntas, por cabos sueltos, definiendo así a un goce opaco de sentido, el goce del sinthome, Joyce disfrutando de su escritura como creación, un goce sin Otro, que no intenta satisfacerlo otorgando sentido. Lacan sostiene que se caracterizan por la consecuencia resultante del error en el nudo, por el hecho de que el inconsciente está ligado a lo real, y es así que J. Aubert la define también como un desdoblamiento de la experiencia: un lado poético y un lado realista, que liquida lo poético, describiendo de ese modo una falla en el mundo, en la conexión entre inconsciente y real.
No hacer existir ningún Otro es un retorno a la irresponsabilidad y, por otro lado, sostenemos que hay síntoma cuando no hay asentimiento del sujeto a su propio goce. Qué podemos decir sobre aquellos que van a la búsqueda (comandados por el discurso de la época) del goce que sería el adecuado. Qué pensamos acerca de aquellos que justamente se definen por su propio goce, que ésa es la marca indeleble con la que quieren dejar su huella en el mundo. Y lo dicen... y llevan a cabo un acto que inapelablemente los ubica en ese lugar... asumiendo una absoluta responsabilidad, lo que no implica la culpa. ¿De qué responsabilidad se trata? Una hipótesis: responsabilidad que surge del consentimiento a la exclusión del terreno de la sociedad de los débiles, del engaño, para situarse en el desengaño en relación al significante, lo que los define, para el psicoanálisis, como “los desengañados que se engañan”, aquellos que van en busca de la verdad, obviando que ésta tiene estructura de ficción, y, en ese camino, sólo se encuentran con el goce que define el ser del sujeto por fuera de la dialéctica neurótica de la justificación del ser, del deseo.
J. A. Miller sostiene que “los síntomas de la civilización deben primero descifrarse en los Estados Unidos”. La civilización es el sistema de distribución del goce a partir del semblante, pero hoy es la civilización la que de la mano de la ciencia deja al sujeto frente a la Hilfosigkeit (desamparo) capitalista, una hegemonía que la globalización reproduce y donde más claramente aparece la cuestión de la época de la inexistencia del Otro, que sumerge al sujeto en el desengaño y la errancia, con la cuota de incredulidad respecto del padre. Mientras que para Freud un sistema filosófico es una paranoia lograda, para Lacan lo es la ciencia moderna, ya que en su pretensión de saber forcluye al sujeto que la crea, dejando fuera el deseo del que se trata. Es así que se puede pensar estos actos asesinos como el alojamiento en lo que parece la única nominación posible frente a la imposibilidad de hacerlo en relación a un deseo, que se presenta como inlocalizable en la estructura, que sólo es posible por el reconocimiento del Otro, el primer objeto, como una exigencia de amor que establece un lazo primero.
Tanto Harris como Klebold describieron el “no caber dentro”, y “no ser aceptados”, pero esto iba en sincronía con lo que llaman la “timidez” y sus ideas de superioridad. Se armaron contra todas las personas que encontraron ofensivas (los atletas, las muchachas que dijeron no, otros marginados o cualquiera que pensaban que no los aceptaba). En una de las cintas grabadas, se reían acerca de lo fácil que era hacer que la otra gente crea lo que ellos querían. Hablaban de cuán “desarrollados” eran, de cómo se consideraban “sobrehumanos”, sobre la rabia y la cólera que había aumentado por años y que destruiría el mundo. A tono con la política americana, mencionan con indiferencia que algunos de sus amigos podrían morir y que sus familias quedarían devastadas, pero lo justificaban diciendo: “La guerra es la guerra”.
Los padres de Klebold y de Harris son de clase media alta y universitarios, incluso los Klebold le dieron su nombre por Dylan Thomas. En un reportaje realizado hace pocos meses en el New York Times, ven a su hijo como un perseguido por sus compañeros, arrastrado por Harris. Describen el día de los hechos como un “desastre natural”, como un “huracán”. Ella dice: “Yo no he hecho ninguna cosa por la cual necesite ser perdonada”. Culpan a lo que llaman la “cultura tóxica” de la escuela (la adoración de los atletas y una cultura tiránica). Su padre termina diciendo: “Yo soy una persona cuantitativa, soy astrofísico, no estoy calificado para entender esto”. Es evidente que este padre encarna el discurso de la ciencia y que no hay ninguna posibilidad que se formulen alguna pregunta respecto del acto de su hijo, ni siquiera en la dimensión de la pérdida del mismo. Es justamente Klebold quien escribe en su diario: “Es un hecho: la gente es tan inconsciente... Bien, yo creo que la ignorancia es una dicha... Eso explica mi depresión”.
Todos estos jóvenes se definen como parias, como rechazados, desclasados, descastados, como viviendo en un mundo paralelo y exigiendo la verdad, en lo que podríamos llamar una posición de objeción al para todos capitalista. Klebold escribió: “Lo juro, soy como un paria, y cada uno de ustedes está conspirando contra mí”. Es así que esto es retomado por el discurso social, policial y educativo, que hablan incluso del bullying escolar para referirse al maltrato, opresión y humillación que se da entre adolescentes y niños, a la “venganza de los rechazados”, donde se trata siempre de víctimas y victimarios, llevando la cuestión al plano ingenuo de pensar que los hechos hasta aquí narrados son efecto del maltrato al que estos supuestos “rechazados” fueron expuestos. Así pasan a ser culpables los atletas, los populares, los “adaptados” al sistema.
Si el Otro no existe, el Otro como punto de basta no existe, ocupando su lugar el discurso como principio de lazo social, y es así que se reemplazan las relaciones verticales por las relaciones horizontales, pero esto es evidente que falla, cuando lo que define la posición de esos jóvenes asesinos es la negativa a soportar semejantes y constituir una especie. Es así que son los otros, en serie, y ya no uno determinado, los que deben morir, como modo de marcar la diferencia absoluta. Es la comparación que plantea Jacques-Alain Miller entre el crimen por utilidad (podríamos decir, ligado a algún tipo de lazo) y el crimen por goce, donde se pierde la brújula del Otro, un rechazo de la castración originario, reduplicado en el discurso de la época.
Pero el rechazo del que se trata en estos casos es algo más fundamental y constitutivo, un rechazo anclado en su propia constitución subjetiva, que los ubica como sujetos por fuera del lazo social, y donde lo que prevalece es el “boquete abierto en lo imaginario por todo rechazo (Verwerfung) de los mandamientos de la palabra” (J. Lacan, “Variantes de la cura tipo”). Si el Otro no existe, no hay sutura posible entre el significante y el significado, ni correspondencia al referente. Se va a tratar entonces de una palabra que engaña siempre, y es solo semblante. Es decir, estamos frente a un rechazo en lo real: un no ha lugar a la castración, y, por lo cual, se produce la exclusión de la dialéctica del deseo.
Pero justamente, es de un rechazo de donde lo real toma existencia como respuesta a la demanda. No hay otra verdad que la que el deseo esconde con su falta, “para hacer como quien no quiere la cosa con lo que encuentra”, cómo arreglárselas con el goce que no tiene nombre. De últimas, sabemos que la psicosis es el fracaso del semblante, y que sólo hay deseo si algo de la falta circula y se inscribe de alguna manera. Pero en nuestra época, el sujeto ha quedado en relación con el objeto del deseo, el goce, que supone una cierta indiferenciación del objeto y su numeración, abriéndose así el camino a la serie.
Es el odio que viene a negar el ser del Otro, que al no poder encarnarse en un Otro consistente, se distribuye en la humanidad, el Otro al que hay que destruir es el mundo, dispersión donde entonces ya se trata de los pares, de la especie, no localizando un Otro persecutorio, y armando lo que podríamos llamar un delirio poco consistente que no lo sostiene como lazo, dejando al sujeto frente al goce, ya que lo que se evidencia en la persecución es el vacío de subjetividad, el vacío de la referencia, que funda la posibilidad del delirio de cada uno.
Lo que constituye el mecanismo fundamental de la paranoia es esencialmente el rechazo de cierto apoyo en el orden simbólico, rechazo de la castración que se manifiesta como delirio del pensamiento. Y en última instancia, del rechazo de la violencia del deseo como deseo del Otro, que somete al sujeto a la dialéctica de asimilación o de incorporación, o de rechazo. Eva dice de su hijo: “Los niños deben encontrar inquietante un deseo tan profundo, y Kevin siempre traducía su inquietud en desprecio”. O bien: “...puesto que deseara lo que deseara, yo se lo podía negar, la ausencia de cualquier deseo sería para él una especie de garantía de que no podría imponerle mi autoridad”.
Podríamos decir, provocativamente: “No hay síntoma, hay responsabilidad, hay certeza, hay acto”, acto que se presenta como un atravesamiento de una barrera infranqueable, como una forma de acceso a un goce imposible, que fija un tratamiento del objeto, pero del lado de la separación, donde ya no es representado por un significante. En octubre de 1998 (7 meses antes), Harris había escrito: “¡Es mi culpa! No de mis padres, ni de mis hermanos, ni de mis amigos, ni de mis bandas favoritas, ni de los juegos de ordenador, ni de los medios, es solo mía”. Agrega: “Estoy lleno de odio y lo amo”, y en diciembre de 1998 sostuvo que él hubiese sido un buen infante de marina: “Eso me habría dado una razón para ser bueno”. Y además: “¿Ustedes saben que los odio? ¡...Humanidad!!!! ... mataré a todos...”; “Yo soy la ley, y si ustedes no están a gusto con eso, mueren”.
Los términos “impostura”, “engaño”, “estafa”, “canallada”, “impropiedad”, “cinismo”, definen ese terreno donde no se puede soportar el semblante, donde el Ungleuben, la no-creencia, deja de lado el término de la creencia en el que se muestra la división del sujeto, ya que no hay saber que no se eleve sobre un fondo de ignorancia. La creencia es semblante en acto, es decir, en términos freudianos, crea la realidad del sujeto, dándole un argumento consistente para sostenerse en el mundo a través del sentido. Pero si es la impostura lo que manda, esa creencia no funciona como semblante, ¿qué queda para el acto? ¿Cuál es su lugar entonces cuando decimos que la certeza del acto anula la indeterminación del sujeto?
Eva dice de su hijo: “Kevin no se burlaba de la inutilidad de nuestros tabúes, sino de la propia sustancia de éstos. ¿Y qué hay de su actitud hacia el sexo? ...El sexo es una lata (...) Es como las piezas de aquella caja de herramientas de juguetes que Kevin desdeñaba de niño: la clavija redonda encaja en el agujero redondo. El secreto es que no hay ningún secreto (...) supongo que no tardó en darse cuenta de su carácter ilusorio”. Eva es una buena representante del pragmatismo americano, y no deja de ironizar acerca del “americanismo” de su marido, un buen representante de la “sociedad de los débiles”, cuyo apellido ella no permite que sea el de su hijo, por considerarlo grosero y “terriblemente americano”.
Tal vez debamos entender estos actos como la posibilidad de encuentro (o búsqueda) con un objeto vacío de subjetividad, con un otro objetalizado, sin deseo. O como dice Eva por primera vez angustiada, al final de la novela, en el momento en que Kevin le entrega lo que parece su único objeto de interés y resto del único ser por el que Eva parecía sentir amor: “No ocurre con frecuencia que, cuando miras un objeto, éste te mire a su vez”. Dejamos esto como enigma. Es a través de la ficción de la novela que se enterarán de qué objeto se trata.
* Directora de Virtualia, revista digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL). El texto forma parte de una investigación en conjunto con Silvia Bermúdez, y se incluirá en Púberes y adolescentes. Estudios Lacanianos, de próxima aparición (ed. Grama).
Más que el placer, es el dolor el factor en torno al cual un sujeto alcanza la dignidad de la identidad. El duelo está en los albores de la constitución subjetiva del ser hablante.
Por Sergio Zabalza*
Es curioso, el sentido común indica que la palabra duelo remite a un final, por lo general asociado a la muerte. Sin embargo, desde la perspectiva psicoanalítica, el duelo está en los albores de la constitución subjetiva del ser hablante: sus consecuencias sellan, determinan y orientan el deseo de una persona, su capacidad de amar y la condición erótica que agita la elección sexual.
Porque más que el placer, es el dolor el factor en torno al cual un sujeto alcanza la dignidad de la identidad. La poesía viene en nuestra ayuda. "Me gusta cuando callas porque estás como ausente", es uno de los versos más logrados de la literatura universal ¿Por qué su natural y fluida tonalidad logra tan envolvente empatía?
De lo que se trata es que, con sencillez tan solo aparente, el poeta logra transmitir el rasgo distintivo del deseo humano, a saber:
el objeto sólo se constituye en tanto perdido, se hace único por su ausencia. No otra cosa busca el lactante cuando llora hasta que la madre acude, para luego así despedirla berrido de por medio. En ese ritmo de presencias y ausencias se tramita, tal como dice Freud, "algo impresionante" más allá del principio de placer: el desprendimiento del objeto.
Es notable que para dar cuenta de esta capital articulación entre duelo y deseo que se da cita en el ámbito íntimo y reservado del hogar, Lacan apele a un escenario público y universal: el Hamlet de Shakespeare. En efecto, dice allí que no se trata del deseo por la madre sino del deseo de la madre.
Sutil pero decisiva observación, por cuanto basta que el Otro --en este caso la madre-? no tolere la separación que supone dejar al niño en soledad, para que se desencadenen todo tipo de inhibiciones o catástrofes subjetivas. Una paciente recién separada de su pareja solía venir a mi consultorio con su hija de casi tres años y --mientras le daba la teta-? se quejaba porque la niña no hablaba. No hay necesidad de mucho cavilar para convenir que la nena se hacía cargo de la angustia de la madre. Detrás de los duelos patológicos siempre hay un amor mal avenido o poco generoso. Detrás de los actings adolescentes siempre hay un adulto o autoridad que no sabe o no quiere brindar un lugar.
La conclusión es la siguiente: la tramitación psíquica por la pérdida del objeto se hace en el lugar del Otro, si éste no colabora no hay duelo posible. Por eso Hamlet enloquece al constatar que su madre no hace un espacio, una escansión o un intervalo para tramitar la muerte del marido, que también era el padre de su hijo.
De esta manera, el duelo constituye una perspectiva privilegiada para visualizar los efectos de la división subjetiva que el lenguaje impone al ser hablante. Tomemos por caso ese paciente de Freud, torturado de dolor porque su padre, muerto recientemente, se le aparecía en sueños y le dirigía la palabra sin saber que ya había fallecido
Dice Freud: "El padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía. Pero él se sentía en extremo adolorido por el hecho de que el padre estuviese muerto, sólo que no sabía".
Cabe preguntarse en esta escena cuál es la raíz del dolor psíquico que trae la producción onírica: ¿se trata del sufrimiento por este padre que muere o más bien la problemática reside en que él (el padre: el Otro, en este caso) no lo sabía? Porque si el autor del sueño es el soñante --en este caso, el hijo--, entonces se trata del lugar del Otro en el sujeto mismo.
Por otra parte, contra toda lógica que se ampare en el sentido común, Fiesta y Duelo son vocablos distantes tan solo en apariencia. El primero remite a una celebración, una ocasión de dicha y derroche. Por el contrario, el segundo evoca el dolor de una pérdida --junto con su correspondiente saga de culpa y tristeza-- aunque, también, la constatación de una confrontación grave y definitiva.
Quizás nos sirva de guía recordar que el uso lingüístico marca que los pactos se celebran. De hecho, la antropología revela que la institución de la fiesta consiste en el reconocimiento de una deuda con un orden superior. Así lo atestiguaba la ceremonia del potlash con que algunas etnias del Norte de América sacrificaban una parte de sus bienes a manera de ofrenda a sus dioses.
Pero además, toda la experiencia clínica nos indica que dicha y dolor están indisolublemente ligados entre sí. Basta recordar las imágenes de Tierra de Sombras, aquella película de Richard Attenborough cuyo protagonista no toleraba que, durante los momentos de dicha, su amada hablara de la enfermedad terminal que la acechaba.
"Aquello es parte de esto", era el sabio y oportuno comentario de la mujer, como si ese límite fuera condición para la dicha que los embargaba en esos momentos.
*Psicoanalista. Hospital Alvarez, Buenos Aires.
Enseñanza del autismo desde el psicoanálisis
Por Laura Bosco*
Es indudable que el autismo es un significante de nuestra época. Es muy común encontrar programas y series de televisión que cuentan entre sus personajes con un niño o una niña "autista" que casi siempre conforma un prototipo a primera vista incomprensible que luego encierra la "clave" que permite descifrar un enigma o simplemente predecir una serie de sucesos unidos y encadenados en una determinación absoluta. Esta imagen no condice con las descripciones de quienes aislaron este cuadro y le dieron este nombre. Hay una transformación que se opera que no es independiente de cómo se conforma la "subjetividad de la época".
Podríamos decir de manera muy sencilla que desde el inicio el autismo plantea una dificultad derivada de la idea que nos hagamos del espacio y de cómo los cuerpos lo habitan. ¿Un niño encerrado en su mundo? ¿Alguien que privilegia su mundo interior y evita el contacto con el exterior? ¿Alguien que encierra un secreto? ¿Alguien que construye un caparazón para defenderse de una angustia que le resulta intolerable? Podemos seguir con las preguntas que se correspondan con las definiciones que se han dado del autismo y en todos los casos nos pondrán a considerar la particularidad de un espacio y un manejo de los cuerpos del que nos es bastante difícil dar una explicación.
Martin Heidegger en el texto Construir, habitar, pensar plantea que el hábitat propio del hombre es el lenguaje. Un lenguaje que nos interpela y que lejos de ser un instrumento del que el hombre es el dueño, es el lenguaje el que es amo del hombre. A más rechazo de la determinación del lenguaje, más el ser humano se condena a lo inhóspito, más se encuentra fuera de lugar. El hábitat del hombre: el lenguaje. A más rechazo de la determinación del lenguaje menos posibilidad de situar un lugar.
Jacques Lacan insistió desde el inicio de su enseñanza y hasta los momentos más avanzados, como por ejemplo en "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma" (donde es interrogado particularmente sobre el autismo) en la "evidencia" del lenguaje, para contraponerlo a las teorías que consideran al gesto como pre?verbal pero además para hacernos considerar que a pesar de que alguien no hable no está situado por fuera del lenguaje. También nos lleva, por otro lado, a establecer que el lenguaje no se reduce a la comunicación, ya que hay fenómenos que se relevan claramente en el autismo donde algunas palabras pueden ser dichas y donde queda excluida la intención de comunicar algo a otro.
Hay un encuentro que define al síntoma que es entre los significantes y el cuerpo. Hay una pregunta formulada por Lacan que nos pone en la buena pista ¿por qué en ese encuentro hay algo, tanto en el autista como en el esquizofrénico, que se "congela"? La respuesta que podamos construir no dejará por fuera la consideración de su tratamiento, y el hecho que podamos en Psicoanálisis desprender lo que el autismo nos pueda enseñar.
*Analista. Miembro de freudianas, Institución de Psicoanálisis.
Con nuevos métodos de diagnóstico, se multiplican los casos en EEUU y Europa; en Francia buscan prohibir por ley "las prácticas psicoanalíticas con los autistas", y un documental avala la idea. Encendida la polémica, una diversidad de voces alerta sobre los dispositivos de control de la subjetividad a través del discurso de la ciencia, en una época de la cual el autismo es una perfecta metáfora.
"Relacionarse con el propio cuerpo como algo ajeno es ciertamente una posibilidad que expresa el verbo tener. Uno tiene su cuerpo, no lo es en grado alguno. De aquí que se crea en el alma,
después de lo cual no hay razones para detenerse, y también se piensa que se tiene un alma, lo que es el colmo".
Jacques Lacan
El hombre es un animal doméstico. Dependiente hasta entrados los años, no se diferencia demasiado de un perro, un gato, una oveja o una tortuga. Por cierto, la pericia o impericia en el uso del lenguaje lo convirtió en otra cosa, máquina de guerra, artista, pastor de rebaño o experto en la percepción y medida del tiempo y el espacio. Así las cosas, es imposible ocultar para quien escribe cierta simpatía por los autistas, esa especie de homúnculo que prefiere no hablar, no comunicar, que escucha al Otro pero es indiferente, verboso a su pesar, “cultor” de estereotipias y ecolalias. El autista es un intruso con el que las familias no saben qué hacer. Pero no es un activista en potencia, no sabe (como nadie) por qué hace lo que hace, tampoco es autónomo. Es un niño. Y sin embargo, es un niño que puede inventar un modo de soportar ese dolor y con el paso del tiempo transformarlo, transformarse en activista, escuchar, hacerse responsable de sus actos y ganar (como cualquiera) una módica autonomía.
Es una posibilidad abierta si no cae en las orejas y las manos de la medicina, la neurobiología, la biopolítica o el conductismo que hegemonizan el modo de la técnica contemporánea y privilegian, con algún propósito que no viene al caso, su alianza con la industria farmacéutica. El mercado del autista contemporáneo lo quiere educado como muñeco y consumidor, antes que aquel clásico capaz de rechazar todo lazo y mortificarse. El autista es hijo de unos padres desorientados que en casa tienen un problema y que para terminarlo, si es imprescindible, si es por su bien, será objeto de reeducaciones, manipulaciones, invasiones, adiestramientos, tratamientos electroconvulsivos, cargas de neurolépticos. Se fracasará pero se volverá a intentar. Aquellos que se espantaban de los campos de reeducación ideológica de Pol Pot en Camboya no tienen idea de lo que sucede en los laboratorios occidentales. Alguien vuela sobre el nido del cuco y recuerda al Kaspar Hauser de Herzog.
Eso es lo que está pasando en la actualidad, en los tiempos hipermodernos.
Dice el psicoanalista francés Guy Briole: “En la aceleración actual (…) todo es aplicable inmediatamente y sometido al dictado de la evaluación y la rentabilidad. Este desplazamiento del lugar político, sociológico, filosófico y cultural donde se piensan los proyectos para el hombre de mañana hacia la racionalización fría del ingeniero y del economista, es lo determinante. Pretenden remodelar la sociedad y los hombres que la componen a partir de los progresos científicos considerados, ellos mismos, según criterios de rentabilidad”.
Esto es: aplastar la singularidad del autista por una protocolización evaluativa, normativizante, universal y pedagógica. El autista es imposible de pedagogizar hasta cierto punto. Luego, será, como escribió Jean-Luc Milner, una cosa más entre las millones de cosas que lo rodean.
¿Qué buscan los psiquiatras, psicólogos y médicos operadores del mercado? Según Briole, “identificar cohortes biológicas y crear grupos más homogéneos basados en aspectos seleccionados. Entienden por ello criterios bioquímicos, genéticos, histológicos, neuroradiológicos y cognitivos, así como una pertinencia de las comorbilidades del autismo con la epilepsia, las miopatías y otras enfermedades muy poco frecuentes”.
El autismo es manos del cognitivismo, según Eric Laurent, lo único que trajo “es la multiplicación por diez del número de casos en veinte años”, sin olvidar que “dicha categoría se funda en hipótesis que los últimos veinticinco años no han permitido confirmar de ninguna manera”, dice el psicoanalista desde París.
Gabriela Grinbaum, psicoanalista argentina y co-directora de la publicación Registros, en cambio, no cree que haya “más autistas en la actualidad, pero es cierto que bajo la nosografía impuesta por el DSM, el Trastorno general del desarrollo, conocido como TGD, no sólo recae sobre los niños autistas o psicóticos sino que es diagnosticado de la misma manera todo niño con problemas de conducta más severos: de agresividad, cambios de humor, los que no se adaptan al colegio, es decir, los que no encajan, los que salen de la media. Y como el TGD es una etiqueta multiuso, da la impresión que hay más. Y el resto padece ADD, déficit atencional. Y la ritalina es moneda frecuente”.
Su colega, Luján Iuale, autora de Detrás del espejo (Letra Viva), no la desmiente: “Hay un avance cada vez mayor respecto a la medicalización y patologización de los niños. Este problema no es exclusivo de los autistas. Sí, cada vez más se presenta a estos niños, desde la perspectiva del déficit, que trae como correlato la idea de medicar para “regular”, y de re-educar y re-habilitar lo disfuncional con fines adaptativos, desconociendo que más allá de lo que está perturbado en cada ser hablante, estos niños presentan modos particulares de producción subjetiva. Lamentablemente la dupla TCC-fármaco intenta imponerse como paradigma científico, desconociendo la importancia del trabajo psíquico como motor. No me cabe duda que el avance de esta dupla responde además a fuertes intereses económicos. Esto no quiere decir que todos los terapeutas que trabajen con dicha orientación persigan fines de lucro, sino que se montan empresas muy rentables pero que no sacan al niño del aislamiento”.
Como sea, en los Estados Unidos y Europa, la multiplicación de autistas crece, pero muchos suponen que serían más si los psicoanalistas continuaran tratándolos.
En marzo de este año, en una crónica del diario Clarín podía leerse que “según un informe difundido por el Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC), la principal entidad oficial de monitoreo del tema en los Estados Unidos, la cantidad de casos subió un 78% desde el 2000. En la actualidad, uno de cada 88 niños sufre este trastorno neurobiológico (sic)”.
Así y todo, en Francia han puesto manos a la obra: el 26 de enero pasado quedó registrada, en la presidencia de la Asamblea Nacional, una propuesta de ley que apunta a prohibir el acompañamiento psicoanalítico de las personas autistas, en favor de los métodos educativos y conductuales. Pretende también pedir a las universidades la exclusión del psicoanálisis de las asignaturas concernientes a la enseñanza acerca del autismo.
En su momento, el autismo recibió de Francois Fillion, primer ministro del gobierno de Nicolás Sarkozy, la cucarda de “Gran causa nacional 2012”. Y desde ese momento, asociaciones de padres de niños autistas sostienen una guerra: “la guerra está declarada contra el psicoanálisis”.
Esta campaña, preparada por profesionales del periodismo, caricaturiza al psicoanálisis y propone terapias conductistas como única solución al autismo en su conjunto. La operación se apoya en el recurso a la ciencia que habría demostrado la causa biológica. Pero por el momento esa causa es una falacia que nadie ha podido demostrar.
Al respecto, Laurent dijo que “la maniobra está arropada mediante el recurso a la ciencia que afirmaría poder explicar el conjunto de los fenómenos mediante una estricta consideración biológica, sin tener en cuenta la relación que sustenta el sujeto con el mundo, hasta tal punto la apariencia de ciertos autistas permitiría pensar en este corte. El drama de salud pública planteado por estos sujetos coloca sin embargo en primer plano la recepción de estos síntomas en un discurso. Incluso si se explica el sorprendente crecimiento del número de casos mediante artefactos estadísticos, hay que explicar por qué la mirada clínica desvela mejor estos síntomas. Además, es el único ‘trastorno’ psíquico en el que la metáfora de la reducción del trastorno a un ‘desequilibrio químico’ como en la depresión, por ejemplo, es rechazada”.
La psicoanalista argentina Alejandra Glaze, lo dice de otra manera: “Debemos saber que en cualquier ley hay un vicio de estructura: está construida en base al ‘para todos’; la ley está preparada ya desde su origen como rechazo de lo singular. Es por eso que en la educación de los niños hay algo singular que se debe ajustar al ‘para todos’, tarea siempre imposible si seguimos a Freud. Pero la pregunta de interés es qué es lo que hay que homogeneizar en ese juego del ‘para todos’: el encuentro con la lengua. Algo que se pone en juego antes de lo que se enseña y se aprende, antes de los que mandan y obedecen, que constituye lo más singular del sujeto.
“Se debe valorizar al niño autista, no captarlo como un deficiente manipulador, sino como un sujeto inteligente entorpecido por sus angustias. En el tratamiento, se trata de estar allí, presente, para que el niño invente, cada uno, una manera de hacer con eso que lo angustia, no invadiéndolo ni amenazándolo con propuestas que vayan contra sus invenciones sino contando con sus potencialidades y sus incapacidades, pero también con su objeto privilegiado, el objeto autista. Estar allí, en presencia, uno por uno, para que pueda ser escuchado en lo que tenga que decir, y para que encuentre una forma de hacer con eso que lo retiene en esa posición encapsulada, en un intento de ligar el significante al cuerpo”.
Pero un episodio posterior al de la Asamblea Nacional, agitó más las aguas. Eric Laurent, junto a Alexandre Stevens y Esthela Solano, demandaron a la realizadora del documental El muro, Sophie Robert, por difamación, argumentando que la forma en que la película, donde aparecen sus testimonios, presentaba una edición tendenciosa y distorsionada al solo objeto de hacer circular una diatriba contra el psicoanálisis.
Y Ana Ruth Najles, psicoanalista también, recuerda que “en un texto de 1967 Jacques Lacan ubicó a la segregación como el problema más candente de nuestra época ya que está conectado con la relación que existe entre ‘el avance de la ciencia y el cuestionamiento de todas las estructuras sociales que éste trae aparejado’.
“Interpretamos este camino de segregación como la pérdida del estatuto de ser hablante, dejado sin palabras, sin responsabilidad, para caer en el estatuto de objeto de manipulación por parte del mercado, homologable a cualquier objeto producido por la tecnología: esta objetalización da lugar a lo que Lacan denomina el ‘niño generalizado’, que se traduce como ‘todos iguales’, es decir, para todos el mismo goce.
“El niño generalizado, producto de las variantes modernas de la segregación, segrega a su vez la muerte misma. Excluir el hecho de que no hay posibilidad de saberlo todo, de tenerlo todo, de decirlo todo, de no morir, de gozar de todo, eso es segregar la muerte. Esta época se caracteriza como la época del Otro que no existe, ya que el Otro, como lo dice Jacques-Alain Miller, en tanto garante de la verdad universal, no existe más. Los ideales de otrora ya no se sostienen.
“Entonces, ¿qué lugar ocupa un niño para este sujeto auto-referencial, constituido como narcisista, el del discurso capitalista?
“El mercado ha tomado a los niños como destinatarios privilegiados de sus estrategias de consumo, transformándolos así en los consumidores-consumidos por excelencia. Y esto se manifiesta en un fenómeno de los últimos años: el de los niños diagnosticados masivamente en el mundo occidental con un trastorno inventado, el así llamado ADD –síndrome de déficit de atención–, y medicados a veces durante la infancia y adolescencia, o la vida entera.
“Digo ‘síntomas modernos’ de la infancia entre comillas para hacer notar que tanto los chicos inquietos en el aula como los fenómenos del autismo no son fenómenos nuevos. Lo que es nuevo es el esfuerzo que la ciencia hace, de la mano de los medicamentos y del mercado, por hacerlos callar. Por dejar a los niños sin palabras, sin responsabilidad, en posición de objetos consumidos por el mercado de las ‘drogas’ lícitas. Ciertas corrientes de la industria farmacéutica se interesan por tener el control absoluto sobre estos ‘síntomas’ y el mercado que generan.
“La cantidad de chicos medicados con ritalina por el ADD, permite leer un aspecto de la cuestión, más allá o más acá de las políticas en juego; por el sesgo de una autoridad (la de los educadores) que ya no se sostiene, dada la debilidad del discurso pedagógico, discurso que padece de una insuficiencia radical para transmitir un saber en la época de Internet”.
Pero el titular del Ejecutivo francés, el “socialista” Francois Hollande ya comunicó su decisión a los psicoanalistas: “Tratándose en particular del autismo, voy a sacar las consecuencias del reciente informe de la Alta Autoridad de Salud (Haute Autorité de Santé, HAS)”. Basándose en el mismo informe, Daniel Fasquelle, diputado del partido de Nicolás Sarkozy, anunció su intención de introducir un proyecto de ley para prohibir “las prácticas psicoanalíticas con los autistas”.
¿Está perdida la batalla? Jean-Claude Maleval (de quien Grama acaba de publicar ¡Escuchen a los autistas!), se pregunta lo mismo. “¿Cuáles son entonces las principales conclusiones de la HAS en 2012 con respecto al tratamiento del autismo? ¿Y qué consecuencias se pueden sacar de ellas? Ninguna de ellas descansa en pruebas científicas establecidas. Dos enfoques, el método ABA y el programa de desarrollo de Denver, reciben un grado B, que designa una ‘presunción científica’ de eficacia, mientras que el programa TEACCH obtiene el grado C, que designa ‘un bajo nivel de prueba’. En cambio, los ‘enfoques psicoanalíticos’ y la ‘psicoterapia institucional’ se consideran como ‘intervenciones integrales no consensuales’: no resulta posible concluir a favor de la pertinencia de estas intervenciones debido a la ‘ausencia de datos sobre su eficacia y a la divergencia de los puntos de vista expresados’. Existe, sin embargo, una considerable literatura consagrada a los tratamientos psicoanalíticos del autismo. Datos existen, pero hay que aclarar que no existen los que cumplen con los requisitos metodológicos de la HAS”.
Jorge Alemán, psicoanalista y agregado cultural de la embajada argentina en España, sostiene desde Madrid que “más allá de la gravedad de la prohibición con respecto a la cuestión especifica del autismo, el asunto de fondo es que se vuelve cada vez más patente el antagonismo entre los dispositivos de evaluación, control y producción biopolítica de la subjetividad –consumados ahora en la hegemonía neoliberal en Europa– y la ética del psicoanálisis: es la ideología de la ‘objetividad’ y la ‘metafísica de los expertos’ asumidas por el Estado como instrumento de las mismas, la que rechaza la experiencia del inconsciente”.
Podría decirse que la batalla legal y cultural está perdida, a pesar que el inconsciente no es un objeto o un artefacto sino que se conoce por sus efectos, que ningún modelo computacional puede calcular y nada los pueda hacer desaparecer, ni siquiera en esta época, de la cual el autismo es una perfecta metáfora.
Grinbaum retrata a la hipermodernidad como “un estilo autista general, lo que hace que los niños autistas queden muy camuflados. Dos niños se juntan a jugar cada uno con su aparatito y nadie nota que tras ello se oculta una dificultad de lazo al otro, un rechazo radical al otro, que es lo que caracteriza al autista. Digo que en los tiempos contemporáneos todo se dirige hacia un mundo, insisto, de estilo autista, con goces autistas, y cuando finalmente el encuentro del grupo se concreta, por supuesto vía Facebook, lo que se produce es una reunión de amigos que no largan su gadget y difícilmente conversen entre ellos. Las familias se sientan a comer, clásicamente el momento de reunión e intimidad, a lo sumo interrumpida por algún programa en la tele, y hoy cada hijo, incluso para mantenerlo sentado, está inmerso en su iPad, iPod Nintendo y demás”.
Alejandra Glaze no es menos clara: “un sujeto autista encarna la negativa a no dejarse dominar por la intrusión que implica la existencia del Otro; a no dejarse someter a esa violencia que significa estar tomado en un discurso. El autista nos muestra el rechazo a un modo de ser habitando una lengua. Se trata de un Otro que funciona como una pura exterioridad de todos los significantes. Es quien justamente no se deja tomar en ningún discurso, va solo con su invento, que lo protege de la angustia, y con su objeto autista, lo que hace que desde ciertas corrientes en las que se lo intenta normalizar, se llame a sus conductas ‘obsesiones’, y se quiera, muchas veces, eliminarlas lisa y llanamente.
“Sabemos que el discurso de la ciencia no se lleva bien con la singularidad del sujeto, y también que es poco proclive a aceptar las diferencias, de modo que siempre tiende a acallarlo y proponerle conductas ligadas a una normalización. En este sentido, la especificidad del autista es concebida como un obstáculo al discurso educativo y al científico, que muchas veces van juntos. De ahí ese interés tan decidido por borrar cualquier especificidad de ese sujeto, e intentar llevarlo hacia el terreno de lo esperable.
“Es de lamentar que en nuestra época nos encontremos frente a un impasse en el que el mercado de la salud mental segrega la subjetividad, más evidente aún en el caso de los niños, utilizando nombres que etiquetan los síntomas como disfunciones. El autismo y el ADD son algunos, que reducen ese supuesto disfuncionamiento a un dato estadístico a completar en un protocolo, y evitando la pregunta sobre el malestar que aqueja al sujeto; mediante el rechazo a la subjetividad, estas corrientes inflacionan el autismo contemporáneo, objetalizando aún más a esos mismos niños. La idea que subyace en dichas medidas de control social tiene que ver con la idea de un hombre neuronal y un niño programado, que responda a los ideales de la época, hoy más ligados a la efectividad y a la producción que a la invención singular.
Pero “es interesante pensar por qué a la hiperactividad le siguió en interés el autismo. Son dos diagnósticos que suelen utilizarse en el discurso de la ciencia cuando el sujeto no se deja ‘atrapar’ o ‘normalizar’. Son enigmas de la ciencia a los que intentan dar respuestas rápidas sin pasar por lo que implica entender a qué responden. A ambos, se les pide sólo que obedezcan. Tal vez la causa pueda encontrarse en la patologización de los cuerpos, en esa práctica de la biopolítica que hace ingresar a los dispositivos de control hasta lo más íntimo del cuerpo; biopolítica que se topa con un obstáculo que procede de lo real, la pulsión, que no es digitalizable ni representable por ningún procedimiento técnico”.
Un acercamiento psicoanalítico al complejo problema del autismo
Ante la insistencia en el aprendizaje de estructuras normativizantes, la orientación lacaniana subraya la propuesta específica de cada sujeto autista para salir de su encierro. Una ley debe contemplar las diferentes modalidades de abordaje.
Por Camila Candioti*
Pensaba qué decir en esta oportunidad sobre un tema tan complejo como el Autismo. Justamente me resonó "decir" --aquello suspendido para el llamado autista-- y me preguntaba si una de las funciones de esta breve intervención era darles voz. Manifestar una voz no vociferante ?-como la que ellos perciben-?, sino hacerlos existir en el mundo de los parlantes respetando sus formas, tal vez oficiar como una especie de intérprete y/o abogado defensor del sujeto autista.
Los autistas tienen mucho para decir, son poseedores de un sin número de enseñanzas a las que hemos de ser sensibles y capaces de comprender. El valor inestimable que enseñan día a día, caso por caso, los autismos, es que nada en el sujeto es natural, ni siquiera aquellas funciones primarias que permiten la supervivencia (comer, dormir, caminar, interactuar, entre otras). Hasta el velo de la unidad y el orden del organismo son corridos de lugar, apareciendo con toda su potencia lo real del viviente y su discrepancia con el lenguaje.
El psicoanálisis hace posible un lazo allí: el jeroglífico extraviado en esos actos esterotipados y aparentemente sin sentido, son recuperados por la presencia del analista, quien es capaz de traducir el código perdido.
Mientras que las diferentes terapéuticas hacen de la reeducación la fortaleza de su intervención, el psicoanálisis sostiene la verdad del sujeto. Ante la insistencia en el aprendizaje de estructuras normativizantes, la orientación lacaniana pone en primer lugar la propuesta específica que cada sujeto autista tiene para salir de su encierro. La veracidad de tal orientación se sostiene no sólo en la teorización y comprobación clínica, sino en la voz misma de aquellos jóvenes y adultos que han encontrado una salida, un nuevo modo de vida y es esto lo que transmiten con empeño en sus biografías y blogs.
Es clave poner en valor la particularidad de cada autismo, en lugar de la generalización de la terapéutica. A cada autismo le corresponde un tratamiento singular, ningún autista es igual a otro; es decir, hay tantos autismos como autistas existen. Ello no quiere decir que no tengan nada en común, si lo hay, eso que tienen de común es la dificultad extrema en el lazo con el semejante y con su propio cuerpo, pero hay que tener claro que, ese profundo atolladero en cada sujeto asume una modalidad diferente.
El psicoanálisis plantea una modalidad de alojamiento del sujeto y su familia, que permite un entramado posible en el camino de inscribir un nuevo espacio de vida para cada autismo. Una apuesta de los analistas en las instituciones se dirige a interrogar las normas y mandatos. Dicha interrogación no se dirige a prescindir de las reglas, sino ha flexibilizarlas según la necesidad del caso. La barradura del Otro -?institucional-? permite hacer un menos de presencia, restar mirada, extraer voz, vaciar ese lleno agobiante que inunda y deja sin lugar al autista. Correr a la institución de los estándares permite rescatar la singularísima respuesta que el sujeto ha dado.
Es de suma importancia también la pregunta por su padecimiento, es el eje que no se debe perder. La decisión de trabajar con ellos, la claridad de la orientación del tratamiento de ninguna manera debe anular el enigma que plantea cada modalidad autista de estar en el mundo. Este desafío es un ejercicio constante de los trabajadores, amigos y padres del sujeto autista; nos confronta con cotidianamente con lo imposible. Es desde allí, desde el no saber, desde el lugar de respeto y atención al sujeto que éste podrá desplegar la forma específica de su salida al lazo con el otro y a la vida, más allá del impedimento del padecimiento.
Una ley de autismo debe contemplar todas las diferentes modalidades de abordaje y tratamiento, dejando a las ciudadanos la posibilidad de elegir de acuerdo a sus convicciones.
*Miembro EOL y AMP.
Las adicciones como prácticas de goce, aun cuando el modo de consumo sea solitario, siempre están referidas a un grupo, a un circuito social, a ciertos sistemas de intercambios que atañen a generaciones, épocas y modas.
Por Adriana Testa (*)
En estos tiempos de democratización de la bohemia, drogas y alcohol son signos de otra cosa. De los grupos de culto que hacían de los elixires exquisitas experiencias de mutaciones en los estados de conciencia, acompañados de una música (blues, jazz, rock, tango) que hacía vibrar el cuerpo al unísono de esas mutaciones, pasamos a otros escenarios donde drogas, alcoholes y psicotrópicos acompañan otros modos de estar en el mundo. Corren de mano en mano por las calles pasando desde el lugar íntimo al público sin diferencia alguna o muy pocas. El marco que da vista al mundo también es otro: la omnipresencia de la mirada y de la voz hacen de cualquier urbe una galería comercial en la extensión de una megalópolis virtual (Eric Laurent, 2005). Somos mirados de modo casi constante, desde la cámara que controla hasta la publicidad que nos propone incansablemente cómo vivir. Y sonorizados de modo también casi constante por una voz planetarizada, omnipresente, que nos llega desde lo más próximo hasta lo más alejado de nuestro entorno. El discurso de la ciencia, que hoy no avanza si no es en la medida de su aplicación tecnológica, ordena de modo vertiginoso estos escenarios.
Entonces, el imperativo de consumo regulado por las reglas de mercado se inscribe en un "para todos", sin embargo esa regulación se diferencia de lo que le sucede a cada sujeto que se sostiene en la multitud mediante sus identificaciones y sus lazos libidinales. (Germán García, 2009).
Las adicciones como prácticas de goce, aun cuando el modo de consumo sea solitario, siempre están referidas a un grupo, a un circuito social, es decir, a determinados sistemas de intercambios que atañen a generaciones, épocas y modas. Si bien esas modalidades de consumo son particulares, es decir, comunes a un conjunto determinado, en el caso de una adicción la propuesta de su tratamiento no es compatible con un programa estandarizado para tales consumidores de tales o cuales drogas. La práctica que propone el psicoanálisis se orienta de un modo muy diferente.
No hay una respuesta "para todos" por igual. En primer lugar, por un principio freudiano de rigor: la causa de la adicción no es la droga. El agente no es el narcótico, sino la satisfacción paradójica que una adicción viene a suplir. (Freud, 1897). Sin duda, también están en juego las sustancias en sus distintas variaciones. No hay "la droga", sino que las hay muy diversas y modalidades de consumo también diversas según el ritual, la "junta", el contexto social. Ambos aspectos inciden en lo real del cuerpo. En tal sentido, el uso mismo de determinadas drogas, por la variabilidad de sus efectos -sea marihuana, hachís, cocaína, éxtasis, pasta base, paco, inhalantes, ácidos, ketamina, o sean psicofármacos, alcohol y sus más variadas combinaciones-, ya es índice de una particular modalidad de satisfacción, así como también lo es el modo de consumo: la dosis, la frecuencia y la vía, es decir el ritual. Eso que Freud llamó, en 1897, el "hábito". Un hábito que en la adicción se asume compulsivamente.
No obstante, no hay posibilidad de saber de qué se trata en cada uno si no es por la vía del relato a que dan lugar las drogas. Cuando el cuerpo ya no está capturado por las drogas, sólo a través del vector de la palabra, tal como ocurre con un sueño, es posible seguir el principio freudiano que orienta hacia la satisfacción que suplen y su fatídica inscripción.
(*)Presidenta de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL)
La ficción de Disney es el paradigma de la separación que debe realizar toda hija del deseo materno para acceder a su sexualidad femenina. Cada ser hablante interpreta a su manera al deseo de la madre, lo que incidirá en su vida erótica.
Por Graciela Giraldi*
La película de dibujos animados titulada Valiente, del Director Mark Andrews, pone en escena el fuerte lazo amoroso que une a la hija con su madre, el que se quiebra estrepitosamente durante su adolescencia. Valiente (Mérida) desde muy niña amaba su libertad, y pasaba sus días cabalgando e investigando lugares desconocidos, además de usar con destreza el arco y la flecha que le había regalado su padre. Valiente es el paradigma de la ruidosa o querellante separación que debe realizar la hija del deseo de la madre para poder acceder a su sexualidad femenina.
El deseo materno asfixiaba a la joven, quien cegada por su enojo buscó primero la falsa salida: que cambie mi madre. Más tarde, cuando la jovencita se confrontó con el imposible de que la madre no podía resolverle la vida, y de que la solución sólo estaba de su lado, fue logrando con astucia que su madre reconociera su derecho a elegir sus objetos de amor y deseo, además de haber puesto en juego ante su padre y los otros hombres sus rasgos femeninos como el hechizo, el misterio, la seducción y el coraje.
Freud tenía la hipótesis de que la madre de Leonardo Da Vinci puso a su hijo en el lugar del marido y le mochó una parte de su virilidad. Dicha apreciación freudiana nos lleva a reflexionar sobre el impase subjetivo en el que se encuentra muchas veces el niño para separarse de ese lugar de objeto del goce materno cuando no cuenta con una madre orientada en su deseo como mujer. Por el contrario, si la madre deja traslucir ese aspecto del más allá de ella como mujer, ello incide favorablemente en la vida amorosa de sus hijos, haciendo lugar a las diversas respuestas subjetivas de cada uno en relación al deseo, el amor y el goce.
Por su parte, el psicoanalista Jacques?Alain Miller destaca que es preciso que todos los cuidados al niño que la sociedad espera de las madres no disuadan a las madres de desear como mujer. Del lado del ser hablante, cada uno interpreta a su manera al deseo de la madre, lo que incidirá en su vida erótica.
Hoy día es observable que las mujeres ya no taponan su falta como antaño llenándose de hijos. Tal vez porque la subjetividad de la época está alertada de que el exceso de madre ahoga el acceso a la femineidad. Además cada niña/o es el producto de ese deseo de una mujer, objeto deseado que en el mejor de los casos ella se lo pide a su pareja amorosa. Otras veces, se lo encarga a la Ciencia con o sin la mediación del amor al partenaire sexual.
Ahora bien, debemos ubicar que el deseo de la madre es de un orden distinto al de planificar tener un hijo. Decíamos que el deseo de la madre está intrínsecamente enlazado a la sexualidad femenina, en relación a cómo cada mujer asume o rechaza su femineidad. De allí que la buena madre no es la madre buena, sino la que responde desde el lugar del no?toda madre, es la que está fallada o la que no encaja con la madre Ideal.
La buena madre es aquélla cuyo deseo de niño diverge en la medida que consiente a ser buscada y encontrada como mujer por su partenaire hombre.
¿Qué queremos decir con esto? Que desde la perspectiva del niño la madre será suficientemente buena madre si no lo es demasiado. Porque la buena madre es la que puede ir más allá de la madre educadora, o de la que enseña al niño a tener buenos hábitos y modales.
Los sociólogos ubican cómo el semblante de la madre?abnegada, aquélla del sacrifico por el bien de sus hijos fue mutando hacia la madre?orquesta de nuestra época, la que más allá de disponer de un batallón de ayudantes, se ocupa de la crianza y educación de sus hijos pero también de sus intereses personales, de su cuerpo y su vida amorosa, de su trabajo o estudios y de atender sus amistades, entre otras cuestiones.
Bajo esa perspectiva, podemos decir que las mujeres del siglo XXI se han separado del Ideal de la madre?sacrificada, y para poder gozar del derecho a la maternidad, sin matar la mujer que llevan dentro, ellas sólo cuentan con sus propios recursos subjetivos.
Dicho de otra manera, para poder tener una maternidad satisfactoria cada mujer debe confrontarse a la división de su deseo como madre y mujer, y estar advertida de que la madre se distancia de la mujer según la lógica subjetiva: a más madre menos mujer y viceversa.
*Psicoanalista, miembro de la EOL y la AMP. Autora de los libros: El niño en la ventana, Diálogos sobre el amor en psicoanálisis, Aprender, no aprender y querer aprender en la escuela, El niño en la encrucijada entre la madre y la mujer, La educación sexual escolar y los síntomas actuales (Editorial Homo Sapiens).
gragiraldi@fibertel.com.ar, gracielagiraldi@hotmail.com.
Así lo marca un estudio de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo) sobre estudiantes egresados y aquellos que aún cursan la enseñanza media en la región. Los alumnos se oponen al autoritarismo pero critican a los profesores que no cumplen de manera adecuada su función dentro del aula.
Por FRANCISCO CARNESE
Neuquén > Dos trabajos de investigación de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo) arrojaron que los estudiantes que ya egresaron y los que hoy cursan el secundario en las provincias de Neuquén y Río Negro exigen más autoridad a los docentes.
A la vez, se constató una fuerte crítica hacia las prácticas autoritarias y un rescate de las enseñanzas participativas de parte de las escuelas y de los propios maestros.
Los datos surgen de un primer estudio que se realizó con alumnos que hoy están en la universidad (cuya directora fue Carmen Mate de Palou), al que se sumó otro que todavía está en ejecución y que
se titula “¿Qué enseña la escuela media?”, a cargo de Liliana Isabel Pastor.
Mónica Calvet, secretaria de Investigación de la Facultad de Ciencias de la Educación y codirectora de ambos proyectos, explicó que se hicieron entrevistas de dos horas de duración a alrededor de
70 estudiantes, buscando un resultado más cualitativo que cuantitativo.
“En el primer trabajo se seleccionaron estudiantes al azar de la UNCo, independientemente de las escuelas de las que vinieran, aunque tratamos que fueran públicas”, indicó.
“No toleran, ni los estudiantes de hoy que están en curso en la secundaria ni los universitarios, la pérdida de autoridad docente. Es lo que más demandan, a la vez que lo que más critican es el
autoritarismo”, dijo Calvet y precisó: “La autoridad la ponen en dos sentidos: en que el docente sepa lo que enseña y en lo moral, es decir, que sean coherentes en la vida. A veces la mirada no
la fijan sólo sobre el maestro, basta con que estas cualidades las tenga un preceptor para que sean rescatadas”.
Denominador común
“Aunque los datos todavía no están cerrados van en línea. Lo que recuerda un universitario de la escuela media es casi lo mismo que lo que cree un secundario que se le está enseñando a futuro”,
enfatizó Calvet.
“Prácticas que pueden parecer espantosas como el retar a un alumno, cuando éste las enmarca en la preocupación genuina de un docente que quiere ayudarlo a salir al mundo, las valora”, agregó la
investigadora.
Calvet remarcó que “probablemente los docentes en algunos casos por no ser autoritarios no apelan a la autoridad” y precisó que con los que no la ejercen, como así también con aquellos que no
realizan su trabajo de manera adecuada en el aula “los estudiantes dicen que la pasan bien, pero señalan esta despreocupación de los maestros como una crítica”.
El lazo docente-alumno
De los dos trabajos de investigación elaborados por la Facultad de Ciencias de la Educación aflora que lo más formador en contenidos y valores para los alumnos no es atribuido a la institución, a
políticas nacionales o provinciales, sino al trabajo concreto de los profesores en clase.
“Esto marca que la formación docente es el eje. Si bien las políticas institucionales se filtran y tienen que estar, ya sean provinciales, nacionales o de la propia institución, la encarnadura de
los docentes es muy fuerte en el efecto que produce sobre la formación de una persona. Bastan tres buenos profesores en términos muy participativos y de debate en matemática para que vos quieras
ser matemático”, ejemplificó Calvet.
“Los lazos que hay entre el profesor y lo que enseña la escuela media son terriblemente fuertes, lo que es algo a favor del profesor pero un problema por el azar que esto supone”, afirmó la
investigadora y advirtió: “Esto habla de lo lábil que puede ser una política institucional, provincial y nacional si no tiene encarnaduras docentes claras. Grandes políticas pueden ser destruidas
por cinco profesores, la potencia de la práctica docente es muy alta”.
A raíz del manual de la Asociación de Psiquatría de Estados Unidos sobre el llamado trastorno por déficit de la atención, instituciones y profesionales argentinos consideran necesario sentar posición en defensa del derecho a la salud.
Por Viviana Beatriz Demaría*
Somos profesionales e instituciones que consideramos necesario tomar posición respecto a un aspecto clave de la defensa del derecho a la salud, en particular en el campo de la salud mental: la patologización y medicalización de la sociedad, en especial de los niños y adolescentes. Sostenemos que la construcción de la subjetividad necesariamente refiere al contexto social e histórico en que se inscribe y que es un derecho de los niños, los adolescentes y sus familias ser escuchados y atendidos en la situación de padecimiento o sufrimiento psíquico.
Tal como planteamos ya en el Consenso de Expertos del Area de la Salud sobre el llamado "Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad", en 2005, "hay una multiplicidad de 'diagnósticos' psicopatológicos y de terapéuticas que simplifican las determinaciones de los trastornos infantiles y regresan a una concepción reduccionista de las problemáticas psicopatológicas y de su tratamiento". Son enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios.
En ese sentido, un manual como el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales de la American Psychiatric Association en sus diferentes versiones), que no toma en cuenta la historia, ni los factores desencadenantes, ni lo que subyace a un comportamiento, obtura las posibilidades de pensar y de interrogarse sobre lo que le ocurre a un ser humano.
Esto atenta contra el derecho a la salud, porque cuando se confunden signos con patologías se dificulta la realización del tratamiento adecuado para cada paciente.
A la vez, con el argumento de una supuesta posición a?teórica, el DSM responde a la teoría de que lo observable y cuantificable puede dar cuenta del funcionamiento humano, desconociendo la profundidad y complejidad del mismo, así como las circunstancias histórico?sociales en las que pueden suscitarse ciertas conductas. Más grave aún, tiene la pretensión de hegemonizar prácticas que son funcionales a intereses que poco tienen que ver con los derechos de los niños y sus familias.
En esta línea, alertamos tanto sobre el contenido como sobre el impacto que en el campo de la salud mental tiene el DSM. Presentados inicialmente como manuales estadísticos a los fines de una epidemiología tradicional, en las últimas décadas han ocupado el lugar de la definición, rotulación y principal referencia diagnóstica de procesos de padecimiento mental. Con el formato de clasificaciones y recetas con título de urgencia, eficiencia y pragmatismo se soslayan las determinaciones intra e intersubjetivas del sufrimiento psíquico.
Consideramos que es fundamental diagnosticar, a partir de un análisis detallado de lo que el sujeto dice, de sus producciones y de su historia. Desde esta perspectiva, el diagnóstico es algo muy diferente a poner un rótulo; es un proceso que se va construyendo a lo largo del tiempo y que puede tener variaciones (porque todos vamos sufriendo transformaciones).
En relación a los niños y a los adolescentes, esto cobra una relevancia fundamental. Es central tener en cuenta las vicisitudes de la constitución subjetiva y el tránsito complejo que supone siempre la infancia y la adolescencia así como la incidencia del contexto. Existen así estructuraciones y re?estructuraciones sucesivas que van determinando un recorrido en el que se suceden cambios, progresiones y retrocesos. Las adquisiciones se van dando en un tiempo que no es estrictamente cronológico. Es por esto que los diagnósticos dados como rótulos pueden ser claramente nocivos para el desarrollo psíquico de un niño, en tanto lo deja siendo un "trastorno" de por vida.
De este modo, se borra la historia de un niño o de un adolescente y se niega el futuro como diferencia.
El sufrimiento infantil suele ser desestimado por los adultos y muchas veces se ubica la patología allí donde hay funcionamientos que molestan o angustian, dejando de lado lo que el niño siente. Es frecuente así que se ubiquen como patológicas conductas que corresponden a momentos en el desarrollo infantil, mientras se resta trascendencia a otras que implican un fuerte malestar para el niño mismo.
A la vez, suponer que diagnosticar es nominar nos lleva a un camino muy poco riguroso, porque desconoce la variabilidad de las determinaciones de lo nominado.
Asimismo, las clasificaciones tienden a agrupar problemas muy diferentes sólo porque su presentación es similar.
El DSM parte de la idea de que una agrupación de síntomas y signos observables, que podemos describir, tiene de por sí entidad de enfermedad, una supuesta base "neurobiológica" que la explica y genes que, sin demasiadas pruebas veraces, la estarían causando.
*Fragmento. Versión completa en www.forumadd.com.ar. Firman Beatriz Janin, Gabriela Dueñas, Gustavo Dupuy, Nora Elichiry, Osvaldo Tulio Frizzera, Alicia Stolkiner, María Terzaghi, Gisela Untoiglich, Juan Vasen y otros.
Presionados por la escuela, los profesionales, los hijos y sus propias expectativas, los padres salen sin embargo airosos de la ardua tarea de criar a sus hijos, según este experto.
El psicoanalista y pediatra inglés Donald Winnicott afirmó que todo ser humano, desde el principio de su vida, necesita del encuentro con otros que lo quieran y a quienes querer, y necesita también encontrar oposición y no vivir en un mundo donde se le permita todo. De esta lección se desprenden muchas de las enseñanzas de Ricardo Rodulfo, un destacado profesor de la Facultad de Psicología de la UBA que hoy resiste con otros muchos colegas la determinación del Rectorado de jubilar a un importante conjunto de maestros e investigadores que gozan de su plenitud intelectual. Rodulfo, como psicoanalista, considera que los padres hacen bien en consultar cuando les parece que algo anda mal con sus hijos, pero deben cuidarse de creer que hay profesionales que saben de manera absoluta qué es ser madre o padre. Para él, lo importante e irreemplazable es que cada familia encuentre su propio estilo y haga su propio camino, en lo artesanal de cada existencia.
¿Los padres están desconcertados ante los desafíos cambiantes que hoy traen los hijos?
Es importante, al referirse a las relaciones entre padres e hijos, ocuparse de las situaciones más comunes, no de las excepcionales o de las patológicas. Si uno procede así tiene que elogiar a los padres, que desde hace medio siglo hacen un gran esfuerzo por cambiar pautas de crianza y adaptarse a transformaciones que ocurren a gran velocidad en las sociedades occidentales de hoy. Al mismo tiempo, ellos se ven presionados por los medios, siempre en busca de lo apocalíptico; por la escuela, que les reclama ayuda en lugar de procurar resolver los problemas de los chicos en su marco; por los profesionales, que plantean a menudo perfiles ideales y objetivos teóricamente fascinantes pero irrealizables en la vida de todos los días. Y presionados, como no podía ser de otra manera, por sus propios hijos, con su sed de cambios y de libertad y sus esperables dobles mensajes: “No te metas en mi vida, pero ocupate de mí todo lo que yo quiera”.
Y están, además, sus propias contradicciones.
Claro, están presionados también por sus propias contradicciones. A los padres les encantaría poder apoyarse en la tradición, en como ellos fueron criados. Pero saben que ya no pueden contar con eso y desearían tener un libreto del que carecen. Y sin embargo, en medio de todo esto, un gran experimento de crianza más democrática y pluralista está teniendo lugar, y con no poco éxito.
¿Podría ejemplificarlo?
Ha desaparecido la persecución para que los chicos no se masturben; ha caído el prestigio idealizado de la virginidad de las chicas; está crecientemente aceptado que un hijo puede ser gay; los adolescentes ahora tienen la posibilidad de tener su iniciación sexual en su propia casa. Son ejemplos de cosas inimaginables unas cuántas décadas atrás. Junto con esto, pasa algo central: tiende a desaparecer el miedo del chico a sus padres, miedo que fue hasta hace muy poco un elemento central en la crianza. También viene en declinación un sistema de jerarquías que colocaba al adulto arriba y al chico abajo, uno mandando y otro obedeciendo, uno enseñando y el otro aprendiendo.
¿Y qué lo reemplaza?
Lo reemplaza una modalidad mucho más transversal, donde, por ejemplo, si el grande le enseña cosas al chico, éste a su vez tiene cosas para enseñarle al grande, porque son nuevas y las maneja mejor. A su vez, el grande ahora está mucho más inseguro y propenso a cuestionarse, y eso lo llena de temores y ansiedades muy específicos; ya no se siente garantizado por el mero hecho de ser el padre. Esto abre una posibilidad de diálogo entre padres e hijos que, con todos sus desencuentros y malentendidos, no tiene parangón con el que sucedía en otros tiempos, no tan lejanos.
¿Se podría hacer, entonces, un balance positivo en la relación entre padres e hijos?
Es muy importante la posibilidad de hablar como dos personas, tratando de comprender al otro, olvidándose por momentos de que son padre e hijo para sintonizarse de verdad. El hecho destacable es que son muchos los padres y madres que luchan por no estar todo el tiempo juzgando a sus hijos en términos de bien o de mal.
¿Qué cambios se han registrado en los roles paterno y materno a partir de las críticas de género?
Las políticas de género han repercutido enormemente sobre la crianza, dado que padre y madre ya no ocupan dos polos opuestos sino que tienden a rotarse, a compartir más de cerca los problemas cotidianos en vez de quedarse en posiciones estáticas fijadas por viejas tradiciones. Esto cambia muchas cosas. Por ejemplo, un chiquito acostumbrado a que papá también le da la mamadera, le cambia los pañales, lo baña, lo lleva a la plaza, difícilmente lo va a vivir como un tercero intruso que lo aparta de su mamá, al estilo de lo que el psicoanálisis popularizó como “complejo de Edipo”. Ya no están todos los mimos del lado de mamá, mientras un padre distante de cuando en cuando baja línea. Y hasta los celos se redistribuyen. Es divertido escuchar a hijitos con resistencia a aceptar tales cambios y protestar porque la madre no es ya el ama de casa sometida a la que se le puede pedir y ordenar de todo y que, además, sale para trabajar y no está todo el tiempo con su hijo.
¿Eso no provoca algún desconcierto en los chicos?
Los chicos muchas veces se ponen conservadores, sobre todo los varones de un amplio grupo social, más o menos clase media acomodada de Buenos Aires, acostumbrados a no hacer nada en casa. El resultado es un mix de nuevos hábitos y viejas modalidades que tardan en irse. Pero esto colorea la vida familiar con matices y conflictos.
¿Y hay espacio para la crítica?
Sí, se presenta un clima propicio al cuestionamiento, más acotado o más extendido, entre los miembros de la familia, desde el que los hijos hacen a sus padres -que ya no esperan a la adolescencia para hacerlo- hasta los que éstos formulan a sus hijos, sin olvidar el interno a la pareja y el autocuestionamiento de las mamás, en general más preocupadas por los aspectos afectivos de la crianza. Esa actitud interrogativa es un rasgo muy positivo en la vida actual, porque disuelve rigideces y cuestiona prejuicios. Además favorece el diálogo y la posibilidad de seguir aprendiendo a vivir juntos, se tenga la edad que se tenga.
Pero no todo es ideal. ¿Qué dificultades asoman?
Ciertamente, no faltan dificultades. En primer lugar, porque una crianza no autoritaria es mucho más difícil que otra -tal como sucede con el vivir en democracia-; en segundo lugar, porque la atenuación del miedo del chico a los grandes trae un nada despreciable problema: ¿con qué reemplazar el temor a fin de lograr que el hijo obedezca e incorpore normas? Las escuelas enfrentan hoy el mismo desafío. Bienvenida la desaparición del miedo, ¿pero en qué basar mi autoridad si los chicos ya no tiemblan por el castigo que he de darles? Hacerse respetar, tener firmeza, sigue siendo indispensable para educar a los chicos. Y no hay que caer en la idea sentimental y errónea que presupone que de por sí los niños serían buenos si el ambiente lo es: eso es minimizar la propensión del ser humano a la violencia, sea cual sea su edad, etnia, clase, etc. Es un hecho biológico de gran importancia y variadas consecuencias el que los humanos no tenemos ninguna regulación genética que, por sí sola, frene nuestra violencia, como sí la poseen otras especies. Esto se refleja en nuestra capacidad para la crueldad sin límites, que a cada rato sale a primer plano, en lo individual y en lo colectivo.
Y esto ya puede apreciarse en las relaciones que se traman en el jardín de infantes. Por lo tanto, no basta con que los padres renuncien a castigos corporales para suavizar a sus hijos. De hecho, no pocas veces vemos lo inverso: chicos que insultan, maltratan y le pegan a la madre, o amenazan a un profesor.
¿Qué se puede hacer ante eso?
Es un asunto serio. Requiere un espíritu de negociación permanente entre padres e hijos, como también en la escuela. No se arregla con la idea de “poner” límites; no sirve un límite que uno le pone al otro. Sirve y puede funcionar un límite consensuado entre todos, construido poniendo los padres toda su energía, pero incluyendo activamente a los hijos. En la actualidad vemos con frecuencia que muchos padres caen en la parálisis y ceden el timón con una blandura que no le sirve a nadie. Entonces el chico “hace lo que quiere”, pero como no deja de ser un chico que apenas sabe lo que quiere -inestabilidad que también se da en la adolescencia-, en realidad gira en círculos, busca chocar contra alguien firme sin encontrarlo y termina haciendo lo que puede.
¿Eso es signo de desconcierto?
A veces sí, y los padres estallan en gritos y amenazas que el hijo pronto aprende a no tomar en serio. O perseveran en complicadas interpretaciones “psicológicas” que les dan a sus hijos cuando ellos ni siquiera tienen la edad para comprenderlas y se las arreglarían mejor con una norma clara, enunciada por una madre o un padre seguros de su posición y dispuestos a asumir la responsabilidad de afirmar que “esto se hace así porque lo digo yo”, lo cual no es dictadura sino ejercicio de una autoridad que sabe cuándo decir un sí o un no con determinación, porque se está ejerciendo una función que no puede suplir un chico. Esto incluye correr el riesgo de equivocarse: “no me pongo firme porque me creo infalible; me pongo firme porque eso está dentro de mis responsabilidades como padre”.
¿Qué queda, en un balance sobre la relación entre padres e hijos?
El balance no da ni para optimismos ni para pesimismos fáciles. Estamos en una cultura de cambios cada vez más rápidos y sentimos la falta de garantías. Pero también sentimos excitación por una apertura enorme del horizonte. Los padres y los hijos no son la excepción a esta corriente de época: como tendencia, son más libres que en el pasado, tienen más en sus manos la oportunidad de elegir cómo quieren ser y qué quieren hacer, como padres, y como hijos.
Acaba de publicar un libro titulado de manera inquietante: ¿Por qué tenemos hijos? (Paidós). Dice que busca desmitificar allí la idea de que sólo es “por amor”. Su experiencia como obstetra.
Por Mariana Carbajal
¿Por qué tenemos hijos? La pregunta resulta políticamente incorrecta. Es raro formularla y mucho más, contestarla de viva voz. El médico Mario Sebastiani, obstetra del Hospital Italiano, se anima y desafía a pensar una respuesta sincera. Con una trayectoria profesional en consultorios y salas de parto de casi cuarenta años, en los que asistió a más de un millar de mujeres embarazadas y contabiliza alrededor de 9 mil nacimientos, Sebastiani duda de que el motivo por el que se tienen hijos sea siempre el amor, como se suele responder mecánicamente. Con su flamante libro, que lleva como título justamente la pregunta inicial, no sólo desacraliza la maternidad: provoca y hasta puede llegar a escandalizar a algunos (o muchos).
“No soy moralista, pero entiendo que plantear una ética para el nacimiento es necesario. No una ética vinculante, sino reflexiva y responsable. Tener un hijo debiera ser un acto de responsabilidad con un gran componente moral. Los hijos no pueden ser rellenos ni una obligación religiosa ni la propagación de la especie. Detrás del deseo egoísta de tener un hijo tengo que tener un escenario que le permita al niño desempeñarse en las mejores condiciones posibles. Y no hablo de riqueza”, plantea Sebastiani, en una entrevista de Página/12, donde reflexiona sobre las razones que lo llevaron a sacudir la modorra del estante de libros de autoayuda para embarazadas, donde seguramente las librerías ubicarán el suyo. Aunque, como él mismo advierte, es un libro para los que ya tuvieron hijos y de autoayuda no tiene nada.
“No tengo dudas de que una sociedad es mejor y será mejor si cada uno de nosotros, en soledad y luego en pareja, nos preguntamos si tiene sentido tener hijos, o qué sentido le daremos al pasaporte que le otorgamos a nuestros hijos en la llegada a este mundo”, apunta Sebastiani. Es un gran comunicador. Profesor adjunto del Departamento de Tocoginecología del Instituto Universitario de la Escuela de Medicina del Hospital Italiano de Buenos Aires, se entusiasma y apasiona al hablar.
En el prefacio de Por qué tenemos hijos (Paidós), que acaba de editarse, Sebastiani enumera una serie de frases que escuchó en su consultorio de boca de sus pacientes, y que de algún modo, fueron disparadoras para escribir el libro:
“Pensaba esperar unos meses más pero llegó antes...”
“No esperaba verme, ¿verdad?... Yo tampoco... No sé qué hacer...”
“Yo no quería... Pero mi marido no quiere parar hasta tener un varón...”
“No quería tener hijos, pero quedaba embarazada o perdía a mi marido...”
“Necesito ayuda... No sé de quién es... Me encontré con un compañero de colegio y en el mismo día tuve relaciones con mi marido y con él...”
“Nos cuidamos con preservativos, pero una noche, luego de una fiesta de casamiento y unas cuantas copas de champagne, no lo usamos... Fue un accidente.”
“No creo que vuelva con mi pareja... No creo ni que él quiera volver... Pero lo voy a tener igual...”
“Hice varios procedimientos de fertilización asistida... No tener un hijo hubiera significado para mí vivir una vida incompleta...”
“Estoy sola, no tengo pareja... Pero recurrí a espermatozoides de donante...”
Dice Sebastiani: “Curiosamente en estas frases la palabra amor no figura, y como sentimiento no pareciera ser el que más prevalece. Percibo que, en cambio, los motivos más frecuentes tienen que ver con el accidente, el egoísmo, la negociación, la soledad. El bebé, casi, como una mascota”.
–También los hijos pueden ser producto del amor de una pareja. ¿O no?
–Aun como probables productos del amor, veo a los hijos como una nueva y compleja tensión en nuestras parejas, de pronto devenidas en familias, como una nueva tensión en la sociedad. En el pasado la maternidad era de las mujeres solas, con un papá que salía a proveer los bienes de consumo y la subsistencia; en la actualidad vemos una paternidad compartida, seguramente justa, pero claramente conflictiva en otros aspectos. ¿Por qué hablamos de amor siempre? Siempre te felicitan si estás embarazada. La sociedad es pronatalista. ‘No hay mejor fiesta que traer una vida’ es un lugar común. Pero nos encontramos a la vez con la victimización de los niños, el maltrato infantil, chicos solos deambulando por los shoppings, militarizados en otros países. Los colegios tienen dos turnos. Si tuvieran tres serían un éxito. No es una cuestión de riqueza o pobreza. Los ricos ya tomaron partido: en Europa no tienen hijos. Es una complicación: les impiden viajar, hay que ocuparse de cuidarlos y no tienen quién lo haga.
–¿Cuántos hijos se estima que nacen sin planificación de sus padres?
–La mitad de los hijos de clase media son no planificados. Teniendo bastante al alcance pero no todo –poca o ninguna educación sexual, insumos contraceptivos o asesoramiento– seguimos teniendo hijos en un momento que no es el que habíamos planificado; muchos de ellos, exactamente por no haber sido planificados, se convierten en un embarazo no deseado y su fin es la interrupción de la gestación. Cuando digo muchos, me estoy refiriendo a cifras que no sólo asombran sino que podrían producir espanto. Hay países, como Argentina, en los que se interrumpe un embarazo por cada dos recién nacidos. En otros, como Estados Unidos, hay una interrupción por cada tres recién nacidos, y en otros, como Suecia, una interrupción cada cinco recién nacidos. Sin embargo, las políticas públicas concernientes a la planificación familiar o están ausentes o están en terapia intensiva en la mayoría de los países de nuestra región.
–¿Cuál es la región donde hay mayor planificación familiar?
–En Europa del norte y en Canadá. ¿Sabe por qué? Porque llevan 55 años de educación sexual. Tienen claro lo que es el sexo lúdico y el sexo reproductivo. La carencia de un plan sistemático de educación sexual es grave. Los que se oponen a que haya educación sexual en las escuelas sostienen que vamos a hablar de forros y de píldoras anticonceptivas a los chiquitos. No es así. Significa conocer el cuerpo, identificar lo que es la violencia hacia el otro, el placer.
–Usted no sólo desacraliza la maternidad. También se encarga de enterrar la idea –errónea pero muy extendida socialmente– de que existe el instinto materno...
–Podemos ser instintivos cuando somos muy chiquitos. Cuando las mujeres que acaban de ser madres descubren las primeras piedras de la crianza, se encuentran que no tienen instinto que las salve de lo embarrado que están en ese momento. Cuando la teta no les funciona, cuando sienten odio por el bebé que no para de llorar, cuando no saben qué le pasa. Los programas de psicoprofilaxis para el parto deberían enseñar sobre los hijos, lo que cambiará en la vida al tenerlos. El primer año es complicado, la mujer no deja de ser puérpera, se modifica la relación de pareja, es fundamental que la mujer vuelva a trabajar para mantener su autonomía económica. Pero esta información no se divulga, porque no es agradable. Y en un punto se censura. Nadie se atreve a advertirle que va a sentir aburrimiento, soledad, que por momento se va a querer sacar de encima al bebé. La lactancia, por ejemplo, es uno de los disparadores de culpa más grandes para las mujeres madres. Dar dos años el pecho al bebé, como propone la Organización Mundial de la Salud, no es saludable para las mujeres. Pero sin embargo, se machaca con ese discurso, y se lo dirige a todas las mujeres, cuando en realidad ha sido pensado para las que crían sus hijos en condiciones de extrema pobreza: se les podría regalar la leche de fórmula pero, como el agua que utilizarían para prepararla seguramente está contaminada, insisten con la cuestión de la leche materna. La lactancia hay que armonizarla con la mujer-madre-compañera-trabajadora. Pero no puede ser un mandato culpabilizador.
La charla transcurre en un elegante café de Palermo. En este tramo de la entrevista, una señora cincuentona que la escuchaba desde otra mesa, se acerca entusiasmada e interviene: “Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice. El mensaje de la lactancia por dos años está arruinando a los matrimonios”, afirma. Y cuenta la experiencia de su hijo, flamante padre y su nuera que quiere amamantar al bebé hasta los dos años, en Nueva Zelanda, donde viven. Sebastiani asiente. “A veces –sigue él– se usa la lactancia para tomar distancia del esposo.”
Este médico obstetra, conocido por sus posiciones a favor de la despenalización del aborto, en su último libro se mete también con el fenómeno de la fertilización asistida, el alquiler de vientres, y el no deseo de tener hijos.
–¿Por qué propone que nos hagamos esa pregunta tan quisquillosa de por qué tenemos hijos?
–Es una pregunta para toda la sociedad. Hay que saber que el hecho de tener hijos te va a quitar algo. Podemos transmitir aromas y platos familiares pero no se cuenta qué nos pasó con nuestros hijos. Quiero que se pueda transformar el aspecto cándido de decidir tener un hijo en un evento de responsabilidad. Cada año metemos entre 60 y 80 millones de niños en el mundo sin preguntarnos si van a tener las condiciones mínimas afectivas y estructurales que necesitan. Y no es una cuestión de dinero. En un ambiente pobre se puede nacer y crecer muy bien. Pero hay que pensar que a un niño hay que darle cuidados. Y mucha gente se olvida de eso tan básico.
El fraude por el que GlaxoSmithKline debe pagar una multa astronómica obedece a la estrategia de ‘crear’ patologías para vender más. El Paxil se presentó como ‘la píldora de la timidez’
La imagen de la Big Pharma ha sufrido un nuevo golpe. Dos grandes laboratorios farmacéuticos, GlaxoSmithKline y Abbott, han aceptado en las últimas semanas pagar multas astronómicas por haber incurrido en graves malas prácticas en la promoción y venta de medicamentos. Ambas compañías se han reconocido culpables y han aceptado sendos acuerdos extrajudiciales para evitar males mayores, en el caso de que los procesos que se seguían contra ellas llegaran a juicio. Las malas prácticas reconocidas incluyen vender medicamentos para patologías en las que no están indicados, pagar a los médicos dádivas y sobornos para que los prescriban y, lo que es más grave, ocultar la existencia de efectos adversos.
En el trasfondo de estas multas multimillonarias subyace el giro estratégico emprendido por algunos laboratorios a finales de los años ochenta para incrementar los beneficios, no por la vía de obtener nuevos y mejores fármacos, algo que resulta cada vez más costoso, sino por la de conseguir nuevas indicaciones para sus viejos medicamentos. Esta estrategia incluye la creación artificial de enfermedades, lo que en inglés se conoce como disease mongering, es decir, el intento, muchas veces culminado con éxito, de convertir procesos naturales en la vida como la menopausia, la tristeza o la timidez, en patologías susceptibles de ser tratadas con fármacos.
EE UU castiga las dádivas a médicos o la ocultación de efectos indeseados
Dos casos han contribuido a afianzar la imagen de villana que acompaña a la Big Pharma, para disgusto de los laboratorios serios y comprometidos, que deploran este tipo de comportamientos. El papel de héroe lo ha asumido en este caso el Gobierno de Estados Unidos, que bajo la presidencia del demócrata Bill Clinton decidió acabar con los abusos y desmanes en que incurrían algunas farmacéuticas dispuestas a saltarse las normas de la ética e incluso la ley para preservar la cuenta de resultados.
GlaxoSmithKline, la tercera mayor farmacéutica del mundo, con una facturación de 33.998 millones de euros en 2010, tendrá que pagar ahora 2.400 millones de euros por haber promovido durante años la prescripción en menores de un antidepresivo, el Paxil, autorizado únicamente para adultos por los efectos adversos demostrados en pacientes jóvenes; por haber indicado otro medicamento, el Wellbutrin, para procesos en los que no tenía actividad terapéutica demostrada, como la obesidad o la disfunción sexual; y por haber ocultado que uno de sus medicamentos más vendidos, el Avandia, aprobado para tratar la diabetes, aumentaba el riesgo de afección cardiaca.
La obtención de nuevos fármacos resulta más cara que explotar los viejos
El de GSK ha sido considerado el mayor fraude de la historia, pero no era el único. En mayo, la farmacéutica Abbott llegó a un acuerdo similar y aceptó pagar una multa de 1.225 millones de euros por haber extendido el uso de un anticonvulsivo aprobado en 1983 para tratar la epilepsia y el trastorno bipolar, a otras patologías en las que no tiene ninguna eficacia probada, como la agitación en ancianos con demencia senil. El laboratorio pagó durante 10 años a médicos y residencias de ancianos para que prescribieran el fármaco. También Pfizer aceptó pagar en 2009 una multa de 1.800 millones de euros por la promoción fraudulenta de otros 13 medicamentos.
En la mayor parte de estos casos subyace una misma estrategia: promover de forma fraudulenta el uso de fármacos en afecciones en las que no están indicados. Y una vez logrado, ocultar los efectos adversos para evitar perder mercado. La comercialización de Paxil en 1999 es un ejemplo paradigmático de disease mongering. Hasta ese momento se reconocía como entidad patológica la agorafobia, un trastorno muy severo por el cual las personas que lo sufren son incapaces de salir de casa y cuando lo hacen, pueden sufrir ataques de pánico. El lanzamiento de Paxil se centró en una nueva entidad, la fobia social, que daba mucho juego puesto que podía abarcar desde formas leves de agorafobia a la simple y llana dificultad para hablar en público. Paxil se presentó con gran acompañamiento mediático como la píldora de la timidez y el laboratorio eligió para su lanzamiento en Europa la ciudad de Londres, capital del reino donde, según el tópico, hay más tímidos.
El Paxil era en realidad un viejo antidepresivo, la paroxetina, que volvía al mercado con nuevos ropajes y, por supuesto, nueva indicación. Cuando desde los foros de salud pública se criticó al laboratorio por esta manipulación, sus responsables culparon a la prensa de la distorsión. Pero en su discurso ante la junta de accionistas, el que entonces era el máximo ejecutivo de la división responsable del nuevo fármaco, Barry Brand, fue bastante más sincero: “El sueño de todo comercial es dar con un mercado por conocer o identificar, y desarrollarlo. Eso es justamente lo que hemos logrado hacer con el síndrome de ansiedad social”, proclamó, entre grandes aplausos. Efectivamente, la evolución de la compañía en Bolsa así lo acreditaba.
En la misma época que el Paxil se comercializó toda una oleada de fármacos conocidos como las píldoras de la felicidad destinados a librarnos, a golpe de pastilla, de las angustias, temores, fobias y frustraciones que inevitablemente nos acompañan en la vida. En la mayoría de los casos eran principios activos con eficacia demostrada en muy acotadas patologías. El objetivo de la estrategia de comercialización era ampliar todo lo posible el campo terapéutico a cubrir.
En las últimas décadas, la industria se debate entre el viejo paradigma de buscar nuevos o mejores fármacos para las viejas y nuevas enfermedades, algo que resulta muy arriesgado, y el que defienden los ejecutivos más agresivos, muchos de los cuales no tienen ninguna relación con la farmacología, partidarios de recurrir a otras estrategias para aumentar los beneficios. Así se ha pasado muchas veces del viejo paradigma de “enfermedad en busca de medicamento” al mucho más lucrativo de “medicamento en busca de enfermedad”.
Esta estrategia, objeto de numerosos artículos en las revistas médicas, suele articularse en tres fases. En la primera se trata de identificar las patologías, próximas o no a la indicación inicial, en las que podría justificarse de algún modo la prescripción del fármaco. La segunda consiste en colonizar los medios de comunicación con estudios, reportajes y entrevistas, de apariencia independiente, sobre la importancia social de la patología a tratar, y lo mucho que sufren quienes las sufren. Una vez sensibilizada la población y las autoridades sanitarias, se pasa a la tercera fase: ofrecer la solución. Para lograr este círculo virtuoso es importante contar, si es posible, con el concurso de los propios pacientes.
En 1999 la oficina de Nueva York de PRNews contabilizó un millón de menciones del nuevo fármaco Paxil, el único aprobado hasta ese momento contra la ansiedad social. Una investigación posterior del diario The Washington Post reveló que entre 1997 y 1998 se habían publicado más de 50 reportajes extensos en la prensa norteamericana sobre lo terrible que era la ansiedad social y lo mucho que estaba aumentando.
A esa época pertenecen también los dos fármacos que mejor simbolizan los grandes réditos de esta estrategia: Viagra y Prozac. Poco antes del lanzamiento de Viagra, los problemas de la disfunción eréctil tuvieron una sorprendente atención en los medios de comunicación. Entre los estudios de mayor eco mediático figuraba uno que revelaba que nada menos que el 72% de los hombres entre 40 y 70 años de Estados Unidos sufrían algún tipo de dificultad a la hora de conseguir la erección, lo cual resultaba terriblemente alarmante para los expertos que opinaban sobre el tema. La píldora azul ha tenido tal éxito que no solo se prescribe en los casos de auténtica disfunción eréctil, sino en muchos otros en los que es dudoso que tenga alguna eficacia. Últimamente se usa también con fines recreativos, para prolongar la erección. No existen estadísticas precisas de las víctimas, incluso mortales, de estos abusos, pero las hay.
Para vender Prozac, los laboratorios se dirigían al usuario, no al médico
La fluoxetina, el principio activo de Prozac, se aprobó en Estados Unidos en 1992. Llegó a España en 1997 precedida por una intensa y exitosa campaña que incluía menciones elogiosas en obras literarias y cinematográficas. La comercialización de Prozac incorporó una novedad: por primera vez los laboratorios no se dirigían a los médicos para aumentar la prescripción, sino a los posibles usuarios. Como era de esperar, batió el récord de progresión de ventas de un fármaco. Ya en el primer año se vendieron dos millones de unidades, la mayor parte con cargo a la Seguridad Social, a la que se le pasó una factura de 9.200 millones de pesetas.
Para hacerse una idea de lo que esa cifra representa basta con recordar que el lanzamiento de Prozac coincidió con la promulgación de la normativa que introducía en España la comercialización de genéricos y el sistema de precios de referencia. La aplicación combinada de esas dos medidas debía producir el primer año un ahorro de 8.000 millones. Prozac se comió todo el ahorro previsto.
Siguiendo fielmente la pauta del disease mongering se presentó también el fármaco que debía ayudar a las mujeres a superar esa fase tan terrible de la vida que es la menopausia, protegerlas del infarto y la osteoporosis y garantizarles poco menos que la eterna juventud: la controvertida terapia hormonal sustitutoria. De nuevo llegó al mercado precedida de un gran número de reportajes e informes sobre las consecuencias de la menopausia, que no solo trae sofocos, sequedad vaginal, aumento de peso y dificultades para dormir, sino graves riesgos para la salud. Varios estudios habían mostrado que la caída de estrógenos tras la menopausia hace perder a las mujeres la protección que tenían frente al infarto y acelera la pérdida de masa ósea. Todo ello era cierto, pero no lo era tanto que el nuevo fármaco tuviera los efectos protectores que proclamaba. A pesar de ello, se presentó como la gran panacea. Como ocurrió en otros países, los jefes de ginecología de los principales hospitales españoles convocaron a la prensa para recomendar que la terapia fuera administrada con carácter preventivo a todas las mujeres a partir de los 50 años y por un periodo de por lo menos 10. Afortunadamente, la Seguridad Social no les hizo caso.
Intensas campañas reclaman el reconocimiento de nuevos síndromes
Durante los años siguientes se produjo un goteo de estudios que alertaban de los posibles efectos adversos de esta terapia. En 2002, cuando en España ya la habían tomado más de 600.000 mujeres y en Estados Unidos más de 20 millones, llegó el “jarro de agua fría a la eterna juventud femenina”, para utilizar la expresión con que tituló la crónica el diario The New York Times. La FDA interrumpió de golpe un estudio en el que participaban 16.000 mujeres, el Women Health Iniciative, que debía demostrar todas las bondades y efectos preventivos por los que se estaba recetando. El estudio debía finalizar en 2005, pero los resultados preliminares indicaban que el tratamiento no solo no tenía los efectos protectores sino que a partir de los 5,2 años de tratamiento, aumentaba el riesgo de sufrir cáncer de mama invasivo y accidente cerebro-vascular. Con el tiempo se ha visto que el fármaco tiene su utilidad en casos muy concretos y muy cuidadosamente evaluados, pero nunca debe administrarse, como se pretendió, como tratamiento preventivo con carácter general y menos como “píldora” para combatir el miedo a envejecer.
Mientras tanto, nuevos síndromes han aparecido y son objeto de intensas campañas para que se les reconozca como patología tratada. Nuevos fármacos se suman a la estrategia del disease mongering. La polémica se centra ahora en el amplio abanico de los trastornos de la personalidad, el desorden bipolar y el déficit de atención.
Efectos adversos que no debían salir a la luz
En 2004 se supo que GSK había ocultado que entre los niños y adolescentes tratados con Paxil se producía una mayor tasa de pensamientos y conductas suicidas. Al ser descubierta, la compañía llegó a un acuerdo extrajudicial y se comprometió a publicar todos los datos de sus estudios clínicos. Mientras tanto, la investigación de este y otros casos motivó en 2007 un cambio legislativo en Estados Unidos que obligó a las farmacéuticas a publicar todos los datos de los estudios clínicos que hicieran. Esta normativa es la que permitió descubrir que GSK había ocultado también datos comprometedores de su fármaco Avandia, que se recetaba para tratar la diabetes.
La farmacéutica había iniciado en 1999 un estudio secreto para averiguar si Avandia era más seguro que su competidor Actos, de la empresa Takeda. Los resultados fueron desastrosos: no solo no era más eficaz, sino que presentaba un significativo mayor riesgo de daño cardiaco. Estos resultados deberían haberse comunicado a las autoridades sanitarias, pero en lugar de hacerlo, la compañía hizo todo tipo de maniobras para evitar que trascendieran. Una investigación del diario The New York Times reveló en 2010 diversos correos internos entre directivos en los que se advertía de que los datos del estudio no debían ver, bajo ningún concepto, “la luz del día”.
Los riesgos de Avandia fueron confirmados en un estudio independiente de un cardiólogo de Cleveland. GSK reconoció que conocía los riesgos de Avandia desde 2005, pero las investigaciones posteriores indican que la compañía ya tenía conocimiento de los efectos adversos no declarados desde antes de su comercialización, en 1999, y no solo permitió que se prescribiera sin ninguna advertencia, sino que hizo todo lo posible por ocultarlo sabiendo que había alternativas más seguras para los pacientes.
Que Avandia mantuviera su cuota de mercado era una cuestión estratégica para GSK, en un momento en que su portafolio estaba huérfano de nuevos productos. Entre los documentos conocidos ahora figura un informe interno, en el que la compañía evaluaba el coste que tendría la revelación de los efectos adversos: 600 millones de dólares solo entre 2002 y 2004.
Leer y tener una buena comprensión lectora es clave para el éxito escolar y para la calidad de la educación y de la cultura. Las madres y padres pueden hacer mucho por la lectura y por su familia, si siguen estos consejos y los convierten en hábitos. Si lo logran es como si diesen a sus hijos, por adelantado, un “master universitario” para el desarrollo de sus inteligencias múltiples.
Según los especialistas, las madres o padres que les narran cuentos o les leen libros infantiles a sus hijos en momentos de ocio o antes de dormir, como hábito cotidiano, favorecen el deseo lector en los niños pequeños que, de mantenerse, será clave para crearles el hábito lector, su éxito a la hora de expresarse, de aprender a leer en la escuela, de comprender lo que leen y de ampliar sus estudios.
Los avances de la neurología están demostrando que el cerebro infantil, incluso el cerebro adulto, se moldea y mejora con las experiencias positivas, con la lectura y con la buena música. Por eso, si queremos que nuestros hijos sean buenos lectores, desde su más tierna infancia sería conveniente seguir algunos de sus propuestas:
EN SUMA: Fomentar la lectura en familia es una línea de acción clave para crear lectores, pero también es fundamental para el desarrollo de su personalidad.
Amar a los hijos implica saber “quererlos bien”, de forma cálida y exigente, con ternura y límites (amor, valores, criterios y normas), educándolos con un estilo parental
responsable
Pedro Molino (Jaén, 9 de julio de 2012)
El psicoanalista Juan David Nasio sugiere algunos consejos para padres con hijos en esa edad. Recomienda ser paciente y evitar toda espiral de agresiones. Las conductas riesgosas y más comunes, y los errores en los que no hay que incurrir
En una entrevista realizada por un matutino porteño, el psicoanalista Juan David Nasio recomienda cómo tratar con adolescentes problemáticos, qué comportamientos hay que evitar,
y analiza los riesgos ante los que hay que estar alertas como padres.
No agredir ni humillar
Para el profesional, es fundamental que los padres no hieran las susceptibilidades del adolescente y no caigan en las agresiones que los hijos puedan realizar. La adolescencia es una etapa muy
permeable a situaciones de humillación. "Muchas veces la agresividad del adolescente despierta nuestra agresividad, y le decimos cosas muy hirientes. Eso hay que evitarlo, porque uno mañana va a
querer que su hijo sea una persona que tenga confianza en sí misma", dijo el experto.
Problemas con el apredizaje
Al ser el estudio una de las obligaciones principales del adolescente, muchos padres incurren en el error de presionar e intentar asustar a sus hijos con
frases como “si no estudiás, vas a ser un inútil”. El doctor Nasio sostiene que relacionarse de esta manera es un problema, porque el adolescente vive en el tiempo presente, su emotividad y su
lucidez no comprende plazos largos.
Por lo tanto, "querer estimularlo con la amenaza de un futuro pesimista no funciona”, opina el psicoanalista. Afirma que hay que plantear el problema desde lo positivo, dar confianza. “Hay que
estudiar porque en la edad que te toca es lo que tenés que hacer”, sugiere decir Nasio en una situación semejante.
Uso y abuso de la computadora
Muchos adolescentes pasan largo tiempo ante la PC. Para el psiquiatra, hay que prestar atención a algunos criterios para saber si la dificultad
el adolescente puede resolverla por sí mismo o si requiere de la asistencia de un profesional.
Una de las cuestiones es la duración: estar tres horas es mucho, “pero si está seis o siete horas, ahí estamos ante un problema”, sostiene Nasio.
Otra es si la conducta implica una invasión o distorsión en la vida del sujeto. “Si un muchacho estudia, las notas son medianas y pasa tres o cuatro horas delante de la pantalla, está
integrado en la vida. Si, en cambio, no estudia, está ausente de la escuela y pasa seis horas en internet, evidentemente, la pantalla está invadiendo su vida”, advierte el doctor.
Ahora bien, para el médico el tipo de uso también es importante. En este sentido, desalienta el consumo de pornografía vía Internet en los adolescentes. “Es mucha excitación para una cabeza de 11
o 12 años, todavía inmadura, que no tiene la capacidad de asimilarla”, afirma.
Comportamientos riesgosos y peligrosos
El especialista señala distintos “tipos” de adolescentes, y los agrupa en tres sectores a considerar. El mayoritario, que es un joven
que se comporta y piensa de manera contradictoria (por ejemplo, cariñoso a veces, pero luego irritable) es difícil de manejar y entender, pero, aun así, presenta las dificultades normales de la
edad. Hay un sector minoritario, que aglutina a los adolescentes con patologías y enfermedades mentales serias, como la esquizofrenia. Finalmente, se puede detectar otro grupo que tiene
tendencias fuertemente antisociales, y/o practican comportamientos violentos (hacia terceros, o autodestructivos) y el consumo de drogas.
Entre las patologías y los comportamientos peligrosos, además de los antisociales, son importantes las perturbaciones alimentarias (anorexia o bulimia). La dieta en sí no es mala, pero sí debe
alertar cuando el comportamiento lleva a forzar vómitos y cuando implica la detención del ciclo menstrual.
Cuándo recurrir a un profesional
Nasio recomienda “a los padres no precipitarse a los psicológos ni a los médicos” apenas surja una situación problemática. Para el doctor, es
importante que los padres busquen ellos mismos resolver las dificultades de sus hijos. Si la situación se les escapa de las manos o no saben cómo solucionar una dificultad, es aconsejable “llamar
a terceros que sean de la familia –los abuelos, lo tíos- o un amigo".
“Los terceros son muy buenos interventores, porque muchas veces resuelven el problema sin médico, sin psicólogo. Si los terceros fallan, entonces recién allí podemos ir al psicoterapeuta”.
Puntos importantes
El Dr. Nasio, de 70 años, se graduó de médico en la UBA y realizó su residencia de psiquiatría en el Hospital Evita, en Lanús. Desde 1969 se radicó en París, Francia, y participó de los seminarios del famoso psicoanalista francés Jacques Lacan, relación que le llevó a traducir sus Escritos al español. En el año 1971 fue designado docente de la Universidad de París VII, en la Sorbona, y ocupó dicho cargo durante 30 años. Es autor de más de 20 libros, entre sus premios, recibió la Legión de Honor (1999) y la Orden del Mérito (2004).
La obsesión por tener unos hijos preparadísimos y detectar sus talentos llena su agenda de extraescolares y les deja sin tiempo para jugar. Sin embargo, dicen los expertos que un niño que no juega no aprende, ni desarrolla habilidades emocionales y sociales básicas para el mundo laboral
Hace algunas décadas, los niños salían de la escuela, pasaban por casa a recoger la merienda y se marchaban a jugar a la calle con amigos y vecinos hasta la hora de hacer los deberes y cenar. Hoy, salen de clase y meriendan raudos mientras se cambian de ropa (muchas veces sobre la marcha, en el coche) o de mochila en función de si les toca ir a hacer deporte, a aprender inglés o a tocar un instrumento. “Para que pierdan el tiempo en casa, jugando o viendo la tele, mejor que aprendan algo o que hagan deporte”, defienden muchos padres. Pero jugar, según enfatizan los expertos, no es perder el tiempo. Muy al contrario, es un tiempo fundamental para el aprendizaje, una inversión de futuro, y la carencia de tiempo de juego tiene consecuencias indeseables. No es sólo que una agenda repleta actividades organizadas de 8 o 9 de la mañana a 8 de la tarde, de lunes a viernes y con extensiones el fin de semana (partidos, exhibiciones, etcétera) esté teniendo como resultado niños estresados, empachados de información y actividad, con dificultades para concentrarse o para la lectura, incapaces de disfrutar del momento y siempre preocupados por la siguiente actividad, por la próxima novedad… Es también que unos chavales absolutamente planificados y dirigidos por adultos no saben qué hacer y se aburren si alguien no les organiza el tiempo o el juego, tienen poca capacidad de decisión, escasa creatividad y nula propensión a inventar o descubrir, y les resulta difícil relacionarse, negociar con sus iguales, trabajar en grupo, autorregularse o resolver sus problemas solos.
“Cuando jugabas en la calle libremente, con otros niños y niñas, aprendías de forma natural a superar la frustración sin derivarla en agresividad –por ejemplo, cuando corrías poco y no te querían para jugar al rescate–, a dilatar la gratificación ¬no podías saltar a la comba hasta que te tocaba–, a relacionarte sin que los demás se plieguen siempre a tus caprichos… Si los niños juegan con sus padres, puede que estos les dejen ganar, jueguen a lo que ellos quieren o según sus intereses; pero en el juego entre chavales, si no sigues las normas te dejan fuera; si no te comportas bien o eres agresivo te quedas al margen…y así aprendes a integrarte”, explica Petra M. Pérez, catedrática de Teoría de la Educación de la Universitat de València. Y añade que cuando los niños jugaban más entre ellos de forma espontánea había menos problemas en el colegio porque fuera ya habían aprendido las reglas de interacción, el autocontrol y a dilatar la gratificación.
Claro que hoy los niños también comparten juegos con sus amigos en la escuela y en las actividades extraescolares. De hecho, muchos piden a sus padres que les apunten a extraescolares para ir con sus amigos, sobre todo cuando la alternativa es estar solos en casa. Pero la socialización que se desarrolla en estos entornos reglados, dirigidos, es distinta. Cuando hay profesores y monitores de por medio, “las normas vienen desde fuera, las actividades están regladas y dejan poco espacio a la creatividad y a la relación espontánea, y los niños no pueden aprender igual las consecuencias de lo que hacen o deciden”, apunta Petra M. Pérez. En su opinión, hoy que la mentalidad es preparar a los hijos para el futuro y la deseabilidad social es tener unos hijos exitosos y con estudios, “los padres deben saber que, más que aprender muchas cosas, sus hijos deben jugar, porque eso les proporciona aprendizajes básicos para el desarrollo de la personalidad, de su creatividad y de su capacidad de innovar y de buscar soluciones a los problemas”, que son habilidades imprescindibles para que luego triunfen a nivel profesional.
Purificación Sierra, profesora de Psicología del Desarrollo de la UNED, enfatiza que el juego espontáneo entre niños es un ensayo para la vida adulta y permite desarrollar las habilidades relacionales y emocionales que facilitan una vida social sana al hacerse mayor. Y por si alguien cree que ser más o menos sociable es baladí, Petra M. Pérez remarca que la falta de relación social durante la infancia está complicando ya a la vida a algunos jóvenes. “Hay muchos chavales, en especial hijos únicos, que de pequeños no han tenido relaciones de complicidad y de enfrentamiento con amigos y hermanos, y que al crecer recurren al botellón o se refugian desde los 13 años en una relación de pareja por miedo escénico a los iguales; lo veo también en algunos becarios universitarios con los que trabajo: jóvenes que se han centrado mucho en sus estudios pero no se han relacionado y no saben compartir ni desarrollar propuestas en equipo”, comenta.
Pero los argumentos de educadores y psicólogos en favor del juego no acaban ahí. Para quienes creen que lo importante son los conocimientos y que lo que prima hoy en la sociedad es estar preparadísimo, acumular muchos conocimientos y que los niños aprendan cuanto antes, más y mejor idiomas, música, ajedrez, informática, etcétera, puede resultar chocante leer Einstein nunca memorizó, aprendió jugando. En realidad es el título de un libro en el que las especialistas en psicología infantil Kathty Hirsh-Pasek y Roberta Michnick Golinfkoff echan mano de sus investigaciones para asegurar que jugar es igual a aprender, y que jugando se aprende de todo: desde a resolver problemas de forma creativa hasta capacidades matemáticas y habilidades lectoras.
Joan Doménech, director de la escuela Fructuós Gelabert de Barcelona y autor de Elogio de una educación lenta (Graó), advierte que, en educación, más no es sinónimo de mejor. “La capacidad de aprendizaje es limitada, y aprender es un proceso lento, que requiere sus tiempos: un tiempo de hacer, un tiempo de conversar o deliberar, y un tiempo de no hacer nada, de reflexionar; y ese último es el tiempo de juego”. Imma Marín, pedagoga y directora de la consultora especializada en juego y educación Marinva, lo llama tiempo de digestión: “Los niños de hoy reciben mucha información y muchos estímulos, es decir, comen mucho; pero tienen poco tiempo de relax para hacer la digestión y se empachan de exceso de actividad; porque para asimilar los aprendizajes y las experiencias, para que sirvan de nutriente, hace falta tiempo, y ese tiempo de digestión nos lo proporciona el juego: mientras juega, el niño puede interiorizar, poner en práctica y relacionar lo vivido durante el día y los conocimientos recibidos”. Y pone un ejemplo: “la ley de la gravedad te la explican en la escuela, pero la aprendes haciendo torres y construcciones de bloques que se caen”.
Doménech es tajante: “Los niños que no juegan no aprenden”. Y precisa que cuando habla de juego no se refiere a juegos didácticos o educativos, sino al juego lúdico, sin más. “Estamos colonizando el tiempo de los niños; su agenda es un reflejo de cómo ocupamos los adultos el tiempo, y queremos que todo sea organizado, que todas sus actividades sean desarrolladas con personal cualificado, siguiendo el modelo escolar; pero el aprendizaje más efectivo se hace fuera de la escuela, jugando, sin límites horarios, sin reglas…”, afirma el director de la escuela Fructuós Gelabert.
La psicóloga Purificación Sierra apunta que las actividades extraescolares han convertido un tiempo de ocio en una obligación infantil más porque tienen una finalidad, unos objetivos cuantificables y no son un mero disfrute en sí mismo. En este sentido, Imma Marín señala que “el juego es importante en la medida en que sea juego libre, en que los niños tengan un tiempo y un espacio psicológico en el que exista margen de error, donde no se sientan juzgados y sean libres de probar y experimentar; eso es fundamental, porque no se puede crear e innovar sin pasar por el error, pero la escuela y la sociedad castigan el error, y el único marco en el que puedes probar y probar, y pasar por fracasos sin que ocurra nada es el juego; porque el juego prima el proceso, como por ejemplo cuando un niño, sin ayuda de nadie, persevera una y otra vez para intentar bailar la peonza o hacer el pino”.
Tampoco es que los niños se hayan de pasar el día jugando a sus anchas con sus amiguitos; ni que el juego espontáneo y las extraescolares sean actividades excluyentes. Se trata de compatibilizar. “Lo importante es no sobresaturar a los niños con extraescolares para que tengan tiempo de juego espontáneo, en el parque o en casa, sobre todo hasta los diez años”, indica el psicólogo Benjamí Montenegro, del Equip Psicològic del Desenvolupament de l’Individu. El problema, según coinciden todos los expertos consultados, es que con frecuencia la elección de las extraescolares no responde a una necesidad o a un interés del niño, sino de la familia, ya sea para cubrir las jornadas laborales de los padres o sus expectativas culturales, deportivas, artísticas… Incluso los pediatras han intervenido en este debate instando públicamente a los padres a que “piensen en su hijo y con la cabeza” a la hora de pedirles un esfuerzo extra en idiomas, deportes o lo que sea. “Los padres no se deben plantear el desarrollo de estas actividades como una carrera contra reloj; deben pensar que los niños necesitan tiempo para descansar y para jugar y no sobrecargarles de obligaciones”, asegura una nota conjunta de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria.
Montenegro defiende la necesidad de organizarse para que alguien pueda recoger siempre a los niños a la salida del colegio para llevarlos a casa, al parque o donde sea, y así no elegir las extraescolares en función de que el horario vaya bien a los padres. Su criterio es que, hasta quinto de Primaria, lo mejor es una actividad de carácter deportivo, no competitiva, y, como mucho, otra intelectual (siempre que el niño no tenga problemas de aprendizaje en la escuela). Y, a partir de la ESO, su receta es una hora semanal de conversación en inglés y, como máximo, una extraescolar más –sea deportiva o intelectual– para dejar tiempo para el estudio y que vayan aprendiendo a estar solos en casa y a organizarse por sí mismos.
Imma Marín aconseja escoger extraescolares lo más lúdicas posibles, que no resulten competitivas ni se esperen de ellas resultados, y al mismo tiempo montar una red con familia, amigos, vecinos u otros papás para que, al menos una tarde a la semana, los críos puedan jugar con uno o dos de sus amiguitos en casa de uno o de otro.
En realidad, irse a jugar a casa de fulanito o de menganito era algo habitual, que surgía de forma espontánea y natural, hace unas cuantas décadas. A la vuelta del cole uno llegaba a casa acompañado y decía “mamá, que viene María a merendar”, y listo. Pero hoy, las jornadas laborales de padres y madres, los hábitos de vida, el urbanismo de las ciudades e incluso la tipología de las viviendas lo complica bastante más y obliga a organizar estas citas infantiles de antemano. En Estados Unidos se han puesto de moda, con el nombre de play day, y muchos padres y madres se organizan en su trabajo para, un día a la semana o cada quince días, acabar antes la jornada y poder recibir en casa a algún amiguito de su hijo o hija acompañado de su papá o su mamá. “En París algunas familias también celebran ya el play day: mientras los hijos juegan, los padres charlan y se toman algo”, confirma Marín. Es más que probable que esta vuelta a las viejas tardes caseras de juegos no sea ajena a la fuerte crisis económica que aqueja a los hogares. Pero, a la vista de los argumentos de los expertos, los beneficios que de ellas cabe esperar van mucho más allá de un menor gasto familiar. Si la práctica se extiende, quizá permita también contrarrestar el claro descenso del juego familiar y escolar que ponen de manifiesto los datos del Observatorio del Juego Infantil en España y que se atribuye, además de a la escasez de tiempo de los padres y al aumento de las extraescolares, al mayor consumo de televisión e internet ya que la compra de juguetes está muy limitada a los regalos de Navidad y Reyes.
La próxima edición del Manual de estadísticas y diagnóstico para los desórdenes mentales (DSM-5), biblia de la psiquiatría y psicología cognitiva en los EE.UU., considera al duelo y la rebeldía como enfermedades. “Es un forzamiento para patologizar y medicalizar a la comunidad”, dice el psicoanalista argentino Mario Goldenberg.
En los Estados Unidos, paraíso de la ciencia aplicada y las tecnologías de punta, nació en 1952 el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM), biblia de la psiquiatría y de la psicología cognitiva que ya lleva cuatro ediciones y una quinta, lista para su venta en mayo de 2013. Sin embargo, el libraco (del cual se prevé una primera tirada de un millón de ejemplares) es noticia casi con un año de anticipación, por razones diversas, entre las más notorias, la “elección” de nuevos trastornos que edición tras edición se suman a un listado que si se quiere es un pésimo remedo del libro de los seres imaginarios al que Jorge Luis Borges durante un tiempo dedicó sus afanes.
Se sabe que el marketing y las estadísticas se asumen como fundamento moral en la llamada democracia del norte, tanto en cuestiones electorales, científicas como culturales. Y que la salud es un insumo, del cual está excluida el 60 por ciento de la población de ese país, que tiene la particularidad de cruzar los tres registros: políticos, científicos y culturales. ¿Cómo ignorar entonces que el duelo, la tristeza que acompaña la pérdida de alguien muy querido será considerada desde el próximo año una “enfermedad”, al igual que la rebeldía, bautizada “trastorno de oposición desafiante”, si para ambos males también existirán sus correspondientes placebos farmacológicos, esa próspera actividad, casi tanto como el tráfico de armas y de drogas (ilegales)? Sin embargo, versiones del DSM-5 ya están siendo usadas en los centros de salud -de varias partes del mundo- sin haber sido presentado aún en sociedad.
En estos momentos son aproximadamente 300 los trastornos identificados por un grupo de “notables” (médicos, psiquiatras, psiquiatras policías) pero la filtración del duelo y la rebeldía como novísimos “disturbios emocionales” que hizo pública un par de semanas atrás la revista especializada The Lancet, cayó mejor en los laboratorios que entre ciertos profesionales que intentan otro tipo de trabajo en USA, y ni hablar en Europa o América del Sur, que se ha convertido, durante estos años, en una de las cabeceras de playa de la resistencia a la medicalización de la vida que propone el manual. Digámoslo así: el DSM es un instrumento para provocar un cortocircuito entre las pasiones y el fondo de finitud que constituye al viviente: tal cual si fuera una máquina.
Pero el peso del DSM reside en que se ha convertido en una referencia no sólo para médicos (a los que se supone ayuda a establecer diagnósticos) o aseguradoras (que se guían por sus normas), sino para buena parte de la comunidad.
En conversación con Ñ digital, el psicoanalista argentino Mario Goldenberg, resultó explícito: “el próximo DSM, elaborado por la Asociación Psiquiátrica Americana, es un forzamiento para patologizar y medicalizar a la comunidad; una nueva reformulación clasificatoria que busca ampliar a través del discurso de la ciencia las enfermedades mentales. Trastornos, disforias, disfunciones. Es decir, intenta, bajo un disfraz de términos científicos, una clasificación de lo inclasificable: el padecimiento”.
El manual, considerado toda una institución, tiene su influencia, si se tiene en cuenta, por ejemplo, que hasta 1974 la homosexualidad figuraba en la lista de desórdenes; y que ahora que debate asuntos complicados como la identidad de género en relación con la transexualidad, o la compulsión a las compras o al sexo, en estos casos, “inventos” diagnósticos que han dado lugar a prósperos servicios y a negocios inmobiliarios. La cuestión es compleja, al punto que para evitar presiones -o aceptarlas (de la industria farmacéutica, aseguradoras, jueces, grupos religiosos y políticos)- el equipo asesor fue obligado a firmar una cláusula de confidencialidad, que como indican las filtraciones, no existe. ¿Por qué las filtraciones? La hipótesis más consistente sostiene que las internas entre los psiquiatras alcanzan para que los disidentes vean con alarma el altísimo nivel de medicación a los que se somete a los pacientes.
Psicoanalista también, Osvaldo Arribas dice que “parece ser un hecho que en el afán clasificatorio del DSM de los Estados Unidos no se quiere dejar afuera nada de ‘lo que nos pasa o nos puede pasar’. Este afán clasificatorio, ‘científico’, a cada síntoma un ‘trastorno’, es propio de USA, donde, al mismo tiempo, se rechaza más y más al psicoanálisis. Y un claro ejemplo es Siri Hustvedt, la mujer de Paul Auster, autora de ‘La mujer temblorosa’ y ‘Elegía para un americano’. En el primero, habla de un ataque histérico que la tomó hablando en un homenaje a su padre, hace un recorrido por distintas opiniones científicas y cuenta que siempre le dio pánico… analizarse. En el otro, el protagonista ¡es un analista!”.
Nacido en California pero radicado en Gran Bretaña, el lacaniano Darian Leader acaba de publicar -contra la doxa sanitaria- “La moda negra. Duelo, depresión y melancolía” (editorial Sexto Piso): “En este libro argumento que debemos renunciar al concepto de depresión como está enmarcado en la actualidad. En cambio, debemos ver lo que llamamos depresión como un conjunto de síntomas que derivan de historias humanas complejas y siempre distintas. Estas historias involucrarán las experiencias de separación y pérdida (…) Con el propósito de dar sentido a la forma en que hemos respondido a tales experiencias, necesitamos tener las herramientas conceptuales correctas; y éstas, creo, pueden ser encontradas en las viejas nociones de duelo y melancolía”, escribe.
Psicoanalista y escritor argentino, radicado en España desde 1976, Gustavo Dessal, se alza contra este dispositivo que piensa al sujeto como un robot: “La matanza perpetrada hace pocos días en Afganistán por un soldado americano perteneciente a la base Lewis-McChord de Seattle, ha hecho saltar el escándalo de los diagnósticos que los psiquiatras militares emplean a la hora de evaluar los trastornos psíquicos de su personal”.
“La base, que posee el récord en los Estados Unidos de soldados con suicidios, asesinatos y enfermedades mentales, y el Madigan Army Medical Center, el hospital que funciona en su interior, están siendo investigados por la senadora Patty Murray, presidenta del Comité de Veteranos de Guerra del Senado norteamericano, para determinar, entre otras cosas, las razones por las que se les ha retirado el diagnóstico de ‘trastorno de estrés post-traumático’ a 285 soldados de dicha base que inicialmente habían sido calificados dentro de esa categoría. La razón no ha tardado en aparecer: el Pentágono se ahorra unos cuantos cientos de miles de dólares en tratamientos que debería proporcionar a su personal afectado”.
“Lo interesante de esta historia, es que ya no es necesario remontarse a los tiempos de (Josef) Stalin para comprobar el papel que la psiquiatría puede llegar a cumplir como instrumento del poder. Desde hace algunos años, no es novedad que un inmenso sector de la psiquiatría mundial se ha convertido en ‘jardinero fiel’ (para usar el título de la novela de John Le Carré) de los intereses de la industria farmacéutica. El DSM ‘fabrica’ diagnósticos conforme a las necesidades del mercado. En pocas palabras: los laboratorios sacan una droga, y la psiquiatría justifica su empleo creando una categoría diagnóstica ‘ad hoc’”.
“Y para redondear el negocio, ¿qué mejor idea que convertir todo en ‘enfermedades’, ‘trastornos’ o ‘desórdenes’? No conformes con eso, los laboratorios han encontrado un nuevo filón: la infancia. ¿Por qué esperar a que el individuo crezca para convertirlo en consumidor de fármacos psiquiátricos, si hay cientos de millones de niños en el mundo que pueden ser clientes inmediatos? Sólo se necesita el concurso de burócratas, técnicos y psiquiatras que comprendan el potencial en juego. El DSM-5 incluye trastornos tales como la ‘rebeldía’ a la autoridad. Los políticos, convertidos en siervos del poder económico global, ven con interés la posibilidad de contar con una medicación, ‘científicamente’ avalada, para corregir desde la infancia todo asomo de cuestionamiento. Mejor prevenir desde que los ciudadanos son pequeños, especialmente ahora que vamos retornando a los índices de explotación y servidumbre de los tiempos de Dickens. Stanislaw Lem, el escritor de ciencia ficción, estaba en lo cierto cuando aseguró que el siglo XIX había sido el de la revolución industrial, el XX el de la revolución tecnológica, y el XXI el de la revolución química. El presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, el doctor Jerónimo Saiz, está empeñado en promover una campaña para que el gobierno apruebe una ley que permita la administración de un antipsicótico llamado Xeplio, incluso contra la voluntad del paciente. Orwell y Huxley se nos van quedando cortos de imaginación”.
Luciano Lutereau no va a menos: “Mi principal observación sobre el DSM es que sólo con torpeza se lo puede reconocer como un manual de diagnóstico, ya que el carácter estático de sus clasificaciones descriptivas desconoce el carácter de proceso que un diagnóstico debe tener para ser preciso. Asimismo, un diagnóstico siempre se hace en función de una orientación de tratamiento; si no, deja de ser operativo y potencialmente se vuelve una herramienta de control social. En tercer lugar, el DSM recae en una predicación sobre el ser del sujeto a partir de la media, cuando el sufrimiento es aquello que escapa a la norma. Aquí no sería desdeñable recordar los trabajos de (Georges) Canguilhem que distinguen norma y normalidad. Pero los usuarios actuales del DSM no sólo ignoran la historia de la medicina, sino que dejaron a un lado lo más básico de la psiquiatría clásica y los conceptos fundamentales de la psicopatología, a favor de una suerte de conductismo farmacológico. Por último, una observación sobre el síntoma: en el DSM, el síntoma es una conducta, un hábito, algo a corregir y no una elección que implica a quien lo padece; por eso aquí las respuestas son correctivas, y no apuestan a la capacidad electiva del ser hablante”.
Y Carlos Gustavo Motta explica que “en todas las ediciones del DSM es posible leer su orientación y espíritu. Su primera edición apareció en 1952 y en ella el término reacción reflejaba la influencia psicobiológica de Adolf Meyer, quien descarta la neurosis ubicando, en cambio, trastorno, designándolo como una representación de reacciones de la personalidad frente a factores psicológicos, sociológicos y biológicos. La cuestión confirma la disputa de lo clásico por lo nuevo y aquello que resulta complejo de leer frente a la inmediatez de la filosofía pragmática cognitivista, que no es ni buena ni mala, pero que esgrimida por ciertos profesionales perezosos a la lectura, culmina siendo dañina en sus efectos terapeúticos”.
“La clasificación del DSM más que facilitar, complica. A las tres estructuras freudianas, neurosis, psicosis y perversión, se las elimina para establecer una larga lista de afecciones que enumeradas bajo modalidades particulares, concluyen en una encrucijada numérica y fenoménica que bien le cabe en su título de estadístico y que permiten vía libre de acceso a la psicofarmacología incluyendo al sujeto en una cura pret-a-porter, ubicándolo en una profecía autocumplida, excluyéndolo de su dimensión fantasmática. Es tanto el deseo de distribuir el mundo entero según un código que una ley universal regirá el conjunto de los fenómenos: dos hemisferios; cinco continentes; masculino y femenino; animal y vegetal; singular y plural; derecha/izquierda; cuatro estaciones; cinco sentidos, etcétera. Así, el primer ajuste de la denominación en la salud mental del siglo XXI, el postergado DSM-5, comenzará a regir tanto en los fueros judiciales (los informes periciales, por ejemplo, se ajustan a esta característica) como en las mentes brillantes o lo que resulta más inquietante, aquellos profesionales que deben ajustarse a la norma para medicalizar y dejar satisfechas sus almas inquietas, plenas de ‘furor sanandis’”.
Silvia Elena Tendlarz dice que “Freud se ocupó de distinguir el duelo normal del patológico. La tristeza forma parte del duelo, del lento recuento de recuerdos que nos permite, recordando, olvidar. De los artistas y su espíritu saturnino, pasando por la melancolía, con el nuevo DSM nos encontramos con una metamorfosis: la tristeza por la pérdida de un ser querido no es la expresión del dolor que posibilita nuevas formas de encuentro sino que ahora es un trastorno, un desorden. Pero lo cierto es que de ese desorden nadie queda a salvo: la vida y la muerte son lados de una única moneda y dan sentido a la vida. Transformar al duelo en una patología que debe ser medicada es impedir dar adiós en el tiempo que cada uno necesita y volver a encontrar en los recuerdos a aquella persona que fue parte de nuestras vidas”.
Por si quedara alguna duda, en su viaje a los Estados Unidos Freud no vaciló en decir que el psicoanálisis -en ese “mundo perfecto- podía ser una “peste”. Lo que no se imaginó fueron los instrumentos que se dieron los oriundos para inmunizarse.-
La semana pasada contábamos que todos nacemos creativos, pero que hay muchos expertos en psicología y educación convencidos de que el sistema educativo mata esa creatividad. En las líneas que siguen apuntamos formas de lograr que los niños desarrollen su imaginación y capacidad de crear e innovar
Un entorno estimulante y que permita expresarse de diferentes formas; un ambiente donde las ideas nuevas o insólitas sean respetadas y valoradas; un contexto de libertad y autonomía para experimentar, equivocarse y evolucionar; profesores guía en lugar de instructores para que los conocimientos se descubran en vez de aprenderse; mucho juego; educación sensorial y emocional; un sistema de autocorrección y evaluación por metas y progresos… Estas son algunas de las premisas que los expertos ven indispensables para que la escuela preserve el potencial creativo con el que los niños inician su etapa escolar y, de adultos, puedan resultar innovadores. Pero, todas estas premisas, ¿cómo se concretan? “De entrada, haciendo convivir a niños de diferentes edades; nosotros los agrupamos en aulas de tres a seis años, de seis a nueve y de nueve a doce; y atendemos sus necesidades tanto a nivel intelectual como físico y emocional: desde la adaptación del mobiliario a su estatura, hasta la disposición de un entorno y materiales estimulantes para cada área del conocimiento, pasando por dejar libertad de movimiento y que el niño decida cada día en qué trabaja, con quién, cuánto tiempo y con qué expectativas”, explica Carles Malleu, profesor de primaria del colegio Madrid Montessori. Esta escuela se rige por el método desarrollado por María Montessori (publicado en 1912) y que se basa en facilitar un entorno donde los niños puedan desarrollar al máximo su curiosidad y sus tendencias naturales.
“Todos tenemos posibilidades de ser creativos e innovadores; biológicamente somos creadores, pero nos adaptamos al medio que nos toca vivir y ese medio puede fomentar la creatividad o no; en el caso concreto de la escuela, resultará creativa si dinamiza las potencialidades individuales, si favorece la flexibilidad mental, la originalidad, la inventiva, las nuevas ideas, la autonomía y, además, el desarrollo emocional y social”, coincide Petra María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación y miembro del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universitat de València. Porque, enfatiza, cuando se habla de fomentar la creatividad en la escuela no se está hablando de reforzar la enseñanza de las artes plásticas o de la música, sino de enseñar a salirse de las rutas trazadas, enseñar a innovar: “Creativo es quien produce algo nuevo y valioso, y ese algo no necesariamente ha de ser una obra de arte; puede ser una idea, una solución a un problema, un nuevo producto…”, explica Pérez.
Malleu subraya que en el colegio Madrid Montessori esto se promueve desde el primer día porque el niño se enfrenta a diario a un proceso creativo: qué va a hacer, cómo y con quién, puesto que dispone de un mínimo de tres horas de trabajo libre y autónomo mientras el maestro explica contenidos a pequeños grupos de la clase (2-4 niños). “Esto significa que en un aula con 25 niños, pueden coincidir dos leyendo un libro, otro poniendo acentos en fichas de colores, otro revisando tarjetas de animales, otros con tarjetas con adjetivos y nombres… y un adulto dando una lección a cuatro; y pueden cambiar de actividad cuando quieran o, si alguno desea estar solo, puede salir al patio o al pasillo”, explica.Porque cuando se trata de promover una educación creativa, dicen los expertos que una regla de oro es dar autonomía, que el estudiante, sea cual sea su edad, sea quien lidere su aprendizaje y tenga el espacio físico, intelectual y emocional para decidir, por ejemplo, sobre qué investiga para hacer un trabajo y cómo lo presenta, o qué libro lee, qué texto o canción utiliza para sus análisis de lengua… “La clave es enfocar la educación no en transmitir información y contenidos, sino en fomentar la curiosidad, el espíritu científico, literario, la resolución de problemas…; los niños, más que acumular información, han de aprender a innovar, a cambiar de continuo, a jugar y ensayar, a errar y mejorar, a interrogarse y explorar, a descubrir, soñar y fantasear, a inventar, a comparar, valorar y decidir por sí mismos, a tener iniciativas, a expresarse en todos los lenguajes y, en definitiva, a ser uno mismo”, afirma David de Prado, director del Instituto Avanzado de Creatividad Aplicada Total y del máster en Creatividad de la Universidad Fernando Pessoa.
Admite que todo eso implica una revolución en la organización y funcionamiento habitual de las escuelas, que se basan en un modelo directivo y habrían de adoptar un modelo más democrático, donde los profesores dejarían de ser instructores y transmisores de información para convertirse en guías. “La función del profesor habría de ser la de seleccionar lo que es más atractivo y motivador para sus alumnos, y llevar a cabo una pedagogía de la acción, pragmática, con métodos y estrategias creativas”, dice De Prado. Malleu explica que en su escuela la función del profesor es guiar al alumno facilitándole los materiales adecuados en función de sus progresos y sus intereses, y ampliando sus explicaciones a medida que asimila las lecciones anteriores. “El profesor observa y sigue las actividades del niño pero sin juzgarlas, no para decirle si está bien o está mal, sino para apreciar donde están sus dificultades y poner a su alcance nuevos materiales que le ayuden, y para saber cuáles son sus preferencias y adaptarse a ellas a la hora de explicarle contenidos de lenguaje o cálculo”, apunta. No es que en este centro no tengan un currículum que explicar, pues los niños deben acabar su escolaridad alcanzando los niveles de conocimiento exigidos por el sistema educativo vigente. “Se trabaja el alfabeto, los números, la astronomía o la botánica… pero partiendo del planteamiento de que son producto de la creatividad de una serie de personas que se fueron preguntando cosas y han ido dando respuestas; se trata de captar primero el interés del niño y luego hacer que descubra por sí mismo, por ejemplo, las fórmulas geométricas, paso a paso, para que se le queden grabadas, pero sin aprenderlas de memoria”, ejemplifica.
De Prado enfatiza que lo que hace que una educación resulte creativa o mate la creatividad no son los contenidos, sino los métodos. Y pone algunos ejemplos. “Si se trata de literatura, uno puede contarles quién fue García Lorca y pedirles que lo memoricen; o puede plantear que lean algo de él y luego lo representen gráficamente, o que escriban un texto sobre ello, o que dramaticen un fragmento de la obra…¡Todo esto es creativo!; como lo es una clase de lengua en la que se elige una palabra y se juega con ella a repetir las sílabas, a inventar otras palabras con esas sílabas, a crear frases diferentes que la contengan, a buscar otras que digan lo contrario… Y de esa manera se descubren las raíces y las desinencias de las palabras, el sentido de las frases, etcétera”. Se trata, en definitiva, de poner en práctica toda una serie de estrategias que diversos autores han identificado como potenciadoras del proceso creativo: desde el torbellino de ideas (brainstorming) hasta la analogía, pasando por las transformaciones imaginativas, la enumeración de atributos, la relajación creativa o la solución creativa de problemas, entre otras.
“Lo ideal sería que en la escuela se explicaran cosas al alumno y él hiciera preguntas nuevas sobre ello o diera soluciones diferentes a las preguntas de siempre; que el profesor, en lugar de encargar un trabajo sobre determinado tema y con una estructura concreta, se dejara sorprender promoviendo un torbellino de ideas para que cada chaval desarrolle un proyecto sobre la que más le interese y de la forma que considere más adecuada, ya sea como dibujo, texto, presentación oral…”, indica el profesor Fernando Alberca, autor, entre otros, de Todos los niños pueden ser Einstein (Toro Mítico).
Añade que preservar la creatividad en la escuela exige también cambios en el lenguaje de los profesores, en su manera de explicar, de enseñar a estudiar y de evaluar. “Hace falta incluir en las explicaciones mucha más implicación emocional para llegar a todos los alumnos; si sólo se dan explicaciones racionales y repetitivas, dirigidas al hemisferio izquierdo, el que rige nuestra capacidad de análisis, los alumnos con predominancia del hemisferio derecho se pierden, porque su lógica es distinta”, reflexiona. Y pone algunos ejemplos: “En clase de matemáticas, no es lo mismo explicar que dos más dos son cuatro, que contar que si tenemos dos galletas y dos trozos de pan tenemos comida para cuatro personas; ¡esa es la implicación emocional!; como lo es referirse a los sentimientos de las madres de los soldados durante las guerras que se explican en la clase de historia”.
Petra María Pérez apunta que en otros países el sistema de enseñanza se fundamenta en que el alumno va eligiendo sus propias metas sobre los contenidos que figuran en el currículum y va buscando y dando soluciones a distintos problemas. “Claro que este sistema requiere más tiempo porque hay que esperar a que los alumnos lleguen por sí solos a las soluciones correctas, pero de esta forma se convierten en descubridores y aprenden por experiencia, no por repetición”. Malleu asegura que en la escuela Montessori tienen clara la premisa de que cada niño tiene su ritmo, y los hay que en dos mañanas han asimilado las fracciones y otros que necesitan trabajar sobre ello dos semanas “y la función del profesor es observar los progresos de cada uno e ir guiándoles poniendo a su alcance materiales que les ayuden a superar sus dificultades”. Fernando Alberca añade que lo mismo ocurre a la hora de enseñar a estudiar: “Hay niños que se empeñan en mirar la página de un libro y aprendérsela para pasar un examen, pero de lo que se trata es de que cada uno utilice su imaginación para hacer un dibujo (un esquema) del contenido de cualquier tema a partir del cual luego sea capaz de expandir esa información y explicarla; y no hay un esquema bueno o malo; hay niños que fotografían la información de arriba abajo, y otros de izquierda a derecha, unos que prefieren relacionar con líneas y otros que utilizan sistemas de llaves; lo importante es que cada uno utilice sus recursos para recrear la información y producir sus propios contenidos”.
Pero si cada uno elige lo que considera más relevante de una lección, si a la hora de hacer trabajos uno decide presentar un dibujo, otro un powerpoint y otros más una presentación oral ¿cómo evalúa el profesor? ¿Qué da por bueno? La cuestión, dicen los expertos, es renunciar al pensamiento convergente que predomina en la mayoría de las escuelas y admitir que hay más de una solución. Malleu explica que, en su centro, se valora la evolución y progreso de cada alumno, hay una evaluación constante para verificar que va superando fases, pero sin utilizar calificaciones numéricas que permitan la comparación entre compañeros. “De hecho, los materiales están preparados para la autocorrección y es cada niño quien corrige sus actividades, ve dónde están sus carencias, qué es lo que ha de reintentar, y asume el error como fuente de aprendizaje”, subraya.
Por otra parte, los expertos enfatizan que ser creativo y atreverse a innovar exige una buena confianza en uno mismo y saber canalizar adecuadamente sentimientos y emociones, entre ellas la frustración. De ahí que hacer de la escuela un espacio creativo requiera que esta preste mucha atención a la educación emocional de los niños. “Ha de potenciar la capacidad de entender y comprender emociones y sentimientos ajenos y ayudarles a desarrollar una autoestima positiva y realista que les permita sentirse seguros, atreverse a correr riesgos, a experimentar sin miedo al fracaso y a percibir las sensaciones que produce el éxito; se trata de potenciar la capacidad de gestionar y controlar impulsos, sentimientos y emociones dejando a la persona libre para experimentar y crear”, dice Petra M. Pérez. Sin olvidar, dicen los expertos, que preservar la creatividad exige facilitar todas las formas y lenguajes de expresión, incluidos los corporales y sensoriales, por lo que se debería atender más a disciplinas como la danza, la música o la pintura para estimular y desarrollar las inteligencias múltiples y no centrarse sólo en el aprendizaje más racional.
Los pilares básicos
Desafío y compromiso: Hay que involucrar al estudiante en su propio proceso de aprendizaje y, para ello, hace falta presentar las actividades como un desafío acorde a sus habilidades, talento y conocimientos, y, al mismo tiempo, como algo novedoso con preguntas abiertas que propicien nuevas opciones (¿Qué pasaría si…? ¿Y por qué no…?)
Libertad: Dejar a los niños la posibilidad de elegir sobre actividades, espacios, materiales o formas de realizar un trabajo, o sobre las consecuencias de determinados comportamientos que perturben el trabajo del grupo. Han de entrenar su capacidad de tomar decisiones.
Juego y sentido del humor: Hay que promover el juego, la alegría y entusiasmo en clase. Se puede propiciar utilizando transformaciones insólitas de cuentos, frases o palabras, decorando el aula con caricaturas divertidas o jugando a transformar los temas con preguntas como ¿qué hubiera pasado sí…?
Confianza y apertura: Hay que promover el respeto a las diferencias a través del reconocimiento de que cada persona tiene talentos únicos, con sus fortalezas y debilidades, y trabajar la comunicación asertiva para que aprendan a dar y recibir opiniones de forma adecuada.
Apoyo a las ideas: Las ideas nuevas han de ser valoradas y nunca ridiculizadas por insólitas. En lugar de hacer juicios y evaluaciones prematuras, se trata de escuchar las propuestas y dar oportunidades de que se lleven a cabo, que los chavales realicen proyectos partiendo de sus propias inquietudes e intereses.
Tiempo para idear: Los tiempos han de flexibilizarse para que el niño pueda involucrarse y meterse en una actividad “a sus anchas” y crear oportunidades para que comenten las ideas novedosas e inquietudes que les han despertado algunas de las cosas que les han pasado en los últimos días.
Discusión o debate: Es importante que los niños puedan dar opiniones diferentes a la mayoría sin temor a ser criticados, y que aprendan a fundamentar sus análisis y críticas.
Toma de riesgos: La escuela debe permitir probar actividades nuevas sin que el resultado sea predecible y convertir los errores o resultados indeseados en oportunidades para aprender en lugar de fuente de rechazo o ridiculización.
Formación integral: La escuela ha de abordar tanto la formación intelectual como el desarrollo físico y emocional de los estudiantes para potenciar todos sus talentos y capacidades.
Evaluar los progresos: Implicar al estudiante en su aprendizaje y no penalizar el error significa apostar por la autocorrección, valorar los procesos más allá de los resultados, evaluar en función de los progresos y la consecución de metas en lugar de examinar los fallos.
Entorno físico estimulante: Fomentar la imaginación y la capacidad creativa requiere de un espacio físico (además de intelectual y emocional) creativo, de un entorno que facilite el movimiento, la libertad de elección y donde poder expresarse de diversas formas y a través de diferentes actividades.
No contenta con su derrotero clásico de enfermedades mentales –esquizofrenia, bipolaridad, trastorno de personalidad, depresión, entre tantos otros etcéteras–, la Asociación Psiquiátrica Americana se aburrió e inventó nuevas. Así, hoy día, ser tímido, estar afligido o ser excéntrico ya son patologías dignas de pastilla y tratamiento. Así lo indicará la próxima edición revisada del mundialmente conocido Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, el DSM-5, que se publicará en mayo de 2013 e incluirá, además, el “trastorno de oposición desafiante” (para niñatos desobedientes) y reducirá a “depresión patológica” a la previsible tristeza de alguien que acaba de sufrir la muerte de un familiar, amigo o persona cercana; nada de “reacción humana normal”. ¿Se salvará alguien de un diagnóstico?
El libro contiene descripciones, síntomas y otros criterios de “detección” y es frecuentemente consultado por miles y miles de psicólogos y psiquiatras en el mundo que, desde el año próximo, habrán ensanchado su cartera de enfermedades. Por suerte, algunos especialistas están preocupados: “La nueva revisión podría expandir radical y descuidadamente los límites de la psiquiatría”, explicó Allen Frances, profesor emérito de la Universidad de Duke, presidente del comité que supervisó la versión previa del DSM. Y agregó su inquietud frente a la “criminalidad y medicalización de la normalidad y la diferencia individual”.
No está solo: más de 11 mil profesionales han firmado una petición para detener el lanzamiento del manual, argumentando que la propuesta del libro exacerbará los problemas de quienes quieren encajar y, a su vez, devaluará las verdaderas enfermedades mentales. Otros van más lejos: están preocupados porque, frente a la exageración, se los empiece a considerar obsoletos. Al fin de cuentas, si todos están locos, ¿quién necesita tratamiento?
El luto no es una enfermedad y no debe ser tratada con antidepresivos
Un editorial de 'The Lancet' ha expresado su preocupación por la próxima edición de la quinta parte del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) de la Asociación Americana de Psiquiatría. Mientras que ediciones anteriores del DSM han puesto de relieve la necesidad de considerar y excluir el duelo antes del diagnóstico de un trastorno depresivo mayor, el actual proyecto de esta quinta edición no lo ha tenido en cuenta.
Según el editorial, "en el borrador del DSM-5 no hay ninguna exclusión que considere y excluya el duelo; lo que significa que los sentimientos de profunda tristeza, pérdida, falta de sueño, llanto, incapacidad para concentrarse, cansancio y falta de apetito, que se prolongan durante más de 2 semanas después de la muerte de un ser querido, pueden ser diagnosticados como depresión, más que como una reacción normal de aflicción". El editorial añade que "medicalizar el sentimiento de tristeza es peligrosamente simplista y erróneo".
También, el editorial destaca que "aunque el duelo se asocia con resultados adversos para la salud, tanto físicos como mentales, las intervenciones farmacológicas deben estar dirigidas solo a las personas con mayor riesgo de desarrollar un trastorno, o a aquellos que desarrollan un duelo complicado o una depresión, pero no a todo el mundo.
El dolor durante el luto no es una enfermedad, es una respuesta normal a la muerte de un ser querido, y poner plazo al dolor no es apropiado. En ocasiones, se producen trastornos de aflicción prolongada o depresión, ante las cuales, los afectados sí pueden necesitar tratamiento, pero la mayoría de las personas que sufren la muerte de un ser querido no necesitan tratamiento médico. Para aquellos que están de duelo, el tiempo, la compasión, el recuerdo y la empatía, son más efectivos que las pastillas".
Dicen que la creatividad es el gen del genio y del talento, el que determina que haya Einsteins, Edisons, Leonardos, Quevedos o Steves Jobs, y que todos los niños nacen con él. Entonces, ¿por qué despuntan tan pocos de mayores?
Sir Ken Robinson, uno de los mayores expertos internacionales en el desarrollo de la creatividad y la innovación tiene muy claro por qué dejamos de ser creativos al crecer: “Los niños arriesgan, improvisan, no tienen miedo a equivocarse; y no es que equivocarse sea igual a creatividad, pero sí está claro que no puedes innovar si no estás dispuesto a equivocarte, y los adultos penalizamos el error, lo estigmatizamos en la escuela y en la educación, y así es como los niños se alejan de sus capacidades creativas”.
No es el único que lo cree. Cada día son más las voces que advierten que el sistema educativo, la escuela, mata la creatividad. Entre ellas la de Petra María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación y miembro del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad de Valencia. “Hay numerosas investigaciones que señalan que la creatividad de los niños decrece con los años de permanencia en el sistema educativo, de forma que la curiosidad y la búsqueda creativa da paso, con el tiempo, a comportamientos más rígidos, convergentes e inflexibles”, apunta. Y lo justifica: “En la escuela se enseña al niño a amoldarse a los patrones establecidos, a adoptar un pensamiento convergente en lugar de divergente; al profesor le interesa que los niños contesten lo que se espera acerca de determinados contenidos y que los estudiantes no se salgan de las rutas trazadas”.
En ello ahonda Fernando Alberca, profesor, formador de maestros y autor, entre otros libros, de Todos los niños pueden ser Einstein (Toro mítico). “Si un maestro pide a un niño que dibuje un paisaje y el crío es muy original y pinta todo de negro, el profesor le rectifica; el profesor no está preparado para ser sorprendido y, habitualmente, no le gusta ser sorprendido; el profesor quiere que las respuestas en los ejercicios y en los exámenes se ajusten a lo que dice el libro o él ha explicado, y eso limita el potencial de los niños, los hace más torpes y menos inteligentes porque utilizan poco la imaginación, no se les deja ser creativos, y así pasa que, cuando salen de primaria, y aún más de secundaria, son menos creativos que cuando llegaron a la escuela”, relata.
Petra M. Pérez recuerda que el éxito escolar significa sacar buenas notas, y quienes las sacan son quienes se adaptan mucho al sistema educativo, quienes asimilan y repiten lo que les cuenta el profesor y siguen los patrones establecidos, arriesgando e innovando lo mínimo para no cometer errores ni hacer el ridículo. “Luego, en el ámbito profesional, se pide gente creativa, innovadora, emprendedora, que piense, que tenga ideas originales, que busque soluciones propias; y los alumnos de buenas notas no saben hacerlo porque, en la escuela, que es donde ellos eran buenos, les daban la solución que seguir y lo que primaba era hacer las cosas cómo les decían, de una única manera, sin pensar diferente”, alerta. Las reiteradas intervenciones públicas de Sir Ken Robinson o las declaraciones del escritor y divulgador británico Mark Stevenson –autor, entre otros de Un viaje optimista por el futuro (Galaxia Gutenberg)– asegurando que “el sistema educativo imperante trata a los estudiantes como objetos de una cadena de montaje, chafa la creatividad y estigmatiza el error”, ponen de manifiesto que no se trata de un problema específico de la escuela o de los profesores españoles. Robinson, en sus conferencias explica que todos los sistemas educativos del mundo datan de una realidad del siglo XIX, donde se iba a la escuela para conseguir un trabajo, y se basan en una jerarquía de temas donde las matemáticas, los idiomas o las humanidades tiene más peso que las artes porque el objetivo es llegar a la universidad y preparar profesores universitarios. En una sociedad industrial, formarse quería decir acumular información y conocimiento para luego aplicarlo en el puesto de trabajo. Hoy, en una sociedad donde la información está a golpe de clic, más que acumular conocimientos teóricos se necesita desarrollar habilidades y capacidades para el desempeño profesional. “Los cambios sociales y tecnológicos han modificado el mundo y ahora uno, tras pasar por la universidad, obtiene un título pero no un trabajo, y en el mundo laboral se pide una inteligencia diversa mientras que el sistema educativo merma algunas capacidades: no enseña a bailar igual que enseña matemáticas, no apuesta por la música porque no lo ve como algo de utilidad para un trabajo, y no educa a la totalidad del ser”, resume Sir Ken Robinson.
Petra M. Pérez señala que “el ser humano necesita la creatividad para llegar a la solución de los problemas; decimos que el emprendimiento es el futuro, pero en el sistema educativo actual lo anulamos porque cuando un niño contesta algo distinto a lo esperado los maestros le corrigen, y así van cercenando su capacidad de ser creativos e innovadores”. Y remarca que no se trata de criticar la actitud ni el trabajo de los profesores, sino de cuestionar los métodos de enseñanza: “Tal como funcionan hoy la mayoría de colegios, si un chaval resuelve un problema de matemáticas o de física siguiendo los pasos adecuados, lo que le han explicado, aunque se equivoque en el resultado el maestro valora el ejercicio; en cambio, si llega a un resultado bueno pero por otros métodos, sin seguir el procedimiento, no se da por bueno”. Eso, enfatiza, hace que se fomente la repetición en lugar de la creación, que se promueva la acomodación en lugar de la experimentación y que los niños y jóvenes acaben por no arriesgarse a pensar diferente por miedo al error.
Fernando Alberca pone como ejemplo lo que ocurre en sus clases de ética, en cuarto de ESO, cuando plantea a sus alumnos qué tipo de examen prefieren: si uno para el que tengan que estudiar y repetir lo que pone en el libro, u otro para reflexionar sobre los temas que han tratado en clase. “Incluso los más brillantes se sienten inseguros sobre la nota que sacarán en un examen abierto y prefieren una prueba donde puedan asegurar un nueve sin riesgo; ¡pero sin riesgo no hay posibilidad de mejorar!”, se lamenta.
Dicen los expertos que tampoco debe extrañar la reacción de esos chavales, de 15 o 16 años, cuando llevan desde los tres percibiendo que en el colegio es mejor no dar opiniones propias o diferenciadas si no se quiere correr el riesgo de oír que son “descabelladas” o de que le pongan a uno en ridículo, y enfrentándose a exámenes donde lo que se revisa es qué errores han cometido en lugar de si han creado o inventado algo, o elaborando trabajos donde el profesor no sólo dicta el tema sino el guión que seguir, la extensión que ha de tener, la forma de presentarlo y, a veces, hasta las fuentes donde obtener la información, tal y como explica el director del Instituto Avanzado de Creatividad Aplicada total y del máster en Creatividad de la Universidad Fernando Pessoa, David de Prado.
Fernando Alberca enfatiza que hay un trasfondo anatómico (neurológico, si se quiere) en todo este debate. “La creatividad tiene que ver con el hemisferio derecho del cerebro, el que rige las emociones, la imaginación, los sentimientos… Y la escuela está centrada en el hemisferio izquierdo, en el análisis, la razón, la secuencia uno a uno. Por eso se organiza en cursos, trimestres, lecciones… y se prima la organización, el orden, los trabajos en power point y los exámenes de respuestas cerradas”, explica. La realidad es que todas las personas (maestros y alumnos incluidos) disponen de los dos hemisferios cerebrales, pero la mayoría utiliza más uno que otro, y eso hace que cuando un profesor da unas explicaciones matemáticas o sobre física basadas en el hemisferio izquierdo, estas resulten de difícil comprensión para aquellas personas con predominio del hemisferio derecho. ¿Qué quiere esto decir? Que cuando el maestro pregunta a un niño “¿5 y 7?”, y este responde “57”, quizá ni sea un ignorante ni esté burlándose del profesor, sino, simplemente, aplicando una lógica diferente, la de unión en lugar de suma. Alberca explica un caso vivido en primera persona cuando, ante un problema matemático que decía “si hay ocho caracoles en una cesta y salen dos ¿cuántos quedan?”, su hija contestó: “Ocho”. “En lugar de decir que no tenía ni idea, le pregunté por qué, y me contestó que dos había salido de la concha pero seguían siendo ocho en la cesta”, rememora.
Sir Ken Robinson proporciona otro ejemplo. El de una niña de seis años trabajando en la clase de dibujo a la que su maestra pregunta: “¿Qué estás dibujando?”, y contesta: “A Dios”; la maestra le advierte: “¡Pero si nadie sabe cómo es!” y la niña responde: “Lo sabrán en unos minutos”. La cuestión, apunta Alberca, no es que en clase cada alumno conteste lo que le parece, sino que el profesor tenga en cuenta el factor humano, que hay niños que utilizan una lógica distinta, la de la imaginación, y pregunte el porqué cuando vea una respuesta anodina, además de adaptar sus explicaciones y su lenguaje para facilitar la comprensión por parte de quienes procesan primero por el hemisferio derecho. “Muchos de estos chavales acaban engrosando las estadísticas de fracaso escolar, pero no son menos brillantes ni mucho menos, sólo tienen una lógica distinta”, dice.
Y deja claro que no son casos aislados. Según su experiencia, aproximadamente un 40% de los estudiantes tiene predominancia del hemisferio derecho. Por otra parte, estas personas acostumbran a ser más intuitivas, a tener más empatía y una visión más globalizadora, cualidades todas ellas muy apreciadas en el mundo profesional actual. “A veces basta con modificar el enunciado de los problemas matemáticos, con hacerlos más emocionales y plantear una división como un reparto de pasteles y pan entre cuatro niños hambrientos, o tener en cuenta una visión más emocional de los relatos históricos, para que estos chicos no fracasen en ese área”, ejemplifica. Y aboga por fomentar la creatividad, por exámenes con preguntas nuevas sobre el tema explicado, de modo que las respuestas hayan de ser creativas y lógicas, y se puedan valorar no sólo las repetitivas, sino todas las que sean creíbles, válidas y lógicas, puntuando además la originalidad.
Claro que también hay maestros que trabajan más con el hemisferio derecho “pero tienden a ser expulsados del sistema, porque en lugar de considerarlos más creativos se les suele tildar de extravagantes y se les reprocha que no enseñen las cosas importantes”, concluye Alberca. Su receta para paliar todo esto es introducir asignaturas sobre creatividad en el aprendizaje o la imaginación como herramienta para la resolución de problemas en todas las escuelas de formación del profesorado.
Para resolver los problemas importantes, ya sean en el ámbito escolar, laboral o personal, hay que combinar los dos hemisferios, la intuición con el análisis. “Si te encuentras con alguien por la calle, el derecho te avisa de que a esa persona con quien te cruzas la has conocido antes, y el izquierdo le pone nombre”, ejemplifica Alberca. Está convencido de que si la escuela cambiara, los estudiantes –y sus resultados– serían más brillantes “porque hoy en el ámbito escolar triunfan los menos imaginativos y después vemos que muchos de los grandes profesionales a los que admiramos por su inteligencia y creatividad no sacaban buenas notas en el colegio”. Petra M. Pérez remarca que la creatividad es una destreza adquirible, que puede aprenderse y enseñarse, si bien requiere más tiempo y dedicación para esperar hasta que los niños dan con las soluciones correctas, así como apostar por la flexibilidad, la originalidad, la imaginación, el dejar experimentar, la receptividad a nuevas ideas, el fomentar la confianza… Claro que hay profesores y centros que ya trabajan con estos planteamientos.
Un estudio realizado en la Universidad de Washington llegó a la conclusión de que los niños que recibieron un mayor sostén por parte de sus padres tuvieron un mayor desarrollo de la región cerebral vinculada con la memoria y las emociones.
Por Pedro Lipcovich
Una investigación publicada hoy agrega un fuerte argumento a la noción de que las estructuras cerebrales, lejos de estar sólo determinadas por la biología, se constituyen en los vínculos que se establecen a lo largo de la vida, empezando por la primera infancia. El estudio, efectuado en la Universidad de Washington, se llama “El sostén maternal en la primera infancia predice volúmenes mayores del hipocampo en edad escolar” y se desarrolló en dos tramos separados por varios años. La primera parte consistió en una ingeniosa prueba para evaluar el grado de sostén que la madre o el padre podían darle a niños de tres a cinco años en una situación cotidiana. La segunda parte consistió en aplicar a esos chicos, ya en la edad escolar, una resonancia magnética para medir el tamaño del hipocampo, estructura vinculada con la memoria y las emociones: resultó que, en los chicos que habían tenido mejor sostén materno, esa parte del cerebro había logrado mayor peso y volumen.
El trabajo se publica hoy en Proceedings of the National Academy of Sciences, y está suscripto por un equipo del Departamento de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en Saint Louis, dirigido por Joan Luby. La primera parte de la prueba se efectuó hace varios años, con chicos que entonces tenían entre tres y cinco años. En un laboratorio de investigación de la conducta, fueron testeados en compañía de un progenitor, generalmente la madre: al chico se le entregaba un obsequio, envuelto en papel para regalo, pero con la consigna de esperar ocho minutos antes de abrirlo; la madre, entretanto, tenía que completar unos cuestionarios escritos. La prueba procuraba establecer, de acuerdo con estándares previamente determinados, en qué medida la madre daba apoyo al chico en la situación, relativamente estresante, de esperar antes de abrir el regalo. El hecho de que la madre tuviera a su vez una tarea, la de completar cuestionarios, procuraba reproducir la estructura de una situación cotidiana, en la que la madre o quien cuide al chico debe realizar tareas a la vez que se ocupa de contener las ansiedades del niño. El mayor o menor sostén materno se registraba en una escala de puntaje, y lo que en ese momento se estableció fue la correlación entre un menor sostén materno y un mayor riesgo de depresión en el niño.
La segunda fase de la investigación se efectuó sobre 92 de los chicos, cuando tenían entre 7 y 13 años, y consistió en determinar, mediante resonancia magnética, el tamaño de una estructura cerebral llamada hipocampo. El resultado fue que, en los chicos que –en el testeo del preescolar– habían mostrado recibir suficiente apoyo materno, el tamaño del hipocampo era un 10 por ciento mayor al registrado en chicos que no habían obtenido ese sostén. El artículo destaca que el hipocampo “es una región central para la memoria, la regulación de las emociones y la maduración del estrés, áreas clave para la saludable adaptación social”. El hipocampo es el único lugar del cerebro en el que durante toda la vida se desarrollan neuronas nuevas (el viernes pasado, Página/12 informó sobre un reciente trabajo de investigadores del Conicet en el Instituto Leloir).
Joan Luby, directora de la investigación de la Universidad de Washington, comentó que “durante años, los estudios destacaron la importancia de los cuidados tempranos para el buen desarrollo de los chicos, pero en general se limitaron a factores como el rendimiento escolar: este estudio es el primero que muestra un cambio anatómico en el cerebro en relación con la importancia de la acción parental temprana”.
Mariela Terzaghi, jefa de Neurología del hospital Noel H. Sbarra de La Plata, señaló que esta investigación “se inscribe en una serie de trabajos que rompen con la idea de una determinación genética unívoca para el cerebro, haciendo lugar a la influencia de aspectos entre los que habría que incluir también las condiciones históricas, sociales y culturales de la crianza. Sin embargo, mayor tamaño del hipocampo no equivale necesariamente a mejor función, y convendría no suponer que las cuestiones de la mente se expliquen a partir de localizaciones cerebrales”.
Sergio Rodríguez –coautor de Cruces entre psicoanálisis y neurobiología– comentó que el informe de la Universidad de Washington “concierne a la lógica de investigaciones sobre depresiones neuróticas, donde la disminució
Beatriz Janin –directora de la Especialización en Psicoanálisis con Niños y Adolescentes de UCES/ APBA– observó que “constatar los efectos de lo vincular en la constitución misma del cerebro ayuda a pensar
n de la depresión coincide con una mayor actividad en el hipocampo y el núcleo cingulado del encéfalo”.que tanto el modo de prevenir como el de curar se relacionan con el trabajo vincular”.
En Estados Unidos es uno de los críticos más elocuentes del sistema educacional actual. Profesor de enseñanza media de formación, suele ser invitado a dictar charlas en universidades y talleres
para profesores. En sus 11 libros y sus artículos publicados en revistas como Harvard Business Review y Atlantic Monthy, se ha empeñado en luchar contra las ideas preconcebidas que existen acerca
del aprendizaje. Hace siete años causó revuelo cuestionando el sistema de las pruebas estandarizadas que se usa en Estados Unidos y encendió un debate al hablar de los efectos negativos del uso
de premios y castigos a la hora de educar. Con su libro “The homework myth” (“El mito de las tareas”) pone en duda la utilidad de los deberes escolares.
“Hoy se habla más del ’desarrollo integral’ del niño, hay más discusiones sobre los efectos sicológicos negativos que tiene el presionarlos para que obtengan un alto rendimiento. Pero eso
raramente se traduce en cambios en la práctica. Los colegios siguen dando una cantidad abrumadora de tareas que no sólo producen estrés, sino que además impiden que los niños se desarrollen en
otras áreas. Por un lado tenemos gente hablando de la inteligencia emocional y la importancia de jugar, pero por el otro, nuestras prácticas contradicen estas preocupaciones”, lamenta este padre
de dos niños de 7 y 11 años.
Hacer tareas no tiene beneficios. Esa es la premisa en la que se funda el libro de Alfie Kohn. En la primera parte revisa material que evidencia que ningún estudio ha descubierto algún beneficio
académico en el asignar tareas antes de que los niños lleguen a la enseñanza media. E incluso en la enseñanza media, la relación no es concluyente. “El hecho de que los estudiantes que obtienen
puntajes altos en las pruebas hagan muchas tareas no prueba que obtengan esos puntajes por ellas”. También afirma que la investigación desacredita ideas como que los deberes escolares promueven
la independencia, la responsabilidad, la autodisciplina y hábitos de estudio. “Los deberes son muy desagradables tanto para los niños como para las familias, entonces parecen ser puro esfuerzo y
cero gratificación”, concluye.
-¿Cuáles son los efectos negativos de las tareas? Creo que el efecto más perturbador es que la falta de interés de los niños por las tareas los lleve a adoptar una actitud negativa hacia el colegio y el aprendizaje en general. Diría que las tareas son el principal y mayor extinguidor de la curiosidad infantil. Queremos niños completos, que se desarrollen social, física y artísticamente, y que tengan también tiempo para relajarse y ser niños.
-Entonces, ¿por qué los profesores siguen dando tantas?
Hay media docena de explicaciones posibles. Creo que las más significativas son las siguientes: En primer lugar, en
muchos países la educación se ha convertido en un negocio que fomenta la competitividad y los estándares más duros de rendimiento. En Estados Unidos eso ha tenido un efecto devastador sobre la
calidad de la enseñanza en las salas de clases, y ha convertido muchos colegios en centros de preparación de pruebas estandarizadas. Algunas personas creen que uno tiene que hacer que los niños
trabajen más duro y más tiempo para mejorar los resultados de las pruebas y ganarles así a los niños de otros colegios. Las tareas entran en esa manía, aunque irónicamente no exista evidencia de
que permiten mejorar los puntajes en las pruebas. En el contexto de este movimiento, muchas veces los administradores de los colegios presionan a los profesores para que asignen deberes
escolares.
La segunda explicación que doy es que mucha gente, a veces incluso los profesores, no entienden realmente cómo funciona el aprendizaje y no se dan cuenta de que obligar a los
estudiantes a hacer ejercicios de matemáticas o de vocabulario no los lleva a pensar más en profundidad o a entender. Lo único que hace es generar comportamientos automáticos.
-¿Y cómo funciona el aprendizaje?
Tiene que ver con organizar lecciones alrededor de problemas, preguntas y proyectos, más que en torno a hechos que se pueden olvidar,
habilidades aisladas y disciplinas académicas separadas. Implica tener estudiantes en una comunidad democrática de aprendizaje que tengan la responsabilidad de diseñar proyectos para responder
preguntas con sentido sobre el mundo. En ese proceso llegan a adquirir la capacidad de entender distinciones y conexiones. Adquieren un conocimiento que tiene sentido y que no consiste
simplemente en la repetición de habilidades o en grabar en su cerebro fechas y definiciones. En ese momento es cuando uno entiende como los niños aprenden y llegan a disfrutarlo.
El problema dice
Kohn es que además de los profesores, muchos padres tampoco se convencen de eso. Y surge entonces un círculo vicioso, porque los docentes se sienten obligados a mandar a los niños de vuelta a la
casa con deberes para que los padres no reclamen.
-¿Cuál es la mejor manera de motivar a los niños a aprender?
Uno no puede motivar a nadie más que a sí mismo. Lo único que se puede hacer es crear una malla curricular, un clima
en la sala de clases y un ambiente familiar que permita florecer el deseo natural de los niños de entender las cosas. Si trato de “motivar” a mi niño, probablemente voy a actuar de una manera
controladora. Sin embargo, he visto muchas salas de clases donde los niños se ponen tristes cuando termina el día, porque están muy entusiasmados tratando de diseñar un barco que navegue
rápidamente o de escribir un poema que llame la atención del lector desde el primer verso. Hay salas de clases que no son tradicionales, que funcionan como una comunidad escolar en la que los
niños tienen mucho que decir sobre lo que están haciendo y eso es motivación intrínseca pura. Uno no puede hacer que esto ocurra desde afuera, pero los buenos profesores sí pueden nutrir y
sostener el deseo de los niños de descubrir el mundo.
A pesar de todo, Kohn no considera que nunca haya que dar tareas, sino que sugiere que sólo se pidan deberes escolares que se alejen de los
ejercicios que se asignan tradicionalmente y que los niños sienten como una imposición. “Incluso los deberes inteligentes son poco beneficiosos si el alumno siente que se lo impusieron. Los
colegios que no asignan tareas tradicionales se dan cuenta que muchas veces los niños espontáneamente quieren extender el aprendizaje que está ocurriendo en la sala de clases. Ese es el tipo de
aprendizaje emocionante que tiende a no ocurrir cuando los alumnos tienen pilas de cuadernos de ejercicios y de textos escolares que revisar”, asegura.
Para lograr eso, dice Kohn, las tareas
asignadas tienen que cumplir con dos condiciones: en primer lugar, tienen que ayudarles a los niños a reflexionar con más profundidad sobre asuntos que importan y luego deben lograr el efecto de
ayudarles a los pequeños a emocionarse más sobre algún tema específico o sobre el aprendizaje en general. De la misma manera, Kohn opina que se les puede pedir a los niños que lean algo de su
elección, en vez de obligarlos a leer una cantidad establecida de páginas de determinados libros. “Esas cosas quitan todo el placer de la lectura”.
Otro ejemplo de deberes escolares que Kohn
considera valioso son los que no pueden hacerse en la sala de clase, como el realizar un experimento de ciencia en la cocina o entrevistar a los padres sobre la historia familiar. “Estos son
ejemplos poco comunes en los que se justifica que los alumnos sigan teniendo actividades académicas después de un día de clase. Pero, a menos que podamos mostrar que la tarea ayuda y no daña el
interés de los niños por el aprendizaje, creo que basta con lo que hacen en el colegio”, dice.
-¿Cuál cree que podría ser el efecto del sistema educativo actual sobre las generaciones futuras?
No necesitamos especular. El estilo corporativo centrado en las pruebas
estandarizadas en la educación no sólo ha convertido los colegios en un ambiente menos emocionante intelectualmente. Estamos viendo además niños que piensan que aprender no es algo muy atractivo.
Estamos hablando del atontamiento de una generación en el nombre de estándares académicos más altos. Esa es la ironía más horrible. Sin hablar de la menor calidad de vida que experimentarán si el
colegio se convierte en una especie de fábrica. Las tareas son sólo una parte del cuadro general, pero es un cuadro bien desolador.
El cerebro nunca es igual a sí mismo. No puedes pensar dos veces con el mismo cerebro, porque cambia con cada experiencia y a cada instante.
¿Cómo?
Las neuronas se organizan y reorganizan en redes, que la experiencia va modificando. Y esa es la más prometedora frontera de la neurociencia: la plasticidad neuronal.
¿En qué consiste?
Neurones that fire together, wire together, las neuronas que se enlazan acaban formando un cableado, un mapa, un sistema. Y ese proceso se repite modelando y remodelando nuestro cerebro
continuamente.
La experiencia se hace órgano.
La experiencia modifica la sinapsis, la transferencia de información entre neuronas. Cuando usted crea una imagen, deja una huella en el cerebro, un mapa mental, y cada vez que evoca esa imagen
la reactiva, pero creando otro mapa nuevo. Es la base fisiológica de la creatividad y del psicoanálisis.
Eso lo suscribiría Woody Allen.
Freud explica cómo la reasociación de imágenes en cada ocasión es el fundamento del inconsciente. La experiencia deja un recuerdo y una imagen, una huella sináptica, pero al evocar esa imagen
previa siempre obtenemos otra nueva con conexiones de la anterior, pero reorganizadas de forma nueva.
La memoria es un país en el que siempre somos extranjeros.
En esa recreación mental continua está el punto de contacto entre el psicoanálisis, la creatividad y la neurología. La palabra es también una experiencia y por eso modifica la sinapsis, las
conexiones neuronales que conforman, al cabo, esa red de redes que es nuestro cerebro.
Y el verbo se hace carne.
Y cura. La palabra puede curar como un fármaco. Por eso el cerebro no es un mero contenedor de capacidades como el área del habla, el cálculo, la memoria...También es una formidable máquina
temporal.
¿A qué se refiere?
Hay un psicoanálisis del devenir de nuestra mente que indaga en ella hasta descifrar y darle sentido y así revela y alivia nuestros traumas. Pero también hay otro psicoanálisis que opera en el
instante.
Sincrónico y diacrónico, como en la definición de lenguaje de Saussure.
El ser humano se debate entre su tendencia destructiva a la repetición y su vocación de reinventar. La repetición es destructiva, la reinvención es creativa. Por eso, Einstein dice que inventar
es pensar al lado, fuera de la caja. Lo que también se llama hoy pensamiento lateral.
¿Por qué nos gusta repetir?
La repetición nos gratifica, pero al mismo tiempo ese mecanismo de gratificación en la repetición inicia uno de penalización; cualquier hábito produce placer y desplacer de modo complejo y
complementario para lograr un equilibrio homeostático...
Veamos.
Nuestro cerebro incentiva y desincentiva a la vez. Por eso el ser humano es el único que puede hallar placer en el desplacer.
El primer sorbo de vino es el mejor.
Porque, al principio, cualquier adicción genera mucho placer y poco desplacer, pero al ir repitiendo la acción en busca de más gratificación obtenemos menos: la proporción de placer y desplacer
se va invirtiendo.
¿Cómo?
Las adicciones, obsesiones y conductas compulsivas obedecen a ese mecanismo. Gozamos la primera dosis y paulatinamente tenemos que aumentarla ya no para obtener placer, sino sólo para evitar el
desplacer...
Cada vez tomas más y gozas menos.
De forma que al final no actuamos para obtener más placer, sino sólo para no sufrir más desplacer. Es lo que le sucede al adicto: al principio aumenta las dosis para obtener más placer y después
tan sólo para no sufrir el síndrome de abstinencia. Placer y desplacer son inversamente proporcionales.
Y así puede llegar a la muerte.
Freud intenta analizar el principio del placer y sus mecanismos, pero fracasa, porque descubre que el ser humano busca algo más allá del placer, algo que puede llevarlo a la muerte. Somos seres
paradójicos.
¿En qué sentido?
El ser humano no busca su propio bien: desea estar sano, pero fuma; ama a su pareja, pero se va con otra... Y después vuelve a enamorarse de la siguiente pareja, pero reproduce la pesadilla...
Una y otra vez...
Al hombre le cuesta desear a la que ama y amar a la que desea.
Buscamos equilibrio y por eso llegamos al desequilibrio. Y al indagar en el principio del placer, Freud descubre que persiguiendo ese equilibrio podemos llegar sin saberlo a desear la
autodestrucción y la muerte.
Es el equilibrio definitivo al cabo.
La pulsión de muerte es un instinto autodestructivo, pero no sólo individual. También explica el comportamiento irracional de algunos pueblos, su agresiva psique colectiva. Y sería la última
explicación de la guerra.
¿Tiene alguna?
Es el modo en que los pueblos descargan su pulsión de muerte sobre otros pueblos.
El cerebro puede ser un mal bicho.
Es una máquina de adaptarse al medio y crear un equilibrio, pero también es un instrumento para desequilibrarse, soñar, depender de una sustancia, una conducta, una relación... Es una red
paradójica en múltiples sentidos.
Manifiesto de profesionales de la Salud Mental.
Decenas de profesionales de la salud mental en la Argentina suscribieron un “manifiesto” contra “la patologización y medicalización de la sociedad, en especial de los niños y adolescentes”, cuestionando el “trastorno por déficit de atención” y otros “etiquetamientos”, y rechazando el célebre “DSM” (Manual de “Desórdenes Mentales” producido por la Asociación de Psiquiatras de Estados Unidos).
La declaración cita el “Consenso de Expertos del Area de la Salud sobre el llamado trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad” (2005) para advertir sobre “una multiplicidad de ‘diagnósticos’ psicopatológicos que simplifican las determinaciones de los trastornos infantiles. Son enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios”, ya que “un etiquetamiento temprano, enmascarado como ‘diagnóstico’, puede condicionar el desarrollo de un niño, en tanto él se ve a sí mismo con la imagen que los otros le devuelven de sí, construye la representación de sí mismo a partir del espejo que los otros le ofrecen. Y a su vez será mirado por los padres y maestros con la imagen que los profesionales den del niño”. Por eso, “un diagnóstico temprano puede orientar el camino de la cura de un sujeto o transformarse en invalidante. Esto implica una enorme responsabilidad para aquél que recibe la consulta por un niño”.
“En ese sentido –continúa–, el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales de la American Psychiatric Association), en sus diferentes versiones, no toma en cuenta la historia ni los factores desencadenantes, ni lo que subyace a un comportamiento, obtura las posibilidades de pensar y de interrogarse sobre lo que le ocurre a un ser humano.” “Con el argumento de una supuesta posición ateórica, el DSM responde a la teoría de que lo observable y cuantificable pueden dar cuenta del funcionamiento humano, desconociendo su profundidad y complejidad, así como las circunstancias histórico-sociales en las que pueden suscitarse ciertas conductas. Más grave aún, pretende hegemonizar prácticas que son funcionales a intereses que poco tienen que ver con los derechos de los niños y sus familias.”
Los firmantes señalan que “el DSM en las últimas décadas ha ocupado el lugar de la definición, rotulación y principal referencia diagnóstica de procesos de padecimiento mental. Parte de la idea de que una agrupación de síntomas y signos observables tiene de por sí entidad de enfermedad, una supuesta base ‘neurobiológica’ que la explica y genes que, sin demasiadas pruebas veraces, la estarían causando. El manual intenta sostener como ‘datos objetivos’ lo que no son más que enumeraciones de conductas sin sostén teórico ni validación clínica, obviando la incidencia del observador en la calificación de esas conductas”.
“Así –explican– el movimiento de un niño puede ser considerado normal o patológico según quién sea el observador, tanto como el retraso en el lenguaje puede ser ubicado como ‘trastorno’ específico o como síntoma de dificultades vinculares según quién esté ‘evaluando’ a ese niño.”
“Esto se ha ido complicando a lo largo de los años. No es casual que el DSM-II cite 180 categorías diagnósticas; el DSM-IIIR, 292; y el DSM-IV, más de 350. Por lo que se sabe, el DSM V, en preparación, planteará, gracias al empleo de un paradigma llamado ‘dimensional’, muchos más ‘trastornos’ y también nuevos ‘espectros’, de modo tal que todos podamos encontrarnos en alguno de ellos.”
“Consideramos que este modo de clasificar no es ingenuo, que responde a intereses ideológicos y económicos y que su perspectiva, en apariencia ‘ateórica’, oculta la ideología que subyace, la concepción de un ser humano máquina, robotizado, con una subjetividad aplanada, al servicio de una sociedad que privilegia la eficiencia. Esto también se expresa en los tratamientos que suelen recomendarse en función de ese modo de diagnosticar: medicación y tratamiento conductual, desconociendo nuevamente la incidencia del contexto y el modo complejo de inscribir, procesar y elaborar que tiene el ser humano.”
Los firmantes entienden el diagnóstico “a partir de un análisis detallado de lo que el sujeto dice, de sus producciones y de su historia. Desde esta perspectiva el diagnóstico es algo muy diferente a poner un rótulo; es un proceso que se va construyendo a lo largo del tiempo y que puede tener variaciones. Todos experimentamos transformaciones y, en los niños y adolescentes, estructuraciones y reestructuraciones sucesivas determinan un recorrido en el que se suceden cambios, progresiones y retrocesos. Las adquisiciones se van dando en un tiempo que no es estrictamente cronológico. Por eso los diagnósticos dados como rótulos pueden ser nocivos para el desarrollo psíquico de un niño, en tanto lo deja siendo un ‘trastorno’ de por vida.”
“El sufrimiento infantil suele ser desestimado por los adultos y muchas veces se ubica la patología allí donde hay funcionamientos que molestan o angustian, dejando de lado lo que el niño siente. Es frecuente así que se ubiquen como patológicas conductas que corresponden a momentos en el desarrollo infantil, mientras se resta trascendencia a otras que implican un fuerte malestar para el niño mismo.”
En ese marco, afirman, “predomina la medicalización de niños y adolescentes: con una pastilla suelen silenciarse conflictivas y acallarse pedidos de auxilio que no son escuchados como tales. Práctica que es muy diferente a la de medicar criteriosamente, cuando no hay más remedio, a fin de atenuar la incidencia desorganizante de ciertos síntomas mientras se promueve una estrategia de subjetivación que apunte a destrabar y potenciar, y no sólo suprimir. Un medicamento debe ser un recurso dentro de un abordaje interdisciplinario que tenga en cuenta las dimensiones epocales, institucionales, familiares y singulares”.
Firman: Beatriz Janin, Juan Vasen, Gisela Untoiglich, Leon Benasayag, Juan Carlos Volnovich, Alicia Stolkiner, Hugo Urquijo, Virginia López Casariego, Gilou García Reinoso, Ana Berezin, Juan José Calzetta, Gabriela Dueñas, Carina Kaplan, Osvaldo Frizzera, Elsa Kahansky, José Kremenchusky, Silvia Morici, Mabel Rodríguez Ponte, María Cristina Rojas, Rosa Silver, Luis Horstein, Ruth Kuitca, Miguel Tollo, Susana Toporosi, Pedro Boschan, Jorge Cantis, Gabriel Donzino, Ruth Harf, Alicia Hasson, Norma Filidoro, Alicia Levin, Isabel Lucioni, Graciela Rajnerman, Mariana Rodríguez Ponte, Sara Suzman de Arbiser, Jaime Tallis, Flavia Terigi, Felisa Widder, Alicia Fernández, Enrique Carpintero, Alejandro Vainer, César Hazaki, Alfredo Caeiro, Carlos Barzani, Susana Ragatke, Marina Rizzani, Isabel Costa, Rosalía Schneider, Cecilia Kligman, Ricardo Gorodisch, Eduardo Müller, José Cernadas, Magdalena Echegaray, Mónica Favelukes, Griselda Santos, Clara Schejtman, Alicia Gamondi, Elina Aguiar, Mercedes Cicalese, Alicia Grillo, Nilda Neves, Mirta Pipkin, Marina Blasco, Irene Chelger, Alfredo Tagle, Daniel Slucki, Mariana Wikinski, Graciela Guilis, Marcos Vul. Se reciben adhesiones de profesionales e instituciones en www.forumadd.com.ar.
Una investigación británica que siguió a casi 20 mil personas entre la adolescencia y la adultez, reveló una dimensión hasta ahora desconocida del hábito de leer: cuando se hace por placer, es el mejor predictor de éxito profesional.
Por Jennifer Abate Ilustración: Rafael Edwards
Antes de irse de vacaciones, usted se compró el libro que estaban promocionando en todas partes. Prometió leerlo sobre la arena, feliz de por fin "tener tiempo". Pero es bien probable que, en pleno otoño, el libro siga ahí, todavía sin abrir. ¿La razón? A los chilenos no nos gusta leer. Tanto, que más de la mitad (53%) confiesa que nunca dedica tiempo a la lectura. Un problema que se agudiza en la adolescencia y que ni el ejemplo de dos premios Nobel de Literatura ni maletines literarios y un sinfín de medidas de gobierno y de colegios han logrado revertir. Las últimas estadísticas dicen que si bien a los 10 años, el 30% de los niños lee libros para entretenerse, a los 14 años esta cifra baja a un exiguo 12%.
Ahora, una extensa investigación británica revela que las consecuencias de esta carencia son mucho más profundas de lo que se pensaba. Porque la principal conclusión de este estudio es que la lectura es el más importante predictor del éxito profesional.
Durante dos décadas, científicos del departamento de Sociología de la Universidad de Oxford analizaron los hábitos, actividades e intereses de casi 20 mil jóvenes, en una investigación que dirigió el profesor Mark Taylor y que acaba de ser presentada ante la Asociación Sociológica Británica. Cuando tenían 16 años, los adolescentes fueron consultados sobre lo que hacían en su tiempo libre. Ahora, a los 33 volvieron a ser entrevistados.
Y los resultados no dejaron lugar a dudas: las mujeres que a los 16 años leían libros sólo por gusto tenían 39% de probabilidades de alcanzar un puesto gerencial. En las que habían preferido dedicarse a otras actividades en su tiempo libre durante la adolescencia, las posibilidades bajaban a 25% . Para los hombres, que en general, en todos los países tienen más posibilidades de llegar a altos puestos ejecutivos, la cifra pasa de un 48% entre quienes no leían a los 16 años, a un 58% entre los que sí tenían el hábito lector.
Ninguna de las otras actividades extracurriculares propias de los jóvenes que fueron evaluadas junto a la lectura, como las prácticas deportivas, socializar, ir a museos, asistir regularmente al cine, a conciertos o tomar talleres, logró generar un impacto significativo en el nivel profesional que las personas alcanzarían una vez pasada la barrera de los 30 años. Es más, según Mark Taylor asegura a La Tercera, la lectura tiene estos efectos beneficiosos incluso cuando se aíslan factores cruciales, como el nivel educacional de los padres o la comodidad económica de las familias. Esto concuerda con una investigación del 2002 de la Ocde, citada en un informe del Fondo Nacional de Alfabetización del Reino Unido, realizado por las investigadoras Christina Clark y Kate Rumbold, que asegura que "disfrutar de la lectura es más importante para el éxito educacional de los niños que el estatus socioeconómico de su familia". Así de claro.
¿Por qué? En palabras de la experta en Sicología de la Educación de la U. Católica, Malva Villalón, la lectura nos sitúa en el mundo de la comprensión y el manejo del lenguaje, que es el instrumento más potente del pensamiento: "No existen procesos cognitivos separados del lenguaje, pues todas las demás operaciones y actividades se realizan gracias a éste, ya que traspasa todas las áreas: te enseña a hacer analogías y relaciones lógicas, que son útiles en todas las instancias". Es el dominio del lenguaje el que nos permite comprender todos lo demás.
Pero esta promesa de beneficio viene aparejada de una advertencia: tenemos que leer por gusto. De hecho, la mayoría de las investigaciones que hablan sobre las ventajas de leer libros lo hacen desde la presunción de que quien realiza esta actividad, lo hace libremente y que esta predisposición relajada es la que nos vuelve capaces de absorber naturalmente todo lo que la lectura pueda traspasarnos. En un estudio clásico sobre este tema, llamado La sicología de leer por placer: necesidades y gratificaciones, el profesor Víctor Nell, de la Universidad de Sudáfrica, establece que "la lectura por placer es una forma de juego", una forma de entretención natural que nos permite, según los especialistas, captar los contenidos, pero a la vez relacionarlos con lo placentero que nos produce una buena historia, que puede volverse neurológicamente adictiva y hacernos liberar dopamina y serotonina, ligadas a la sensación de bienestar.
Soledad Concha, doctora en educación y académica de la UDP, agrega que el "factor placer" aporta motivación por leer y comprender. Así, mientras más placer se experimente leyendo, más se leerá y más beneficios se podrían derivar de esta actividad. "Quien lee por placer está atento a la lectura, quiere entender, lo que es un factor imprescindible para la comprensión", dice.
Y la evidencia sigue. En el informe realizado por el Fondo Nacional de Alfabetización del Reino Unido, titulado Leer por placer, el doctor Stephen D. Krashen, autor del libro El poder de la lectura, asegura que cuando los niños leen por gusto, cuando quedan atrapados en los libros, adquieren, involuntariamente y sin hacer esfuerzos conscientes, casi todas las llamadas habilidades de lenguaje. "Se volverán lectores apropiados, adquirirán un gran vocabulario, desarrollarán la habilidad de comprender y usar construcciones gramaticales complejas y desarrollarán un buen estilo de escritura. Aunque la voluntad de leer libremente, por sí misma, no asegura el logro de los más altos niveles de alfabetización, al menos asegurará un nivel aceptable. Sin ésta, sospecho que los niños ni siquiera tienen una oportunidad de alcanzarla", agrega.
Algo muy diferente a lo que ocurre cuando se lee por obligación. Malva Villalón plantea que cuando los niños leen, por ejemplo, para una prueba, lo hacen estratégicamente, buscando aquellos elementos de la historia por cuya comprensión saben que serán evaluados, de modo que no se entregan al libro, no lo disfrutan y no extraen, por tanto, todos sus beneficios. Por supuesto, terminan aburriéndose. Según el estudio Escuela y Familia: Su influencia en la formación para lectores del mañana, de Fundación La Fuente, cuando se les pregunta a los niños qué es lo que menos les gusta de leer, la respuesta mayoritaria es "sentirme obligado a hacerlo", que alcanza a un 41% de las respuestas, con un 23% de los encuestados que dice que le disgustan los temas.
No importa cuánto
Si ya ha leído acerca de todas estas ventajas y en este momento se está lamentando por no ser un ávido lector, no se aflija tanto. Diversos especialistas consideran que se puede comenzar a formar el hábito a cualquier edad y desde ahí comenzar a beneficiarse. Más encima, el esfuerzo que tendrá que dedicarle a este proceso probablemente sea menor de lo que usted espera. Una de las principales conclusiones que plantea la investigación del sociólogo Mark Taylor es que no es tan relevante si se lee todos los días o unas pocas veces al mes. "La magnitud de los efectos (de generación de éxito en la vida laboral) no varía de acuerdo a cuánto leen los niños. Estos son semejantes en niños que leen libros más de una vez por semana y en aquellos que lo hacen sólo poco más de una vez al mes. La única diferencia, en este sentido, se da entre los niños que leen y los que no leen nunca", dice el académico, lo que lo lleva a afirmar que "no importa cuánto lo hagas, mientras lo hagas": el éxito vendrá igual, tarde o temprano.
Por supuesto, con esto no se intenta negar los beneficios de todas las posibilidades de entretención o aprendizaje que pueda tener una persona, en el corto y largo plazo. Nadie duda de que ser exitoso depende no sólo del manejo intelectual, sino de su interrelación con otras capacidades sociales, como son las de liderazgo y socialización. De hecho, Taylor asegura que leer libros en la adolescencia es un antecedente crucial para llegar a la universidad, pero que si a eso se le agrega la participación en una actividad cultural, como tocar un instrumento o ir a los museos, esa probabilidad aumenta. Por ejemplo, en el caso de los hijos de padres que trabajan en administración o ventas, su posibilidad de entrar a la universidad pasa de un 24% (que alcanzan quienes sólo leen libros) a un 54%, en el caso de los hombres que se comprometen con otra actividad extracurricular, una cifra que cambia desde el 20% al 48% en las mujeres.
Sin embargo, incluso esas "habilidades blandas" pueden conseguirse a través de la lectura. Hasta ahora, se pensaba que los ávidos lectores eran una suerte de ratones de biblioteca que no se comunicaban con el mundo, mientras que los deportistas o los del club de teatro del colegio eran los populares que controlaban los recreos y, de paso, todas las situaciones de vinculación social. Nada más equivocado, pues si por una parte la lectura es la única actividad que, por sí misma, asegura mayor éxito laboral en la vida, por otra, también ayuda a fomentar las relaciones sociales.
Malva Villalón asegura que quienes leen más, manejan un mejor vocabulario y se sienten más seguros de los contenidos que manejan, lo que los lleva a ser personas que hablan más. "Esas personas suelen ser vistas por los otros como líderes potenciales". Además, por lo mismo, les va mejor cuando buscan trabajo, asegura Villalón, pues "la gente que lee más, tiene más temas de los que hablar y está más familiarizada con las formas del discurso, por lo que comprende bien las instrucciones, entabla un buen diálogo, plantea puntos de vista y toma la iniciativa".
La presión sobre los niños más pequeños está en cuestión - Los docentes piden flexibilidad en una edad en la que importa más lo físico, ético y social
"Creo que he perdido la primavera", grita Sara, de cinco años. Está en clase, en el colegio público Teresa de Calcuta de San Sebastián de los Reyes (Madrid). Mientras revuelve en una caja, tiene frente a sí tres fotografías de un mismo paisaje: una tomada en verano, otra en otoño y otra en invierno. Efectivamente, falta la primavera, así que Sara no estaba haciendo ninguna metáfora, pero su inocente comentario enmarca perfectamente el núcleo de este artículo. A saber: se han adelantado demasiado los objetivos y los contenidos escolares para niños muy pequeños, con lo que el segundo ciclo de la educación infantil se co nvierte en una especie de miniprimaria para unos niños que deberían estar aprendiendo, tal vez, cosas parecidas a las que les enseñan, pero desde luego de otra manera.
Básicamente esto es lo que dice una de las conclusiones de un reciente estudio dirigido por el profesor de la Universidad de Cambridge Robin Alexander, el mayor repaso hecho a la enseñanza primaria británica en 40 años. Los expertos aseguran que cuatro y cinco años es muy temprano para empezar a recibir una educación formal, estructurada en materias, y reclaman una enseñanza que les ayude a construir sus destrezas sociales, su lenguaje y su confianza a través de juegos, o simplemente hablando con los niños. Todo ello, en lugar de primar el aprendizaje de la lectoescritura y los números, como se ven obligados a hacer muchos docentes, presionados por la necesidad de elevar el nivel educativo, dice el informe.
Es cierto que el sistema español y el británico son distintos: ellos empiezan la escolarización obligatoria a los cinco años, en lugar de a los seis, con una especie de preprimaria, y en España el segundo ciclo de la educación infantil (tres, cuatro y cinco años) aún tiene mucho de juego en su metodología. Pero a los expertos no les cuesta nada trasladar las ideas del estudio británico al caso español, ya que aseguran que también existe esa presión por engordar los contenidos en una educación infantil muy parecida a la primaria, con una cierta división asimismo por áreas o materias y algún que otro cambio de profesor al lo largo del día.
Están de acuerdo con esta idea la profesora de Sara, Pilar Vara, y su compañera Marisa Cervigón. Son las docentes del último curso de infantil del colegio Teresa de Calcuta y entre las dos suman 40 años de experiencia docente en esta etapa.
¿Quién no está de acuerdo? Para empezar, parece que quienes hacen las normativas, que introducen cada más contenidos (más lectoescritura, más inglés, más tecnología). Y para continuar, la sociedad en general, y los padres en particular. "Hay mucha fijación con el aprendizaje de la lectoescritura", dice Cervigón. "Quieren que les enseñemos a leer antes de tiempo. Van a querer que empiecen a andar a los seis meses", ironiza Vara, y añade después: "¿Cómo van a aprender a hablar si no hablan, se pasan el día rellenando fichas?".
Los expertos se quejan sistemáticamente de esa presión social para mejorar el nivel educativo adelantando contenidos, como ya señalaba el estudio de Cambridge. Pero ese afán puede llegar a convertirse en algo contraproducente. "Puede socavar la confianza de los niños y se corre el riesgo de dañar a largo plazo su aprendizaje", dice el informe. Y pone el ejemplo de Finlandia, que siempre está en los primeros puestos del Informe Pisa de la OCDE, que mide las destrezas lectoras matemáticas y científicas de los chicos de 15 años. En el país nórdico, se centran en la educación social, física y ética hasta los cinco años, y a los seis dedican un año a la transición al colegio reglado de toda la vida.
Pero eso requiere un fuerte respaldo social. Y en España, por el contrario, "hay una presión terrible y enorme para adelantar la escuela en el sentido de las materias, de leer y escribir, pero adelantar el aprendizaje formal, lejos de reforzar su voluntad de aprendizaje, lo que hace es que se aburran sobremanera", dice la presidenta de la asociación de maestros Rosa Sensat, Irene Balaguer. La portavoz de directores de escuelas infantiles de la Comunidad de Madrid, Carmen Ferrera, con más de tres décadas de experiencia, es todavía más tajante: "Mi opinión es que la lectoescritura no debe empezar antes de los seis años. Todos los aprendizajes que se fuercen van a estorbar en el futuro".
Incluso la idea, respaldada por muchas investigaciones, de que la escolarización temprana puede evitar el fracaso escolar se puede ir al garete si se les mete a los niños mucha presión, asegura el catedrático de la Universidad de Sevilla Jesús Palacios. Para niños de entornos más favorecidos socioeconómica y culturalmente no es crucial una escolarización temprana, pero sí para otros de ambientes más desfavorecidos, asegura el profesor: "Y es precisamente a estos niños a los que más les puede perjudicar una escolarización excesiva".
Palacios se queja de que las clases de infantil están, en general, muy basadas en las fichas, ésas de las que hablaba Pilar Vara. Las fichas son el equivalente infantil del libro de texto, explica. Por ejemplo, los niños identifican las partes de un árbol, las rellenan con distintos colores, reproducen las letras... "Hay una paradoja en infantil: los chavales están sentados en grupos, más o menos en círculos, pero raramente trabajan en grupo, sino que, colocados así, hacen un trabajo estrictamente individual", añade Palacios.
Por supuesto, la cuestión tiene unas raíces que vienen de lejos. "Tenemos un problema que el sistema británico no tiene: que la educación infantil fue creada como una extensión hacia abajo de la primaria, aquí no existía el kindergarten, como en Alemania, ni la maternal, como en Francia, sino que simplemente, en un momento dado se empezaba la primaria. Así, el sistema ha ido creciendo de arriba abajo", dice el catedrático.
Palacios, como Balaguer, Ferrera, Vara y Cervigón, todos explican que la diversidad de los alumnos, tanto en su desarrollo como en sus intereses, es tan distinta que parece una tontería intentar enseñar a todos a escribir o los números. "Hay niños que sienten mucha curiosidad y escriben su nombre. O los que descubren que en la calle o en los cuentos hay letras. Estos arrancan de una manera espontánea. Pero hay niños que tienen otros intereses", dice Balaguer.
"Hay que ir a cosas mucho más lúdicas, con una metodología que les ayude a un desarrollo global", continúa Ferrera. Pero eso, ¿cómo se hace? La docente pone un ejemplo: arrancar la clase con una asamblea: "Los niños en círculos empiezan a hablar con el profesor sobre las cosas que les preocupan, que les interesan, sobre lo que han hecho... Si resulta que es un día nublado, la maestra tiene que tener la habilidad para proponerles juegos, dramatizaciones, o simplemente hablar sobre el tiempo y las nubes".
"Es verdad que la educación infantil tiene que ser más flexible, menos regulada que la primaria y la secundaria, no debe existir sobre todo la presión, que es fruto de una presión social. Pero también es verdad que hay escuelas y profesores que ya lo hacen así", asegura el pedagogo y director de Cuadernos de Pedagogía, Jaume Carbonell. Probablemente el colegio Teresa de Calcuta es un ejemplo. Al menos, Pilar Vara y Marisa Cervigón insisten en ello. "Nosotras tratamos de ser muy flexibles, por ejemplo, evitamos todo lo que podemos los textos", dice la segunda.
La tarde para ellas ha sido más o menos tranquila. Bueno, todo lo tranquila que puede ser alrededor de un montón de chavales de cinco años. A las tres entraron todos en fila -"Vamos, todos, el tren", colocó Pilar-, hasta llegar a la clase, decorada con un montón de murales, de dibujos, un gran tótem de papel, más alto que todos los niños, junto a la ventana. El paisaje continúa con una pizarra de toda la vida junto a un reproductor de música y un ordenador.
En el otro extremo del ventanal, hay una mesa con un bonsái y unos trozos de patata que, puestos en agua, empiezan a germinar. Allí se sentarán algunos niños, lupas en mano, a investigar. Otros, en un grupo de mesas (como explicaba Palacios, hay tres bloques de varias mesas unidas) harán formas con la plastilina; otros pocos decorarán con series una espiral dibujada en un papel que luego recortarán dejando el resultado como una serpentina; "Yo hago sol-corazón, sol-corazón", dice una alumna con entusiasmo. "Yo una muy difícil: cuadrado, triángulo, círculo", añade otro, orgulloso. Los últimos se dedican a coger una tarjeta con una palabra escrita y a descubrir, dando palmas, cuántos sonidos-sílabas tiene cada una. Durante aproximadamente una hora harán por turnos todas las actividades.
Aunque alguno parece aburrirse un poco, otros se ríen con entusiasmo, y hay una discusión, en general parecen pasarlo bien, si bien da la impresión de que a alguno de ellos se le estuvieran acabando las pilas. "Pasan aquí muchas horas. Los hay que llegan a las 7.30 a desayunar y se van a las 18.00", dice Pilar. Y, aunque intentan efectivamente hacer las cosas de otra manera, se quejan de esa falta de flexibilidad, por ejemplo, que se tenga que romper la clase por narices para ir a inglés.
Hay muchos niveles de flexibilidad, y la normativa y la organización de los centros lo permiten hasta cierto punto, y aunque existen esos profesionales que intentan hacer las cosas de otra manera, se trata de un porcentaje que no es "representativo de la mayoría y, en cualquier caso, la sociedad no lo aplaude", asegura José Antonio Fernández Bravo, experto en didáctica de las matemáticas y autor de varios trabajos sobre los contenidos en la educación infantil. Fernández insiste en la presión social que imprimen los padres: "Estamos obsesionados con subir el nivel y nos creemos que eso consiste en adelantar contenidos, pero no lo es. Está demostrado, incluso neurológicamente, que a esa edad lo más importante es fomentar el querer aprender".
En educación hay muchas pescadillas que se muerden la cola y ésta podría ser una de ellas. Entre informes Pisa que causan estupor y enfado general porque la educación española no da los resultados que a todos les gustarían, los profesores de primaria se quejan de que los niños llegan de la infantil sin saber lo suficiente; los de secundaria se quejan de lo mismo con respecto a la primaria y los de universidad, ídem de ídem. Pero, entre quejas entrecruzadas y manoseadas, ¿y si resulta que el problema de raíz es que nos estamos saltando pasos? ¿Y si resulta que a Sara se le ha perdido la primavera de verdad?
Hay una presión social para adelantar aprendizajes, dicen los especialistas.
EDITORIAL: El profesor, en el eje de cualquier reforma educativa
OLGA R. SANMARTÍN - (Madrid)
04/01/2017
A Massimo Recalcati (Milán, 1959) se le considera en Italia una especie de rock star del psicoanálisis. Ensayista mediático y profesor en varias universidades, se dedica a analizar los males de la hipermodernidad. En La hora de clase, que acaba de publicar Anagrama, reflexiona sobre el papel de la educación en una sociedad en la que se ha diluido la autoridad paterna y, por extensión, la del profesor. A diferencia de lo que ocurría en la generación del 68, los jóvenes ya no tienen que rebelarse contra sus progenitores -ni matar, como Edipo, al padre- porque los tienen a su lado, convertidos en compañeros de juegos. «El maestro está cada vez más solo y humillado», sostiene Recalcati, que reivindica la figura del docente que despierta en el alumno la pasión por el conocimiento.
P: ¿En qué se diferencia el maestro actual del de generaciones anteriores?
R: El hecho novedoso es que se ha roto el pacto generacional y esto ha incidido en el discurso educativo. Los padres y los profesores ya no trabajan juntos en la educación de los jóvenes. Los padres más bien son los aliados de los hijos contra los profesores. Es un cambio inaudito: los padres, en vez de apoyar el trabajo de los profesores, se han convertido en sindicalistas de sus propios hijos. Para Freud existía un vínculo espiritual entre padres y docentes. Hoy, este vínculo se ha deshecho. Cuando un profesor asume la responsabilidad de suspender a un alumno o iniciar un procedimiento disciplinario, las familias lo miran con sospecha. Se preguntan: ¿No estará abusando de su posición de poder? ¿No estará infravalorando la calidad de nuestro hijo?
P: ¿Qué opina de la huelga contra los deberes que han promovido en España varias asociaciones de padres?
R: Es el signo de esa ruptura: reivindicar la libertad de los hijos significa negar la función educativa de la escuela. Es un viento anti-institucional que atraviesa nuestro tiempo. Descalificar la escuela es descalificar la dimensión colectiva de la vida. El niño es el rey de la familia; todo debe ser sometido a sus exigencias. Es una metamorfosis antropológica; ya no es el hijo el que tiene que hacer cuentas con la realidad, sino que es la realidad la que tiene que plasmarse según el capricho del hijo.
P: ¿Cómo puede el profesor, cuando está sistemáticamente cuestionado, incentivar las ganas de aprender de sus estudiantes?
Hay una profunda soledad del profesor. Ya no son los estudiantes los que esperan en fila a ser triturados por el sistema, como contaba The Wall de Pink Floyd. ¡Ahora son los profesores los que son consumidos por el dispositivo escolástico! La única forma de resistir es no perder el deseo por lo que se enseña. Y hacer equipo con otros profesores, para sentirse menos solo.
P: España tendrá otra ley educativa. La Lomce apenas habla de los docentes. ¿Ayudaría para darles más reconocimiento que la nueva norma contemplara incentivos económicos para los mejores maestros?
En Italia la humillación económica y social de los profesores ha llegado al límite en el ventenio berlusconiano. El ministro de Economía ha dicho que la cultura no se come. Un país que no tiene sentido del futuro, que no piensa a largo plazo, no invierte en su escuela ni en sus profesores. Invertir en la escuela es invertir en el futuro.
P: En su libro dice que los estudiantes de hoy quieren ser autónomos, pero la «crisis estructural del sistema capitalista» les provoca «una dependencia sintomática». Antes era más fácil porque, si estudiaban y se esforzaban, era muy probable que prosperaran en la vida. Ahora esa premisa ya no sirve.
R: La cultura es la única vacuna que puede salvar la vida de nuestros hijos frente al riesgo de la disipación y la violencia. Lo decía Pasolini al inicio de los 70: es el vacío de cultura el que genera el deseo de la muerte. La droga, el alcohol, la violencia, la dependencia de internet, el aislamiento, la anorexia... son manifestaciones de este vacío. Ésta debería ser la primera función preventiva de la escuela: donde hay cultura hay deseo de vida y no de muerte.
P: ¿Hay aprendizaje sin esfuerzo?
R: No. El aprendizaje no es Twitter. Exige el largo tiempo del pensamiento. En el estudio se necesita constancia, dedicación, empeño. Y, sin embargo, la belleza del estudio consiste en la experiencia de la constante apertura a nuevos mundos. Se da una emoción en el aprender. El buen profesor no considera al alumno como una cabeza vacía que hay que llenar, sino como un fuego que hay que encender.
P: ¿Cuál es el sentido de la verdad en un mundo en el que un hombre que miente llega a presidente de EEUU?
R: La línea Berlusconi-Trump es sintomática de la declinación perversa del poder en la edad hipermoderna. En la perversión ya no hay ideales, razones, impulso colectivo, valores... La única forma posible de la ley es la ausencia de la ley. Trump puede mentir sin pudor porque, al no tener ninguna relación con la realidad, no tiene sentido de culpa frente a sus propias mentiras.
P: Explica en su libro que la crisis de la escuela ha coincidido con la crisis de la palabra.
R: Hoy todo el mundo habla demasiado. Pero pocos asumen las consecuencias de sus palabras. La palabra circula vaciada de su significado. La cultura restituye dignidad a la palabra, custodia su secreto y su fuerza.
P: Qué consecuencia va a tener la pérdida de las Humanidades en la escuela?
Uno de los síntomas más evidentes de la escuela contemporánea es que ha subordinado la propia lengua y sus raíces humanísticas al lenguaje economicista empresarial. El mito de la producción y del rendimiento proyecta su sombra sobre nuestra escuela. ¿No debería ser precisamente la escuela la que permita un tiempo improductivo que sea fecundo? ¿No es el colegio el lugar donde se puede dedicar toda una tarde a estudiar y leer juntos una poesía, donde el tiempo se emancipe de la pesadilla de la productividad?
P: ¿Para qué sirve aprender de memoria?
Yo pensaba, cuando era joven e indisciplinado, que no servía para nada. En cambio, Daniel Pennac subraya un aspecto de la memorización que yo había descuidado. Se trata de sumergir a nuestros hijos en el gran río del lenguaje. Es una experiencia de recuperación de nuestra procedencia. Por eso siempre escucho, con una mezcla de envidia y admiración, a amigos que en nuestras fiestas recitan poesías que aprendieron de memoria siendo niños...
P: ¿Qué explicación psicoanalítica encuentra en el hecho de que usted, al igual que Pennac, fuera un mal estudiante y, en cambio, se haya convertido con los años en un ferviente defensor de la importancia de la escuela?
R: Generalmente, los psicoanalistas se ocupan de causas perdidas porque lo han sido ellos previamente. Saben, por lo tanto, bastante bien qué significa ser una causa perdida. Sólo por este motivo pueden ayudar a las personas que se han perdido a volver a empezar. Gran parte de nuestra vida está determinada por los encuentros que tenemos. Yo he tenido algunos malos encuentros al inicio de mi vida. Pero también buenos encuentros. Aquellos que han sabido dejar huella realmente. ¿No es acaso éste el significado más precioso de enseñar, dejar huella en quien aprende?.
Una decisión controversial estalló en la sociedad británica al autorizarse que niños y niñas a partir de los nueve años puedan recibir un tratamiento para retrasar su pubertad y así tener más tiempo para definir su género.
El tratamiento que consta de inyecciones mensuales de una droga que bloquea ciertas funciones del hipotálamo genera una desaceleración en el crecimiento de los órganos sexuales y bloquea la
producción de testosterona en los hombres y estrógenos en las mujeres.
Este tipo de medicamentos será aplicado a niños que se muestren conscientes de su problemática de género, junto con la autorización de sus padres y que no tengan ningún tipo de problema de salud
mental.
Si bien las críticas no tardaron en llegar, incluso se planteó como un "método horroroso" para el desarrollo humano, doctores del centro médico de la fundación NHS demostraron que el tratamiento
en "la disforia de género" en pacientes de 12 a 14 años fue exitoso y que ya es posible aplicarlo en pacientes de menor edad.
En el caso de los niños, este tipo de inyección evita que se agrave la voz y que aparezca la barba, mientras que en las niñas frena ciclo menstrual haciendo "que la operación de cambio de sexo
sea más fácil".
"La idea es que el tratamiento de cambio de género se base en el estado mental del paciente y no en su edad", aseguró la doctora Polly Carmichael.
Desde la vereda de enfrente, el doctor Mark Pritchard, criticó la medida y señaló que resulta paradójico que se utilicen drogas para este tipo de cosas cuando "faltan drogas contra el cáncer".
Finalmente, todavía no queda claro si el tratamiento es reversible en caso de que el niño o niña decida mantener su condición de género acorde a su cuerpo y si este tratamiento causa problemas de esterilidad.
¿Los niños Yequana
no se pelean?
Parece imposible, ¿verdad? Nunca los vi pelear ni discutir gritando, ni niño con niño ni adulto con niño. Los indios adultos tampoco se pelean.
Extracto de una entrevista a Jean Liedloff
autora de “El concepto del Continuum”.
Vivimos en una sociedad adultocentrista que estigmatiza a l@s niñ@s, no sólo por la forma como l@s ningunea, l@s humilla y l@s denigra, sino también, por el perverso lenguaje que utiliza para referirse a ell@s. Un lenguaje, en el que con frecuencia se les acusa de comportamientos “malvados”, irracionales y deshonestos.
De boca de padres, familiares, vecinos, comentaristas espontáneos, etc., no es difícil escuchar expresiones como: “eres un mentiroso”, “nos quiere manipular”, “no razona”, “no me hace caso”, “le das la mano y te coge el brazo”, “me ha montado una rabieta delante de todo el mundo en el supermercado”, etc., para referirse a los niñ@s.
¡Qué cantidad de características y comportamientos negativos les colgamos a nuestros hij@s! Y, además, según este análisis torticero sobre la infancia, los niñ@s siempre hacen las cosas para molestar a los adultos y/o engañarles. Al parecer, para esta sociedad, los adultos somos unos seres humanos desvalidos e inocentes que se dejan manipular y mangonear por malvadas hordas de infantes dictatoriales y crueles que nos llevan al caos y a la anarquía.
Permitidme plantear algunas preguntas:
¿No será que los adultos solemos malinterpretar todo lo que hacen, dicen y piensan l@s niñ@s?
¿No será que en vez de comprender su realidad, a través de la difamación, buscamos justificaciones a nuestra incomprensión, incompetencia y ansias de dominación?
¿No será que nos falta empatía y serenidad para abordar el hecho de que su forma de vivir y comprender la vida es muy diferente a la nuestra?
¿No será que estamos tan heridos que somos incapaces de comprender nuestras propias carencias arrastradas desde nuestras infancias desequilibradas y las queremos proyectar en nuestros hijos?
¿No será que queremos que nuestr@s hij@s sean “buenos y obedientes” como dice la sociedad que deben ser para convertirse a su vez en ciudadanos, trabajadores y soldados “buenos y obedientes”?
¿No será que si quebramos su forma de actuar, si les hacemos vivir en contra de los deseos de su verdadero yo, serán más fáciles de manejar y manipular?
Dejo estas preguntas aquí y muchas más en el aire.
Al hilo de todo lo arriba expuesto, en el artículo de hoy, quería detenerme en uno de los grandes argumentos que la sociedad utiliza para difamar a niñ@s y bebés, las famosas “rabietas”. Más adelante veremos otros.
El de las “rabietas” me parece un tema especialmente grave en el que se muestra cómo la insensibilidad de algunos expertos, padres, familiares, vecinos y opinólogos espontáneos, puede dañar la autoestima de l@s niñ@s.
En primer lugar, he de decir que estoy en total desacuerdo con que a un enfado, por fuerte que sea, se le envuelva con la pátina de irracional, absurdo, ilógico, etc. como ocurre cuando se les denomina “rabieta”, “berrinche” o “pataleta”. Al dejarnos llevar por esta etiqueta cultural denigramos a nuestr@s hij@s y le restamos legitimidad a su enfado. Nos volvemos adultos deificados que juzgamos las acciones de l@s niñ@s, los calificamos y les sometemos al escarnio público otorgándole la razón a esta sociedad que trata a l@s niñ@s con desdén y habla de ellos con desagrado.
Sin embargo, la realidad es otra. Cuando un/a niñ@ se enfada de una forma tan fuerte en la que no puede parar de llorar y se descontrola emocionalmente, esta situación no parte de un sinsentido arbitrario, el/la niñ@ tiene una razón para enfadarse, Su razón. Una razón tan lícita y respetable como puedan ser cualquiera de las nuestras. L@s niñ@s, al contrario que los adultos, son lógicos y auténticos, sin condicionamientos culturales o máscaras detrás de las que esconderse. L@s niñ@s no se enfadan porque sí, porque sean pequeñ@s e irracionales. Un/a niñ@ muestra su enojo porque existe una causa real que lo ha provocado.
Como adultos, nosotros somos los que tenemos que intentar comprender el origen del enfado de nuestr@s hij@s. ¿Por qué ha ocurrido? ¿Qué es lo que le ha provocado una frustración tan grande?
Cuando estemos ante circunstancias similares ¿podemos evitar que se repita el enfado? ¿Cómo podemos dotarles de herramientas emocionales para afrontar una nueva situación de estrés?
Como adultos, nosotros somos los que tenemos que acompañar de forma respetuosa las crisis emocionales de nuestr@s hij@s. Sin juzgarles, sin etiquetarles, sin reprocharles su comportamiento, evitando que se hagan daño a ellos o a otras personas. Su enojo es fuerte, está lleno de desilusión, de pena y rabia, y lo que nos muestra es que nuestr@ hij@ está enfadado, se siente incomprendido, se siente mal.
Sé que son momentos de una tensión altísima en la que nosotros también nos sentimos desbordados y estresados, pero como cuidadores y protectores de nuestros hijos, nos toca serenarnos y acompañarles sin gritos, sin violencias verbales y/o físicas.
Cuando tu hij@ se enfade, respira hondo, afronta la situación de forma racional, no te sientas herido en tu ego, no se ha enfadado para fastidiarte, recuerda su enojo tiene Su razón. Tú ya no eres un niño o una niña, eres la Mamá o el Papá de un niño que, literalmente, está pidiendo a gritos tu ayuda. No es una rabieta, no es un berrinche o una pataleta, tu hijo, tu hija, está enfadado y muy fuertemente. Pero tiene una causa lógica y racional. Debido a su corta edad, a su inmadurez emocional y cerebral, a su falta de recursos comunicativos y a su frustración, aún no sabe expresar su malestar de otra forma. Comprende que se ha debido sentir muy mal, muy herid@ para llegar a enojarse de esta manera.
Acompaña a tu hij@ en su enfado de forma amorosa, con respeto: no le toques si no quiere (si te deja, cógelo con toda delicadeza, sin apretarle, suavemente abrázale), no le hables si ves que su enfado aumenta (sin embargo, si te escucha, susúrrale dulcemente, con voz serena), deja que pase la tormenta pues su cerebro está inundado de adrenalina y cortisol, y necesita de calma para volver a su estado normal. Si estás en un lugar público y os miran con desdén u os dedican palabras despectivas o reproches, no prestes atención, tu sitio en ese momento está al lado de tu hij@ (pero, si te sientes desbordad@ por los espectadores, coge suavemente en brazo a tu hij@ y sal del recinto en el que te encuentres).
Cuando haya pasado la peor parte del enfado, abraza con fuerza a tu hij@, cógelo un buen rato en brazos mostrándole tu cariño con caricias, abrazos y besos. Sustenta a tu hij@ porque en esos momentos es lo que necesita de ti. Recuerda, sin gritos, sin reproches, sin etiquetas.
Pasadas una horas, cuando estéis tranquilos en casa, cuando hayas reflexionado sobre las circunstancias que rodearon el enfado, será el momento de hablarlo todo, será el momento de comenzar a dotar a tu hij@ de herramientas emocionales para afrontar de otra forma las frustraciones de la vida, las desilusiones. También nosotros tenemos que ser muy sinceros, autocuestionarnos e intentar comprender si no fuimos nosotros los causantes del enfado con un “No puedes hacer eso”, “ahora no tengo tiempo”, “eso no lo puedes comer” o algún tipo de comportamiento caprichoso o arbitrario que frenó su impulso de aprender, de comer, de jugar, etc. Sea cual sea la causa, puedes hablarlo todo con tu hij@ y, aunque sea pequeñ@, explicarle tus razones y, también, empatizar e intentar comprender las suyas. Todos tenemos que poner de nuestro lado.
Si acompañamos a nuestros hij@s en sus crisis emocionales de forma sustentadora y respetuosa, además de poco a poco ir afrontando sus enfados y desilusiones de forma menos vehemente, cuando sean mayores serán adultos más equilibrados y asertivos. No denigremos a nuestros hij@s con un lenguaje hiriente e ignominioso, comprendamos sus razones y, entre todos, busquemos soluciones, cuestionémonos en nuestras propias actuaciones, liberémonos de nuestros propios traumas, condicionamientos y carencias.
Te lanzo varias preguntas para la reflexión, ¿recuerdas cómo te sentías de pequeñ@ cuando estabas enfadado, cuanto te había sucedido algo que considerabas crucial, fundamental en tu vida? ¿Tus padres te ayudaban? ¿Estaban calmados o te gritaba, zarandeaban, etc.? ¿Cómo afrontas hoy en día los enfados de tus hij@s? ¿Te sientes herid@?
Texto: Elena Mayorga
Aqui va el enlace del video: MUY INTERESANTE
Dallas Clyton escribió e ilustró en 2008 un libro dedicado a su hijo para su cumpleaños. Como no conseguía quien lo editase, decidió publicarlo en Internet en varios idiomas, el mismo no habla de la importancia de SOÑAR SUEÑOS GRANDES, un gran libro para compartir.
Abrir enlace para ver el libro:
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Especialistas dicen que es clave incentivar en niños el pensamiento lógico y principios éticos.
El rótulo suena por lo menos extraño. En Internet, por Filosofía para Niños o por el nombre del fundador de este movimiento educativo, el estadounidense Matthew Lipman, se puede encontrar la referencia a una corriente mundial creada en 1969, que postula, con mucho tino, la formación del pensamiento desde la infancia, con elementos tomados directamente de las diversas ramas de la filosofía: lógica, ética, estética, ontología...
Irene de Puig (española) y Angélica Sátiro (brasileña) se encuentran en Colombia como invitadas centrales de la V edición del Congreso Internacional de Creatividad e Innovación Social y V del Seminario Internacional de Filosofía para Niños, organizados por la Corporación Universitaria Minuto de Dios y la Fundación Crear Mundos de España, que concluirá mañana, en Bogotá. El tema del encuentro tiene todo que ver con Colombia: ‘Pensar una ciudadanía creativa’.
Ellas, con Víctor Andrés Rojas, docente de la Corporación Universitaria Minuto de Dios, explicaron el abecé de este asunto, ni tan extraño ni tan complicado.
Hablan de filosofía para niños, pero ¿de qué edades?
IDP: De los 3 hasta los 18, es decir, la edad escolar amplia. Desde los tres porque es cuando empiezan a hablar con un poco de soltura, pues la palabra es fundamental para la comunicación de conceptos, para llegar a la abstracción. Pero a los tres años, a partir de elementos muy simples, como los cuentos, las historias, las leyendas, todo aquello que forma parte del universo infantil, se pueden trabajar ciertos conceptos y habilidades, aprender a distinguir, a definir, a buscar semejanzas y diferencias. Se puede hacer un trabajo previo para que los niños más adelante empiecen a estructurar su cabeza más lógicamente, más distintamente, como decía Descartes.
AS: La buena noticia es que no tratamos de enseñar lo que dijo Kant o Descartes a un niño de tres o cuatro o cinco años. Lipman tuvo una intuición genial, que fue observar que hacía falta pensar mejor en la educación y a la vez entender que la filosofía como campo de conocimiento podía aportar en el proceso mental. Entonces Filosofía para Niños no enseña el contenido histórico de la filosofía, sino el proceso del pensamiento. Por eso es poderosa.
¿En qué momento uno puede reconocer que el pensamiento del niño se inscribe dentro de lo filosófico? ¿Cuáles son las preguntas que hacen?
VAR: Cuando los niños empiezan a hacer las preguntas sobre lo que observan, sobre lo que viven. “¿Qué es?” es una pregunta filosófica, que indaga por el entorno, que está integrada en su reconocimiento del cosmos. Qué, para qué, cómo, dónde, por qué son preguntas sobre el sentido: pretenden encontrar las razones de las cosas y los niños todo el tiempo juegan con ellas, casi de forma natural.
Nosotros lo que queremos es valorar esas preguntas. Claro, hay unos procesos lógicos de estructuración del pensamiento que les pueden ayudar a la formulación de nuevas y mejores preguntas. Lo interesante es que esas preguntas nacen cuando ellos se encuentran con las cosas. Se generan desde sí mismos. Y Filosofía para Niños busca es que las personas piensen por sí mismas.
IDP: De hecho, cuando están más pequeños, los chicos reproducen la historia misma del pensamiento. El asombro, la maravilla del mundo les plantean las mismas preguntas que tuvieron los primeros filósofos ante el cosmos, ante el firmamento, ante el cambio de estaciones. El niño es como un filósofo ingenuo, que se sitúa en un mundo y se pregunta para orientarse. Filosofía para Niños está a favor de no dejar colgadas esas preguntas, no dejarlas en “cállate” o en “esas no son cosas de niños”, “espérate, no es el momento”, sino trabajar con esas ellas no para dar respuestas, y menos definitivas, sino para incentivar esa capacidad de aventura y de descubrimiento que tienen. Los filósofos y los niños, en algunos aspectos, son muy parecidos.
AS: Para complementar, las dudas que tienen los niños frente al mundo son las dudas que también trabajan los filósofos. Dudas que tienen que ver con campos éticos. Quieren entender por qué para unas cosas tienen libertad y para otras no. Lipman entendió que era necesario que los niños fueran escuchados y, a partir de sus dudas, entablar unos procesos para pensar mejor. Algunas dudas son estéticas, otras éticas, otras lógicas, otras antropológicas. ¿Quién soy yo?
Desde el jardín infantil surge la cuestión de cuáles son mis límites respecto del otro...
¿Quién soy yo delante del otro? La identidad y la alteridad se construyen con esas preguntas, en esas situaciones.
VAR: En ese tema Filosofía para Niños tiene algo muy importante, que es la comunidad de diálogo: se trata de comunicar mis ideas y empezar a debatirlas, y a confrontar las ideas del otro, para construir con el otro. Es un diálogo consciente, argumentativo, deliberativo, en el cual existe la confrontación pero hay cuidado con la postura contraria. Tus preguntas van, las mías van, y en ese movimiento se construyen saberes. Algo muy importante en Colombia.
AS: No solo es una construcción individual y social de saberes. Lipman anotó que en estas situaciones mientras el uno habla y el otro escucha, internaliza el discurso del otro, no solo la idea que dice, sino cómo lo dice. Hay ahí todo un proceso relacionado con el conocimiento, pero también con la construcción de identidad. Lo cual creo que es fundamental para Colombia, donde hay una fractura social, una herida social a flor de piel, y eso tiene un componente previo de sanación.
¿Cómo aprendemos a pensar mejor?
Primeramente, confrontando nuestro pensamiento con otro. Incluso a veces en un diálogo interior. Y unas formas que sean muy claras, que el otro pueda entender y pueda contrastar. Nadie tiene una razón, la razón es diversa y compartida. Mis opiniones pueden ser criticadas, valoradas y trabajadas a través de otras miradas, y eso me ayuda a pensar mejor. Se puede ayudar a los niños a construir un pensamiento coherente y ético, es decir, con la cabeza y con las actitudes.
Freud, especialista en niños, sugirió a los padres de niños medicados por TDAH acercarse a terapeutas que entiendan que los fármacos son peligrosos.
Debido a su alta propagación parecería que el Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es un virus, lamenta Joseph Knobel Freud, psicoanalista infantil y fundador y docente de la Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Barcelona, España.
“En 1950 uno de cada 10 mil niños lo padecía, ahora lo tiene el 13 por ciento de la población. En 2011, tan sólo en Estados Unidos, el 10 por ciento de la población infantil padecía esta enfermedad, pero en 2012 se duplicó. En España hay primarias donde la mitad de su alumnado está consumiendo Ritalín, fármaco recetado por psiquiatras y neurólogos para inhibir la hiperactividad de niños diagnosticados con TDAH. En México, aunque no hay datos precisos, los diagnósticos con niños que padecen el trastorno y por ende, el consumo de la medicina, va al alza” lamenta este especialista.
El doctor Joseph Knobel Freud impartió un Seminario para profesionales de la salud mental del Centro de Especialización en Estudios Psicológicos de la Infancia (CEEPI), cuyo nombre fue ‘Desmedicalización Infantil: TDA, Negativismo Desafiante y otras Etiquetas’. La sede, el Hospital General Dr. Manuel Gea González.
“La verdadera pandemia es la medicación de la vida cotidiana y esto aplica a niños que con toda certeza no padecen TDAH. El trastorno es el resultado del fracaso de los padres de familia y de los maestros, porque son incapaces de observar que los niños están deprimidos por diversas razones y la hiperactividad que manifiestan es el efecto del problema. Lo más fácil es medicarlos, sin embargo, en unos años veremos que habrá sociedades de adultos dependientes y con altas probabilidades de ser adictos a las drogas”, explicó Knobel Freud.
El estudioso explicó que existen ejemplos de peso que sustentan sus teorías. “El 90 por ciento de los niños que fueron diagnosticados con TDAH a nivel mundial tiene a sus padres separados o divorciados. La hiperquinesia de los niños es sólo una manera de expresar lo mal que se sienten por una realidad que no comprenden y les lastima. Los niños no han desarrollado el lenguaje adulto y no tienen palabras para expresar lo que sienten. No están enfermos sólo es que los adultos son incapaces de analizar que ellos mismos son el origen del problema. Lo que necesitan los niños, pero mucho más sus padres, es una terapia psicológica”, dijo.
Knobel Freud fue más allá. “El TDAH no existe como enfermedad, repito, el fracaso de los padres se llama TDAH. Pueden estar deprimidos y expresar una situación que implica abuso sexual o maltrato infantil. Es indispensable averiguar el origen del problema y verán que el padecimiento es inexistente”.
El terapeuta dijo que la supuesta existencia del TDAH ha permitido algo muy peligroso: que los profesores, mediante el Test de Colman, evalúen a un niño y digan si éste padece TDAH, situación anormal, porque su función es educativa, no de diagnóstico.
Freud pide a los padres de los niños diagnosticados con TDAH y medicados por esa razón que olviden los fármacos. “He visto chicos en consulta que no se mueven, que dan ganas de zarandearlos para que reaccionen porque están bajo el influjo de los medicamentos”.
Freud recuerda el caso de un chico a quien diagnosticaron con TDAH por su excesivo descontrol; el niño acudía a la consulta de las cuatro de la tarde casi dormido a causa de los medicamentos.
Durante la terapia Freud descubrió que el chico era inquieto debido a las fuertes y constantes peleas entre sus padres. Además, aprendió a controlar sus impulsos, “que es muy diferente a que no se mueva”.
Freud acepta la existencia de niños impulsivos pero no tolera que, lejos de averiguar qué motiva esa inquietud, se quiera tapar un problema medicando al pequeño. “Los psicoanalistas y los psicoterapeutas debemos averiguar el porqué de ese comportamiento; el chico de la terapia tenía miedo por la manera en que sus padres se trataban; tras una terapia familiar la situación mejoró y el niño se fue tranquilizando” cuenta.
Este método es paulatino. “No soy partidario de la rapidez, y debo decir que el cambio no se logró en un mes, casi tardamos un año, pero ese tiempo no tomó drogas, lo único que le metí fueron palabras. Los psicoterapeutas tenemos que defender la capacidad de las personas de hablar de sus problemas, no de taparlos con drogas”.
Freud, especialista en niños, sugirió a los padres de niños medicados por trastornos como el TDAH acercarse a terapeutas que entiendan que los fármacos son peligrosos. “Además de los efectos secundarios, los medicamentos son malos en algunos casos porque siguen la lógica de ‘voy a buscar un elemento químico, externo a mi propia química, que provoque un cambio que yo no consigo’; las medicinas están bien para un dolor de cabeza”.
Joseph resalta que los medicamentos para los niños con TDAH son conocidos como ‘la pastillita de portarte bien” pues los niños están más tranquilos aunque el padre le pegue a la madre, pero, en el fondo, la intranquilidad persiste y como el chico no sabe cómo procesarla siempre está inquieto y los padres y los terapeutas tapan el síntoma con un medicamento.
“Cuando un padre le da al hijo un medicamento para acallar los síntomas le enseña la dialéctica de que algo de fuera te puede producir un estado mental diferente, así que cuando el joven fume marihuana el padre no podrá decirle que no pues desde que era un niño le administró metilfenidato para lograr el comportamiento deseado, le enseñó que es más fácil tomar un diazepam que aprender a relajarse” explica este especialista.
Freud insta a la gente interesada a buscar los manifiestos que apoyan el movimiento por la despatologización de la vida. “Las firmas de apoyo ayudan a la lucha contra las grandes empresas que quieren negociar con la salud de nuestros hijos, porque esto es un negocio, y eso es lo que más rabia da; si el Ritalín saliera de los árboles y fuera gratis le apuesto lo que quiera que no existiría el TDAH ni su respectivo medicamento, hay un negocio detrás”.
Una singular experiencia clínica en la década de 1940 rebatió un paradigma clásico: el de que primero está la necesidad de comer y sólo después el deseo de jugar. Pero en ese momento no se extrajeron todas las consecuencias posibles. El psicoanalista René Spitz descubrió entonces lo que conocemos como “hospitalismo”. Se trataba de bebés internados, por prematurez u otros accidentes tempranos, en buenos hospitales, que contaban con la mejor tecnología de la época: a salvo de infecciones, bien balanceada su alimentación: sin embargo, enfermaban y hasta morían; su crecimiento se detenía, perdían peso, exhibían un comportamiento compatible con la palabra depresión. ¿Qué sucedía? Spitz apuntó al hecho de que esos bebés recibían de todo, sí, menos trato y contacto humano; bien manipulados en tanto objetos-organismos, nadie los pensaba como subjetividades, nadie se vinculaba con ellos afectivamente; dicho de otra manera, nadie jugaba con ellos. El modo de que dispongo para relacionarme en serio con un bebé es jugando con él de alguna manera. Los adultos que “no saben” jugar con los bebés son impotentes para conectarse con ellos; deben esperar a que el chico hable, y bastante, para poder acercarse. Los que sí “saben” son instintivamente diestros en jugar con ellos, incluso con la voz: los bebés no hablan, pero les gustan los juegos musicales y se incorporan a ellos enseguida. Saber estar con un bebé es saber jugar con él y esto es desde el principio. Cuando un recién nacido no se prende al pezón, algo falla en ese encuentro y regularmente hallaremos una madre tensa, que “no sabe” manipular su pezón como un juguete.
Spitz no llegó a advertir lo que sí advirtió Donald Winnicott: no hay necesidad más perentoria que la necesidad de otro, y esta necesidad tiene curso adecuado en la experiencia de jugar con otro. Supongamos que observo a un bebé: hay una cosa, y sólo una, que me dará la pauta de que no estoy en presencia de un mero organismo, limitado a comer, llorar, dormir y cosas así: es descubrir, acaso en un momento fugaz, que juega. El que juegue excede su naturaleza de organismo; jugar no es un capítulo de la biología (sí de la etología y, sobre todo, de la primatología). No puedo justificar el que juegue apelando a ninguna necesidad “básica” o “biológica” tradicionalmente considerada, no responde a ninguna “apetencia” concreta determinable como tal. Otro punto decisivo: no se lo enseñó nadie. El deseo de jugar, la necesidad de jugar, la emergencia espontánea del jugar es una emergencia incondicionada, impredecible, irreductible. Esto es particularmente incómodo para el adulto, acostumbrado a pensar, adultocéntricamente, que él “da” y el pequeño “recibe”. Ciertamente, él juega con (si todo anda bien), pero no le “dio” eso al bebé, eso que hace que cualquier cosa –un sonido, un botón, un pezón– devenga objeto de juego.
A esta emergencia incondicionada, originaria sin origen, siguiendo a Winnicott la denominamos espontaneidad. No en el sentido corriente de que alguien “haga lo que quiere”, sino de que haga algo que nadie “quiere”, que nadie tenía previsto. Le cambio los pañales: bien pronto descubre lo divertido que es patalear, no quedarse quieto, desacomodando todo lo que intenta hacer la madre. Esto no estaba previsto en el encuadre adulto de los cuidados, donde el juego siempre es inoportuno e innecesario. Pero el ser humano empieza por necesitar eso innecesario y el no quedarse quieto es capital. Jugar es no quedarse quieto.
En su momento, el psicoanálisis había rozado el problema al referirse a los juegos sexuales infantiles como hechos de suma importancia y gravitación (en verdad, la masturbación no patológica formaba parte de dichos juegos), pero es previsible que en ese tiempo la palabra “juego” pasara inadvertida; se trataba de juegos sexuales. El desplazamiento que Winnicott inicia y que procuramos continuar escribe, en cambio, juegos sexuales infantiles. Si un niño logra jugar sexualmente, sea con una exploración autoerótica o con otros niños y niñas, es decir, si una cualidad lúdica impregna su actividad sexual, entonces su desarrollo subjetivo está por ese lado a salvo de enfermedad. En la medida en que su sexualidad ingrese a un campo de juego, esto le permitirá una apropiación tranquila de ella. Si lo sexual va sin juego, estaremos, por ejemplo, en el terreno de lo traumático, del abuso o la seducción; la sexualidad tomará un sesgo excitado y compulsivo, en el fondo más dedicado a calmar ansiedad que a gozar. Los niños con síndrome de masturbación compulsiva son un exponente cabal de esta situación. Si la sexualidad queda disyunta del jugar, entonces no se integra a la vida, se disocia, se escinde, se reprime y retorna de modos patológicos y patógenos. Es fácil observar esto en la sexualidad del adulto, cuando, valga el caso, una mujer no puede jugar con su pareja y esto deriva en compromisos poco saludables: él acude a prostitutas para poner en escena lo que con ella no se da; ella se masturba de manera culposa, tortuosa, con esas mismas fantasías injugables.
Jugar no es un hecho entre tantos otros: es el hecho capital de la existencia psíquica en su emerger. Es la manera originaria de subjetivarse: mucho antes de poder decir “yo”, el bebé se subjetiva cuando cuando agarra algo con decisión, para jugar con eso.
Psicólogo clínico, psicoterapeuta y psicoanalista en consulta privada con niños, adolescentes, adultos y ancianos.
Foto cortesía Universidad Iberoamericana.
“Han patologizado los partos, ahora vemos cesáreas por todos lados; han patologizado la infancia y ahora salen trastornos hasta debajo de las piedras; han patologizado la tristeza, ya no se puede estar triste o deprimido; han patologizado la rabia, un sentimiento tan natural, entonces la gente ya no está rabiosa, ahora es oposicionista desafiante; se ha patologizado la vida” lamenta el doctor Joseph Knobel Freud, sobrino nieto del psicoanalista Sigmund Freud en entrevista para Ferriz.com.mx
Ante esta realidad, Freud encabeza el Movimiento por la despatologización de la vida, el cual de manera formal arrancó en julio y tiene como fin que las personas vuelvan a ser escuchadas y las terapias se vuelvan más humanas.
“Nuestra lucha es por un diagnóstico clínico no estadístico; el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales IV me parece nefasto, y el V es peor aún, así que por eso nos unimos en este movimiento” explica.
La lucha de este especialista en Psicología Clínica no es ninguna puntada y, mucho menos, solitaria; este esfuerzo se ha nutrido de diversas corrientes alrededor del mundo y está presente en España, Portugal, Brasil, Argentina, Estados Unidos y Chile, y está abierto para los colegas de cualquier parte del mundo, aclara.
Uno de los movimientos que ha nutrido el Movimiento por la despatologización de la vida tuvo su origen en Francia; se le conoce como Ningún cero en conducta.
“No podemos bajarle calificaciones a un chico inteligentísimo porque se distrae preguntándole al compañero si anoche vio Los Simpsons” reflexiona Freud, quien estuvo en México como ponente en el Primer Congreso Internacional para la Formación Humanista del Siglo XXI, el cual fue realizado por la Universidad Iberoamericana.
Freud, miembro fundador de la Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Barcelona, llama a la sociedad a reflexionar sobre cómo se están abordando ciertas actitudes infantiles.
“¿Qué un chico no puede hablar? ¿qué clase de infancia queremos para nuestros hijos? ¿queremos hijos robot? Hay algo que está exigiendo que los niños de ahora no sean niños, casi se pide saltarse la infancia, porque ahora resulta que los juegos, las risas o los cantos de los niños son síntomas de que están enfermos; ahora todas esas actitudes son vistas como un trastorno” explica Freud.
Es necesaria la difusión de la existencia de otras maneras para enfrentar desórdenes y patologías. “No todo se tiene que tapar con medicación, la gente debe saber que existen otros discursos más humanos en el campo de la Psicología, más abiertos a la escucha y a la palabra”.
Knobel Freud se define como un amante de los retos. “Las dificultades me encantan y hay una dificultad en el Psicoanálisis pero me encanta; los niños tienen distintos discursos, así que hay que saber esperar, no ceder ante el síntoma, estás buscando por qué le ocurre lo que le ocurre y hay cosas que no siempre pasan por las palabras”.
Un grupo de psicoanalistas argentinos y franceses respondieron a dos notas aparecidas ayer en la revista Ñ, suplemento cultural del diario Clarín, donde se asegura que en los tiempos que corren se hace necesario salir de los consultorios y ofrecer respuestas rápidas al malestar que estaría sofocando a las personas que solicitan tratamiento.
Bajo el genérico El malestar del psicoanálisis, se esconde Con y sin Freud: el mapa de las “otras” psicoterapias y un reportaje al
médico psiquiatra Luis Hornstein, donde se siguen las directrices de El libro negro del psicoanálisis, se acusa a los analistas de vivir encerrados en sus gabinetes y
se promueve un libro del ensayista francés Michel Onfray, quien construye la figura de un Freud falsario, estragado por la envidia y la ambición.
En diálogo con Télam desde Madrid, el psicoanalista argentino Gustavo Dessal fue taxativo: “No añadiré ni una palabra a las tonterías de Michel
Onfray. Siempre han existido canallas que se hacen un nombre y se embolsan un buen dinero dedicándose a la denigración de un intelectual, un artista o un científico”.
“Me interesa más la cuestión de que el psicoanálisis se desentiende de la realidad social o se aísla en su consultorio,
afirmaciones tan estúpidas como acusar a un cirujano de operar en un quirófano en lugar de hacerlo en las pizzerías, que son más populares. Respeto otras modalidades terapéuticas, en la medida en
que sean ejercidas de manera honesta, aunque su supuesta velocidad en la resolución de los problemas es más que discutible, no tanto por los propios psicoanalistas como por los mismos
pacientes”.
Y agrega: “todavía existen muchas personas que sostienen la ilusión religiosa de que el psicoanálisis debería resolver los problemas de la humanidad, y que si no lo hace, es debido a que da
la espalda a la realidad, concepto no sólo absolutamente abstracto, sino impracticable. Atender a alguien afectado por la caída de las Torres Gemelas no
es prestar atención a la realidad, puesto que el psicoanálisis no se ocupa de los motivos por los cuales Al Qaeda cometió el atentando, o la relación entre la caída del
Muro de Berlín y el nuevo terrorismo internacional. (El psicoanálisis) se dedica a investigar cómo alguien puede ser afectado por un hecho que, con independencia de su realidad fáctica, produce
un determinado efecto en un sujeto debido al modo en que ha sido procesado en su inconsciente, dando lugar a distintos síntomas”.
En Madrid, “cuando hace diez años tuvo lugar el atentado de Atocha, los psicoanalistas nos organizamos para brindar ayuda gratuita a los afectados, y esa experiencia nos permitió
aprender muchas cosas sobre cómo intervenir en situaciones de máxima urgencia. En su texto El porvenir de la terapia analítica, pronunciado hace más de 100 años, Freud
apostó por la necesidad de que el psicoanálisis pudiera acceder a las clases sociales no acomodadas, y que su acción se extendiese a diversos ámbitos sociales. Desde entonces, el psicoanálisis no
ha dejado de hacerse oír en todos los espacios donde el sufrimiento psíquico está en juego: las instituciones de salud mental, educativas, culturales. Tal vez la mejor prueba de la proximidad que
el psicoanálisis ha tenido con el mundo, es el hecho indiscutible de que su discurso cambió la historia de Occidente, tal vez mucho más y de forma más duradera que el marxismo.
“Actualmente, España está sumida en una grave catástrofe económica y un serio retroceso político, debido a la dictadura encubierta que padece. Eso, como es lógico, se traduce en el malestar
que padece una gran parte de la población. Los críticos contra el psicoanálisis creen que se trata de una terapia milagrosa, y se molestan cuando descubren que lamentablemente no resuelve el
problema de la desocupación ni evita la corrupción política. A esas voces críticas hay que agradecerles la inmensa idealización que han hecho de nosotros pero aclararles que no somos los dioses
que esperaban, ni lo seremos nunca. Nuestro compromiso está con las personas que tienen síntomas, es decir, padecen de algo que les afecta su vida. Eso puede haber sido desencadenado por una
ruptura sentimental, la muerte de un ser querido, la pérdida de empleo, el accidente de tren en la estación de Once, el atentado de la AMIA o la enfermedad de mi perro”.
Claro que “tirar piedras al psicoanálisis es un entretenimiento al que se suman muchos medios de comunicación, los lobbies farmacéuticos, algunos intelectuales lo suficientemente mediocres
como para no saber inventarse algo mejor a fin de que su nombre figure en alguna parte, y también -por qué no- pacientes a los que no le hemos podido resolver sus esperanzas. Prefiero no evocar
la época de mi formación universitaria en la Facultad de Psicología, cuando tras el retorno de Perón, algunas cátedras consideraron que devolver el psicoanálisis al
pueblo consistía en llevarnos a los alumnos al Parque Chababuco o Lezama para que la gente de las villas miseria dibujara a sus familias. Por supuesto, jamás volvíamos a ver a
ninguna de esas personas, pero los profesores se sentían muy orgullosos de su labor social"
En la misma dirección apuntó la joven analista Luján Iuale: “La crítica al psicoanálisis surgió con el psicoanálisis mismo. La padeció Freud en su momento, teniendo que enfrentar los
dogmatismos de la época victoriana, y también Lacan cuando decidió correrse del statuo quo de la IPA. Es cierto que siempre podrán surgir teorías que intenten explicar y abordar los problemas del
hombre, pero hoy más que nunca un psicoanalista puede estar a la altura de la época, si hace lo que sabe hacer: escuchar el dolor del otro. En un mundo donde todo parece reducirse a conexiones
neuronales, el psicoanálisis sigue apostando a alojar los modos particulares en que los cuerpos son afectados. Un psicoanalista, hoy, no es sinónimo de silencio ni de
diván. Para saber de qué estamos hablando, basta con enterarse del trabajo que muchos sostienen en centros de atención de niños maltratados, dispositivos de atención primaria,
urgencias, etcétera".
La analista francesa Agnés Aflalo, autora de El intento de asesinato del psicoanálisis, dijo a esta agencia desde París que “la cultura de la evaluación (la
llamada ciencia estadística) retorna con fuerza cada vez que existen conflictos políticos. Con el imperativo de atender a imperativos presupuestarios, sólo concibe
gobernar a los humanos como productos industriales. Es imposible evitar pensar que el triunfo de la evaluación aseguraría el control de la formación psi. Y después, liquidar al lacanismo, que es
lo que está verdaderamente en juego”.
Enrique Acuña, psicoanalista porteño que trabaja en La Plata, historiza: “Después de diciembre de 2001, aparecieron las interpretaciones desde elcampo psi a los
estallidos sociales. Hay cierto lenguaje psicologista que nombra el acontecimiento dando una explicación que conduce a disculpar a los agentes sociales. Las crisis causan un llamado a los
significantes amos que organizan lo social. Se opera con una domesticación de la angustia creando la figura de la víctima, el perjudicado, que haría sus bodas con el buen prestador que ofrece el
mercado”, asegura. Y suma: “Es el auge de una metáfora jurídica -nuevas leyes- sobre lo que antes era el campo de la salud mental. Se sueña que con los nombres de un diagnóstico se podría
encontrar una vía de reconocimiento del que sufre, de modo que las terapias rápidas neutralizan lo inconsciente como una política del deseo (de cada uno) de
nominar su síntoma. La solución pragmática en las que caen los mismos analistas huyendo del psicoanálisis para estar a la altura de las evaluaciones, es un retorno a lo anterior, a rasgos de la
cultura de lo trágico. El psicoanálisis es otra cosa, si entendemos que cuando alguien se responsabiliza de lo que dice puede inventar nuevas identificaciones, un detalle del Otro que la masa
velaba”.
Argentina y psicoanalista también, Gabriela Grinbaum aseguró que “el psicoanálisis cura la fatalidad de un destino y esa es la marca que lo vuelve absolutamente ético. No se trata, lo dijo
Freud en Análisis terminable interminable, de la cura según el campo de la medicina, que implica volver al estado previo al de enfermar. Para los psicoanalistas, la
cura es volver a un estado que nunca preexistió. Y dado que el goce no es negativizable, se trata finalmente de andar bastante mejor, haciendo uso de la contingencia
del trauma”.
Finalmente, José Ioskyn precisó que las notas en cuestión no eran “ataques frontales” sino que estaban “disfrazadas de una supuesta neutralidad. En rigor, están apoyadas en bibliografía y
datos para extraer conclusiones falsas. Por ejemplo, la asociación entre patología mental y pobreza no es un dato certificado, es un supuesto ideológico. El psicoanálisis es la
única terapéuticaque se ha preocupado por lo social y lo político; sus teóricos siempre se han dedicado a ese aspecto. Freud y su explicación de la neurosis por la
represión social, su preocupación por extender el psicoanálisis a las masas, la interdependencia entre malestar en la cultura y neurosis. (Wilfred) Bion y otros ingleses, constituyendo un campo
grupal para tratar las neurosis provocadas por la segunda guerra mundial. Lacan mismo, su idea de que la neurosis es lo social, que el analista debe estar a la altura
de la subjetividad de su época, y la teorización, a fines de los 70, de la teoría de los discursos y del lazo social, en la cual quedan anudadas la subjetividad y los discursos sociales. Es
decir, no hay manera de entrarle al psicoanálisis por el hecho de ser básicamente una práctica de consultorio.
En los 70, en la Argentina, algunos psicoanalistas crearon dispositivos grupales para paliar la demanda desbordante en los hospitales públicos. Anudaron el psicodrama de Moreno y las
técnicas grupales para generar psicoterapia de grupo. Y en la actualidad, está casi todo el mundo cubierto de sistemas de atención gratuitos o muy económicos, de iniciativa privada, como Pausa,
la Red de la EOL, los CPCT en Europa. En La Plata, a raíz de la inundación, por ejemplo, hubo múltiples ofertas de atención gratuita para damnificados y a los diez días de la tragedia, salió un
número especial de la revista Cita en las diagonales, donde psicoanalistas escribieron sobre el hecho. Que yo sepa, ninguna otra psicoterapia se ha ocupado de nada”, concluyó.
La evaluación y el cientificismo cognitivo-conductual no sólo infiltran y destruyen los saberes sino que son ductos privilegiados de los laboratorios farmacéuticos y de ciertas políticas de
disciplinamiento y control social que -se sepa o no se sepa- se montan a los discursos dominantes, la biopolítica y la psiquiatría epidemiológica, vectores de una mercantilización que nada tiene
de ecuménica sino de objeto teórico que por su eficacia inmediatista es susceptible de arrogarse una acción que nunca deja de retornar, y que se nombra como lo que es: mala fe.
El psicoanalista italiano Massimo Recalcati, presidente de Jonás, centro de clínica psicoanalítica para los nuevos síntomas, responde a la posición retrógrada de ciertos sectores que tanto en este país como en Italia y Francia, pretenden disolver la experiencia del análisis en una suerte de ecumenismo conformista disfrazado de pluralismo moral.
Recalcati es docente en la Universidad de Bergamo, promueve la “salida” de los analistas del consultorio, pero cuidando el rigor de su práctica, para evitar “infecciones”
disciplinadoras.
Publicó, entre otros libros, El vacío y el resto. Lacan y el problema de lo real, La clínica del vacío: anorexia, dependencias y
psicosis, Sobre el odio y La última cena: anorexia y bulimia.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : Se habla de nuevos síntomas como señales del malestar en la cultura contemporánea.
R : Cuando uso la expresión nuevos síntomas refiero a aquellas patologías que en el capitalismo avanzado han alcanzado una difusión epidémica. Las anorexias,
las bulimias, las toxicomanías, la neurosis de angustia (el ataque de pánico) o las depresiones. Estos síntomas son nuevos si se los comparan con los síntomas clásicos que el psicoanálisis trató
desde su origen: las neurosis histéricas, las neurosis obsesivas, las psicosis. La diferencia está en que los nuevos síntomas no señalan tanto un antagonismo entre la persona y el programa de la
civilización -como sucedía con la histérica que impugnaba el orden patriarcal-, sino que subrayan, del sujeto, su inserción conformista.
Hay que pensar, por ejemplo, en la anorexia, su valorización patológica de la imagen del cuerpo-delgado, enfatizado por el sistema social como un icono de belleza; en el cocainómano que usa
la sustancia para amplificar sus prestaciones sociales (a propósito, acaban de publicarse dos testimonios invalorables, Días sin hambre, de Delphine de Vigan,
y Retrato de un joven adicto a todo, de Bill Clegg). Nos encontramos frente a patologías que surgen no tanto de la tensión conflictiva entre deseo y realidad, sino con
productos de una cierta mitología social, entre ellos el de la competencia, el consumo o la imagen. En todos los casos, lo que emerge es un malestar que no opera como una crítica al carácter
alienante del sistema sino como exigencia conformista al mismo.
T : Usted sostiene que el psicoanálisis está llamado a salir del consultorio para atender a lo social.
R : Exacto. El psicoanalista corre el peligro de convertirse en una especie en vías de extinción. La cura propuesta corre el riesgo de verse reducida a una cuestión moral. De igual modo que
frente a la palabra, un psicofármaco reivindica una utilidad inmediata, las terapias cognitivo-conductuales serían, en cambio, las que se postularían hoy para tratar las patologías más graves. La
ciencia experimental promete dar con los genes de la anorexia y de la obesidad.
Las terapias químicas o las centradas en el llamado síntoma–clave, como las TCC, prometen una mayor eficacia y rapidez frente a los tiempos largos de un análisis. Así, esta práctica corre
el riesgo de convertirse en un residuo arqueológico. Pero los psicoanalistas comprometidos podemos atestiguar en la clínica de los nuevos síntomas, que el análisis también posee su eficacia
terapéutica. Hemos experimentado esa eficacia no sólo en el consultorio sino también en el compromiso institucional.
El psicoanálisis no es una filosofía, obtiene resultados importantes porque da sentido a la palabra del sujeto, porque presta a esa palabra una atención nueva. Es preciso evitar gozar del
privilegio de analistas de consultorio. Es necesario dar vida a instituciones diseminadas por el territorio, abiertas a un público no privilegiado, en las que se pueda practicar el psicoanálisis
no como una cura elitista sino como una experiencia para cualquiera, la del propio inconsciente y su poder terapéutico.
Esa es la experiencia analítica: que la cura haga posible una nueva alianza con el inconsciente, una nueva relación del sujeto con su deseo, que ya no es rechazado o delegado en los demás.
Hace años creamos Jonas. Hoy existen en Italia 15 sedes, esparcidas en las mayores ciudades. La creación de Jonas es un modo concreto de defender el psicoanálisis y su eficacia en la época del
psicofármaco y de las terapias cognitivo-conductuales.
T : En esta mirada del psicoanálisis sobre lo social ¿usted incluye también la problemática de los migrantes y sus culturas?
R : Para el psicoanálisis cada sujeto es un nómade, un migrante. La identidad es una máscara. Cada uno de nosotros no sólo es un nómade, un migrante, sino que tiene que hacer frente, como
ha enseñado Freud, a una multitud de instancias internas. En el mundo contemporáneo no es posible evitar interrogarse por una identidad constituida no sobre la exclusión del extranjero sino sobre
su progresiva inclusión. Extranjero, o excluido de las relaciones de producción.
T : ¿Puede el psicoanálisis ofrecer una posibilidad de lectura del clima de miedo que se respira por todas partes?
R : Diría que lo que está más difundido no es el miedo sino el pánico. El miedo, de hecho, es una reacción emotiva frente a un objeto determinado. El pánico es una reacción frente a la
imposibilidad de identificar, de delimitar el objeto dañino del cual proviene la amenaza. En ese sentido, la inseguridad lo es en relación con la pérdida de los límites, de los límites simbólicos
de nuestra experiencia. Incluso aquello que amenaza la propia vida hoy parece carecer de rostro determinado.
El fundamentalismo, desde este punto de vista, es un ejemplo dramático; ha convertido en inservible la idea de un enemigo visible, localizable. Una bomba puede estar en cualquier lado,
desbaratar cualquier medida de protección. Ni siquiera la vida de los niños supone una barrera a la furia del terror. La experiencia del análisis ayuda a reconocer lo extranjero que nos habita,
nuestro ser más terrorífico, y así nos vuelve más tolerantes frente a las incógnitas de la vida.
Siete meses antes de morir, Leon Eisenberg, quien describió el trastorno de déficit de atención con hiperactividad por primera vez, dijo a Der Spiegel que éste era “un excelente ejemplo de
un trastorno inventado” y que “la predisposición genética para el TDAH está completamente sobrevalorada”.
Para algunos era una confesión sobre una invención que sustentaría científicamente la venta de medicamentos (basados en metilfenidato), para otros se entendía sólo que este “síndrome”
estaba sobrediagnosticado. Para el psicoanálisis, en el “TDAH”, como cualquier otro padecimiento, la medicación es el último recurso sobre todo si se trata de menores.
Joseph Knobel Freud es psicoanalista especializado en niños y adolescentes, y para él dicho trastorno (término que también desecha) no existe, sino es un disease mongering, o enfermedad
creada por la industria farmacéutica para vender un medicamento.
En entrevista, con motivo de su visita a México para participar en el Primer Congreso Internacional para la Formación Humanista, realizado en la Universidad Iberoamericana, el nieto
de Sigmund Freud, expone cómo la creación de esta disease mongering no sólo es un acto de perversión de las industrias, sino que además impide encontrar el verdadero problema: drogar a un niño,
sedarlo, imposibilita explicar su conducta.
—Ha mencionado que en España ha habido una implicación de las farmacéuticas con los médicos y que tiene pruebas.
—Sucede en España, pero también en EU y Alemania. El mismo Eisenberg, antes de morir, declaró que no existía, que le habían pagado millones para decir lo contrario.
—Y sin embargo se sigue diagnosticando.
—Sí, porque varios laboratorios invierten mucho dinero para que los neurólogos, pediatras y psiquiatrías lo sigan haciendo. Es muy rentable descubrir una droga que produce un efecto, pero
en este caso se trata de un disease mongering. Esto se nota cuando empiezan a formarse grupos de padres en las escuelas porque de pronto se ha convertido en una epidemia, ya sea en Estados
Unidos, Europa o México.
Enseñan a los maestros a pasar un test para identificarlo, les dicen que tengan cuidado al primer síntoma (si el chico se mueve demasiado, muerde el lápiz… si se distrae…) y hacen
verdaderas campañas publicitarias.
Entonces los padres se dicen “y a ti cómo te va con el Concerta”, “pues a me va mejor la Ritalina”, que además son marcas distintas de la misma droga (metilfenidato), ¿por qué no habrá
genéricos? Cuando los haya veras como desaparece el TDAH.
Para el fundador de la Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Barcelona, hay muchas malas coincidencias que pueden verse sin necesidad de psicoanálisis, sólo basta un
poco de lógica. “¿Hace 50 años no nos movíamos mucho?, ¿prestábamos atención todo el tiempo?, ¿tanto ha cambiado la sociedad que ahora somos más movedizos, hiperquinéticos y desatentos?... o en
realidad hay una perversión en la industria farmacéutica que pretende demostrar que: porque nos falta una sustancia en el cerebro, al dárnosla nos sentiremos más tranquilos”.
Es decir, explica, la lógica es pensar que la falta de metilfenidato en nuestro sistema nervioso central es lo que provoca nuestra hiperactividad. “No es verdad, lo que nos hace movernos
tanto es otra cosa, que nada tiene que ver con la química del cuerpo. Sí, la podemos tratar químicamente, como utilizar un hipnótico para el insomnio.
—¿Pero hay un trastorno o no?
—Hay un chico que se mueve, mejor averigüemos qué le pasa. De lo contrario, la adolescencia también sería un trastorno y todos pasamos por eso. No hay que etiquetar.
—¿Entonces es una patología?
—Sería un síntoma, que no es una palabra menor. Lo definiría mejor de la siguiente forma: es el resultado de cómo tramito personalmente un conflicto que está afectando mi aparato psíquico y
que es una respuesta sintomática, conductual, no estar atento o querer llamar la atención. Yo, como psicoanalista, tengo que escuchar ese síntoma para saber cuál es el problema, pero si lo tapo
[medicando] ya no lo puedo escuchar.
ENCANTO SUTIL. Knobel Freud enfatiza sobre el peligro sobre etiquetar a la gente, clasificarla de acuerdo a actitudes negativas que antes no veíamos y que ahora se han vuelto
trastornos.
“Un chico que protesta, o alguien que las lleva a clase, ahora tiene un trastorno oposicionista desafiante (TOD). Quizá algún laboratorio ya investiga qué medicamento darles porque
seguramente el síndrome invadirá las aulas y aparecerán TODs por todas partes. Las industrias farmacéuticas primero inventan el medicamento y después buscan el sustento de éstas”.
Hay niños y jóvenes que se portan mal, sí, añade, pero se corre riesgo de clasificar a una persona con un padecimiento y medicarlo, en vez de investigar cuál es el trasfondo de
ese comportamiento.
—Habrá médicos que tengan vínculos con las farmacéuticas, pero habrá otros que simplemente siguen lo que dicen los manuales sobre estos “trastornos”.
—No creo tanto en la ingenuidad de los neuropediatras, psicólogos, psiquiatras y psicólogos, pero en caso de que sea así debemos de tener más cuidado porque estamos en manos de gente muy
ignorante. Hay que leer estos manuales pero no creerlos como si fueran la verdad de dios, hay que estudiarlos para saber qué tan ciertos son.
Por otra parte, el contacto de los médicos con las farmacéuticas al que usted hace alusión es más sutil.
Joseph Knobel refiere que si bien se les paga a los médicos para que digan que existe el TOD, desórdenes como el obsesivo compulsivo o el TDAH, el modus operandi en campo no tiene que
ser tan explicito.
“Tú eres pediatra y ves muchos niños; yo (farmacéutica) te envió un visitador médico porque sé que tienes tu consultorio en un barrio con poder adquisitivo alto y sé que la gente podrá
comprar el medicamento. Entonces yo te oriento sobre qué pasa si no medicas el TDAH y, casualmente, te pago unas vacaciones en Cancún y le llegará un ramo de flores a tu esposa en
casa…
Es momento de la opacidad moral y es que para el psicoanalista las farmacéuticas son la demostración más cruda de cómo funciona el capitalismo a ultranza: si hay que destrozar a la
competencia se hace, si hay que comprar a los médicos se compran. Fenómeno que, acota, no sólo sucede en la neurología y pediatría, sino en todos los campos de la medicina.
“Es un guiño, sutil y subliminal para que a los psiquiatras les guste mucho Pfizer. Pasarán una semana como rey en complejo turístico, en Navidad les llegará el mejor vino de la Rioja y tal
vez así les gustará recetar Ritalina”.
Lo afirmó el presidente del Colegio de Psicólogos, Jorge Cáceres. Aseguró que los profesionales se abusan en el diagnóstico de niños con Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad. “Los problemas de aprendizaje no son tales, se deben más bien a la imposibilidad de la escuela de adaptarse a las nuevas formas de ver el mundo”.
Que el niño no atiende en clase. Que se dispersa. Que se aburre. Que no estudia. Que no puede mantener la concentración. Que no comprende los textos. Que no hace las tareas. Los síntomas que pueden derivar en un diagnóstico de Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH) son diversos; y su medicación, amplísima.
Las estadísticas mundiales indican que entre el tres y el cinco por ciento de los niños en edad escolar sufre de esta patología. De ellos, el 70% tiene además la “hiperactividad” como
trastorno asociado junto con “impulsividad” y “dispersión”.
El término TDAH integra la clasificación del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) de la Asociación Americana de Psiquiatría; y está relacionado a un trastorno
de la conducta, que se manifiesta desde los primeros años de vida y adquiere relevancia cuando el niño, inserto en el sistema educativo, no cumple con los objetivos académicos.
A destiempo
Jorge Cáceres es presidente del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba y psicoanalista. Hace algunos años que trabaja con escuelas de la localidad de Unquillo en un programa comunal
llamado “Consejerías en Salud” y que consisten en trabajar junto a niños y jóvenes temáticas como salud sexual y reproductiva, consumo de sustancias y violencia en las relaciones.
Para Cáceres, hay un desfasaje: “La escuela es una institución del siglo XIX; los docentes son formados en el siglo XX y los alumnos son nacidos y criados en el siglo XXI”.
En diálogo con LA MAÑANA, Cáceres fue categórico respecto de lo que opina sobre el TDAH, tan de moda en la era de las redes sociales y en la era de lo que algunos autores denominan de la “hiperconectividad”.
“La existencia misma del déficit atencional está cuestionada y muchas veces no es tal, sino que existe una inadecuada capacidad de la escuela de adaptarse a las nuevas formas de aprendizaje
del niño”, arrancó Cáceres en diálogo con LA MAÑANA.
- ¿El problema es un desfasaje en el tiempo?
La escuela es una institución del siglo XIX, los docentes se forman en el siglo XX y los alumnos son nacidos y criados en el siglo XXI. Así de simple. Son chicos sobreestimulados, criados en
la era de la tecnología, que tienen otra forma de comunicarse y otras maneras de diálogo. ¿Están mal? Absolutamente no. Son distintos. Me refiero a que el hecho de que un niño no pueda estar
dos horas sentado no significa que sea inquieto o hiperactivo necesariamente. Quizás hay que mirar dentro de las instituciones.
- Pero profesionales la diagnostican y forma parte del DSM IV...
Es que la medicación de los pacientes se impuso a su correcto diagnóstico y esa es una de las críticas más duras que se le hace a los DSM. Para la escuela norteamericana, cada episodio o
característica que no se ajusta a las normas sociales digamos ´convencionales‘, tiene un nombre específico y una droga específica para su tratamiento. En el caso de los niños, hay una
sobremedicación porque la escuela no se adapta a los cambios en la manera de aprender.
- ¿Cómo debiera adaptarse?
Habría que salirse del manual y ponerse a ver cómo captar la atención de ese niño supuestamente disperso. Por ejemplo, las estructuras familiares de los niños son distintas a las del docente.
El niño no reconoce a la estructura ‘mamá, papá y hermanos‘ como único concepto de familia. Ahora puede ser ´mamá, mamá o papá, papá‘, la figura fuerte puede incluso ser un tío. Puede no
tener un padre presente... las combinaciones son infinitas. El problema acá es que las viejas generaciones no se adaptan a las nuevas. Hay que escuchar más al niño, no catalogarlo.
¿Cuál es el secreto de la inmortalidad de Cenicienta? La autora de “Mujeres malqueridas”, Mariela Michelena, radiografía la adicción a este cuento de hadas, con (supuesto) final
feliz, por el que muchas mujeres acaban hipotecando su vida.
Para hacer bien su trabajo, los cuentos infantiles han de ser crueles y extremos: los malos solo pueden ser malísimos y peligrosos, y los buenos han de tener
superpoderes. Solo así pueden cumplir su función: reproducir las peores y las mejores fantasías de los niños. En su exageración, el niño se siente reflejado y por eso se identifica
con sus historias. Pero a la vez, “esas cosas terribles solo pueden ocurrir en los cuentos”, y es esa distancia lo que le permite al pequeño soportarlos. Por eso necesitan escuchar una y otra y
otra vez la misma historia. Saben de sobra cómo termina, se lo han aprendido de memoria, pero da igual; noche tras noche, vuelven a pedir el cuento que mejor los
retrata...
Algunas mujeres no somos muy diferentes a los niños y nos gusta escuchar, mirar o leer siempre el mismo cuento. Nuestro preferido es, sin duda, “Cenicienta”. ¿Qué tiene “Cenicienta”
para ser el más extendido y versionado de los cuentos? ¿Por qué sigue ejerciendo fascinación en mujeres de todas las edades? Desde la de los hermanos Grimm, la de Perrault, la
inolvidable versión de Disney, “My fair lady”, “Sabrina” o “Pretty Woman”, pasando por nuestra Letizia, hasta llegar a la más reciente variación del personaje, encarnado en la Anastasia de
“Cincuenta sombras de Grey”, muchas hemos crecido al amparo de alguna Cenicienta y, cada vez que podemos, volvemos a deleitarnos con la historia para calzarnos por enésima vez sus
zapatos. Y es que la historia tiene un espejo disponible para cada mujer, para cada adolescente y cada niña.
Encajar en el zapato de cristal
Isabel está casada con Enrique, un hombre encantador que le lleva muchos años y que pone su mejor empeño en educarla (“¡por su bien!”). Cuida su vestuario, está pendiente de sus
modales en la mesa y cada tanto corrige su vocabulario. Así que ella tiene la impresión de que todo lo hace mal y se siente cada vez más insegura. Gloria no tiene ese problema,
porque ella viene de una familia bien en donde los modales y el buen hacer se dan por sentados, pero Miguel, su pareja, es un intelectual para quien los gestos de educación son artificios de una
rémora pequeño burguesa que hay que desterrar. Así que Gloria pone todo de su parte para negar sus orígenes y adaptarse a las normas y gustos impuestos por Miguel, pero da igual: él suele
tildarla de “pija” y la hace sentir desfasada y fuera de lugar entre sus amistades.
Antonio, por su parte, se exaspera con los comentarios que hace Paula, su mujer, y pone caras cada vez que interviene en una conversación entre amigos. Diga lo que diga, siempre tiene una nota a
pie de página que agregar a sus comentarios, la corrige y le da clases en público. Paula ha optado por guardar silencio y escuchar. Estas tres mujeres tienen en común el sentimiento
de inadecuación, la sensación de no terminar de encajar en el zapatito de cristal en el que sus parejas se empeñan en hundirlas. Cada uno de esos hombres quiere mucho a una mujer
imaginaria y muy poco a la Isabel, a la Gloria o a la Paula de carne y hueso que tienen a su lado. Cada una de ellas se siente una Cenicienta obligada a representar un papel que no
está en su naturaleza ¡con tal de encajar!
Pero esa no es la peor cara que el cuento nos propone. Lo que hacen las hermanastras para asegurarse un lugar junto al príncipe es todavía más espeluznante. Según la versión de los hermanos
Grimm, una de ellas se corta los dedos de los pies y la otra se rebana el talón, ¡cualquier cosa para ajustarse al tamaño diminuto del zapato! ¿Cuántas mujeres brillantes y exitosas
disimulan y esconden sus triunfos para no desmerecer a sus parejas? ¿Cuántas se hacen pasar por tontas con tal de no asustar al pobre príncipe? Que alguien oculte sus defectos para
seducir, vale, pero ¿disimular las virtudes y los logros para sentirse aceptada?
Hablamos del Síndrome de Cenicienta para referirnos a esa mujer que vive con la sensación de impostura y bajo la amenaza constante de ser descubierta en el
disfraz. Independientemente de sus logros personales y profesionales, la mujer-cenicienta se siente con su pareja como una becaria en eterno período de prueba: con la sensación de
que siempre tendrá algo que ocultar y algo por demostrar. ¡No puede ser ella misma junto a su pareja, ni se siente cómoda en sus zapatos!
El peligro del cuento reside en la certeza del final feliz. A veces soportamos lo insoportable y consentimos lo imperdonable porque en alguna parte tenemos la secreta convicción de que nuestra
historia de amor terminará como en los cuentos. Aceptamos hacer de Cenicientas: “Es por un tiempo”, nos decimos. “Es que el pobre está atravesando una mala época”, le disculpamos, y
seguimos allí, con la dignidad despeinada y el orgullo cubierto de hollín, porque nosotras sabemos que “no importa quién borre el camino, marcado está el destino, y el sueño se
realizará”, como canta la protagonista de la versión de Disney. Ese día, él dejará a la otra, será amable, querrá comprometerse y nosotras reinaremos como estaba escrito.
La edad imposible
Este personaje también nos representa en esa edad imposible que transcurre entre la infancia y la adolescencia. La niña ya no quiere jugar a las muñecas, pero todavía no es una
mujer... Para aceptar su identidad femenina, necesitará atravesar el duelo por el cuerpo infantil y reconocerse mujer en ese nuevo cuerpo que está creciendo sin permiso y que la desconcierta
porque todavía no sabe bien cómo tratar.
Un día, un príncipe –es decir, la vida– decide que todas las chicas del reino, hasta la que se siente más horrorosa, están obligadas a asistir al baile de la vida adulta. Y es que
“la edad de merecer” –el paso del tiempo– nos llega a todas como un decreto que no permite discusión. Todas tenemos derecho y estamos obligadas a asistir a ese baile. Queramos o no, acudiremos.
Mejor o peor vestidas, con o sin ganas, preparadas o no... nos quedaremos a bailar o saldremos corriendo, pero todas iremos. ¿Todas? Nuestra Cenicienta está convencida de que a ese baile irán
¡todas menos ella! Ella, en ese lugar, solo podrá hacer el ridículo y prefiere volver al escondite de la infancia, donde sabía cómo moverse sin ser vista. Porque claro: ¡no quiere
crecer!
La salida al mundo, la puesta a prueba de la propia feminidad, aparece en el cuento a través del gran baile. Así, nuestra pequeña Cenicienta atraviesa cada salida al mundo llena de
dudas: “¿Esto me queda bien?”, “¿esto se lleva?”, “¿cuál es mi estilo?”, “¿cómo soy de verdad?”, “¿y el pelo?”, “¿y estos pechos? ¡Siempre demasiado pequeños o demasiado grandes...!”, “¿qué me
pongo?”. En medio de tanta incertidumbre y vértigo, ¡cuánto necesitamos de un hada madrina! “¡Una mirada tuya bastará para sanarme!”, se dice la niña. Cualquier gesto de aprobación
transformará la calabaza en carroza, el cabello andrajoso en un pelo de anuncio, y a la niña harapienta que nos sentimos, en una princesa. ¡Y viceversa! Porque nunca falta la
madre-bruja, que realiza el conjuro al revés: “¿Te vas a poner “eso”?”. “¿Vas a salir “así” o vas a peinarte?”. El “eso” y el “así” resonarán en la mente de la niña-mujer que volverá a sentirse
inadecuada, equivocada, Cenicienta...
Un paso importante en el proceso de convertirse en mujer consiste en demostrar un cierto cuidado por la apariencia personal. Buscar un estilo propio, vestirse y desvestirse, cambiar
de look, calzarse, teñirse o cortarse el pelo, llevar rastas, piercings, tatuajes o pintarse las uñas de colores inverosímiles, como quien juega a la Barbie con el propio
cuerpo. Este juego no es una mera frivolidad, y conseguir un resultado armónico es un logro que lleva su tiempo. A veces distinguimos a distancia que una mujer no se miró al
espejo antes de salir de casa. El espejo que falla no es el de casa, sino el “espejito, espejito” en el que una niña se reconoce mujer: los ojos de su madre.
Heredar o hurtar
Por supuesto que la niña también tiene su espejo en el cuento. Cenicienta, como ella, en sus mejores momentos fue la princesa de mamá y papá. Ella, como Cenicienta, también
tuvo una vez una madre maravillosa que la adoraba y que ya no está, y ahora tiene que convivir con una madrastra insoportable que le chilla, que la educa y que ya no le consiente todo. Además,
los hermanos –que siempre son “hermanastros”– despiertan al Caín que algunos llevamos dentro, y ya sabemos cómo termina ese cuento... Así, por una parte, la niña se siente merecedora del castigo
que recibe Cenicienta. A la vez, las hermanastras del cuento son tan crueles y despiadadas –¡qué alivio!– que su rencor está justificado.
Además, el cuento traza el trayecto que va desde la imitación hasta la identificación, entre la verdad y la mentira, un ser o no ser, que no tiene edad. ¿Quiénes fingimos ser? ¿Quiénes somos? ¿En
qué consiste ser una mujer? ¿Qué hereda y qué hurta este personaje de cuento?
Toda princesa oculta a una niña insegura que se ve como Cenicienta y que teme que en cualquier momento se rompa el hechizo: “Si me conociera de verdad, no me querría.” Y debajo de
toda mujer que se siente así duerme una princesa que espera su momento estelar: “Un día, alguien descubrirá a la princesa que soy, y cambiaré las miserias de esta vida cotidiana por un destino
más lustroso”. Es el camino entre el “todo me lo merezco” y el “no valgo nada” que muchas mujeres transitamos de ida y vuelta varias veces por semana...
Ella y nosotras
“Pretty Woman”: Se ha emitido 16 veces en España. 15 de ellas fue líder de audiencia.
“Cincuenta sombras de Grey”: Con tres millones de copias vendidas en español, se estima que en nuestro país lo han leído seis millones de personas.
“My Fair Lady”: Se estrenó en 1956. Desde entonces, siempre está en cartel en algún lugar del mundo.
La autora da cuenta de “un nuevo abordaje” para enfermedades de la piel en chicos, que se desarrolla en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez: con la participación de las familias, se logra “expresar el malestar anímico ligado con la enfermedad somática”, lo cual permite “disminuir la medicación y evitar las reiteradas internaciones”
La sintomatología del niño refleja enfermedad en uno de los progenitores, en ambos o en la situación social, y es esto lo que necesita atención.
D. W. Winnicott
Tomás, de seis meses, padece dermatitis atópica, según los padres “desde el nacimiento”. Así lo cuentan en la sesión multifamiliar, y dicen que el bebé ya estuvo dos meses internado. La mamá habla muy ansiosa, mientras el niño, que tiene medias en las manos para que no pueda seguir rascándose, llora y se pasa las manitos por la cara y el cuerpo. La madre cree que es genético, dice que no lo puede relacionar con nada, que todo ha sido normal. Después, miembros de otras familias hablan de distintas situaciones y ella interrumpe: “Ah, a mí me pasó algo parecido: antes del parto, se nos incendió la casa y perdimos todo; tuvimos que mudarnos a lo de mis suegros. El parto fue normal pero me maltrataron mucho, estuve muchas horas con inducción y después estuve muy triste. Creo que era depresión, porque no podía levantarme de la cama. Me costaba ocuparme del bebé”. Cuando la madre pudo recordar y sentirse contenida y comprendida, el bebé se tranquilizó y dejó de rascarse.
Desde el 2011, en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez venimos desarrollando un nuevo abordaje interdisciplinario de la patología mental y de piel, junto con las médicas Ianina Mássimo y Silvia de Francesco del servicio de Dermatología, y gracias al apoyo de los jefes de los servicios de Salud Mental, Gustavo Finvarb, y de Dermatología, José Antonio Mássimo.
Organizamos sesiones multifamiliares: asisten madres y padres con sus hijos, bebés, niños o adolescentes con patología de piel; a veces vienen acompañados de otros familiares. Los niños y púberes presentan: vitíligo, psoriasis, alopecias, acnés severos; en la mayoría de los casos llegan con dermatitis atópicas. Por distintas razones, muchas veces la intervención psicoterapéutica con esta población hospitalaria se limita a una, dos o pocas consultas. En todo caso, dada la distancia que deben recorrer muchas de estas personas para llegar al hospital, pensamos en la importancia de valorar cada encuentro como una posibilidad única, en la que puedan lograr alguna ligadura psíquica con la enfermedad orgánica. Rescatamos así la “consulta terapéutica única” que efectuaba Donald Winnicott en Londres: él recomendaba “el aprovechamiento cabal de la primera entrevista” (Clínica psicoanalítica infantil).
Adaptamos este criterio a la práctica de la escuela para padres multifamiliar, creada por Eva Rotenberg sobre el modelo de psicoanálisis multifamiliar de Jorge García Badaracco. Este encuadre, que resultó innovador y efectivo para la patología mental severa en adultos, fue aplicado por Rotenberg a niños y adolescentes y se muestra muy efectivo también para la patología orgánica. Winniccott tenía una o más entrevistas con un niño; nosotros, en una hora y media, atendemos a un grupo multifamiliar.
En nuestra experiencia, aun en aquellos casos en que al principio no conectan la aparición de la enfermedad dermatológica con ninguna situación traumática o difícil en particular, al escuchar el relato de otras familias se produce la conexión emocional con el sufrimiento familiar o del niño mismo que lo expresa en su piel. En esos momentos especiales, todos los asistentes al encuentro multifamiliar advertimos, con asombro, que en casos de dermatitis atópicas, tan pronto la madre o los padres comienzan a relacionar sus pérdidas, angustias de muerte, duelos no elaborados, los niños se alivian y comienzan a dibujar y jugar.
Las dermatitis atópicas producen comezones de tanta intensidad que los niños no paran de rascarse; el permanente rascado impide al pacientito descansar, ni de día ni de noche, hasta producir en la piel lesiones que pueden infectarse. La familia se siente angustiada e impotente. Desde el punto de vista médico no hay una etiología clara. Su tratamiento médico comienza por la administración de pomadas dérmicas, que generalmente no producen mejoría; entonces se administran corticoides, y si no surten efecto, el paciente recibe medicación más drástica, que mejora la afección dérmica pero puede exponerlo a importantes efectos adversos.
A partir de la intervención psicoanalítica con este encuadre ampliado, constatamos que los niños comienzan a mejorar, lo cual permite disminuir la medicación y evitar las reiteradas internaciones. En un ámbito de seguridad y confianza emocional, tanto las familias como los niños llegan a expresar el malestar anímico ligado con la irrupción de la patología somática.
Winnicott utilizaba el “juego del garabato”, dibujando con el niño. En nuestro abordaje, los niños de distintas edades dibujan expresando su “sí mismo verdadero” y las situaciones de sufrimiento. Si los niños lo permiten, los dibujos son vistos por todos los asistentes y comentados e interpretados por las terapeutas. Esto suscita resonancia emocional en los demás.
Los dibujos de los niños sorprenden porque siempre expresan la problemática personal y familiar; y a medida que se logra la compresión de lo que trasmiten, se van modificando: adoptan características propias de la etapa evolutiva del niño, o expresan problemáticas todavía no abordadas.
El encuadre del psicoanálisis multifamiliar nos resulta adecuado para trabajar aquellas zonas del aparato psíquico que no han tenido acceso a la palabra, y trabajar la trasmisión de lo traumático de padres a hijos: ésta, en tanto no pueda procesarse, enferma. “Este encuadre permite poner palabras a lo mudo, a la ausencia de metáforas en el lenguaje que se cosifica en la irrupción de la patología dermatológica y en otras enfermedades orgánicas, concretando en el cuerpo el dolor psíquico” (Rotenberg, Eva y Stenger, Elena: “Manifestaciones somáticas en la infancia”. Jornadas de Psicosomática, Asociación Psicoanalítica Argentina, 2012).
En nuestra observación clínica de la enfermedad dermatológica también corroboramos la conceptualización winnicottiana de falla ambiental. Sostenemos que “cuando falla la contención materna (paterna) en su función de transformación de las ansiedades, el cuerpo-continente del niño se manifiesta” (Rotenberg, Eva y Stenger, Elena: “Escuela para padres multifamiliarHospital de Niños Ricardo Gutierrez”: Jornada de Hospitales, Asociación Psicoanalítica Argentina, 2012).
Las enfermedades dermatológicas que observamos se encuentran ligadas a situaciones de sufrimiento familiar: duelos, pérdida laboral, sobrecarga de actividad de la madre, del padre o de ambos; ausencia de alguno de los padres; problemas en el vínculo de pareja: infidelidad, separaciones, enfermedad mental o física, mudanzas a repetición.
En algunos casos, como el que hemos presentado, la patología de piel se da en bebés que, no teniendo un yo capaz de elaborar pensamientos, tampoco cuentan con el yo materno para transformar las ansiedades, sino que tal vez, al contrario, las amplifica. El rascado compulsivo de la dermatitis atópica es producto de un exceso de carga emocional que no tiene otro modo de descarga, hasta que no se ponen palabras que permitan vivenciar el sufrimiento.
El bebé o niño pequeño no tiene posibilidades psíquicas para la expresión y elaboración de los sufrimientos psíquicos propios, menos aun el de las personas significativas de su entorno. Puede haber en el niño un excedente de excitación, no psíquica: en ciertos casos, corresponde a un trauma parental, traspasado de los padres al niño; en otros, hay contenido traumático que incumbe a la familia toda pero que el niño o adolescente no puede resolver ni procesar. El cuerpo es el medio privilegiado para expresar en clave orgánica aquello para lo cual todavía no hay capacidad de simbolizar. El cuerpo se constituye en “lenguaje que reemplaza la metáfora”.
La enfermedad aparece como expresión de los vínculos del bebé con la madre y el padre, o del niño o adolescente con la madre, el padre y los hermanos. En los encuentros de la escuela para padres multifamiliar, al abordarse la problemática de las relaciones duales y familiares, el alivio de los síntomas dérmicos puede ser inmediato.
El diagnóstico médico sirve muchas veces como “significante de la mirada del entorno, que devuelve una marca identificatoria muy fuerte, y alrededor del cuerpo injuriado se construye lo que hemos denominado identidad corporal: cuando alguien es nominado y hablado por y desde su enfermedad” (Rotenberg, E. y Vázquez, L.: “Trasplante de órganos”, trabajo presentado en la XVI Jornada de niños y adolescentes, APA).
Frecuentemente, la manifestación en el cuerpo expresa, por parte del niño o adolescente, una gran preocupación por algo que está sucediendo en su familia pero de lo que no se habla. Ana, una adolescente que consultaba por vitíligo, dotada intelectual y artísticamente, sufría acoso en la escuela por su obesidad y se encontraba al borde de un brote psicótico. En su familia había habido internaciones por problemas mentales severos y adicción a las drogas; ella había perdido contacto con su padre desde los tres años. Su sufrimiento y riesgo no eran registrados por su familia, numerosa, con dificultades de vivienda, con hijos que se convertían en padres adolescentes y nietos que la mamá de Ana intentaba criar como podía, con el consiguiente e involuntario abandono en el acompañamiento de esta hija. La convivencia en el hogar de varias generaciones –Ana tenía sobrinos de su edad– le producía confusiones y confrontaciones por la posesión de la madre-abuela. El dolor psíquico y el desaliento emocional se expresaban con la pérdida de coloración en la piel, afección dermatológica que se conoce como vitíligo.
La acción de las psicólogas, las médicas y también de las otras familias del grupo multifamiliar permitió rescatar a esta adolescente de un sufrimiento silenciado y no advertido, que sólo se manifestaba en su cuerpo. La madre comenzó a registrar la situación, pudo poner límites a sus hijos mayores y ocuparse de Ana, que la necesitaba. La terapeuta coordinadora se comunicó con la escuela, e incluso se pudo localizar al padre, con quien ella logró tener algún contacto. Como efecto de transformaciones emocionales tan positivas, unidas al tratamiento médico, comenzó a recuperarse la pigmentación de la piel. Una vez más se muestra que somos una unidad cuerpo-mente; lo que sucede en una de las áreas afecta a la otra.
* Texto extractado del trabajo “La ‘Consulta Terapéutica’ en la Escuela para Padres Multifamiliar en el servicio de Dermatología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez”, que fue presentado en el 21º Encuentro Latinoamericano sobre el Pensamiento de Winnicott.
El Consejo Provincial del Colegio de Psicólogos encendió la luz de alarma ante el fenómeno de la patologización de la infancia. A través de un comunicado, las autoridades de la entidad –que nuclea a los profesionales de toda la provincia– advirtieron que "es un riesgo seguir usando el manual de diagnóstico DSM V de la Asociación Americana de Psiquiatría". "Lo único que hacen esas clasificaciones es responder a las necesidades de los grandes laboratorios", cuestionó en contacto con Rosario3.com, Jorge Portaneri, presidente del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Santa Fe de la 1ª Circunscripción. Además, en el comunicado manifestaron que las concepciones que anida ese manual "permitieron que se aprobara en Santa Fe una ley de autismo que maneja cifras elevadísimas: se habla de 32.000 niños con autismo en la provincia".
El DSM es el manual que se utiliza para clasificar las patologías mentales a través de un test de evaluación donde entran en juego instrumentos para estandarizar comportamientos pero también para encasillar el sufrimiento de niñas, niños y adolescentes. El DSM, según los psicólogos, escapó al ámbito específico de la psiquiatría y comenzó desde hace varios años a ocupar otros territorios: escuelas, gabinetes, hospitales, médicos clínicos, juzgados.
Es la hora del recreo. Un grupo de niños juega a la pelota mientras M. se queda sentado bajo un árbol. Primero hace andar un autito en la tierra, luego toma una pequeña rama y en silencio y sin levantar la vista hace trazos en el suelo. Las maestras lo observan alejado del grupo y enseguida sacan una instantánea. "M. no demuestra interés por el deporte competitivo, tiene problemas para entablar conversaciones y siempre parece estar en la Luna", según el ojo que lo mira y que en muchos casos está atravesado por las indicaciones de este manual de la Asociación Americana de Psiquiatría que desde hace tiempo preocupa a los profesionales especializados en piscología infantil.
En Santa Fe y nucleados en el Colegio de Psicólogos, esta semana los profesionales respondieron con críticas fuertes "a la patologización de la infancia que impulsa el manual que no hace más que rotular y clasificar síntomas para medicar o tratar de forma extrema".
Según Portaneri, "el manual sigue ampliando la lista de trastornos hechos a la medida de la industria farmacéutica. Ya en 1980 se habían añadido 112 nuevos trastornos mentales a la tercera edición del DSM, en la tercera edición revisada (1987) y en la cuarta (1994) aparecieron otros 58 trastornos más".
¿Qué es lo normal y qué lo anormal? Establecer el límite mediante el DSM es cada vez más difícil. En EE.UU. declararon como “trastorno” la adicción a la computadora, al chat, a la cirugía estética, entre otros. Es así que si esas conductas son diagnosticadas como trastornos psiquiátricos, los seguros médicos están obligados a cubrir el tratamiento, por lo cual los laboratorios fabricantes de psicofármacos engrosan sus ganancias de la mano de la ampliación de estos criterios.
"Lo que más preocupa es que se está usando para determinar ya en un niño de 18 meses que tiene una enfermedad incurable, que sólo puede ser tratada sintomáticamente lo cual marcará seriamente su vida de ahí en más. Y en muchos casos no son los profesionales los que diagnostican sino los padres y maestros", apuntó.
Las etiquetas que se importan
El "trastorno de ansiedad social", llamado primero "fobia social", fue uno de los siete nuevos trastornos de ansiedad creados en 1980. Para la década de 1990 los expertos lo llamaban "el
trastorno del decenio" e insistieron que hasta uno de cada cinco estadounidenses lo padecía. En 1987 se le añade la aversión a hablar en público lo que lo hace aún más elástico para incluir
prácticamente a todo el mundo.
Los diagnósticos correspondientes al trastorno bipolar aumentaron en 4.000% y la sobremedicación es imposible sin sobrediagnóstico. Según el comunicado del Colegio de Psicólogos, "uno de los
responsables de la llegada del trastorno bipolar a EE.UU. es el psiquiatra Joseph Biederman, que lleva años haciendo estudios y conferencias sobre el tema y que recibió 1,6 millones de dólares
entre el año 2000 y el 2007, procedentes de las farmacéuticas que fabricaron los medicamentos para dicho trastorno, al parecer para dedicarlos a seguir investigando la enfermedad".
Hasta los años noventa era una afección desconocida en los niños. Ahora ya es uno de los diagnósticos más frecuentes en psiquiatría infantil, las visitas se han multiplicado por 40 en menos de 10
años, siendo muchos de los “enfermos” niños de dos y tres años.
Las rabietas, berrinches o caprichos, también forman parte del DSM. Incluso, se recomienda tratarlas si son más de tres a la semana durante un año aunque se trate de niños pequeños, de entre
2 y 4 años, donde esas actitudes son no sólo frecuente sino naturales y esperables.
El gobierno estadounidense dice en base a estos parámetros que uno de cada cinco niños tiene un trastorno de la salud mental manejando el siguiente cuadro:
TDAH – 7 % de los niños han sido diagnosticados. (Trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad)
TRASTORNOS DE CONDUCTA – 3,5 % niños
TRASTORNOS DE ANSIEDAD – 3% niños
DEPRESIÓN – 2% niños
AUTISMO – 1% niños
SINDROME DE TOURETTE – 2 de c/ 1000 niños
El TDAH es diagnosticado a través de cuestionarios plagados de términos que dependen del criterio de quien lo llena como poco, demasiado, a menudo estas preguntas son contestadas habitualmente
por los padres o maestros.
El T.G.D. o espectro autista (como figura en el DSM V que amplía aún más su cobertura) se diagnostica como el TDAH con cuestionarios (en este caso el chat) que habitualmente responden los padres según lo que les parece poco, demasiado, habitualmente.
"Hay profesionales que trabajan desde la idea que es genético y es necesario remarcar que hay que pensarlos desde cuestiones psicosociales. A los padres les alivia la culpa el pensar que sus hijos nacieron así y que tienen la solución al alcance de la mano", concluyó Portaneri.
Mientras en Estados Unidos alrededor del 9% de los escolares han sido diagnosticados con Trastorno de Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH) y en Chile alrededor de un 5%, en Francia apenas un 0,5%. ¿Cuál es el motivo?
La terapeuta familiar estadounidense y doctora en psicología, Marilyn Wedge, explicó en una columna en el portal especializado Psychology Today, que en Norteamérica “los psiquiatras consideran al TDAH como un trastorno biológico con causas biológicas, por lo que el tratamiento elegido es también biológico: medicamentos psicoestimulantes como Ritalin y Adderall”.
En cambio, señala la especialista, “los psiquiatras franceses, ven el TDAH como una condición médica que tiene causas psico-sociales y situacionales”, esto quiere decir que en lugar de tratar los problemas de comportamiento con medicamentos, los profesionales parisinos se centran en el contexto social del niño. De este modo, el problema se trata con psicoterapia o terapia familiar. “Esta es una manera de ver las cosas muy diferente a la tendencia estadounidense (que se acerca mucho a la chilena) de atribuir todos los síntomas a una disfunción biológica, como un desequilibrio químico en el cerebro del niño”.
Además, la profesional explica que por lo general, en Francia no se utiliza el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM). Según el sociólogo Manuel Vallee, la Federación Francesa de Psiquiatría ha desarrollado un sistema de clasificación alternativo llamado CFTMEA (Classification Française des Troubles Mentaux de L’Enfant et de L’Adolescent), lanzado por primera vez en 1983 y actualizado en 1988 y 2000. “El enfoque de CFTMEA es identificar y abordar las causas subyacentes de los síntomas psicosociales de los niños”, explica.
“En la medida en que los médicos franceses tienen éxito en encontrar y reparar lo que ha ido mal en el contexto social del niño, menos pequeños califican para el diagnóstico de TDAH. Por otra parte, la definición de TDAH no es tan amplia como en el sistema americano, que, a mi juicio, tiende a ‘patologizar’ gran parte de lo que es el comportamiento normal de la infancia. El DSM no considera específicamente las causas subyacentes. Por lo tanto, lleva a los médicos dar el diagnóstico de TDAH a un número mucho mayor de niños sintomáticos, alentando al mismo tiempo a tratar a los niños con los productos farmacéuticos” complementa la experta.
Alimentación y estilo de vida
Por otro lado, Wedge dice que el sistema parisino toma en cuenta factores como la alimentación, pues algunos colorantes artificiales y preservantes pudieran afectar la conducta de los menores. “En los Estados Unidos, el enfoque estricto sobre el tratamiento farmacéutico del TDAH, anima a los médicos a pasar por alto la influencia de factores dietéticos sobre el comportamiento de los niños”, explica.
Además, señala que en Francia también influye el estilo de crianza de los padres, que se caracteriza por establecer límites claros. Ella afirma que es muy difícil que en una familia francesa, un niño “picotee” entre comidas, ya que la mayoría ha aprendido que las comidas son cada 4 horas y que deben esperar pacientemente si les da hambre a una hora que no corresponde.
“Como terapeuta que trabaja con niños, tiene perfecto sentido para mí que los niños franceses no necesiten medicamentos para controlar su comportamiento, porque aprenden autocontrol temprano en sus vidas. Los niños crecen en familias en las que las reglas son bien entendidas, y existe una jerarquía familiar clara. En las familias francesas, los padres se hacen firmemente cargo de sus hijos, al contrario del estilo de la familia estadounidense, en el que la situación es muy a menudo viceversa”, finaliza.
El psiquiatra chileno Claudio Naranjo (Valparaíiso, 1932) es una de las figuras más relevantes del humanismo contemporáneo. Aunque se dio a conocer por sus trabajos en torno a la terapia gestalt y el eneagrama de la personalidad, desde finales de los noventa ha centrado sus estudios en el ámbito de la educación. Pese a tener ya 80 años, Naranjo escribe una media de dos o tres libros al año y sigue impartiendo conferencias en todo el mundo.
En su última visita a Madrid, Naranjo atendió a El Confidencial en un pequeño piso del barrio de Ibiza, donde suele pasar las noches cuando visita nuestro país. El psiquiatra no necesita hoteles: en casi todas las ciudades tiene admiradores que le ofrecen techo, amistad y le siguen a todas partes. En cierto modo Naranjo parece un profeta, aunque él nunca se definiría como tal. Su misión, en cualquier caso, sí la tiene clara: trasmitir la idea de que es necesario cambiar este mundo, y de que ese cambio tiene que empezar en nosotros mismos.
Sólo hay dos cosas que pueden hacer que el mundo se transforme: un cambio personal y una nueva educación“Las personas están mal”, explica Naranjo, “y sufren en parte porque no saben que sufren”. Esta desazón vital, cuenta el psiquiatra, hace que aparezcan la depresión, las enfermedades psicosomáticas y se pierda la motivación y el sentido de la vida. “Hay malestar”, asegura, “pero el malestar no llegará más lejos mientras no se transforme en algo más”. En su opinión, sólo hay dos cosas que pueden hacer que el mundo se transforme: un cambio personal y una nueva educación.
Cambiar la educación para cambiar el mundo.
Para Naranjo la educación es la institución más podrida de nuestra civilización pues lo que debería servir para hacernos hombres sirve en realidad para acabar con nuestra humanidad: “Hoy la educación está al servicio del poder y las empresas. Hay una voluntad política para que la educación sirva para tener a la persona dormida, para que forme parte del rebaño. No se puede comprobar, pero funciona así. Uno tarda en darse cuenta porque hemos sido educados en los valores de esta educación. La educación cumple su función deshumanizadora, pero no nos damos cuenta porque somos inconscientes”.
La verdadera función de la educación, cuenta el psiquiatra, debería servir para ir más allá de lo que somos. “En una escuela ideal”, explica Naranjo, “acompañaríamos los procesos de aprendizaje, fomentaríamos la creatividad y ayudaríamos a los niños a saber, sin la presión de las clasificaciones. Los exámenes son trabajo, no educación. Se enseña a los niños a pasar exámenes que no sirven para nada y no son útiles en la vida”.
Los propios maestros, por mucho que critiquen el sistema, son responsables de que éste siga funcionandoEl psiquiatra, que vinoa España, entre otras cosas, para impartir un curso para profesores, cree que los propios maestros, por mucho que critiquen el sistema, son responsables de que éste siga funcionando sin mayores problemas: “El espanto de la escuela es que el profesor se pone un uniforme interior, y al dar clase deja de ser persona. Son como robots. Muchas mujeres están en la educación por un instinto maternal, pero lo ponen de lado, como si no fuese adecuado dar cariño a los niños y proporcionales una vida feliz”.
La nave se está yendo a pique, pero tenemos un bote salvavidas
En su último libro, La revolución que esperábamos (Ediciones La Llave), Naranjo asegura que estamos entrando en una transformación que habíamos dejado de esperar, y que más bien nos asusta: hasta hoy solo hemos conocido revoluciones políticas e ideológicas, y lo que ahora ocurre es una revolución de la consciencia.
En opinión de Naranjo, nuestros problemas sólo pueden ser resueltos con una conciencia distinta de los que los ha creado. “La educación”, cuenta, “debería ser la institución que liderara este cambio, debería estar a la cabeza, pero es la más obsoleta. Así son las burocracias. Comienzan teóricamente al servicio de algo, pero al final se sirven a sí mismas”.
La transformación, por tanto, no vendrá de manos de un cambio político, del que Naranjo no se fía. “Estoy en una época de mi vida en que estoy tirando la toalla respecto al cambio de las instituciones”, reconoce el psiquiatra. “No creo que se pueda ya hablar con las autoridades, con los que supuestamente tienen poder. Creo que la educación cambiará, si es que cambia, porque cambian los individuos”.
El colapso del sistema es nuestra única esperanza para construir algo mejorA lo largo de su vida, el psiquiatra, que en Latinoamérica es una reconocida personalidad, se ha citado con todo tipo de ministros y presidentes para hablarles de sus teorías sobre la educación pero, a día de hoy, no tiene la más mínima confianza en ellos: “Pienso que los políticos tienen un acuerdo para irse cambiando sin hacer nada. Cuando llegan al poder creen que van a ostentarlo, pero son parte de una red que no se puede modificar. Hoy en día la política no tiene poder. Los partidos tienen algo de poder aparente, no los gobernantes, pero es el poder económico el que controla todo, y la educación es su socio invisible, parte del complejo militar-industrial”.
Naranjo ya no cree, siquiera, en la protesta ciudadana. Y tiene un mensaje para la ‘marea verde’: “Las protestas educativas no tienen contenido, no piden un cambio en la educación, piden mejores sueldos. No se cree en una educación para trascender la mente patriarcal”.
Esta mente patriarcal, sobre la que Naranjo ha escrito largo y tendido, es para el psiquiatra el origen de nuestros males como sociedad. “Es una mentalidad de hombres cazadores que ya no cazan animales, sino hombres”, explica. “Una mentalidad que nos convierte en depredadores de nosotros mismos”. Por suerte, cuenta, la nave del sistema patriarcal, que construimos hace miles de años, ya no funciona, y está naufragando: “El colapso del sistema es nuestra única esperanza para construir algo mejor. No debemos preocuparnos por que se hunda o no el barco, debemos preocuparnos por encontrar el barco salvavidas”.
En sólo un año la cantidad de niños diagnosticados con déficit atencional pasó de 7.940 a 28.095. Era que no si rotular niños con TDAH aumenta la subvención escolar de de $51.138 a $141.746. Nos sumergimos en un extraño trastorno que surge después de que los laboratorios inventaran su fármaco: el Ritalín (hoy Metilfenidato), derivado de la anfetamina que se está dando a niños de kinder en varios colegios o en dosis que superan las cien pastillas al mes.
Las pastillas están ahí. En la caja que la directora guarda en el tercer cajón de su escritorio. Los niños entran uno por uno y tienen que tomarse el medicamento delante de ella. Abra la boca – le dice a los más díscolos. Como una comunión cada mañana. Pero en este ritual no hay rezos, feligreses ni menos algún espíritu santo. La hostia viene calculada en miligramos. Tras la comunión cada uno vuelve a su sala a sentarse tranquilo en la silla a seguir atento las instrucciones dadas por el profesor.
Los niños inquietos de antaño, de los que se decía que “tenían pidulle”, ahora serían ‘portadores’ de un supuesto Trastorno por Déficit Atencional e Hiperactividad (TDAH). En Chile afectaría al 5% en la población entre 4 y 18 años de edad, quienes en su mayoría son tratados con Metilfenidato (MFD), un derivado de la anfetamina. El profesor diagnostica, los padres (cuando pueden) pagan la consulta, el neurólogo receta, el psicólogo confirma y los inspectores dicen “tómese el remedio”. Tal como ayer fueron las varillas, hoy el MFD es ya una herramienta pedagógica y padres, agentes educativos y de salud terminan poniendo en la boca de un niño un fármaco que funciona en el cerebro de manera similar a la cocaína.
En el Consultorio Karol Wojtyla de Puente Alto entre enero de 2011 y agosto de 2012 se ha diagnosticado a 455 niños con TDAH. El promedio de MFD dado a cada niño son entre 30 y 60 dosis al mes. A un niño de 7 años le hacen tomar 80 dosis (2 pastillas al día) y otro niño de 10 años 60 dosis divididas en 3 pastillas cada día. Algunos niños no responden al tratamiento y sin mayor análisis los neurólogos o psiquiatras aumentan la dosis. Es el caso de una chica de 8 años, quien tiene que tomar 4 pastillas de lunes a viernes, o sea, 120 al mes.
Para el 2013 la Cenabast licitó la compra de 5.647.200 dosis de 10 MG. de MFD. Si comparamos con la compra de Ibuprofeno (25.652.267 dosis), se estima que el MFD requerido es un quinto del remedio más usado en consultorios y postas. Y eso que por Cenabast sólo pasa el 47% de los insumos hospitalarios.
La Importación de MFD a Chile pasó de 24,2 kilos en 2000 a 297,4 Kl. en 2011. Durante el 2012 se diagnosticó a 28.095 estudiantes con TDAH. Si el año 2012 se compraron 133.430 cajas de 30 comprimidos, gastándose $196.142.100; en 2011 fueron 174.536 cajas a un costo de $413.650.320.
El diagnóstico de TDAH es hecho mayoritariamente por profesores sólo a partir de la observación de la conducta del niño. El diagnóstico más difundido es el Test de Conner, que muchos profesores aplican en su versión abreviada de una página con categorías tan ambiguas como si el niño se distrae en la sala o no presta atención por periodos prolongados. Con el Decreto 170 el TDAH lo puede diagnosticar un profesor o un médico. Una condición para el diagnóstico de TDAH es que los síntomas se den tanto en el colegio como en la casa. Pese a esto, prima la percepción hecha en el entorno escolar.
A diferencia del común de enfermedades o trastornos, en el caso del TDAH surgió primero el medicamento, MFD, y después se hizo la nosología de la enfermedad. Inti Vega, médico del Programa de Bioética Médica de la Usach, comenta que “la aplicación del fármaco produce el criterio diagnóstico, validándose así la idea de un trastorno a partir del efecto del MFD. El remedio funciona en sanos y enfermos. Si lo tomo durante un mes voy a tener una funcionalidad distinta, al igual que los niños diagnosticados con TDAH”.
La neuróloga Ximena Carrasco define el TDAH como “un cuadro neuropsiquiátrico complejo, que se manifiesta en la esfera del comportamiento, de la conducta del sujeto, y que le genera desventaja o desadaptación en distintos ámbitos (personal, familiar, escolar, laboral, social). No es un trastorno en el estado de ánimo; tampoco es un déficit de la inteligencia general ni es una perturbación en el juicio de realidad. Se afecta la conducta”[1].
Francisco Aboitiz, neurobiólogo y director del Centro Interdisciplinario en Neurociencia de la PUC, sostiene que en dicho trastorno subyace “una alteración en los mecanismos de control cognitivo y conductual”.
En cambio para Andrés Garrido, Licenciado en Medicina e Interno Usach, “tomar a niños con problemas de conducta y transformarlos en objetos para la psiquiatría es producto de una escalada que pasa por la Disfunción Cerebral Mínima, y cada cambio mínimo de conducta va escalando hasta el DSM III y sus posteriores. Aún no hay claridad en su origen orgánico”.
Aboitiz sostiene que el TDAH se origina en una disfunción del neurotransmisor dopaminérgico, donde operan la noradrenalina y la dopamina[2], las que están asociadas al comportamiento y la cognición, motivación, atención y aprendizaje, entre varias otras funciones. Para Aboitiz “una de las funciones primordiales de las catecolaminas tiene que ver con la regulación de la conducta orientada a metas, que consiste en la capacidad de responder a estímulos que predicen la aparición de un evento, y la subsecuente orientación de la conducta en relación a dicho evento”[3].
Marcela Henríquez, del Departamento de Psiquiatría y Centro de Investigaciones Médicas de la PUC, sostiene que sólo se ha encontrado evidencia en la asociación entre TDAH y 6 genes relacionados con la transmisión sináptica y el metabolismo de los neurotransmisores catecolaminos, siendo uno de ellos el gen codificante para el receptor de dopamina D4 (DRD4)[4].
Carrasco y Aboitiz sostienen que en la gran mayoría de los casos de TDAH se trata de un trastorno hereditario (0,76 de heredabilidad, según algunos estudios) y concuerdan en que “el TDAH nos puede ayudar además a comprender los procesos del control de la conducta en la población general”[5].
Desde hace varias décadas el psiquiatra norteamericano Peter Breggin sostiene que no se puede relacionar a un niño que tiene un problema conductual con una alteración en su cerebro que estaría a la base de su conducta. “No hay evidencia que cualquiera de los trastornos sicológicos o psiquiátricos tenga un componente genético o biológico. Tampoco hay evidencia de que enfermedades mentales como el TDAH existan”- sostiene.
Lo apoya el neurólogo Fred Baughman, para quien los millones de niños que son medicados por hiperactividad son normales. “El país ha sido llevado a creer que cada emoción molesta es una enfermedad mental, y quienes dirigen la Asociación Psiquiátrica Americana saben muy bien que la están promoviendo como enfermedad cuando no hay información científica que confirme cualquier enfermedad mental”[6].
Carlos Pérez, quien acaba de publicar su libro Antipsiquiatría, dice que “el TDAH se inscribe en la inserción progresiva del modelo médico y la mirada clínica en las instituciones educativas con el fin de abordar problemas pedagógicos”. Pérez advierte que “el Ritalin cumple una función en el escalamiento terapéutico, es precursor de cuadros de comportamientos más graves y de medicación”.
Garrido, agrega que el uso del fármaco “deja de lado las particularidades del padecimiento subjetivo: El proceso de subjetivación de un niño, la entrada al lenguaje, a ser parte de una familia, de una comunidad. Lo que se espera de un niño y si responde a las expectativas no pueden catalogarse de que el niño está enfermo. Cuando las salidas son fármacos, no hay esfuerzos por dilucidar que hay detrás de ese síntoma”.
Juan Gonzáles, académico de la Universidad de Chile e investigador del Observatorio de Políticas Educativas (Opech), advierte que diagnosticar TDAH “perjudica las relaciones que el niño tiene con su entorno y lo hace sentir discapacitado. Eso afectará su desarrollo, debido a la carga de construir la personalidad desde una patología”.
Al resolver problemas sociales con fármacos se acepta que el problema es de los individuos y no de la sociedad. Carlos Pérez acusa que “se subjetiviza el malestar, echándosele la culpa a los individuos por problemas que son sociales. Así, un sistema educativo en crisis no es producto de pocos recursos educativos y anacronismo de las técnicas pedagógicas, sino que de los niños. De esta forma ensombrecemos un contexto escolar educativo precarizado y segregado. Pareciera así que el niño es único actor en el proceso de aprender”.
Pérez va más allá y sostiene que “los niños que medican con MFD no quedan más tranquilos ni tienen mejor rendimiento, sino lo que provoca es un efecto placebo. Los profesores que pierden la paciencia con un cabro chico, se relajan cuando le dan medicamentos y abandonan su posición estigmatizadora. Así se alivia el niño y el profesor. Es un efecto de la relación tras el uso del medicamento. No es que el Ritalin como pastilla haga algo bueno, sino que crea un contexto en que los implicados ven el mundo de manera diferente”.
Clasificado en el grupo de los psicoanalépticos (drogas estimulantes), el MFD tiene una estructura molecular similar a la anfetamina y actúa en el cerebro de la misma forma como lo hace la cocaína, según una investigación de Nora Volkow, directora del National Institute on Drug Abuse (NIDA), de EE.UU.
Garrido explica que “el medicamento activa los centros inhibitorios de la conducta, por lo que el chico se queda más tranquilo. Es un estimulante que eleva el nivel de neurotransmisores, como la dopamina, con un funcionamiento muy similar a la cocaína. No se tiene claridad ni certeza sobre sus efectos a largo plazo”.
Aún no se conoce con certeza la forma en que el MFD interviene en la sinapsis neuronal. Aboitiz cuenta que “no se sabe el mecanismo de acción exacto del MFD. Se sabe que actúa bloqueando una molécula que es un transportador de dopamina, un regulador muy potente de la conducta, y en la recaptura de noradrenalina. Eso se llama reactividad cruzada. Así se mantienen los niveles de dopamina y noradrenalina al interior de la célula”. Algunos estudios indican que una dosis de Ritalin de 0,5 MG./K. es suficiente para bloquear el 70% de los transportadores de la dopamina.
El MFD actúa sobre el lóbulo frontal aumentando la carga de dopamina. Según Aboitiz “al activarse el lóbulo frontal, se facilitan las funciones ejecutivas y el sujeto mejora su conducta; de allí que mejora su focalización atencional y al mismo tiempo reduce su impulsividad e hiperactividad, mejora su capacidad de perseverar y concretar tareas”[7].
El fármaco no mejora el supuesto trastorno, provocando su acción farmacológica “una conducta más autocontrolada por parte del paciente; y al terminar su efecto, el sujeto vuelve a ser el mismo”[8].
Matías tomó Ritalin desde Kinder hasta 7º Básico. Desde que un día una profesora le dijo a su mamá que “era un niño problema”, partió tomando ¼ de la pastilla, luego ½ y luego los 10 MG. De lunes a viernes. “Me sentía mal, me dolía la guata, me sentía ensimismado, sentía que la gente no me entendía. Pensaba que yo era el cuático, el extraño. No me gustaba hacer las mismas cosas que el resto de la gente. Con pastillas te concentras, pero al estar en el recreo, ante relaciones sociales, me sentaba y miraba lo que hacía el resto, no me sentía entendido. Era reacio al cariño”.
Cuando Gloria Carrillo dijo que iba a retirar a su hijo, Matías, del Colegio José Joaquín Prieto, de La Pintana, administrado por la Sociedad de Instrucción Primaria, en el colegio hicieron lo imposible para que no se llevara al niño. “Yo era una apoderado problema, distribuía volantes entre los apoderados que mostraban el sobrediagnóstico y los efectos dañinos del Ritalin, interrumpía las reuniones de apoderados y decían que mi niño era un problema, pero no me querían dejar ir”- cuenta Gloria.
Cuando Matías estaba en Kinder, con sólo 6 años, lo empezaron a medicar. “Era inquieto, pero en el jardín nunca se quejaron”- detalla Gloria. “A los pocos días de entrar a clases me mandan a ver un neurólogo luego de hacerle el Test de Conner abreviado. Como era tan pequeño, el profesional pidió el apoyo de un psicólogo, quien lo mandó de vuelta al neurólogo y le hicieron un encefalograma. Al 2º Semestre ya estaba tomando 10 MG. de Aradix (MFD) al día. En Iº Básico subió a 1½ pastilla, en el curso siguiente 2 y después 20 MG. al día.
Un día Gloria quiso probar qué efecto le hacía la pastilla a su hijo y se la dio un sábado. “Quería saber qué efecto le hacía y al verlo me morí de pena. Se quedó como en el limbo, pegado. Siempre lo ví corriendo, saltando y esta vez se puso a ver tele y se quedó pegado comiéndose las uñas hasta salir sangre. No hablaba y tampoco comía y eso que se come todo”- cuenta.
Desde que tomaba el fármaco, Matías llegaba con la colación de vuelta a la casa y no participó en actividades extraescolares ni bailó en los actos. Su mamá cuenta que en 3º Básico quedaba tan somnoliento que sus compañeros le hacían bullying. La duda la hizo participar de un taller organizado por el Opech en su barrio, en el que fue aprendiendo de los efectos del Aradix. “Me costó más de un año tomar la decisión. Es que la presión de la psicóloga del colegio era fuerte. Lo interrogaba siempre si se tomó la pastilla. Sufrimos como familia, la presión es fuerte ¿Como mamá qué haces?”.
“No hablaba el tema sin llorar y el colegio manipulaba la situación. Yo le llevé información a la psicopedagoga sobre el medicamento, les decía que el problema tenía que ver con los métodos educativos que no se adaptan a los tiempos ni al avance de los niños. La psicopedagoga no tenía idea de los daños que puede causar el MFD y nunca se cuestionó medicar a niños. Me dijo que a ella le enseñan a tratar a niños con el medicamento”- cuenta Gloria.
Un día decidió no darle más Aradix y se la reemplazó por dulces. El chico siguió igual e incluso se volvió más sociable. Recién a los 10 años participó en alguna actividad extraprogramática y desde este año va a otro colegio. Aún hoy Gloria se pregunta por qué tanto interés del colegio para que Matías se quedara.
Desde que en 2010 entrara en vigencia el DL 170, el TDAH pasó a ser Necesidad Educativa Especial (NEE), lo que implicó pasar de una subvención de $51.138 dada por un estudiante normal a una de $141.746. O sea, casi tres veces más dinero para el sostenedor del colegio. En el curso de Matías, el año 2011 de 43 alumnos, 20 estaban medicados.
Hoy son 2.175 establecimientos que se acogen al programa PIE (Proyectos de Integración Escolar), que entrega recursos para contratar profesionales especializados para atender a los niños diagnosticados con TDAH.
Carolina Correa Braun, directora del Colegio José Joaquín Prieto de La Pintana, sostiene que no hay ningún niño de los 1.582 que educa el colegio que perciba subvención por Necesidad Educativa Especial (NEE) y que resuelven por si solos los casos de Trastorno por Déficit Atencional e Hiperactividad (TDAH).
Si el 2011 en la Región Metropolitana eran 2723 los estudiantes de colegios públicos y subvencionados diagnosticados con TDAH, en 2012 subieron a 8.339. En la VIIIª Región pasaron de 1.492 a 6.001. El total nacional pasó de 7.940 a 28.095.
Gonzáles opina que “debido al sistema de financiamiento por el vouchers y el aumento de las subvención por NEE, diagnosticar a niños con TDAH se ha transformado en un negocio. Los colegios con tal de subir la subvención están haciendo el diagnóstico al tun tun”.
Gloria cuenta que “te convencen de que tu niño es un niño problema, que es un cacho. Y que te digan eso es súper fuerte, por ello para muchos papás es un tabú. Los apoderados se creen el modelo médico. Se creen que su hijo está enfermo y hay que medicarlo, cuando en ese colegio los profesores aún hacen una clase entera escribiendo todo en la pizarra y me hacían problemas porque mi cabro no escribía. Un día les dije a los profesores ‘eres tú la que no innova en métodos pedagógicos. Usas una pizarra y un cuaderno en la época del play station’”.
Cuando María Pucheu, psicóloga infanto juvenil de un Cesfam en Puente Alto, intentó convencer a los profesores de los riesgos que conlleva la excesiva medicalización, estos le dijeron que “tienen a 40 más en la clase y lo sienta adelante y le repite la instrucción, pero no puede dejar que interrumpa a los otros niños. Los profesores son la piedra de tope de este sistema, se les exige estadísticas como el Simce o la PSU, que miden muy poco”.
El Opech ha recibido denuncias de que los apoderados son presionados por las escuelas para medicar a sus hijos, incluso condicionando su permanencia en los colegios. Gisett, profesora del Colegio Australia de La Pintana, cuenta que es habitual que en los colegios se les diga a los padres: “Su hijo no se controla en la sala, llévelo al médico. En el consultorio le darán las pastillas”.
Pucheu también lo ha constatado: “Se les dice a los papás que si no medicalizan a sus hijos, estos serán futuros delincuentes o van a tener trastornos mentales. Un papá que no tiene formación en salud así acepta la medicalización”.
Para muchos docentes y comunidades educativas medicalizar a niños con drogas se ha banalizado. Gisett acostumbra escuchar de sus colegas palabras como “tal chico está insoportable porque no se tomó las pastillas”; o a estudiantes decirle “tía: dele la pastilla luego”; o que un niño le dice a otro: “No te has tomado la pastilla”.
En una ocasión un niño de 2º básico fue a pedirle pastillas y otro de 11 años toma 3 al día en un colegio donde hay un promedio de 40 niños por sala y cuentan con 2 data con el cable malo y 2 notebook sin cargador para hacer clases. “Con menos alumnos y más recursos pedagógicos puedes manejar la situación. En un curso de 40, un alumno puede hablar sólo una vez en la clase”- destaca. La normativa permite tener hasta 45 alumnos por sala de clase, pudiendo caber más si se pide permiso.
Matías un día decidió no tomar más pastillas y se lo comunicó a su mamá. Estaba ya en 7º Básico y llevaba 8 años tomando Ritalin. “Cuando creces empiezas a pensar por ti mismo y me di cuenta de que no quería tomar pastillas”- cuenta. Su proceso partió cuando asumió que realmente se sentía mal tomando Ritalin, luego cuestionándose el ¿por qué tenía que tomarlas?
Matías cuenta que al dejar el fármaco “me empezó a ir bien. Volví a pintar y dibujar, que es lo que hacía cuando chico”. Hoy estudia Pedagogía y “no recomendaría dar pastillas a niños. Una pastilla que afecte el cerebro a nivel cognitivo no va con la ética pedagógica. Educarse no es sólo concentrarse y sacar buenas notas”- destaca.
Gonzáles destaca que los problemas del aprendizaje “son educativos, no psicológicos. Hoy el enfoque es hacia encontrar cierto daño individual en las personas que no aprenden. La educación hace más de un siglo está entendida como un proceso colectivo, las ciencias de la educación son mucho más amplias que las ciencias psicológicas, del aprendizaje. Es fundamental resignificar el problema de las NEE, como un problema educativo, social y político y no como un problema psicológico o neurológico”.
Como todos los fármacos que actúan sobre el sistema nervioso con el MFD no se puede suspender su uso en forma abrupta. La interrupción debe ser progresiva y con el acuerdo del médico tratante. En caso de que un niño efectivamente sea inquieto y no logre concretar sus tareas, se recomienda escoger una terapia en la que la medicación sea el recurso último (y no el primero) y en la que participen diversos agentes de salud y que se tome en cuenta el contexto afectivo y social del niño.
Francisca Espinoza, psicóloga de Psicoymed, recomienda un tratamiento psicoterapéutico que considere las diversas dimensiones de la vida del niño. Los realizados en Psicoymed duran por lo menos 3 meses y se complementan con talleres de arte, flores de Bach y Reiki infantil. “La familia se incorpora al tratamiento para desarrollar competencias parentales, para que ellos sepan intervenir desde la casa y nosotros entregamos herramientas para que el niño trabaje su hiperactividad, que el mismo pueda controlar la impulsividad”- destaca.
Además de los talleres del Opech, diversos otros colectivos se han enfocado a disputar terreno a la excesiva medicación de la infancia. El Centro de Estudios de Contrapsicología ya diseñó un manual de abordaje y otros grupos han desarrollado trabajos locales. En una de estas experiencias participó Pablo Soto, estudiante de IVº de Sociología de la UAH en 2011. Se trató del Taller en la Población Exequiel Gonzáles Cortés, en el que participaron 15 papás junto a sus hijos, de los cuales 10 estaban diagnosticados con TDAH. “Luego de informarles de los riesgos del MFD, buscamos alternativas como flores de Bach, involucrar a los padres en los estudios de sus hijos, que les pusieron más atención y los acompañaban”- destaca.
Gonzáles afirma que “los problemas de aprendizaje en la escuela deben ser abordados primero del sentido que tienen para estas los niños, de la gestión del tiempo, la cantidad de alumnos por sala y la didáctica del aprendizaje. Ninguno de estos ámbitos está siendo abordado hoy y termina sólo viéndose el problema desde el niño. Hay que involucrar a más actores en los problemas del aprendizaje, más allá del psicólogo, a los profesores y a la familia”.
En su propuesta educativa presentada en diciembre de 2011, la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (Aces) se integra la exigencia del fin de la medicación de la infancia.
Gloria Carrillo recomienda a otros padres que “cuando un profesor o médico te da un diagnóstico, no sólo es importante contrastar con la opinión de otro profesional, sino que también debes buscar tu misma la información. Su hijo, Matías, está ahora en un colegio de La Pintana con 27 compañeros en su curso, va con ropa de colegio sólo 2 días a la semana y no toma fármacos. “En el colegio Matte no le gustaba ir a clases, ahora está encantado con ir cada día. El colegio es el que tiene que adaptarse. Un niño que no está encantado en la sala no va a aprender nada. Y la tecnología está”- sostiene.
Tal como se recetan grandes cantidades de Ansiolíticos a los adultos, en los cajones de los directores de muchos colegios se guardan cientos de pastillas destinadas a menores de edad. Al acostumbrar a los niños a tomar fármacos para rendir según estándares impuestos por una sociedad obsesionada por los mecanismos de medición, se adiestra a sujetos en el saber adaptarse a regímenes de competencia. Los fármacos promovidos no fomentan la autonomía y menos la creatividad, sino que el aceptar la autoridad y saber resolver tareas encomendadas en una sala de clases cuya estructura no ha variado en profundidad en los últimos tres siglos.
El objetivo de algunos científicos es ampliar el diagnóstico de TDAH a los adultos, aplicar el MFD en infractores de ley y a la inatención infantil, sobre todo de mujeres. Vega destaca que el MFD se viene ahora como potenciador y los laboratorios lo promueven para estudiar”.
Hoy la pieza más bizarra del Museo de Pedagogía es una varilla que nos recuerda el mantra educativo de otras épocas: La letra con sangre entra. La industria farmacéutica ha hecho más infinitesimal el control de los vaivenes de la conciencia y la atención de muchos estudiantes inquietos: ahora ocurre en ese atómico espacio donde los neurotransmisores actúan reteniendo catecolaminas. Tan sutil como efectivo, el recuerdo de la pedagogía de nuestra época exhibirá en el futuro junto a la varilla una inocente y pequeña pastilla blanca.
CITAS:
[1] En ‘Déficit Atencional e Hiperactividad: fronteras y desafíos’, compilación de Francisco Aboitiz y Ximena Carrasco. Ediciones PUC, 2009.
[2] La dopamina y la norepinefrina, junto a la epinefrina (llamada antes adrenalina) son catecolaminas, o sea, hormonas producidas por las glándulas suprarrenales y liberadas en la sangre durante momentos de estrés físico o emocional.
[3] Francisco Aboitiz; Tomás Ossandón; Francisco Zamorano y Pablo Billeke: Balance en la cuerda floja: la neurobiología del trastorno por déficit atencional e Hiperactividad. Revista Médica de Clínica Las Condes, 2012.
[4] En ‘Déficit Atencional e Hiperactividad: fronteras y desafíos’, compilación de Francisco Aboitiz y Ximena Carrasco. Ediciones PUC, 2009.
[5] Ibíd.
[6] En revista Insight, junio, 1999.
[7] Francisco Aboitiz; Tomás Ossandón; Francisco Zamorano y Pablo Billeke: Balance en la cuerda floja: la neurobiología del trastorno por déficit atencional e Hiperactividad. Revista Médica de Clínica Las Condes, 2012.
[8] Ibíd.
Antes de que el bebé abra siquiera la boca para pedir, ahí están mamá o papá dispuestos a llenársela de lo que sea que ellos creyeran que el pequeño iba a pedir, ya fuese el alimento o la palabra. Son legión los padres —y en especial quienes se encargan de la función materna, ya sean ella o él— que, movidos por lo que creen que expresa un delicado cuidado por su hijo o a veces sencillamente su obligación como padres, aparecen como obturadores del crecimiento del cachorrito humano.
La situación, que suele prolongarse en el tiempo hasta que el hijo o la hija ya están bastante creciditos, tiene consecuencias negativas para éstos, que se traducen en un obstáculo para el desarrollo de su personalidad, cuando no en una dependencia extrema que los idiotiza. Si antes de que el bebé pida alimento se le llena la boca con comida, antes de que pida un juguete ya lo ha conseguido o antes de que diga nada alguien le facilita una frase, además de un bebé con sobrepeso se criará a un ser humano pusilánime, alguien poco o nada dotado para hacer frente a la adversidad y desconocedor de su deseo. La ecuación es sencilla: si los que desean son los padres no hay lugar para el deseo del hijo.
Si bien es cierto que el bebé, librado a su suerte, moriría por falta de atención, no es menos cierto que a medida que se convierte en un niño y luego en un joven necesita espacios de libertad para su desarrollo psicoafectivo. Una cosa es sentirse cuidado y querido por los padres, pero la asfixia es un asunto del todo diferente.
El problema radica en gran medida en que mientras el niño o la niña están desvalidos se convierten en un preciado juguete en manos de los padres. Un juguete que, además de divertir, a veces sirve también para quitar penas, aliviar sufrimientos derivados de la pareja o del vivenciar cotidiano y, en casos peores, como descarga de una agresividad que transita a nivel inconsciente.
Escuchar las necesidades del hijo y respetar sus deseos es un ejercicio indispensable para el crecimiento y el desarrollo. Por eso, con mucha frecuencia, detrás de un niño con problemas en su deseo aparece la sombra de unos padres sobreprotectores. Si la frase que aguanta la relación entre esos padres y su hijo es “que a mi niño/a no le falte nada” (porque repiten su propia historia o porque se sitúan en el extremo opuesto alo que vivieron ellos mismos) hay lugar para una pregunta: ¿quién va a poder desear algo, si lo tiene todo?
© Fabián Ortiz 2013
Los Tres Chanchitos ya no temen al lobo, que representa al padre.
Cada cuento bien contado resulta un llamado a despertarse un poquito, especialmente en estos tiempos de aceleración, de consumo de la imagen y del empuje al individualismo yoico.
Por Graciela Giraldi*
Pedagogos y educadores suelen resaltar los efectos que se logran en el aprendizaje escolar de niños pequeños por medio de la narrativa de cuentos infantiles. Bajo esa perspectiva didáctica, tanto en las guarderías maternales como en los jardines de infantes los maestros dan cuerpo a las ficciones infantiles prestando cada vez su voz al "había una vez".
Podemos percibir que más allá del saber popular acerca de que a los niños en su primera infancia se les ayuda a conciliar el sueño contándoles cuentos, cada cuento bien contado resulta un llamado a despertarnos un poquito, especialmente en estos tiempos de aceleración, de consumo de la imagen y del empuje al individualismo yoico, donde no hay lugar para los diferentes y diversos sueños o anhelos infantiles en la medida que resultan excluidos por no ser útiles ni rentables para el mercado. El niño mismo ha pasado a ser un objeto de un consumo y en ese aspecto se corre el riesgo de que pronto ya no existan los niños traviesos, juguetones ni imaginativos, sino niños robotizados.
Por fortuna y para paliar mi pesimismo, recientemente tuve un acontecimiento imprevisto al participar de una fiesta de fin de curso, a la que fui invitada por mi nieto y en la cual él junto a sus compañeritos de jardín de infantes contaron y dramatizaron para sus familias el cuento de los tres chanchitos y el lobo.
No salía de mi asombro, pues sin querer los niños y sus maestras habían elegido para nosotros un cuento que de niña escuchaba con atención una y otra vez y que yo misma he contado repetidamente a mis hijos y actualmente a mis nietos.
Se encuentra en Wikipedia por internet que dicha fábula de los tres cerditos y el lobo no tiene datos de autoría. Sin embargo, es una fábula que aparece en el siglo XVIII y que se hizo famosa hace dos siglos a partir de que Walt Disney la convirtió en una película.
Les decía que mi sorpresa fue escuchar en dicha ocasión un nuevo cuento sobre los tres chanchitos y el lobo, una nueva escritura del cuento realizada en acto por este grupo de niños junto a sus maestras y la directora del establecimiento escolar.
Me pareció notable el giro de 180 grados dado a los personajes y la original dinámica inyectada al cuento: El lobo ya no era voraz, ni destructivo, ni temerario como en el viejo cuento sino un lobo amigable, compañero, alegre y hasta cómico.
Los viejos tres chanchitos llamados Práctico el mayor, Dormilón y Holgazán los menores se olvidaron de sus papeles tradicionales y de los nombres que les habían puesto para unirse en un proyecto común de construcción de una casa pidiendo colaboración a las flores y a otros animalitos: las abejas, los sapos, las hormigas, los conejos, los bichitos de luz y las mariposas.
Cada especie de animales aportaba su trabajo haciendo uso de su especial habilidad, así como las flores pusieron su aroma, colores y cadencia. El final de la obra (la casa) se festejó con alegría entre todos, y los tres chanchitos invitaron al lobo a sumarse al festejo en una alegre ronda de baile y canto, con el suplemento del acompañamiento acompasado de manos que hacíamos desde el público los mayores.
Aprendí de este cuento nuevo contado y dramatizado por estos niños, docentes y algunos padres que si bien algunos viejos valores morales y éticos como el trabajo, la solidaridad y el respeto por lo diferente aparecen devaluados en nuestro siglo XXI, se los puede reintroducir en la educación y crianza de nuestros niños a través de la literatura infantil, en vías de alojar las cuestiones subjetivas de nuestro niños.
En este nuevo cuento, se pone de relieve mediante el papel del lobo compañero la transformación que ha tenido la imago paterna a lo largo de las civilizaciones: del temor al padre que dice que no y castiga al padre confiable que dice que sí al deseo del niño, ese nuevo padre compañero que puede disfrutar del lazo con su hijo/a, jugando en una plaza como también contándole un cuento o una historia inventada por él.
Los lazos fraternos de los tres chanchitos también hoy día transitan por otros caminos. Así lo resaltaba este nuevo cuento que nos contaron nuestros chicos. Ya no era el hermano mayor el que debía abrir forzosamente el camino a seguir por sus hermanos menores, sino que los tres chanchitos se unieron en un mismo proyecto, contando con la ayuda de los demás animalitos.
Y, colorín colorado, este nuevo cuento de los tres chanchitos y el lobo que me contaron unos alegres niños se ha terminado.
*Miembro EOL Rosario y AMP.
Fuente: Pagina 12 del 3 de enero de 2013
¿Por qué a muchos chicos se les ocurre jugar con la temática de la muerte?, pregunta el autor y, en el camino de buscar respuestas, advierte sobre la importancia de que un niño pueda jugar a las escondidas, ya que “no hay infancia sin secretos”; y señala que, cuando no se puede jugar con la muerte, ella “se presentifica en la inhibición, el bloqueo corporal, la inestabilidad psicomotriz”.
Por Esteban Levin *
Mario, de cuatro años, juega: “¿Dale que nos morimos? Jugamos a luchar, nos matamos y seguimos peleando”. Juan Manuel, también de cuatro años, juega durante mucho tiempo, con un barco, a matar piratas, tiburones y dinosaurios que lo amenazan en el medio del mar. Alejandro, de cinco años, juega: “Somos este poder: Vos me matás y yo te mato. Tenemos cinco vidas, así que podemos seguir viviendo”. Clara, de seis años, propone: “Nos hacemos los dormidos como si estuviéramos muertos y cuando viene mi mamá la asustamos”. Nos llama la atención la repetición de una escena que, en diferentes momentos de la infancia, realizan los niños: jugar a la muerte; hacer de cuenta que uno está muerto, matar a otro, hacerse el dormido como si estuviera muerto, jugar con muñecos a una lucha mortal o, simplemente, jugar a matar y ser matado por otro, lo que siempre implica, para seguir jugando, revivir. ¿Por qué a muchos niños se les ocurre jugar con la temática de la muerte? Y, también, ¿qué ocurre cuando el dramatismo de la escena hace que el niño ya no pueda seguir jugando o que ni siquiera intente hacerlo?
Cuando un niño juega a la muerte, hay un enigma en juego: “yo me muero”, “me mataste”, “estoy muerto”, “ahora te mato”; en estas escenas se juega siempre a ser otro. La muerte es lo otro que no se sabe ni se entiende, lo informe e irrepresentable. El niño, inteligentemente, juega a no ser él para “estar muerto” y así intentar saber algo de ella. Morir jugando, “de mentira”, lo introduce en el límite de su propio-impropio cuerpo, en la diferencia entre lo que siente y lo que actúa. El niño ejerce la libertad de morir de mentira para encontrar en ese juego alguna versión verdadera de lo imposible.
Jugar la muerte es proyectarla hacia afuera, simbolizarla como acto singular donde lo imposible se posibilita como ficción y representación. Al hacerlo, el niño experimenta lo que podríamos denominar una doble muerte: la muerte de la vida –hace de cuenta de que muere– y la muerte de la muerte –hace de cuenta que revive–. En estos juegos el niño transita en una dialéctica en suspenso: suspendido entre la vida y lo mortal. Entre el movimiento y lo inmóvil, los niños juegan en el intersticio. Jugar a la muerte es romper la certeza que ella conlleva e introducir la duda en su fecunda veracidad. Es pensarla, perder el miedo y resignificarla con imágenes, fantasías que procuran representarla en la ficción.
También, el hecho de jugar a experimentar la muerte establece una pausa, un silencio para vivenciarla y, al revivir, huir de ella y disimular el horror, el peligro inasible de ese acontecimiento. En el horizonte humano, ser sensible a lo mortal no es algo que esté dado: hay que conquistarlo; imaginariamente, anudarlo a lo real para soportarlo y simbolizarlo.
Cuando un niño no puede jugar a su propia muerte, porque no puede hacer de cuenta que está muerto o porque se inhibe e inmoviliza por el espanto, no sólo no puede pensar en ella sino que está impedido de tomar distancia y separarse de lo mortal: al no representar la muerte, ella se presentifica en la inhibición, el bloqueo corporal, la inestabilidad psicomotriz o la organicidad.
Hacer de cuenta que está muerto implica jugar la propia ausencia: jugar a no estar, a saber qué pasa cuando él no está presente. De esta manera, la muerte se torna posible simbólicamente, lo cual abre una brecha a la vida. El niño no planifica jugar a estar muerto; es un juego que se va dando en la intimidad azarosa del “como si”, del “dale que yo era”, del “hacer de cuenta que”, donde la muerte, inefable, pierde el espanto del anonimato para significarse en la experiencia infantil originaria. De este modo, valientemente, enfrenta lo que –no por lo que ello signifique, sino por no poder ponerle un límite– le resulta terrible. Al jugarla, la muerte se metamorfosea en un personaje que el pequeño juega despreocupado, desapareciendo de sí y del otro.
No olvidemos que jugar a esconderse es desaparecer por algunos instantes, mientras lo permita la escena. Cuando un niño está muy angustiado o triste –sin siquiera hablar o dibujar–, le cuesta jugar a desaparecer; sigue estando donde está sin poder ocultarse, esconderse de esa verdad encarnada que le impide representar.
Las escondidas
Alejandro es un niño con una enfermedad neurometabólica muy severa. Durante años tuvo diferentes diagnósticos, por ejemplo autismo y TGD no especificado, pero cuando –luego de haber estado varias veces al borde de la muerte– el cuadro neurometabólico se estabilizó, su evolución fue muy buena. Actualmente, a los 11 años, cursa una escuela especial.
Después de un largo período de tratamiento, Alejandro propone jugar a las escondidas. Intenta hacerlo, pero no se esconde: yo después de contar hasta 15 salgo a buscarlo y está en la sala, a lo sumo en la cocina o el balcón, sin esconderse. Me mira, sonríe y dice: “Otra vez, juguemos”. Vuelvo a contar y al salir a buscarlo está ahí, otra vez sin escondite. No puede esconderse y esperar, no puede soportar la ausencia del otro. Intenta jugar pero no lo consigue, no logra esconderse, generar el intrépido secreto de estar y no estar al mismo tiempo. Y cuando le toca contar a él, se da vuelta, espía, no puede esperar a que yo busque un escondite, por lo cual el juego se detiene. Vuelvo a comenzar y otra vez se frena. No puede dejar de mirar, no termina de esconderse ni deja que el otro se esconda. ¿Cómo salir de este atolladero, cómo generar otra escena?
Volvemos a intentarlo: cuento hasta 15, Alejandro no se esconde pero, esta vez, hago de cuenta de que no lo veo, como si fuera transparente. Empiezo a correr de un salón a otro, buscándolo: “¿Dónde estás, Ale? No te veo, Ale, no te encuentro”. Entonces, Alejandro comienza a seguirme. Yo corro, él corre detrás de mí, pasa a querer atraparme. De buscarlo, paso a ser buscado por él. Entro en un pasillo, me escondo detrás de una puerta, Alejandro no me ve: “Esteban, ¿dónde estás? Esteban, Esteban. No te veo, Esteban, ¿estás escondido?”.
Tras la puerta emito un leve silbido que lo va orientando hasta que me encuentra. “Uy, me encontraste. Te diste cuenta del escondite, lo descubriste.” Ale me mira, sonríe y dice: “Sí”. Y yo: “Ahora me toca contar a mí”. Ale sale corriendo, se esconde tras la puerta del baño y espera escondido a que lo encuentre. En cuanto lo encuentro, se pone a contar, me ve, corro, me persigue, me escondo, me llama y me busca, lo oriento con el silbido hasta que vuelve a encontrarme en la escena.
En las siguientes sesiones el tiempo de espera se ensancha, se torna más soportable y la dialéctica ausencia-presencia juega su juego. Al cabo de un cierto tiempo, podemos jugar a la escondida, a escondernos uno del otro; jugamos a tener un secreto. ¿Qué es jugar a las escondidas, sino construir una experiencia donde el secreto vive con relación a los otros?
No hay infancia sin secretos. Los secretos no se pueden escanear ni están prefijados en un gen, en una sinapsis o en una neurona. Pero hacen falta los genes, las neuronas y las sinapsis para que una experiencia sea plástica y produzca huellas, a nivel neurológico como a nivel simbólico. Al jugar, al vivir esa experiencia escénica, el niño produce afectos que lo involucran en el nivel corporal, neuronal, como en el nivel psíquico, simbólico. Los chicos, sin darse cuenta, construyen el sueño de los alquimistas de los siglos XIV y XV, cuya consigna fundamental era “fijar lo errante y desatar lo fijo”. Los niños, al jugar, fijan la incertidumbre de la errante experiencia infantil y desbloquean, desanudan la fijeza de lo que no alcanzan a comprender, de aquello que les resulta displacentero e irrepresentable del mundo de los grandes. En ese interjuego constituyen lo singular, lo más propio de su imagen corporal, sin la cual no podrían jugar.
La experiencia infantil de jugar a estar muertos no implica necesariamente violencia, sino una cierta agresividad necesaria para salir de sí y encontrarse del otro lado. Acceder al otro lado irreal, ficcional, es entrar en la libertad condicionada que el escenario simbólico le permite. Libertad condicionada por el límite: los niños (como todos) son seres limitados; si están en un lugar es a condición de no estar en otro; si miran adelante no pueden ver lo que está detrás; si juegan es de mentira, es como si fuera de verdad. Esa es la condición. Para jugar hay legalidades, límites y prohibiciones que determinan pérdidas y renuncias. Jugar a volar, a conducir un automóvil, a ser mamá, papá o un superhéroe, implica reconocer que uno no puede volar, ni ser mamá ni papá ni superhéroe. El límite es lo que posibilita la representación de uno, de otro y de los otros. Sin el límite, no se puede jugar.
Por eso nos preocupa tanto, en el ámbito clínico y educativo, cuando un niño no puede o tiene muchas dificultades en construir su experiencia infantil jugando. La posibilidad de jugar excluye al niño de lo ilimitado del universo imaginario y de lo siniestro de lo real. Sólo se juega en el borde de un límite simbólico, ya que jugar es representar y entrar en la dialéctica de lo presente y lo ausente.
Para un niño, jugar a morir es metamorfosear el hecho de la muerte como tal y transformarlo en otra cosa, en otra escena donde lo mortal pierde su peso arrollador. La muerte se torna simbólica e invisible al jugar con ella. De este modo el sujeto-niño construye una versión posible de aquello que lo preocupa, lo aqueja o para lo que no encuentra respuesta.
La niñez se instituye en la experiencia que acontece al niño. El hace de esa experiencia un espejo que le permite reconocerse mientras que, al mismo tiempo, se desconoce en aquello que juega. Inquietante paradoja que nos permite comprender la infancia en las mismas escenas que la estructuran.
Finalmente: el jugar no es nunca un hecho trivial; es creíble, aun cuando sea disparatado. El juego no es inocente: más bien es la caída de la inocencia, ya que el niño juega lo irrepresentable, el placer, el dolor, la tragedia, el sufrimiento, y los hace posibles en la ficción.
* Texto extractado de un artículo que aparecerá en el próximo número de la revista Imago-Agenda.
La autora vincula los asesinatos cometidos por escolares con “la civilización que, de la mano de la ciencia, deja al sujeto frente al desamparo capitalista, en la época de la inexistencia del Otro que sumerge al sujeto en el desengaño y la errancia”.
Por Alejandra Glaze *
El caso de asesinatos escolares más paradigmático, y del que más información se puede encontrar, es el de Dylan Klebold y Eric Harris, quienes entraron en la Columbine High School, estado de Colorado, el 20 de abril de 1999 (día del nacimiento de Hitler), abriendo fuego contra el estudiantado, a las 11.10 de la mañana; asesinaron a 12 alumnos y un profesor e hirieron a 24 personas, para finalmente suicidarse en la biblioteca. En enero de 1998 habían sido detenidos, derivados a psiquiatras y remitidos al programa juvenil de “Diversión” (sic) de la oficina del distrito del Condado de Jefferson, por robar material informático y estrellar un auto, motivo por el cual debieron pagar multas y tomar clases para el “control de la ira” (lo que lo llevó a Harris a escribir en su diario: “Amo mi ira”). Salieron del programa en febrero de 1999, y en abril del mismo año llevaron adelante la matanza de Columbine. Tras ser diagnosticado con un desorden obsesivo compulsivo y depresión, Harris fue medicado con Luvox.
En más de 1000 páginas de diarios de propia mano de los dos jóvenes, a las que se tuvo acceso en 2006, describieron meticulosamente algunos de los preparativos del ataque, y dejan claro que la idea era asesinar entre 600 y 700 personas. Habían dejado bombas instaladas en los estacionamientos de la escuela, para que estallaran a la llegada de la policía y los padres desesperados, pero no funcionaron los dispositivos de tiempo. Harris habla de sus planes de acumular explosivos para “volar medio país”. Dice: “Será como los disturbios de Los Angeles, como el atentado de Oklahoma, como la Segunda Guerra Mundial y Vietnam, todo mezclado... Quiero dejar mi huella en el mundo”. Y agrega: “Una vez que comience nuestro extermino, recuerda que hay probablemente cerca de cien personas como máximo en la escuela a quienes no quiero matar, el resto debe morir (...) A las seis de la mañana: reunión, a las 10.30: prepararse, a las 11: alistarse, y a las 11.16: divertirse”.
Pero hay muchos otros casos. Uno de ellos es el de Jeff Weise, de 16 años, quien vivía en Red Lake, un pueblo pobre y marginado, en una reservación indígena. Su padre se había suicidado cuatro años antes y su madre se encontraba internada por un accidente automovilístico con severos daños neurológicos. Ya había intentado suicidarse luego de la muerte del padre, y vivía con su abuelo y la mujer de éste. Estaba medicado con Prozac hacía tiempo, y dos semanas antes del ataque había sido redoblada la dosis. Participaba en los foros de Internet referidos al nazismo, identificándose como naziindígena: “Nada me hace reír tanto como las ovejas en el rebaño”, o bien, “Sólo sabes lo que los libros y las masas sin cerebro te cuentan”, respondiendo a un participante que discrepaba con la ideología de la ultraderecha. Este adolescente mató a nueve personas antes de suicidarse: sus abuelos, un guardia de seguridad de la escuela –para poder pasar por el arco de detección de metales–, una maestra y cinco alumnos. Se creía más inteligente y más “abierto de mente” que los demás: “Está muy bien que hayas tomado el camino que tus vulgares amigos desprecian, tener la mente abierta siempre es un plus”, decía a otro internauta. “La gente está tan desinformada, es tan ignorante y tiene la mente tan estrecha que esto convierte tu existencia en un infierno en vida.” Varios alumnos escucharon y vieron cuando le decía a una alumna riendo: “¿Crees en Dios?”, disparando para todos lados.
El 16 de abril de 2007, ocurrió la llamada “masacre de Virginia Tech”. Murieron 33 personas y 29 resultaron heridas. Se trataba de Cho Seung-Hui, de 23 años, un estudiante surcoreano de literatura inglesa, que finalmente se suicidó. Durante las dos horas entre un tiroteo y otro, el asesino envió una encomienda postal a NBC Noticias, donde iba un manifiesto, fotos y videos expresando su odio y resentimiento hacia la sociedad en general, y allí decía: “No tenía que hacer esto. Pude haberme ido. Pude haber desaparecido. Pero no, no escaparé más. No es propio de mí. Por mis niños, por mis hermanos y hermanas que ustedes jodieron, lo hice por ellos... Cuando llegó el momento, lo hice. Tuve que hacerlo”. Hablando directamente a la cámara, dice: “Tuvieron 100 billones de oportunidades y formas para evitar (lo de) hoy. Pero decidieron derramar mi sangre”. Este joven también estaba medicado con Prozac desde hacía un tiempo.
Estos son sólo algunos de los casos.
La pregunta que se impone es cómo articular aquello que aparece desarticulado, un sinsentido, un horror absoluto en el marco de lo social como lo imposible de representar. En esa pregunta e intentando arribar a alguna hipótesis, encontramos una ficción: Kevin, de Lionel Shriver (Anagrama, 2008), que escribió esta novela, como ella misma dijo en un reportaje, “buscando razones para reafirmar su decisión de no tener hijos”. El argumento se puede contar sencillamente: una madre escribe cartas a su marido, un par de años después que el hijo de ambos llevara a cabo una matanza escolar para terminar en un instituto correccional para menores de los EE.UU. Son 600 páginas sobre la devastación del cinismo. Un ejemplo: “Somos, simplemente, versiones cada vez más grandes y más codiciosas del mismo individuo que come, caga y folla, y nos tomamos infinitas molestias para disimular delante de todo el mundo, incluso de un niño de tres años, que casi todo lo que hacemos se reduce a comer, cagar y follar. El secreto es que no hay ningún secreto. Eso es lo que realmente deseamos ocultar a nuestros hijos, y esa ocultación es la verdadera conspiración de los adultos, el pacto que mantenemos, el Talmud que tratamos de proteger”.
La de Eva es la historia de una madre que a los 40 años decide tener un hijo al percatarse de la posibilidad de la muerte de su marido y la suya propia, recorrido donde se encuentra con que nada coincide con los clichés escuchados sobre la maternidad: “(Kevin) ya debía de haberse dado cuenta con anterioridad de que yo tenía vida propia, pues, si no, no se habría dedicado a destrozarla con tanta deliberación. Y ahora debe de haber comprendido, además, que tengo voluntad propia: que escogí tener un hijo y que tenía otras aspiraciones que su llegada truncó. Esa intuición suya estaba tan en desacuerdo con la ‘deficiencia de empatía’ que le habían diagnosticado que consideré que merecía una respuesta sincera de mi parte”. Y es así que en una áspera conversación con su hijo, ya en el penal, le dice: “...¿Te querrías tú a ti? ¡Si hay justicia en este mundo, algún día te despertarás contigo en una cuna al lado de tu cama!”.
Rechazo, esa es la palabra que uno puede entrever a lo largo de todo el libro. Rechazo de Eva hacia su hijo para alojarlo en algún deseo, rechazo de la castración en Kevin, que lo aliena a un punto de absoluta devoción, paradójico, que conduce a un acto que se demuestra como único modo de separación y que la lleva a decir respecto de su hijo: “¿Remordimiento?... ¿Qué podría lamentar?... Ahora es alguien, ¿no? Y se ha encontrado a sí mismo, como se decía en mis tiempos. No tiene que inquietarse por si es un bicho raro o un chalado por la informática, un empollón, un atleta o un ganso. Tampoco tiene que preocuparse por si es gay: es un asesino. Lo cual resulta maravillosamente ambiguo. Y, lo mejor de todo: se ha librado de mí”. Y por otro lado asegura: “Esa idea de ser su propia obra de arte es muy americana...”.
Lo que se evidencia es que no estamos en la época del malestar freudiano, sino en la de la impasse que desecha la solución victoriana de la ética de las virtudes, solidaria del superyó que hizo existir lo prohibido, el deber y la culpa, y su correlato de un Otro consistente. Hoy se trata del superyó que ordena gozar, y que en vez de dejar al sujeto confrontado a ese Otro, lo confronta al objeto y al plus de goce. Eva dice: “En un país que no distingue entre fama e infamia, ésta parece mucho más asequible”.
Habría que pensar si estos hechos pueden enmarcarse en la “adolescencia”, o más bien extenderse al plano de la subjetividad. La epifanía es un concepto griego que da cuenta de una manifestación divina (algo similar al “entusiasmo”), “desorganizada” y no formalizable; y en un sentido retórico es la manifestación del ser. Pero a Lacan la epifanía le sirve de referencia para hablar del encuentro con lo real. Son “pedazos de real” no ligados que aparecen por puntas, por cabos sueltos, definiendo así a un goce opaco de sentido, el goce del sinthome, Joyce disfrutando de su escritura como creación, un goce sin Otro, que no intenta satisfacerlo otorgando sentido. Lacan sostiene que se caracterizan por la consecuencia resultante del error en el nudo, por el hecho de que el inconsciente está ligado a lo real, y es así que J. Aubert la define también como un desdoblamiento de la experiencia: un lado poético y un lado realista, que liquida lo poético, describiendo de ese modo una falla en el mundo, en la conexión entre inconsciente y real.
No hacer existir ningún Otro es un retorno a la irresponsabilidad y, por otro lado, sostenemos que hay síntoma cuando no hay asentimiento del sujeto a su propio goce. Qué podemos decir sobre aquellos que van a la búsqueda (comandados por el discurso de la época) del goce que sería el adecuado. Qué pensamos acerca de aquellos que justamente se definen por su propio goce, que ésa es la marca indeleble con la que quieren dejar su huella en el mundo. Y lo dicen... y llevan a cabo un acto que inapelablemente los ubica en ese lugar... asumiendo una absoluta responsabilidad, lo que no implica la culpa. ¿De qué responsabilidad se trata? Una hipótesis: responsabilidad que surge del consentimiento a la exclusión del terreno de la sociedad de los débiles, del engaño, para situarse en el desengaño en relación al significante, lo que los define, para el psicoanálisis, como “los desengañados que se engañan”, aquellos que van en busca de la verdad, obviando que ésta tiene estructura de ficción, y, en ese camino, sólo se encuentran con el goce que define el ser del sujeto por fuera de la dialéctica neurótica de la justificación del ser, del deseo.
J. A. Miller sostiene que “los síntomas de la civilización deben primero descifrarse en los Estados Unidos”. La civilización es el sistema de distribución del goce a partir del semblante, pero hoy es la civilización la que de la mano de la ciencia deja al sujeto frente a la Hilfosigkeit (desamparo) capitalista, una hegemonía que la globalización reproduce y donde más claramente aparece la cuestión de la época de la inexistencia del Otro, que sumerge al sujeto en el desengaño y la errancia, con la cuota de incredulidad respecto del padre. Mientras que para Freud un sistema filosófico es una paranoia lograda, para Lacan lo es la ciencia moderna, ya que en su pretensión de saber forcluye al sujeto que la crea, dejando fuera el deseo del que se trata. Es así que se puede pensar estos actos asesinos como el alojamiento en lo que parece la única nominación posible frente a la imposibilidad de hacerlo en relación a un deseo, que se presenta como inlocalizable en la estructura, que sólo es posible por el reconocimiento del Otro, el primer objeto, como una exigencia de amor que establece un lazo primero.
Tanto Harris como Klebold describieron el “no caber dentro”, y “no ser aceptados”, pero esto iba en sincronía con lo que llaman la “timidez” y sus ideas de superioridad. Se armaron contra todas las personas que encontraron ofensivas (los atletas, las muchachas que dijeron no, otros marginados o cualquiera que pensaban que no los aceptaba). En una de las cintas grabadas, se reían acerca de lo fácil que era hacer que la otra gente crea lo que ellos querían. Hablaban de cuán “desarrollados” eran, de cómo se consideraban “sobrehumanos”, sobre la rabia y la cólera que había aumentado por años y que destruiría el mundo. A tono con la política americana, mencionan con indiferencia que algunos de sus amigos podrían morir y que sus familias quedarían devastadas, pero lo justificaban diciendo: “La guerra es la guerra”.
Los padres de Klebold y de Harris son de clase media alta y universitarios, incluso los Klebold le dieron su nombre por Dylan Thomas. En un reportaje realizado hace pocos meses en el New York Times, ven a su hijo como un perseguido por sus compañeros, arrastrado por Harris. Describen el día de los hechos como un “desastre natural”, como un “huracán”. Ella dice: “Yo no he hecho ninguna cosa por la cual necesite ser perdonada”. Culpan a lo que llaman la “cultura tóxica” de la escuela (la adoración de los atletas y una cultura tiránica). Su padre termina diciendo: “Yo soy una persona cuantitativa, soy astrofísico, no estoy calificado para entender esto”. Es evidente que este padre encarna el discurso de la ciencia y que no hay ninguna posibilidad que se formulen alguna pregunta respecto del acto de su hijo, ni siquiera en la dimensión de la pérdida del mismo. Es justamente Klebold quien escribe en su diario: “Es un hecho: la gente es tan inconsciente... Bien, yo creo que la ignorancia es una dicha... Eso explica mi depresión”.
Todos estos jóvenes se definen como parias, como rechazados, desclasados, descastados, como viviendo en un mundo paralelo y exigiendo la verdad, en lo que podríamos llamar una posición de objeción al para todos capitalista. Klebold escribió: “Lo juro, soy como un paria, y cada uno de ustedes está conspirando contra mí”. Es así que esto es retomado por el discurso social, policial y educativo, que hablan incluso del bullying escolar para referirse al maltrato, opresión y humillación que se da entre adolescentes y niños, a la “venganza de los rechazados”, donde se trata siempre de víctimas y victimarios, llevando la cuestión al plano ingenuo de pensar que los hechos hasta aquí narrados son efecto del maltrato al que estos supuestos “rechazados” fueron expuestos. Así pasan a ser culpables los atletas, los populares, los “adaptados” al sistema.
Si el Otro no existe, el Otro como punto de basta no existe, ocupando su lugar el discurso como principio de lazo social, y es así que se reemplazan las relaciones verticales por las relaciones horizontales, pero esto es evidente que falla, cuando lo que define la posición de esos jóvenes asesinos es la negativa a soportar semejantes y constituir una especie. Es así que son los otros, en serie, y ya no uno determinado, los que deben morir, como modo de marcar la diferencia absoluta. Es la comparación que plantea Jacques-Alain Miller entre el crimen por utilidad (podríamos decir, ligado a algún tipo de lazo) y el crimen por goce, donde se pierde la brújula del Otro, un rechazo de la castración originario, reduplicado en el discurso de la época.
Pero el rechazo del que se trata en estos casos es algo más fundamental y constitutivo, un rechazo anclado en su propia constitución subjetiva, que los ubica como sujetos por fuera del lazo social, y donde lo que prevalece es el “boquete abierto en lo imaginario por todo rechazo (Verwerfung) de los mandamientos de la palabra” (J. Lacan, “Variantes de la cura tipo”). Si el Otro no existe, no hay sutura posible entre el significante y el significado, ni correspondencia al referente. Se va a tratar entonces de una palabra que engaña siempre, y es solo semblante. Es decir, estamos frente a un rechazo en lo real: un no ha lugar a la castración, y, por lo cual, se produce la exclusión de la dialéctica del deseo.
Pero justamente, es de un rechazo de donde lo real toma existencia como respuesta a la demanda. No hay otra verdad que la que el deseo esconde con su falta, “para hacer como quien no quiere la cosa con lo que encuentra”, cómo arreglárselas con el goce que no tiene nombre. De últimas, sabemos que la psicosis es el fracaso del semblante, y que sólo hay deseo si algo de la falta circula y se inscribe de alguna manera. Pero en nuestra época, el sujeto ha quedado en relación con el objeto del deseo, el goce, que supone una cierta indiferenciación del objeto y su numeración, abriéndose así el camino a la serie.
Es el odio que viene a negar el ser del Otro, que al no poder encarnarse en un Otro consistente, se distribuye en la humanidad, el Otro al que hay que destruir es el mundo, dispersión donde entonces ya se trata de los pares, de la especie, no localizando un Otro persecutorio, y armando lo que podríamos llamar un delirio poco consistente que no lo sostiene como lazo, dejando al sujeto frente al goce, ya que lo que se evidencia en la persecución es el vacío de subjetividad, el vacío de la referencia, que funda la posibilidad del delirio de cada uno.
Lo que constituye el mecanismo fundamental de la paranoia es esencialmente el rechazo de cierto apoyo en el orden simbólico, rechazo de la castración que se manifiesta como delirio del pensamiento. Y en última instancia, del rechazo de la violencia del deseo como deseo del Otro, que somete al sujeto a la dialéctica de asimilación o de incorporación, o de rechazo. Eva dice de su hijo: “Los niños deben encontrar inquietante un deseo tan profundo, y Kevin siempre traducía su inquietud en desprecio”. O bien: “...puesto que deseara lo que deseara, yo se lo podía negar, la ausencia de cualquier deseo sería para él una especie de garantía de que no podría imponerle mi autoridad”.
Podríamos decir, provocativamente: “No hay síntoma, hay responsabilidad, hay certeza, hay acto”, acto que se presenta como un atravesamiento de una barrera infranqueable, como una forma de acceso a un goce imposible, que fija un tratamiento del objeto, pero del lado de la separación, donde ya no es representado por un significante. En octubre de 1998 (7 meses antes), Harris había escrito: “¡Es mi culpa! No de mis padres, ni de mis hermanos, ni de mis amigos, ni de mis bandas favoritas, ni de los juegos de ordenador, ni de los medios, es solo mía”. Agrega: “Estoy lleno de odio y lo amo”, y en diciembre de 1998 sostuvo que él hubiese sido un buen infante de marina: “Eso me habría dado una razón para ser bueno”. Y además: “¿Ustedes saben que los odio? ¡...Humanidad!!!! ... mataré a todos...”; “Yo soy la ley, y si ustedes no están a gusto con eso, mueren”.
Los términos “impostura”, “engaño”, “estafa”, “canallada”, “impropiedad”, “cinismo”, definen ese terreno donde no se puede soportar el semblante, donde el Ungleuben, la no-creencia, deja de lado el término de la creencia en el que se muestra la división del sujeto, ya que no hay saber que no se eleve sobre un fondo de ignorancia. La creencia es semblante en acto, es decir, en términos freudianos, crea la realidad del sujeto, dándole un argumento consistente para sostenerse en el mundo a través del sentido. Pero si es la impostura lo que manda, esa creencia no funciona como semblante, ¿qué queda para el acto? ¿Cuál es su lugar entonces cuando decimos que la certeza del acto anula la indeterminación del sujeto?
Eva dice de su hijo: “Kevin no se burlaba de la inutilidad de nuestros tabúes, sino de la propia sustancia de éstos. ¿Y qué hay de su actitud hacia el sexo? ...El sexo es una lata (...) Es como las piezas de aquella caja de herramientas de juguetes que Kevin desdeñaba de niño: la clavija redonda encaja en el agujero redondo. El secreto es que no hay ningún secreto (...) supongo que no tardó en darse cuenta de su carácter ilusorio”. Eva es una buena representante del pragmatismo americano, y no deja de ironizar acerca del “americanismo” de su marido, un buen representante de la “sociedad de los débiles”, cuyo apellido ella no permite que sea el de su hijo, por considerarlo grosero y “terriblemente americano”.
Tal vez debamos entender estos actos como la posibilidad de encuentro (o búsqueda) con un objeto vacío de subjetividad, con un otro objetalizado, sin deseo. O como dice Eva por primera vez angustiada, al final de la novela, en el momento en que Kevin le entrega lo que parece su único objeto de interés y resto del único ser por el que Eva parecía sentir amor: “No ocurre con frecuencia que, cuando miras un objeto, éste te mire a su vez”. Dejamos esto como enigma. Es a través de la ficción de la novela que se enterarán de qué objeto se trata.
* Directora de Virtualia, revista digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL). El texto forma parte de una investigación en conjunto con Silvia Bermúdez, y se incluirá en Púberes y adolescentes. Estudios Lacanianos, de próxima aparición (ed. Grama).
Más que el placer, es el dolor el factor en torno al cual un sujeto alcanza la dignidad de la identidad. El duelo está en los albores de la constitución subjetiva del ser hablante.
Por Sergio Zabalza*
Es curioso, el sentido común indica que la palabra duelo remite a un final, por lo general asociado a la muerte. Sin embargo, desde la perspectiva psicoanalítica, el duelo está en los albores de la constitución subjetiva del ser hablante: sus consecuencias sellan, determinan y orientan el deseo de una persona, su capacidad de amar y la condición erótica que agita la elección sexual.
Porque más que el placer, es el dolor el factor en torno al cual un sujeto alcanza la dignidad de la identidad. La poesía viene en nuestra ayuda. "Me gusta cuando callas porque estás como ausente", es uno de los versos más logrados de la literatura universal ¿Por qué su natural y fluida tonalidad logra tan envolvente empatía?
De lo que se trata es que, con sencillez tan solo aparente, el poeta logra transmitir el rasgo distintivo del deseo humano, a saber:
el objeto sólo se constituye en tanto perdido, se hace único por su ausencia. No otra cosa busca el lactante cuando llora hasta que la madre acude, para luego así despedirla berrido de por medio. En ese ritmo de presencias y ausencias se tramita, tal como dice Freud, "algo impresionante" más allá del principio de placer: el desprendimiento del objeto.
Es notable que para dar cuenta de esta capital articulación entre duelo y deseo que se da cita en el ámbito íntimo y reservado del hogar, Lacan apele a un escenario público y universal: el Hamlet de Shakespeare. En efecto, dice allí que no se trata del deseo por la madre sino del deseo de la madre.
Sutil pero decisiva observación, por cuanto basta que el Otro --en este caso la madre-? no tolere la separación que supone dejar al niño en soledad, para que se desencadenen todo tipo de inhibiciones o catástrofes subjetivas. Una paciente recién separada de su pareja solía venir a mi consultorio con su hija de casi tres años y --mientras le daba la teta-? se quejaba porque la niña no hablaba. No hay necesidad de mucho cavilar para convenir que la nena se hacía cargo de la angustia de la madre. Detrás de los duelos patológicos siempre hay un amor mal avenido o poco generoso. Detrás de los actings adolescentes siempre hay un adulto o autoridad que no sabe o no quiere brindar un lugar.
La conclusión es la siguiente: la tramitación psíquica por la pérdida del objeto se hace en el lugar del Otro, si éste no colabora no hay duelo posible. Por eso Hamlet enloquece al constatar que su madre no hace un espacio, una escansión o un intervalo para tramitar la muerte del marido, que también era el padre de su hijo.
De esta manera, el duelo constituye una perspectiva privilegiada para visualizar los efectos de la división subjetiva que el lenguaje impone al ser hablante. Tomemos por caso ese paciente de Freud, torturado de dolor porque su padre, muerto recientemente, se le aparecía en sueños y le dirigía la palabra sin saber que ya había fallecido
Dice Freud: "El padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía. Pero él se sentía en extremo adolorido por el hecho de que el padre estuviese muerto, sólo que no sabía".
Cabe preguntarse en esta escena cuál es la raíz del dolor psíquico que trae la producción onírica: ¿se trata del sufrimiento por este padre que muere o más bien la problemática reside en que él (el padre: el Otro, en este caso) no lo sabía? Porque si el autor del sueño es el soñante --en este caso, el hijo--, entonces se trata del lugar del Otro en el sujeto mismo.
Por otra parte, contra toda lógica que se ampare en el sentido común, Fiesta y Duelo son vocablos distantes tan solo en apariencia. El primero remite a una celebración, una ocasión de dicha y derroche. Por el contrario, el segundo evoca el dolor de una pérdida --junto con su correspondiente saga de culpa y tristeza-- aunque, también, la constatación de una confrontación grave y definitiva.
Quizás nos sirva de guía recordar que el uso lingüístico marca que los pactos se celebran. De hecho, la antropología revela que la institución de la fiesta consiste en el reconocimiento de una deuda con un orden superior. Así lo atestiguaba la ceremonia del potlash con que algunas etnias del Norte de América sacrificaban una parte de sus bienes a manera de ofrenda a sus dioses.
Pero además, toda la experiencia clínica nos indica que dicha y dolor están indisolublemente ligados entre sí. Basta recordar las imágenes de Tierra de Sombras, aquella película de Richard Attenborough cuyo protagonista no toleraba que, durante los momentos de dicha, su amada hablara de la enfermedad terminal que la acechaba.
"Aquello es parte de esto", era el sabio y oportuno comentario de la mujer, como si ese límite fuera condición para la dicha que los embargaba en esos momentos.
*Psicoanalista. Hospital Alvarez, Buenos Aires.
Enseñanza del autismo desde el psicoanálisis
Por Laura Bosco*
Es indudable que el autismo es un significante de nuestra época. Es muy común encontrar programas y series de televisión que cuentan entre sus personajes con un niño o una niña "autista" que casi siempre conforma un prototipo a primera vista incomprensible que luego encierra la "clave" que permite descifrar un enigma o simplemente predecir una serie de sucesos unidos y encadenados en una determinación absoluta. Esta imagen no condice con las descripciones de quienes aislaron este cuadro y le dieron este nombre. Hay una transformación que se opera que no es independiente de cómo se conforma la "subjetividad de la época".
Podríamos decir de manera muy sencilla que desde el inicio el autismo plantea una dificultad derivada de la idea que nos hagamos del espacio y de cómo los cuerpos lo habitan. ¿Un niño encerrado en su mundo? ¿Alguien que privilegia su mundo interior y evita el contacto con el exterior? ¿Alguien que encierra un secreto? ¿Alguien que construye un caparazón para defenderse de una angustia que le resulta intolerable? Podemos seguir con las preguntas que se correspondan con las definiciones que se han dado del autismo y en todos los casos nos pondrán a considerar la particularidad de un espacio y un manejo de los cuerpos del que nos es bastante difícil dar una explicación.
Martin Heidegger en el texto Construir, habitar, pensar plantea que el hábitat propio del hombre es el lenguaje. Un lenguaje que nos interpela y que lejos de ser un instrumento del que el hombre es el dueño, es el lenguaje el que es amo del hombre. A más rechazo de la determinación del lenguaje, más el ser humano se condena a lo inhóspito, más se encuentra fuera de lugar. El hábitat del hombre: el lenguaje. A más rechazo de la determinación del lenguaje menos posibilidad de situar un lugar.
Jacques Lacan insistió desde el inicio de su enseñanza y hasta los momentos más avanzados, como por ejemplo en "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma" (donde es interrogado particularmente sobre el autismo) en la "evidencia" del lenguaje, para contraponerlo a las teorías que consideran al gesto como pre?verbal pero además para hacernos considerar que a pesar de que alguien no hable no está situado por fuera del lenguaje. También nos lleva, por otro lado, a establecer que el lenguaje no se reduce a la comunicación, ya que hay fenómenos que se relevan claramente en el autismo donde algunas palabras pueden ser dichas y donde queda excluida la intención de comunicar algo a otro.
Hay un encuentro que define al síntoma que es entre los significantes y el cuerpo. Hay una pregunta formulada por Lacan que nos pone en la buena pista ¿por qué en ese encuentro hay algo, tanto en el autista como en el esquizofrénico, que se "congela"? La respuesta que podamos construir no dejará por fuera la consideración de su tratamiento, y el hecho que podamos en Psicoanálisis desprender lo que el autismo nos pueda enseñar.
*Analista. Miembro de freudianas, Institución de Psicoanálisis.
Con nuevos métodos de diagnóstico, se multiplican los casos en EEUU y Europa; en Francia buscan prohibir por ley "las prácticas psicoanalíticas con los autistas", y un documental avala la idea. Encendida la polémica, una diversidad de voces alerta sobre los dispositivos de control de la subjetividad a través del discurso de la ciencia, en una época de la cual el autismo es una perfecta metáfora.
"Relacionarse con el propio cuerpo como algo ajeno es ciertamente una posibilidad que expresa el verbo tener. Uno tiene su cuerpo, no lo es en grado alguno. De aquí que se crea en el alma,
después de lo cual no hay razones para detenerse, y también se piensa que se tiene un alma, lo que es el colmo".
Jacques Lacan
El hombre es un animal doméstico. Dependiente hasta entrados los años, no se diferencia demasiado de un perro, un gato, una oveja o una tortuga. Por cierto, la pericia o impericia en el uso del lenguaje lo convirtió en otra cosa, máquina de guerra, artista, pastor de rebaño o experto en la percepción y medida del tiempo y el espacio. Así las cosas, es imposible ocultar para quien escribe cierta simpatía por los autistas, esa especie de homúnculo que prefiere no hablar, no comunicar, que escucha al Otro pero es indiferente, verboso a su pesar, “cultor” de estereotipias y ecolalias. El autista es un intruso con el que las familias no saben qué hacer. Pero no es un activista en potencia, no sabe (como nadie) por qué hace lo que hace, tampoco es autónomo. Es un niño. Y sin embargo, es un niño que puede inventar un modo de soportar ese dolor y con el paso del tiempo transformarlo, transformarse en activista, escuchar, hacerse responsable de sus actos y ganar (como cualquiera) una módica autonomía.
Es una posibilidad abierta si no cae en las orejas y las manos de la medicina, la neurobiología, la biopolítica o el conductismo que hegemonizan el modo de la técnica contemporánea y privilegian, con algún propósito que no viene al caso, su alianza con la industria farmacéutica. El mercado del autista contemporáneo lo quiere educado como muñeco y consumidor, antes que aquel clásico capaz de rechazar todo lazo y mortificarse. El autista es hijo de unos padres desorientados que en casa tienen un problema y que para terminarlo, si es imprescindible, si es por su bien, será objeto de reeducaciones, manipulaciones, invasiones, adiestramientos, tratamientos electroconvulsivos, cargas de neurolépticos. Se fracasará pero se volverá a intentar. Aquellos que se espantaban de los campos de reeducación ideológica de Pol Pot en Camboya no tienen idea de lo que sucede en los laboratorios occidentales. Alguien vuela sobre el nido del cuco y recuerda al Kaspar Hauser de Herzog.
Eso es lo que está pasando en la actualidad, en los tiempos hipermodernos.
Dice el psicoanalista francés Guy Briole: “En la aceleración actual (…) todo es aplicable inmediatamente y sometido al dictado de la evaluación y la rentabilidad. Este desplazamiento del lugar político, sociológico, filosófico y cultural donde se piensan los proyectos para el hombre de mañana hacia la racionalización fría del ingeniero y del economista, es lo determinante. Pretenden remodelar la sociedad y los hombres que la componen a partir de los progresos científicos considerados, ellos mismos, según criterios de rentabilidad”.
Esto es: aplastar la singularidad del autista por una protocolización evaluativa, normativizante, universal y pedagógica. El autista es imposible de pedagogizar hasta cierto punto. Luego, será, como escribió Jean-Luc Milner, una cosa más entre las millones de cosas que lo rodean.
¿Qué buscan los psiquiatras, psicólogos y médicos operadores del mercado? Según Briole, “identificar cohortes biológicas y crear grupos más homogéneos basados en aspectos seleccionados. Entienden por ello criterios bioquímicos, genéticos, histológicos, neuroradiológicos y cognitivos, así como una pertinencia de las comorbilidades del autismo con la epilepsia, las miopatías y otras enfermedades muy poco frecuentes”.
El autismo es manos del cognitivismo, según Eric Laurent, lo único que trajo “es la multiplicación por diez del número de casos en veinte años”, sin olvidar que “dicha categoría se funda en hipótesis que los últimos veinticinco años no han permitido confirmar de ninguna manera”, dice el psicoanalista desde París.
Gabriela Grinbaum, psicoanalista argentina y co-directora de la publicación Registros, en cambio, no cree que haya “más autistas en la actualidad, pero es cierto que bajo la nosografía impuesta por el DSM, el Trastorno general del desarrollo, conocido como TGD, no sólo recae sobre los niños autistas o psicóticos sino que es diagnosticado de la misma manera todo niño con problemas de conducta más severos: de agresividad, cambios de humor, los que no se adaptan al colegio, es decir, los que no encajan, los que salen de la media. Y como el TGD es una etiqueta multiuso, da la impresión que hay más. Y el resto padece ADD, déficit atencional. Y la ritalina es moneda frecuente”.
Su colega, Luján Iuale, autora de Detrás del espejo (Letra Viva), no la desmiente: “Hay un avance cada vez mayor respecto a la medicalización y patologización de los niños. Este problema no es exclusivo de los autistas. Sí, cada vez más se presenta a estos niños, desde la perspectiva del déficit, que trae como correlato la idea de medicar para “regular”, y de re-educar y re-habilitar lo disfuncional con fines adaptativos, desconociendo que más allá de lo que está perturbado en cada ser hablante, estos niños presentan modos particulares de producción subjetiva. Lamentablemente la dupla TCC-fármaco intenta imponerse como paradigma científico, desconociendo la importancia del trabajo psíquico como motor. No me cabe duda que el avance de esta dupla responde además a fuertes intereses económicos. Esto no quiere decir que todos los terapeutas que trabajen con dicha orientación persigan fines de lucro, sino que se montan empresas muy rentables pero que no sacan al niño del aislamiento”.
Como sea, en los Estados Unidos y Europa, la multiplicación de autistas crece, pero muchos suponen que serían más si los psicoanalistas continuaran tratándolos.
En marzo de este año, en una crónica del diario Clarín podía leerse que “según un informe difundido por el Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC), la principal entidad oficial de monitoreo del tema en los Estados Unidos, la cantidad de casos subió un 78% desde el 2000. En la actualidad, uno de cada 88 niños sufre este trastorno neurobiológico (sic)”.
Así y todo, en Francia han puesto manos a la obra: el 26 de enero pasado quedó registrada, en la presidencia de la Asamblea Nacional, una propuesta de ley que apunta a prohibir el acompañamiento psicoanalítico de las personas autistas, en favor de los métodos educativos y conductuales. Pretende también pedir a las universidades la exclusión del psicoanálisis de las asignaturas concernientes a la enseñanza acerca del autismo.
En su momento, el autismo recibió de Francois Fillion, primer ministro del gobierno de Nicolás Sarkozy, la cucarda de “Gran causa nacional 2012”. Y desde ese momento, asociaciones de padres de niños autistas sostienen una guerra: “la guerra está declarada contra el psicoanálisis”.
Esta campaña, preparada por profesionales del periodismo, caricaturiza al psicoanálisis y propone terapias conductistas como única solución al autismo en su conjunto. La operación se apoya en el recurso a la ciencia que habría demostrado la causa biológica. Pero por el momento esa causa es una falacia que nadie ha podido demostrar.
Al respecto, Laurent dijo que “la maniobra está arropada mediante el recurso a la ciencia que afirmaría poder explicar el conjunto de los fenómenos mediante una estricta consideración biológica, sin tener en cuenta la relación que sustenta el sujeto con el mundo, hasta tal punto la apariencia de ciertos autistas permitiría pensar en este corte. El drama de salud pública planteado por estos sujetos coloca sin embargo en primer plano la recepción de estos síntomas en un discurso. Incluso si se explica el sorprendente crecimiento del número de casos mediante artefactos estadísticos, hay que explicar por qué la mirada clínica desvela mejor estos síntomas. Además, es el único ‘trastorno’ psíquico en el que la metáfora de la reducción del trastorno a un ‘desequilibrio químico’ como en la depresión, por ejemplo, es rechazada”.
La psicoanalista argentina Alejandra Glaze, lo dice de otra manera: “Debemos saber que en cualquier ley hay un vicio de estructura: está construida en base al ‘para todos’; la ley está preparada ya desde su origen como rechazo de lo singular. Es por eso que en la educación de los niños hay algo singular que se debe ajustar al ‘para todos’, tarea siempre imposible si seguimos a Freud. Pero la pregunta de interés es qué es lo que hay que homogeneizar en ese juego del ‘para todos’: el encuentro con la lengua. Algo que se pone en juego antes de lo que se enseña y se aprende, antes de los que mandan y obedecen, que constituye lo más singular del sujeto.
“Se debe valorizar al niño autista, no captarlo como un deficiente manipulador, sino como un sujeto inteligente entorpecido por sus angustias. En el tratamiento, se trata de estar allí, presente, para que el niño invente, cada uno, una manera de hacer con eso que lo angustia, no invadiéndolo ni amenazándolo con propuestas que vayan contra sus invenciones sino contando con sus potencialidades y sus incapacidades, pero también con su objeto privilegiado, el objeto autista. Estar allí, en presencia, uno por uno, para que pueda ser escuchado en lo que tenga que decir, y para que encuentre una forma de hacer con eso que lo retiene en esa posición encapsulada, en un intento de ligar el significante al cuerpo”.
Pero un episodio posterior al de la Asamblea Nacional, agitó más las aguas. Eric Laurent, junto a Alexandre Stevens y Esthela Solano, demandaron a la realizadora del documental El muro, Sophie Robert, por difamación, argumentando que la forma en que la película, donde aparecen sus testimonios, presentaba una edición tendenciosa y distorsionada al solo objeto de hacer circular una diatriba contra el psicoanálisis.
Y Ana Ruth Najles, psicoanalista también, recuerda que “en un texto de 1967 Jacques Lacan ubicó a la segregación como el problema más candente de nuestra época ya que está conectado con la relación que existe entre ‘el avance de la ciencia y el cuestionamiento de todas las estructuras sociales que éste trae aparejado’.
“Interpretamos este camino de segregación como la pérdida del estatuto de ser hablante, dejado sin palabras, sin responsabilidad, para caer en el estatuto de objeto de manipulación por parte del mercado, homologable a cualquier objeto producido por la tecnología: esta objetalización da lugar a lo que Lacan denomina el ‘niño generalizado’, que se traduce como ‘todos iguales’, es decir, para todos el mismo goce.
“El niño generalizado, producto de las variantes modernas de la segregación, segrega a su vez la muerte misma. Excluir el hecho de que no hay posibilidad de saberlo todo, de tenerlo todo, de decirlo todo, de no morir, de gozar de todo, eso es segregar la muerte. Esta época se caracteriza como la época del Otro que no existe, ya que el Otro, como lo dice Jacques-Alain Miller, en tanto garante de la verdad universal, no existe más. Los ideales de otrora ya no se sostienen.
“Entonces, ¿qué lugar ocupa un niño para este sujeto auto-referencial, constituido como narcisista, el del discurso capitalista?
“El mercado ha tomado a los niños como destinatarios privilegiados de sus estrategias de consumo, transformándolos así en los consumidores-consumidos por excelencia. Y esto se manifiesta en un fenómeno de los últimos años: el de los niños diagnosticados masivamente en el mundo occidental con un trastorno inventado, el así llamado ADD –síndrome de déficit de atención–, y medicados a veces durante la infancia y adolescencia, o la vida entera.
“Digo ‘síntomas modernos’ de la infancia entre comillas para hacer notar que tanto los chicos inquietos en el aula como los fenómenos del autismo no son fenómenos nuevos. Lo que es nuevo es el esfuerzo que la ciencia hace, de la mano de los medicamentos y del mercado, por hacerlos callar. Por dejar a los niños sin palabras, sin responsabilidad, en posición de objetos consumidos por el mercado de las ‘drogas’ lícitas. Ciertas corrientes de la industria farmacéutica se interesan por tener el control absoluto sobre estos ‘síntomas’ y el mercado que generan.
“La cantidad de chicos medicados con ritalina por el ADD, permite leer un aspecto de la cuestión, más allá o más acá de las políticas en juego; por el sesgo de una autoridad (la de los educadores) que ya no se sostiene, dada la debilidad del discurso pedagógico, discurso que padece de una insuficiencia radical para transmitir un saber en la época de Internet”.
Pero el titular del Ejecutivo francés, el “socialista” Francois Hollande ya comunicó su decisión a los psicoanalistas: “Tratándose en particular del autismo, voy a sacar las consecuencias del reciente informe de la Alta Autoridad de Salud (Haute Autorité de Santé, HAS)”. Basándose en el mismo informe, Daniel Fasquelle, diputado del partido de Nicolás Sarkozy, anunció su intención de introducir un proyecto de ley para prohibir “las prácticas psicoanalíticas con los autistas”.
¿Está perdida la batalla? Jean-Claude Maleval (de quien Grama acaba de publicar ¡Escuchen a los autistas!), se pregunta lo mismo. “¿Cuáles son entonces las principales conclusiones de la HAS en 2012 con respecto al tratamiento del autismo? ¿Y qué consecuencias se pueden sacar de ellas? Ninguna de ellas descansa en pruebas científicas establecidas. Dos enfoques, el método ABA y el programa de desarrollo de Denver, reciben un grado B, que designa una ‘presunción científica’ de eficacia, mientras que el programa TEACCH obtiene el grado C, que designa ‘un bajo nivel de prueba’. En cambio, los ‘enfoques psicoanalíticos’ y la ‘psicoterapia institucional’ se consideran como ‘intervenciones integrales no consensuales’: no resulta posible concluir a favor de la pertinencia de estas intervenciones debido a la ‘ausencia de datos sobre su eficacia y a la divergencia de los puntos de vista expresados’. Existe, sin embargo, una considerable literatura consagrada a los tratamientos psicoanalíticos del autismo. Datos existen, pero hay que aclarar que no existen los que cumplen con los requisitos metodológicos de la HAS”.
Jorge Alemán, psicoanalista y agregado cultural de la embajada argentina en España, sostiene desde Madrid que “más allá de la gravedad de la prohibición con respecto a la cuestión especifica del autismo, el asunto de fondo es que se vuelve cada vez más patente el antagonismo entre los dispositivos de evaluación, control y producción biopolítica de la subjetividad –consumados ahora en la hegemonía neoliberal en Europa– y la ética del psicoanálisis: es la ideología de la ‘objetividad’ y la ‘metafísica de los expertos’ asumidas por el Estado como instrumento de las mismas, la que rechaza la experiencia del inconsciente”.
Podría decirse que la batalla legal y cultural está perdida, a pesar que el inconsciente no es un objeto o un artefacto sino que se conoce por sus efectos, que ningún modelo computacional puede calcular y nada los pueda hacer desaparecer, ni siquiera en esta época, de la cual el autismo es una perfecta metáfora.
Grinbaum retrata a la hipermodernidad como “un estilo autista general, lo que hace que los niños autistas queden muy camuflados. Dos niños se juntan a jugar cada uno con su aparatito y nadie nota que tras ello se oculta una dificultad de lazo al otro, un rechazo radical al otro, que es lo que caracteriza al autista. Digo que en los tiempos contemporáneos todo se dirige hacia un mundo, insisto, de estilo autista, con goces autistas, y cuando finalmente el encuentro del grupo se concreta, por supuesto vía Facebook, lo que se produce es una reunión de amigos que no largan su gadget y difícilmente conversen entre ellos. Las familias se sientan a comer, clásicamente el momento de reunión e intimidad, a lo sumo interrumpida por algún programa en la tele, y hoy cada hijo, incluso para mantenerlo sentado, está inmerso en su iPad, iPod Nintendo y demás”.
Alejandra Glaze no es menos clara: “un sujeto autista encarna la negativa a no dejarse dominar por la intrusión que implica la existencia del Otro; a no dejarse someter a esa violencia que significa estar tomado en un discurso. El autista nos muestra el rechazo a un modo de ser habitando una lengua. Se trata de un Otro que funciona como una pura exterioridad de todos los significantes. Es quien justamente no se deja tomar en ningún discurso, va solo con su invento, que lo protege de la angustia, y con su objeto autista, lo que hace que desde ciertas corrientes en las que se lo intenta normalizar, se llame a sus conductas ‘obsesiones’, y se quiera, muchas veces, eliminarlas lisa y llanamente.
“Sabemos que el discurso de la ciencia no se lleva bien con la singularidad del sujeto, y también que es poco proclive a aceptar las diferencias, de modo que siempre tiende a acallarlo y proponerle conductas ligadas a una normalización. En este sentido, la especificidad del autista es concebida como un obstáculo al discurso educativo y al científico, que muchas veces van juntos. De ahí ese interés tan decidido por borrar cualquier especificidad de ese sujeto, e intentar llevarlo hacia el terreno de lo esperable.
“Es de lamentar que en nuestra época nos encontremos frente a un impasse en el que el mercado de la salud mental segrega la subjetividad, más evidente aún en el caso de los niños, utilizando nombres que etiquetan los síntomas como disfunciones. El autismo y el ADD son algunos, que reducen ese supuesto disfuncionamiento a un dato estadístico a completar en un protocolo, y evitando la pregunta sobre el malestar que aqueja al sujeto; mediante el rechazo a la subjetividad, estas corrientes inflacionan el autismo contemporáneo, objetalizando aún más a esos mismos niños. La idea que subyace en dichas medidas de control social tiene que ver con la idea de un hombre neuronal y un niño programado, que responda a los ideales de la época, hoy más ligados a la efectividad y a la producción que a la invención singular.
Pero “es interesante pensar por qué a la hiperactividad le siguió en interés el autismo. Son dos diagnósticos que suelen utilizarse en el discurso de la ciencia cuando el sujeto no se deja ‘atrapar’ o ‘normalizar’. Son enigmas de la ciencia a los que intentan dar respuestas rápidas sin pasar por lo que implica entender a qué responden. A ambos, se les pide sólo que obedezcan. Tal vez la causa pueda encontrarse en la patologización de los cuerpos, en esa práctica de la biopolítica que hace ingresar a los dispositivos de control hasta lo más íntimo del cuerpo; biopolítica que se topa con un obstáculo que procede de lo real, la pulsión, que no es digitalizable ni representable por ningún procedimiento técnico”.
Un acercamiento psicoanalítico al complejo problema del autismo
Ante la insistencia en el aprendizaje de estructuras normativizantes, la orientación lacaniana subraya la propuesta específica de cada sujeto autista para salir de su encierro. Una ley debe contemplar las diferentes modalidades de abordaje.
Por Camila Candioti*
Pensaba qué decir en esta oportunidad sobre un tema tan complejo como el Autismo. Justamente me resonó "decir" --aquello suspendido para el llamado autista-- y me preguntaba si una de las funciones de esta breve intervención era darles voz. Manifestar una voz no vociferante ?-como la que ellos perciben-?, sino hacerlos existir en el mundo de los parlantes respetando sus formas, tal vez oficiar como una especie de intérprete y/o abogado defensor del sujeto autista.
Los autistas tienen mucho para decir, son poseedores de un sin número de enseñanzas a las que hemos de ser sensibles y capaces de comprender. El valor inestimable que enseñan día a día, caso por caso, los autismos, es que nada en el sujeto es natural, ni siquiera aquellas funciones primarias que permiten la supervivencia (comer, dormir, caminar, interactuar, entre otras). Hasta el velo de la unidad y el orden del organismo son corridos de lugar, apareciendo con toda su potencia lo real del viviente y su discrepancia con el lenguaje.
El psicoanálisis hace posible un lazo allí: el jeroglífico extraviado en esos actos esterotipados y aparentemente sin sentido, son recuperados por la presencia del analista, quien es capaz de traducir el código perdido.
Mientras que las diferentes terapéuticas hacen de la reeducación la fortaleza de su intervención, el psicoanálisis sostiene la verdad del sujeto. Ante la insistencia en el aprendizaje de estructuras normativizantes, la orientación lacaniana pone en primer lugar la propuesta específica que cada sujeto autista tiene para salir de su encierro. La veracidad de tal orientación se sostiene no sólo en la teorización y comprobación clínica, sino en la voz misma de aquellos jóvenes y adultos que han encontrado una salida, un nuevo modo de vida y es esto lo que transmiten con empeño en sus biografías y blogs.
Es clave poner en valor la particularidad de cada autismo, en lugar de la generalización de la terapéutica. A cada autismo le corresponde un tratamiento singular, ningún autista es igual a otro; es decir, hay tantos autismos como autistas existen. Ello no quiere decir que no tengan nada en común, si lo hay, eso que tienen de común es la dificultad extrema en el lazo con el semejante y con su propio cuerpo, pero hay que tener claro que, ese profundo atolladero en cada sujeto asume una modalidad diferente.
El psicoanálisis plantea una modalidad de alojamiento del sujeto y su familia, que permite un entramado posible en el camino de inscribir un nuevo espacio de vida para cada autismo. Una apuesta de los analistas en las instituciones se dirige a interrogar las normas y mandatos. Dicha interrogación no se dirige a prescindir de las reglas, sino ha flexibilizarlas según la necesidad del caso. La barradura del Otro -?institucional-? permite hacer un menos de presencia, restar mirada, extraer voz, vaciar ese lleno agobiante que inunda y deja sin lugar al autista. Correr a la institución de los estándares permite rescatar la singularísima respuesta que el sujeto ha dado.
Es de suma importancia también la pregunta por su padecimiento, es el eje que no se debe perder. La decisión de trabajar con ellos, la claridad de la orientación del tratamiento de ninguna manera debe anular el enigma que plantea cada modalidad autista de estar en el mundo. Este desafío es un ejercicio constante de los trabajadores, amigos y padres del sujeto autista; nos confronta con cotidianamente con lo imposible. Es desde allí, desde el no saber, desde el lugar de respeto y atención al sujeto que éste podrá desplegar la forma específica de su salida al lazo con el otro y a la vida, más allá del impedimento del padecimiento.
Una ley de autismo debe contemplar todas las diferentes modalidades de abordaje y tratamiento, dejando a las ciudadanos la posibilidad de elegir de acuerdo a sus convicciones.
*Miembro EOL y AMP.
Las adicciones como prácticas de goce, aun cuando el modo de consumo sea solitario, siempre están referidas a un grupo, a un circuito social, a ciertos sistemas de intercambios que atañen a generaciones, épocas y modas.
Por Adriana Testa (*)
En estos tiempos de democratización de la bohemia, drogas y alcohol son signos de otra cosa. De los grupos de culto que hacían de los elixires exquisitas experiencias de mutaciones en los estados de conciencia, acompañados de una música (blues, jazz, rock, tango) que hacía vibrar el cuerpo al unísono de esas mutaciones, pasamos a otros escenarios donde drogas, alcoholes y psicotrópicos acompañan otros modos de estar en el mundo. Corren de mano en mano por las calles pasando desde el lugar íntimo al público sin diferencia alguna o muy pocas. El marco que da vista al mundo también es otro: la omnipresencia de la mirada y de la voz hacen de cualquier urbe una galería comercial en la extensión de una megalópolis virtual (Eric Laurent, 2005). Somos mirados de modo casi constante, desde la cámara que controla hasta la publicidad que nos propone incansablemente cómo vivir. Y sonorizados de modo también casi constante por una voz planetarizada, omnipresente, que nos llega desde lo más próximo hasta lo más alejado de nuestro entorno. El discurso de la ciencia, que hoy no avanza si no es en la medida de su aplicación tecnológica, ordena de modo vertiginoso estos escenarios.
Entonces, el imperativo de consumo regulado por las reglas de mercado se inscribe en un "para todos", sin embargo esa regulación se diferencia de lo que le sucede a cada sujeto que se sostiene en la multitud mediante sus identificaciones y sus lazos libidinales. (Germán García, 2009).
Las adicciones como prácticas de goce, aun cuando el modo de consumo sea solitario, siempre están referidas a un grupo, a un circuito social, es decir, a determinados sistemas de intercambios que atañen a generaciones, épocas y modas. Si bien esas modalidades de consumo son particulares, es decir, comunes a un conjunto determinado, en el caso de una adicción la propuesta de su tratamiento no es compatible con un programa estandarizado para tales consumidores de tales o cuales drogas. La práctica que propone el psicoanálisis se orienta de un modo muy diferente.
No hay una respuesta "para todos" por igual. En primer lugar, por un principio freudiano de rigor: la causa de la adicción no es la droga. El agente no es el narcótico, sino la satisfacción paradójica que una adicción viene a suplir. (Freud, 1897). Sin duda, también están en juego las sustancias en sus distintas variaciones. No hay "la droga", sino que las hay muy diversas y modalidades de consumo también diversas según el ritual, la "junta", el contexto social. Ambos aspectos inciden en lo real del cuerpo. En tal sentido, el uso mismo de determinadas drogas, por la variabilidad de sus efectos -sea marihuana, hachís, cocaína, éxtasis, pasta base, paco, inhalantes, ácidos, ketamina, o sean psicofármacos, alcohol y sus más variadas combinaciones-, ya es índice de una particular modalidad de satisfacción, así como también lo es el modo de consumo: la dosis, la frecuencia y la vía, es decir el ritual. Eso que Freud llamó, en 1897, el "hábito". Un hábito que en la adicción se asume compulsivamente.
No obstante, no hay posibilidad de saber de qué se trata en cada uno si no es por la vía del relato a que dan lugar las drogas. Cuando el cuerpo ya no está capturado por las drogas, sólo a través del vector de la palabra, tal como ocurre con un sueño, es posible seguir el principio freudiano que orienta hacia la satisfacción que suplen y su fatídica inscripción.
(*)Presidenta de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL)
La ficción de Disney es el paradigma de la separación que debe realizar toda hija del deseo materno para acceder a su sexualidad femenina. Cada ser hablante interpreta a su manera al deseo de la madre, lo que incidirá en su vida erótica.
Por Graciela Giraldi*
La película de dibujos animados titulada Valiente, del Director Mark Andrews, pone en escena el fuerte lazo amoroso que une a la hija con su madre, el que se quiebra estrepitosamente durante su adolescencia. Valiente (Mérida) desde muy niña amaba su libertad, y pasaba sus días cabalgando e investigando lugares desconocidos, además de usar con destreza el arco y la flecha que le había regalado su padre. Valiente es el paradigma de la ruidosa o querellante separación que debe realizar la hija del deseo de la madre para poder acceder a su sexualidad femenina.
El deseo materno asfixiaba a la joven, quien cegada por su enojo buscó primero la falsa salida: que cambie mi madre. Más tarde, cuando la jovencita se confrontó con el imposible de que la madre no podía resolverle la vida, y de que la solución sólo estaba de su lado, fue logrando con astucia que su madre reconociera su derecho a elegir sus objetos de amor y deseo, además de haber puesto en juego ante su padre y los otros hombres sus rasgos femeninos como el hechizo, el misterio, la seducción y el coraje.
Freud tenía la hipótesis de que la madre de Leonardo Da Vinci puso a su hijo en el lugar del marido y le mochó una parte de su virilidad. Dicha apreciación freudiana nos lleva a reflexionar sobre el impase subjetivo en el que se encuentra muchas veces el niño para separarse de ese lugar de objeto del goce materno cuando no cuenta con una madre orientada en su deseo como mujer. Por el contrario, si la madre deja traslucir ese aspecto del más allá de ella como mujer, ello incide favorablemente en la vida amorosa de sus hijos, haciendo lugar a las diversas respuestas subjetivas de cada uno en relación al deseo, el amor y el goce.
Por su parte, el psicoanalista Jacques?Alain Miller destaca que es preciso que todos los cuidados al niño que la sociedad espera de las madres no disuadan a las madres de desear como mujer. Del lado del ser hablante, cada uno interpreta a su manera al deseo de la madre, lo que incidirá en su vida erótica.
Hoy día es observable que las mujeres ya no taponan su falta como antaño llenándose de hijos. Tal vez porque la subjetividad de la época está alertada de que el exceso de madre ahoga el acceso a la femineidad. Además cada niña/o es el producto de ese deseo de una mujer, objeto deseado que en el mejor de los casos ella se lo pide a su pareja amorosa. Otras veces, se lo encarga a la Ciencia con o sin la mediación del amor al partenaire sexual.
Ahora bien, debemos ubicar que el deseo de la madre es de un orden distinto al de planificar tener un hijo. Decíamos que el deseo de la madre está intrínsecamente enlazado a la sexualidad femenina, en relación a cómo cada mujer asume o rechaza su femineidad. De allí que la buena madre no es la madre buena, sino la que responde desde el lugar del no?toda madre, es la que está fallada o la que no encaja con la madre Ideal.
La buena madre es aquélla cuyo deseo de niño diverge en la medida que consiente a ser buscada y encontrada como mujer por su partenaire hombre.
¿Qué queremos decir con esto? Que desde la perspectiva del niño la madre será suficientemente buena madre si no lo es demasiado. Porque la buena madre es la que puede ir más allá de la madre educadora, o de la que enseña al niño a tener buenos hábitos y modales.
Los sociólogos ubican cómo el semblante de la madre?abnegada, aquélla del sacrifico por el bien de sus hijos fue mutando hacia la madre?orquesta de nuestra época, la que más allá de disponer de un batallón de ayudantes, se ocupa de la crianza y educación de sus hijos pero también de sus intereses personales, de su cuerpo y su vida amorosa, de su trabajo o estudios y de atender sus amistades, entre otras cuestiones.
Bajo esa perspectiva, podemos decir que las mujeres del siglo XXI se han separado del Ideal de la madre?sacrificada, y para poder gozar del derecho a la maternidad, sin matar la mujer que llevan dentro, ellas sólo cuentan con sus propios recursos subjetivos.
Dicho de otra manera, para poder tener una maternidad satisfactoria cada mujer debe confrontarse a la división de su deseo como madre y mujer, y estar advertida de que la madre se distancia de la mujer según la lógica subjetiva: a más madre menos mujer y viceversa.
*Psicoanalista, miembro de la EOL y la AMP. Autora de los libros: El niño en la ventana, Diálogos sobre el amor en psicoanálisis, Aprender, no aprender y querer aprender en la escuela, El niño en la encrucijada entre la madre y la mujer, La educación sexual escolar y los síntomas actuales (Editorial Homo Sapiens).
gragiraldi@fibertel.com.ar, gracielagiraldi@hotmail.com.
Así lo marca un estudio de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo) sobre estudiantes egresados y aquellos que aún cursan la enseñanza media en la región. Los alumnos se oponen al autoritarismo pero critican a los profesores que no cumplen de manera adecuada su función dentro del aula.
Por FRANCISCO CARNESE
Neuquén > Dos trabajos de investigación de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo) arrojaron que los estudiantes que ya egresaron y los que hoy cursan el secundario en las provincias de Neuquén y Río Negro exigen más autoridad a los docentes.
A la vez, se constató una fuerte crítica hacia las prácticas autoritarias y un rescate de las enseñanzas participativas de parte de las escuelas y de los propios maestros.
Los datos surgen de un primer estudio que se realizó con alumnos que hoy están en la universidad (cuya directora fue Carmen Mate de Palou), al que se sumó otro que todavía está en ejecución y que
se titula “¿Qué enseña la escuela media?”, a cargo de Liliana Isabel Pastor.
Mónica Calvet, secretaria de Investigación de la Facultad de Ciencias de la Educación y codirectora de ambos proyectos, explicó que se hicieron entrevistas de dos horas de duración a alrededor de
70 estudiantes, buscando un resultado más cualitativo que cuantitativo.
“En el primer trabajo se seleccionaron estudiantes al azar de la UNCo, independientemente de las escuelas de las que vinieran, aunque tratamos que fueran públicas”, indicó.
“No toleran, ni los estudiantes de hoy que están en curso en la secundaria ni los universitarios, la pérdida de autoridad docente. Es lo que más demandan, a la vez que lo que más critican es el
autoritarismo”, dijo Calvet y precisó: “La autoridad la ponen en dos sentidos: en que el docente sepa lo que enseña y en lo moral, es decir, que sean coherentes en la vida. A veces la mirada no
la fijan sólo sobre el maestro, basta con que estas cualidades las tenga un preceptor para que sean rescatadas”.
Denominador común
“Aunque los datos todavía no están cerrados van en línea. Lo que recuerda un universitario de la escuela media es casi lo mismo que lo que cree un secundario que se le está enseñando a futuro”,
enfatizó Calvet.
“Prácticas que pueden parecer espantosas como el retar a un alumno, cuando éste las enmarca en la preocupación genuina de un docente que quiere ayudarlo a salir al mundo, las valora”, agregó la
investigadora.
Calvet remarcó que “probablemente los docentes en algunos casos por no ser autoritarios no apelan a la autoridad” y precisó que con los que no la ejercen, como así también con aquellos que no
realizan su trabajo de manera adecuada en el aula “los estudiantes dicen que la pasan bien, pero señalan esta despreocupación de los maestros como una crítica”.
El lazo docente-alumno
De los dos trabajos de investigación elaborados por la Facultad de Ciencias de la Educación aflora que lo más formador en contenidos y valores para los alumnos no es atribuido a la institución, a
políticas nacionales o provinciales, sino al trabajo concreto de los profesores en clase.
“Esto marca que la formación docente es el eje. Si bien las políticas institucionales se filtran y tienen que estar, ya sean provinciales, nacionales o de la propia institución, la encarnadura de
los docentes es muy fuerte en el efecto que produce sobre la formación de una persona. Bastan tres buenos profesores en términos muy participativos y de debate en matemática para que vos quieras
ser matemático”, ejemplificó Calvet.
“Los lazos que hay entre el profesor y lo que enseña la escuela media son terriblemente fuertes, lo que es algo a favor del profesor pero un problema por el azar que esto supone”, afirmó la
investigadora y advirtió: “Esto habla de lo lábil que puede ser una política institucional, provincial y nacional si no tiene encarnaduras docentes claras. Grandes políticas pueden ser destruidas
por cinco profesores, la potencia de la práctica docente es muy alta”.
A raíz del manual de la Asociación de Psiquatría de Estados Unidos sobre el llamado trastorno por déficit de la atención, instituciones y profesionales argentinos consideran necesario sentar posición en defensa del derecho a la salud.
Por Viviana Beatriz Demaría*
Somos profesionales e instituciones que consideramos necesario tomar posición respecto a un aspecto clave de la defensa del derecho a la salud, en particular en el campo de la salud mental: la patologización y medicalización de la sociedad, en especial de los niños y adolescentes. Sostenemos que la construcción de la subjetividad necesariamente refiere al contexto social e histórico en que se inscribe y que es un derecho de los niños, los adolescentes y sus familias ser escuchados y atendidos en la situación de padecimiento o sufrimiento psíquico.
Tal como planteamos ya en el Consenso de Expertos del Area de la Salud sobre el llamado "Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad", en 2005, "hay una multiplicidad de 'diagnósticos' psicopatológicos y de terapéuticas que simplifican las determinaciones de los trastornos infantiles y regresan a una concepción reduccionista de las problemáticas psicopatológicas y de su tratamiento". Son enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios.
En ese sentido, un manual como el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales de la American Psychiatric Association en sus diferentes versiones), que no toma en cuenta la historia, ni los factores desencadenantes, ni lo que subyace a un comportamiento, obtura las posibilidades de pensar y de interrogarse sobre lo que le ocurre a un ser humano.
Esto atenta contra el derecho a la salud, porque cuando se confunden signos con patologías se dificulta la realización del tratamiento adecuado para cada paciente.
A la vez, con el argumento de una supuesta posición a?teórica, el DSM responde a la teoría de que lo observable y cuantificable puede dar cuenta del funcionamiento humano, desconociendo la profundidad y complejidad del mismo, así como las circunstancias histórico?sociales en las que pueden suscitarse ciertas conductas. Más grave aún, tiene la pretensión de hegemonizar prácticas que son funcionales a intereses que poco tienen que ver con los derechos de los niños y sus familias.
En esta línea, alertamos tanto sobre el contenido como sobre el impacto que en el campo de la salud mental tiene el DSM. Presentados inicialmente como manuales estadísticos a los fines de una epidemiología tradicional, en las últimas décadas han ocupado el lugar de la definición, rotulación y principal referencia diagnóstica de procesos de padecimiento mental. Con el formato de clasificaciones y recetas con título de urgencia, eficiencia y pragmatismo se soslayan las determinaciones intra e intersubjetivas del sufrimiento psíquico.
Consideramos que es fundamental diagnosticar, a partir de un análisis detallado de lo que el sujeto dice, de sus producciones y de su historia. Desde esta perspectiva, el diagnóstico es algo muy diferente a poner un rótulo; es un proceso que se va construyendo a lo largo del tiempo y que puede tener variaciones (porque todos vamos sufriendo transformaciones).
En relación a los niños y a los adolescentes, esto cobra una relevancia fundamental. Es central tener en cuenta las vicisitudes de la constitución subjetiva y el tránsito complejo que supone siempre la infancia y la adolescencia así como la incidencia del contexto. Existen así estructuraciones y re?estructuraciones sucesivas que van determinando un recorrido en el que se suceden cambios, progresiones y retrocesos. Las adquisiciones se van dando en un tiempo que no es estrictamente cronológico. Es por esto que los diagnósticos dados como rótulos pueden ser claramente nocivos para el desarrollo psíquico de un niño, en tanto lo deja siendo un "trastorno" de por vida.
De este modo, se borra la historia de un niño o de un adolescente y se niega el futuro como diferencia.
El sufrimiento infantil suele ser desestimado por los adultos y muchas veces se ubica la patología allí donde hay funcionamientos que molestan o angustian, dejando de lado lo que el niño siente. Es frecuente así que se ubiquen como patológicas conductas que corresponden a momentos en el desarrollo infantil, mientras se resta trascendencia a otras que implican un fuerte malestar para el niño mismo.
A la vez, suponer que diagnosticar es nominar nos lleva a un camino muy poco riguroso, porque desconoce la variabilidad de las determinaciones de lo nominado.
Asimismo, las clasificaciones tienden a agrupar problemas muy diferentes sólo porque su presentación es similar.
El DSM parte de la idea de que una agrupación de síntomas y signos observables, que podemos describir, tiene de por sí entidad de enfermedad, una supuesta base "neurobiológica" que la explica y genes que, sin demasiadas pruebas veraces, la estarían causando.
*Fragmento. Versión completa en www.forumadd.com.ar. Firman Beatriz Janin, Gabriela Dueñas, Gustavo Dupuy, Nora Elichiry, Osvaldo Tulio Frizzera, Alicia Stolkiner, María Terzaghi, Gisela Untoiglich, Juan Vasen y otros.
Presionados por la escuela, los profesionales, los hijos y sus propias expectativas, los padres salen sin embargo airosos de la ardua tarea de criar a sus hijos, según este experto.
El psicoanalista y pediatra inglés Donald Winnicott afirmó que todo ser humano, desde el principio de su vida, necesita del encuentro con otros que lo quieran y a quienes querer, y necesita también encontrar oposición y no vivir en un mundo donde se le permita todo. De esta lección se desprenden muchas de las enseñanzas de Ricardo Rodulfo, un destacado profesor de la Facultad de Psicología de la UBA que hoy resiste con otros muchos colegas la determinación del Rectorado de jubilar a un importante conjunto de maestros e investigadores que gozan de su plenitud intelectual. Rodulfo, como psicoanalista, considera que los padres hacen bien en consultar cuando les parece que algo anda mal con sus hijos, pero deben cuidarse de creer que hay profesionales que saben de manera absoluta qué es ser madre o padre. Para él, lo importante e irreemplazable es que cada familia encuentre su propio estilo y haga su propio camino, en lo artesanal de cada existencia.
¿Los padres están desconcertados ante los desafíos cambiantes que hoy traen los hijos?
Es importante, al referirse a las relaciones entre padres e hijos, ocuparse de las situaciones más comunes, no de las excepcionales o de las patológicas. Si uno procede así tiene que elogiar a los padres, que desde hace medio siglo hacen un gran esfuerzo por cambiar pautas de crianza y adaptarse a transformaciones que ocurren a gran velocidad en las sociedades occidentales de hoy. Al mismo tiempo, ellos se ven presionados por los medios, siempre en busca de lo apocalíptico; por la escuela, que les reclama ayuda en lugar de procurar resolver los problemas de los chicos en su marco; por los profesionales, que plantean a menudo perfiles ideales y objetivos teóricamente fascinantes pero irrealizables en la vida de todos los días. Y presionados, como no podía ser de otra manera, por sus propios hijos, con su sed de cambios y de libertad y sus esperables dobles mensajes: “No te metas en mi vida, pero ocupate de mí todo lo que yo quiera”.
Y están, además, sus propias contradicciones.
Claro, están presionados también por sus propias contradicciones. A los padres les encantaría poder apoyarse en la tradición, en como ellos fueron criados. Pero saben que ya no pueden contar con eso y desearían tener un libreto del que carecen. Y sin embargo, en medio de todo esto, un gran experimento de crianza más democrática y pluralista está teniendo lugar, y con no poco éxito.
¿Podría ejemplificarlo?
Ha desaparecido la persecución para que los chicos no se masturben; ha caído el prestigio idealizado de la virginidad de las chicas; está crecientemente aceptado que un hijo puede ser gay; los adolescentes ahora tienen la posibilidad de tener su iniciación sexual en su propia casa. Son ejemplos de cosas inimaginables unas cuántas décadas atrás. Junto con esto, pasa algo central: tiende a desaparecer el miedo del chico a sus padres, miedo que fue hasta hace muy poco un elemento central en la crianza. También viene en declinación un sistema de jerarquías que colocaba al adulto arriba y al chico abajo, uno mandando y otro obedeciendo, uno enseñando y el otro aprendiendo.
¿Y qué lo reemplaza?
Lo reemplaza una modalidad mucho más transversal, donde, por ejemplo, si el grande le enseña cosas al chico, éste a su vez tiene cosas para enseñarle al grande, porque son nuevas y las maneja mejor. A su vez, el grande ahora está mucho más inseguro y propenso a cuestionarse, y eso lo llena de temores y ansiedades muy específicos; ya no se siente garantizado por el mero hecho de ser el padre. Esto abre una posibilidad de diálogo entre padres e hijos que, con todos sus desencuentros y malentendidos, no tiene parangón con el que sucedía en otros tiempos, no tan lejanos.
¿Se podría hacer, entonces, un balance positivo en la relación entre padres e hijos?
Es muy importante la posibilidad de hablar como dos personas, tratando de comprender al otro, olvidándose por momentos de que son padre e hijo para sintonizarse de verdad. El hecho destacable es que son muchos los padres y madres que luchan por no estar todo el tiempo juzgando a sus hijos en términos de bien o de mal.
¿Qué cambios se han registrado en los roles paterno y materno a partir de las críticas de género?
Las políticas de género han repercutido enormemente sobre la crianza, dado que padre y madre ya no ocupan dos polos opuestos sino que tienden a rotarse, a compartir más de cerca los problemas cotidianos en vez de quedarse en posiciones estáticas fijadas por viejas tradiciones. Esto cambia muchas cosas. Por ejemplo, un chiquito acostumbrado a que papá también le da la mamadera, le cambia los pañales, lo baña, lo lleva a la plaza, difícilmente lo va a vivir como un tercero intruso que lo aparta de su mamá, al estilo de lo que el psicoanálisis popularizó como “complejo de Edipo”. Ya no están todos los mimos del lado de mamá, mientras un padre distante de cuando en cuando baja línea. Y hasta los celos se redistribuyen. Es divertido escuchar a hijitos con resistencia a aceptar tales cambios y protestar porque la madre no es ya el ama de casa sometida a la que se le puede pedir y ordenar de todo y que, además, sale para trabajar y no está todo el tiempo con su hijo.
¿Eso no provoca algún desconcierto en los chicos?
Los chicos muchas veces se ponen conservadores, sobre todo los varones de un amplio grupo social, más o menos clase media acomodada de Buenos Aires, acostumbrados a no hacer nada en casa. El resultado es un mix de nuevos hábitos y viejas modalidades que tardan en irse. Pero esto colorea la vida familiar con matices y conflictos.
¿Y hay espacio para la crítica?
Sí, se presenta un clima propicio al cuestionamiento, más acotado o más extendido, entre los miembros de la familia, desde el que los hijos hacen a sus padres -que ya no esperan a la adolescencia para hacerlo- hasta los que éstos formulan a sus hijos, sin olvidar el interno a la pareja y el autocuestionamiento de las mamás, en general más preocupadas por los aspectos afectivos de la crianza. Esa actitud interrogativa es un rasgo muy positivo en la vida actual, porque disuelve rigideces y cuestiona prejuicios. Además favorece el diálogo y la posibilidad de seguir aprendiendo a vivir juntos, se tenga la edad que se tenga.
Pero no todo es ideal. ¿Qué dificultades asoman?
Ciertamente, no faltan dificultades. En primer lugar, porque una crianza no autoritaria es mucho más difícil que otra -tal como sucede con el vivir en democracia-; en segundo lugar, porque la atenuación del miedo del chico a los grandes trae un nada despreciable problema: ¿con qué reemplazar el temor a fin de lograr que el hijo obedezca e incorpore normas? Las escuelas enfrentan hoy el mismo desafío. Bienvenida la desaparición del miedo, ¿pero en qué basar mi autoridad si los chicos ya no tiemblan por el castigo que he de darles? Hacerse respetar, tener firmeza, sigue siendo indispensable para educar a los chicos. Y no hay que caer en la idea sentimental y errónea que presupone que de por sí los niños serían buenos si el ambiente lo es: eso es minimizar la propensión del ser humano a la violencia, sea cual sea su edad, etnia, clase, etc. Es un hecho biológico de gran importancia y variadas consecuencias el que los humanos no tenemos ninguna regulación genética que, por sí sola, frene nuestra violencia, como sí la poseen otras especies. Esto se refleja en nuestra capacidad para la crueldad sin límites, que a cada rato sale a primer plano, en lo individual y en lo colectivo.
Y esto ya puede apreciarse en las relaciones que se traman en el jardín de infantes. Por lo tanto, no basta con que los padres renuncien a castigos corporales para suavizar a sus hijos. De hecho, no pocas veces vemos lo inverso: chicos que insultan, maltratan y le pegan a la madre, o amenazan a un profesor.
¿Qué se puede hacer ante eso?
Es un asunto serio. Requiere un espíritu de negociación permanente entre padres e hijos, como también en la escuela. No se arregla con la idea de “poner” límites; no sirve un límite que uno le pone al otro. Sirve y puede funcionar un límite consensuado entre todos, construido poniendo los padres toda su energía, pero incluyendo activamente a los hijos. En la actualidad vemos con frecuencia que muchos padres caen en la parálisis y ceden el timón con una blandura que no le sirve a nadie. Entonces el chico “hace lo que quiere”, pero como no deja de ser un chico que apenas sabe lo que quiere -inestabilidad que también se da en la adolescencia-, en realidad gira en círculos, busca chocar contra alguien firme sin encontrarlo y termina haciendo lo que puede.
¿Eso es signo de desconcierto?
A veces sí, y los padres estallan en gritos y amenazas que el hijo pronto aprende a no tomar en serio. O perseveran en complicadas interpretaciones “psicológicas” que les dan a sus hijos cuando ellos ni siquiera tienen la edad para comprenderlas y se las arreglarían mejor con una norma clara, enunciada por una madre o un padre seguros de su posición y dispuestos a asumir la responsabilidad de afirmar que “esto se hace así porque lo digo yo”, lo cual no es dictadura sino ejercicio de una autoridad que sabe cuándo decir un sí o un no con determinación, porque se está ejerciendo una función que no puede suplir un chico. Esto incluye correr el riesgo de equivocarse: “no me pongo firme porque me creo infalible; me pongo firme porque eso está dentro de mis responsabilidades como padre”.
¿Qué queda, en un balance sobre la relación entre padres e hijos?
El balance no da ni para optimismos ni para pesimismos fáciles. Estamos en una cultura de cambios cada vez más rápidos y sentimos la falta de garantías. Pero también sentimos excitación por una apertura enorme del horizonte. Los padres y los hijos no son la excepción a esta corriente de época: como tendencia, son más libres que en el pasado, tienen más en sus manos la oportunidad de elegir cómo quieren ser y qué quieren hacer, como padres, y como hijos.
Acaba de publicar un libro titulado de manera inquietante: ¿Por qué tenemos hijos? (Paidós). Dice que busca desmitificar allí la idea de que sólo es “por amor”. Su experiencia como obstetra.
Por Mariana Carbajal
¿Por qué tenemos hijos? La pregunta resulta políticamente incorrecta. Es raro formularla y mucho más, contestarla de viva voz. El médico Mario Sebastiani, obstetra del Hospital Italiano, se anima y desafía a pensar una respuesta sincera. Con una trayectoria profesional en consultorios y salas de parto de casi cuarenta años, en los que asistió a más de un millar de mujeres embarazadas y contabiliza alrededor de 9 mil nacimientos, Sebastiani duda de que el motivo por el que se tienen hijos sea siempre el amor, como se suele responder mecánicamente. Con su flamante libro, que lleva como título justamente la pregunta inicial, no sólo desacraliza la maternidad: provoca y hasta puede llegar a escandalizar a algunos (o muchos).
“No soy moralista, pero entiendo que plantear una ética para el nacimiento es necesario. No una ética vinculante, sino reflexiva y responsable. Tener un hijo debiera ser un acto de responsabilidad con un gran componente moral. Los hijos no pueden ser rellenos ni una obligación religiosa ni la propagación de la especie. Detrás del deseo egoísta de tener un hijo tengo que tener un escenario que le permita al niño desempeñarse en las mejores condiciones posibles. Y no hablo de riqueza”, plantea Sebastiani, en una entrevista de Página/12, donde reflexiona sobre las razones que lo llevaron a sacudir la modorra del estante de libros de autoayuda para embarazadas, donde seguramente las librerías ubicarán el suyo. Aunque, como él mismo advierte, es un libro para los que ya tuvieron hijos y de autoayuda no tiene nada.
“No tengo dudas de que una sociedad es mejor y será mejor si cada uno de nosotros, en soledad y luego en pareja, nos preguntamos si tiene sentido tener hijos, o qué sentido le daremos al pasaporte que le otorgamos a nuestros hijos en la llegada a este mundo”, apunta Sebastiani. Es un gran comunicador. Profesor adjunto del Departamento de Tocoginecología del Instituto Universitario de la Escuela de Medicina del Hospital Italiano de Buenos Aires, se entusiasma y apasiona al hablar.
En el prefacio de Por qué tenemos hijos (Paidós), que acaba de editarse, Sebastiani enumera una serie de frases que escuchó en su consultorio de boca de sus pacientes, y que de algún modo, fueron disparadoras para escribir el libro:
“Pensaba esperar unos meses más pero llegó antes...”
“No esperaba verme, ¿verdad?... Yo tampoco... No sé qué hacer...”
“Yo no quería... Pero mi marido no quiere parar hasta tener un varón...”
“No quería tener hijos, pero quedaba embarazada o perdía a mi marido...”
“Necesito ayuda... No sé de quién es... Me encontré con un compañero de colegio y en el mismo día tuve relaciones con mi marido y con él...”
“Nos cuidamos con preservativos, pero una noche, luego de una fiesta de casamiento y unas cuantas copas de champagne, no lo usamos... Fue un accidente.”
“No creo que vuelva con mi pareja... No creo ni que él quiera volver... Pero lo voy a tener igual...”
“Hice varios procedimientos de fertilización asistida... No tener un hijo hubiera significado para mí vivir una vida incompleta...”
“Estoy sola, no tengo pareja... Pero recurrí a espermatozoides de donante...”
Dice Sebastiani: “Curiosamente en estas frases la palabra amor no figura, y como sentimiento no pareciera ser el que más prevalece. Percibo que, en cambio, los motivos más frecuentes tienen que ver con el accidente, el egoísmo, la negociación, la soledad. El bebé, casi, como una mascota”.
–También los hijos pueden ser producto del amor de una pareja. ¿O no?
–Aun como probables productos del amor, veo a los hijos como una nueva y compleja tensión en nuestras parejas, de pronto devenidas en familias, como una nueva tensión en la sociedad. En el pasado la maternidad era de las mujeres solas, con un papá que salía a proveer los bienes de consumo y la subsistencia; en la actualidad vemos una paternidad compartida, seguramente justa, pero claramente conflictiva en otros aspectos. ¿Por qué hablamos de amor siempre? Siempre te felicitan si estás embarazada. La sociedad es pronatalista. ‘No hay mejor fiesta que traer una vida’ es un lugar común. Pero nos encontramos a la vez con la victimización de los niños, el maltrato infantil, chicos solos deambulando por los shoppings, militarizados en otros países. Los colegios tienen dos turnos. Si tuvieran tres serían un éxito. No es una cuestión de riqueza o pobreza. Los ricos ya tomaron partido: en Europa no tienen hijos. Es una complicación: les impiden viajar, hay que ocuparse de cuidarlos y no tienen quién lo haga.
–¿Cuántos hijos se estima que nacen sin planificación de sus padres?
–La mitad de los hijos de clase media son no planificados. Teniendo bastante al alcance pero no todo –poca o ninguna educación sexual, insumos contraceptivos o asesoramiento– seguimos teniendo hijos en un momento que no es el que habíamos planificado; muchos de ellos, exactamente por no haber sido planificados, se convierten en un embarazo no deseado y su fin es la interrupción de la gestación. Cuando digo muchos, me estoy refiriendo a cifras que no sólo asombran sino que podrían producir espanto. Hay países, como Argentina, en los que se interrumpe un embarazo por cada dos recién nacidos. En otros, como Estados Unidos, hay una interrupción por cada tres recién nacidos, y en otros, como Suecia, una interrupción cada cinco recién nacidos. Sin embargo, las políticas públicas concernientes a la planificación familiar o están ausentes o están en terapia intensiva en la mayoría de los países de nuestra región.
–¿Cuál es la región donde hay mayor planificación familiar?
–En Europa del norte y en Canadá. ¿Sabe por qué? Porque llevan 55 años de educación sexual. Tienen claro lo que es el sexo lúdico y el sexo reproductivo. La carencia de un plan sistemático de educación sexual es grave. Los que se oponen a que haya educación sexual en las escuelas sostienen que vamos a hablar de forros y de píldoras anticonceptivas a los chiquitos. No es así. Significa conocer el cuerpo, identificar lo que es la violencia hacia el otro, el placer.
–Usted no sólo desacraliza la maternidad. También se encarga de enterrar la idea –errónea pero muy extendida socialmente– de que existe el instinto materno...
–Podemos ser instintivos cuando somos muy chiquitos. Cuando las mujeres que acaban de ser madres descubren las primeras piedras de la crianza, se encuentran que no tienen instinto que las salve de lo embarrado que están en ese momento. Cuando la teta no les funciona, cuando sienten odio por el bebé que no para de llorar, cuando no saben qué le pasa. Los programas de psicoprofilaxis para el parto deberían enseñar sobre los hijos, lo que cambiará en la vida al tenerlos. El primer año es complicado, la mujer no deja de ser puérpera, se modifica la relación de pareja, es fundamental que la mujer vuelva a trabajar para mantener su autonomía económica. Pero esta información no se divulga, porque no es agradable. Y en un punto se censura. Nadie se atreve a advertirle que va a sentir aburrimiento, soledad, que por momento se va a querer sacar de encima al bebé. La lactancia, por ejemplo, es uno de los disparadores de culpa más grandes para las mujeres madres. Dar dos años el pecho al bebé, como propone la Organización Mundial de la Salud, no es saludable para las mujeres. Pero sin embargo, se machaca con ese discurso, y se lo dirige a todas las mujeres, cuando en realidad ha sido pensado para las que crían sus hijos en condiciones de extrema pobreza: se les podría regalar la leche de fórmula pero, como el agua que utilizarían para prepararla seguramente está contaminada, insisten con la cuestión de la leche materna. La lactancia hay que armonizarla con la mujer-madre-compañera-trabajadora. Pero no puede ser un mandato culpabilizador.
La charla transcurre en un elegante café de Palermo. En este tramo de la entrevista, una señora cincuentona que la escuchaba desde otra mesa, se acerca entusiasmada e interviene: “Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice. El mensaje de la lactancia por dos años está arruinando a los matrimonios”, afirma. Y cuenta la experiencia de su hijo, flamante padre y su nuera que quiere amamantar al bebé hasta los dos años, en Nueva Zelanda, donde viven. Sebastiani asiente. “A veces –sigue él– se usa la lactancia para tomar distancia del esposo.”
Este médico obstetra, conocido por sus posiciones a favor de la despenalización del aborto, en su último libro se mete también con el fenómeno de la fertilización asistida, el alquiler de vientres, y el no deseo de tener hijos.
–¿Por qué propone que nos hagamos esa pregunta tan quisquillosa de por qué tenemos hijos?
–Es una pregunta para toda la sociedad. Hay que saber que el hecho de tener hijos te va a quitar algo. Podemos transmitir aromas y platos familiares pero no se cuenta qué nos pasó con nuestros hijos. Quiero que se pueda transformar el aspecto cándido de decidir tener un hijo en un evento de responsabilidad. Cada año metemos entre 60 y 80 millones de niños en el mundo sin preguntarnos si van a tener las condiciones mínimas afectivas y estructurales que necesitan. Y no es una cuestión de dinero. En un ambiente pobre se puede nacer y crecer muy bien. Pero hay que pensar que a un niño hay que darle cuidados. Y mucha gente se olvida de eso tan básico.
El fraude por el que GlaxoSmithKline debe pagar una multa astronómica obedece a la estrategia de ‘crear’ patologías para vender más. El Paxil se presentó como ‘la píldora de la timidez’
La imagen de la Big Pharma ha sufrido un nuevo golpe. Dos grandes laboratorios farmacéuticos, GlaxoSmithKline y Abbott, han aceptado en las últimas semanas pagar multas astronómicas por haber incurrido en graves malas prácticas en la promoción y venta de medicamentos. Ambas compañías se han reconocido culpables y han aceptado sendos acuerdos extrajudiciales para evitar males mayores, en el caso de que los procesos que se seguían contra ellas llegaran a juicio. Las malas prácticas reconocidas incluyen vender medicamentos para patologías en las que no están indicados, pagar a los médicos dádivas y sobornos para que los prescriban y, lo que es más grave, ocultar la existencia de efectos adversos.
En el trasfondo de estas multas multimillonarias subyace el giro estratégico emprendido por algunos laboratorios a finales de los años ochenta para incrementar los beneficios, no por la vía de obtener nuevos y mejores fármacos, algo que resulta cada vez más costoso, sino por la de conseguir nuevas indicaciones para sus viejos medicamentos. Esta estrategia incluye la creación artificial de enfermedades, lo que en inglés se conoce como disease mongering, es decir, el intento, muchas veces culminado con éxito, de convertir procesos naturales en la vida como la menopausia, la tristeza o la timidez, en patologías susceptibles de ser tratadas con fármacos.
EE UU castiga las dádivas a médicos o la ocultación de efectos indeseados
Dos casos han contribuido a afianzar la imagen de villana que acompaña a la Big Pharma, para disgusto de los laboratorios serios y comprometidos, que deploran este tipo de comportamientos. El papel de héroe lo ha asumido en este caso el Gobierno de Estados Unidos, que bajo la presidencia del demócrata Bill Clinton decidió acabar con los abusos y desmanes en que incurrían algunas farmacéuticas dispuestas a saltarse las normas de la ética e incluso la ley para preservar la cuenta de resultados.
GlaxoSmithKline, la tercera mayor farmacéutica del mundo, con una facturación de 33.998 millones de euros en 2010, tendrá que pagar ahora 2.400 millones de euros por haber promovido durante años la prescripción en menores de un antidepresivo, el Paxil, autorizado únicamente para adultos por los efectos adversos demostrados en pacientes jóvenes; por haber indicado otro medicamento, el Wellbutrin, para procesos en los que no tenía actividad terapéutica demostrada, como la obesidad o la disfunción sexual; y por haber ocultado que uno de sus medicamentos más vendidos, el Avandia, aprobado para tratar la diabetes, aumentaba el riesgo de afección cardiaca.
La obtención de nuevos fármacos resulta más cara que explotar los viejos
El de GSK ha sido considerado el mayor fraude de la historia, pero no era el único. En mayo, la farmacéutica Abbott llegó a un acuerdo similar y aceptó pagar una multa de 1.225 millones de euros por haber extendido el uso de un anticonvulsivo aprobado en 1983 para tratar la epilepsia y el trastorno bipolar, a otras patologías en las que no tiene ninguna eficacia probada, como la agitación en ancianos con demencia senil. El laboratorio pagó durante 10 años a médicos y residencias de ancianos para que prescribieran el fármaco. También Pfizer aceptó pagar en 2009 una multa de 1.800 millones de euros por la promoción fraudulenta de otros 13 medicamentos.
En la mayor parte de estos casos subyace una misma estrategia: promover de forma fraudulenta el uso de fármacos en afecciones en las que no están indicados. Y una vez logrado, ocultar los efectos adversos para evitar perder mercado. La comercialización de Paxil en 1999 es un ejemplo paradigmático de disease mongering. Hasta ese momento se reconocía como entidad patológica la agorafobia, un trastorno muy severo por el cual las personas que lo sufren son incapaces de salir de casa y cuando lo hacen, pueden sufrir ataques de pánico. El lanzamiento de Paxil se centró en una nueva entidad, la fobia social, que daba mucho juego puesto que podía abarcar desde formas leves de agorafobia a la simple y llana dificultad para hablar en público. Paxil se presentó con gran acompañamiento mediático como la píldora de la timidez y el laboratorio eligió para su lanzamiento en Europa la ciudad de Londres, capital del reino donde, según el tópico, hay más tímidos.
El Paxil era en realidad un viejo antidepresivo, la paroxetina, que volvía al mercado con nuevos ropajes y, por supuesto, nueva indicación. Cuando desde los foros de salud pública se criticó al laboratorio por esta manipulación, sus responsables culparon a la prensa de la distorsión. Pero en su discurso ante la junta de accionistas, el que entonces era el máximo ejecutivo de la división responsable del nuevo fármaco, Barry Brand, fue bastante más sincero: “El sueño de todo comercial es dar con un mercado por conocer o identificar, y desarrollarlo. Eso es justamente lo que hemos logrado hacer con el síndrome de ansiedad social”, proclamó, entre grandes aplausos. Efectivamente, la evolución de la compañía en Bolsa así lo acreditaba.
En la misma época que el Paxil se comercializó toda una oleada de fármacos conocidos como las píldoras de la felicidad destinados a librarnos, a golpe de pastilla, de las angustias, temores, fobias y frustraciones que inevitablemente nos acompañan en la vida. En la mayoría de los casos eran principios activos con eficacia demostrada en muy acotadas patologías. El objetivo de la estrategia de comercialización era ampliar todo lo posible el campo terapéutico a cubrir.
En las últimas décadas, la industria se debate entre el viejo paradigma de buscar nuevos o mejores fármacos para las viejas y nuevas enfermedades, algo que resulta muy arriesgado, y el que defienden los ejecutivos más agresivos, muchos de los cuales no tienen ninguna relación con la farmacología, partidarios de recurrir a otras estrategias para aumentar los beneficios. Así se ha pasado muchas veces del viejo paradigma de “enfermedad en busca de medicamento” al mucho más lucrativo de “medicamento en busca de enfermedad”.
Esta estrategia, objeto de numerosos artículos en las revistas médicas, suele articularse en tres fases. En la primera se trata de identificar las patologías, próximas o no a la indicación inicial, en las que podría justificarse de algún modo la prescripción del fármaco. La segunda consiste en colonizar los medios de comunicación con estudios, reportajes y entrevistas, de apariencia independiente, sobre la importancia social de la patología a tratar, y lo mucho que sufren quienes las sufren. Una vez sensibilizada la población y las autoridades sanitarias, se pasa a la tercera fase: ofrecer la solución. Para lograr este círculo virtuoso es importante contar, si es posible, con el concurso de los propios pacientes.
En 1999 la oficina de Nueva York de PRNews contabilizó un millón de menciones del nuevo fármaco Paxil, el único aprobado hasta ese momento contra la ansiedad social. Una investigación posterior del diario The Washington Post reveló que entre 1997 y 1998 se habían publicado más de 50 reportajes extensos en la prensa norteamericana sobre lo terrible que era la ansiedad social y lo mucho que estaba aumentando.
A esa época pertenecen también los dos fármacos que mejor simbolizan los grandes réditos de esta estrategia: Viagra y Prozac. Poco antes del lanzamiento de Viagra, los problemas de la disfunción eréctil tuvieron una sorprendente atención en los medios de comunicación. Entre los estudios de mayor eco mediático figuraba uno que revelaba que nada menos que el 72% de los hombres entre 40 y 70 años de Estados Unidos sufrían algún tipo de dificultad a la hora de conseguir la erección, lo cual resultaba terriblemente alarmante para los expertos que opinaban sobre el tema. La píldora azul ha tenido tal éxito que no solo se prescribe en los casos de auténtica disfunción eréctil, sino en muchos otros en los que es dudoso que tenga alguna eficacia. Últimamente se usa también con fines recreativos, para prolongar la erección. No existen estadísticas precisas de las víctimas, incluso mortales, de estos abusos, pero las hay.
Para vender Prozac, los laboratorios se dirigían al usuario, no al médico
La fluoxetina, el principio activo de Prozac, se aprobó en Estados Unidos en 1992. Llegó a España en 1997 precedida por una intensa y exitosa campaña que incluía menciones elogiosas en obras literarias y cinematográficas. La comercialización de Prozac incorporó una novedad: por primera vez los laboratorios no se dirigían a los médicos para aumentar la prescripción, sino a los posibles usuarios. Como era de esperar, batió el récord de progresión de ventas de un fármaco. Ya en el primer año se vendieron dos millones de unidades, la mayor parte con cargo a la Seguridad Social, a la que se le pasó una factura de 9.200 millones de pesetas.
Para hacerse una idea de lo que esa cifra representa basta con recordar que el lanzamiento de Prozac coincidió con la promulgación de la normativa que introducía en España la comercialización de genéricos y el sistema de precios de referencia. La aplicación combinada de esas dos medidas debía producir el primer año un ahorro de 8.000 millones. Prozac se comió todo el ahorro previsto.
Siguiendo fielmente la pauta del disease mongering se presentó también el fármaco que debía ayudar a las mujeres a superar esa fase tan terrible de la vida que es la menopausia, protegerlas del infarto y la osteoporosis y garantizarles poco menos que la eterna juventud: la controvertida terapia hormonal sustitutoria. De nuevo llegó al mercado precedida de un gran número de reportajes e informes sobre las consecuencias de la menopausia, que no solo trae sofocos, sequedad vaginal, aumento de peso y dificultades para dormir, sino graves riesgos para la salud. Varios estudios habían mostrado que la caída de estrógenos tras la menopausia hace perder a las mujeres la protección que tenían frente al infarto y acelera la pérdida de masa ósea. Todo ello era cierto, pero no lo era tanto que el nuevo fármaco tuviera los efectos protectores que proclamaba. A pesar de ello, se presentó como la gran panacea. Como ocurrió en otros países, los jefes de ginecología de los principales hospitales españoles convocaron a la prensa para recomendar que la terapia fuera administrada con carácter preventivo a todas las mujeres a partir de los 50 años y por un periodo de por lo menos 10. Afortunadamente, la Seguridad Social no les hizo caso.
Intensas campañas reclaman el reconocimiento de nuevos síndromes
Durante los años siguientes se produjo un goteo de estudios que alertaban de los posibles efectos adversos de esta terapia. En 2002, cuando en España ya la habían tomado más de 600.000 mujeres y en Estados Unidos más de 20 millones, llegó el “jarro de agua fría a la eterna juventud femenina”, para utilizar la expresión con que tituló la crónica el diario The New York Times. La FDA interrumpió de golpe un estudio en el que participaban 16.000 mujeres, el Women Health Iniciative, que debía demostrar todas las bondades y efectos preventivos por los que se estaba recetando. El estudio debía finalizar en 2005, pero los resultados preliminares indicaban que el tratamiento no solo no tenía los efectos protectores sino que a partir de los 5,2 años de tratamiento, aumentaba el riesgo de sufrir cáncer de mama invasivo y accidente cerebro-vascular. Con el tiempo se ha visto que el fármaco tiene su utilidad en casos muy concretos y muy cuidadosamente evaluados, pero nunca debe administrarse, como se pretendió, como tratamiento preventivo con carácter general y menos como “píldora” para combatir el miedo a envejecer.
Mientras tanto, nuevos síndromes han aparecido y son objeto de intensas campañas para que se les reconozca como patología tratada. Nuevos fármacos se suman a la estrategia del disease mongering. La polémica se centra ahora en el amplio abanico de los trastornos de la personalidad, el desorden bipolar y el déficit de atención.
Efectos adversos que no debían salir a la luz
En 2004 se supo que GSK había ocultado que entre los niños y adolescentes tratados con Paxil se producía una mayor tasa de pensamientos y conductas suicidas. Al ser descubierta, la compañía llegó a un acuerdo extrajudicial y se comprometió a publicar todos los datos de sus estudios clínicos. Mientras tanto, la investigación de este y otros casos motivó en 2007 un cambio legislativo en Estados Unidos que obligó a las farmacéuticas a publicar todos los datos de los estudios clínicos que hicieran. Esta normativa es la que permitió descubrir que GSK había ocultado también datos comprometedores de su fármaco Avandia, que se recetaba para tratar la diabetes.
La farmacéutica había iniciado en 1999 un estudio secreto para averiguar si Avandia era más seguro que su competidor Actos, de la empresa Takeda. Los resultados fueron desastrosos: no solo no era más eficaz, sino que presentaba un significativo mayor riesgo de daño cardiaco. Estos resultados deberían haberse comunicado a las autoridades sanitarias, pero en lugar de hacerlo, la compañía hizo todo tipo de maniobras para evitar que trascendieran. Una investigación del diario The New York Times reveló en 2010 diversos correos internos entre directivos en los que se advertía de que los datos del estudio no debían ver, bajo ningún concepto, “la luz del día”.
Los riesgos de Avandia fueron confirmados en un estudio independiente de un cardiólogo de Cleveland. GSK reconoció que conocía los riesgos de Avandia desde 2005, pero las investigaciones posteriores indican que la compañía ya tenía conocimiento de los efectos adversos no declarados desde antes de su comercialización, en 1999, y no solo permitió que se prescribiera sin ninguna advertencia, sino que hizo todo lo posible por ocultarlo sabiendo que había alternativas más seguras para los pacientes.
Que Avandia mantuviera su cuota de mercado era una cuestión estratégica para GSK, en un momento en que su portafolio estaba huérfano de nuevos productos. Entre los documentos conocidos ahora figura un informe interno, en el que la compañía evaluaba el coste que tendría la revelación de los efectos adversos: 600 millones de dólares solo entre 2002 y 2004.
Leer y tener una buena comprensión lectora es clave para el éxito escolar y para la calidad de la educación y de la cultura. Las madres y padres pueden hacer mucho por la lectura y por su familia, si siguen estos consejos y los convierten en hábitos. Si lo logran es como si diesen a sus hijos, por adelantado, un “master universitario” para el desarrollo de sus inteligencias múltiples.
Según los especialistas, las madres o padres que les narran cuentos o les leen libros infantiles a sus hijos en momentos de ocio o antes de dormir, como hábito cotidiano, favorecen el deseo lector en los niños pequeños que, de mantenerse, será clave para crearles el hábito lector, su éxito a la hora de expresarse, de aprender a leer en la escuela, de comprender lo que leen y de ampliar sus estudios.
Los avances de la neurología están demostrando que el cerebro infantil, incluso el cerebro adulto, se moldea y mejora con las experiencias positivas, con la lectura y con la buena música. Por eso, si queremos que nuestros hijos sean buenos lectores, desde su más tierna infancia sería conveniente seguir algunos de sus propuestas:
EN SUMA: Fomentar la lectura en familia es una línea de acción clave para crear lectores, pero también es fundamental para el desarrollo de su personalidad.
Amar a los hijos implica saber “quererlos bien”, de forma cálida y exigente, con ternura y límites (amor, valores, criterios y normas), educándolos con un estilo parental
responsable
Pedro Molino (Jaén, 9 de julio de 2012)
El psicoanalista Juan David Nasio sugiere algunos consejos para padres con hijos en esa edad. Recomienda ser paciente y evitar toda espiral de agresiones. Las conductas riesgosas y más comunes, y los errores en los que no hay que incurrir
En una entrevista realizada por un matutino porteño, el psicoanalista Juan David Nasio recomienda cómo tratar con adolescentes problemáticos, qué comportamientos hay que evitar,
y analiza los riesgos ante los que hay que estar alertas como padres.
No agredir ni humillar
Para el profesional, es fundamental que los padres no hieran las susceptibilidades del adolescente y no caigan en las agresiones que los hijos puedan realizar. La adolescencia es una etapa muy
permeable a situaciones de humillación. "Muchas veces la agresividad del adolescente despierta nuestra agresividad, y le decimos cosas muy hirientes. Eso hay que evitarlo, porque uno mañana va a
querer que su hijo sea una persona que tenga confianza en sí misma", dijo el experto.
Problemas con el apredizaje
Al ser el estudio una de las obligaciones principales del adolescente, muchos padres incurren en el error de presionar e intentar asustar a sus hijos con
frases como “si no estudiás, vas a ser un inútil”. El doctor Nasio sostiene que relacionarse de esta manera es un problema, porque el adolescente vive en el tiempo presente, su emotividad y su
lucidez no comprende plazos largos.
Por lo tanto, "querer estimularlo con la amenaza de un futuro pesimista no funciona”, opina el psicoanalista. Afirma que hay que plantear el problema desde lo positivo, dar confianza. “Hay que
estudiar porque en la edad que te toca es lo que tenés que hacer”, sugiere decir Nasio en una situación semejante.
Uso y abuso de la computadora
Muchos adolescentes pasan largo tiempo ante la PC. Para el psiquiatra, hay que prestar atención a algunos criterios para saber si la dificultad
el adolescente puede resolverla por sí mismo o si requiere de la asistencia de un profesional.
Una de las cuestiones es la duración: estar tres horas es mucho, “pero si está seis o siete horas, ahí estamos ante un problema”, sostiene Nasio.
Otra es si la conducta implica una invasión o distorsión en la vida del sujeto. “Si un muchacho estudia, las notas son medianas y pasa tres o cuatro horas delante de la pantalla, está
integrado en la vida. Si, en cambio, no estudia, está ausente de la escuela y pasa seis horas en internet, evidentemente, la pantalla está invadiendo su vida”, advierte el doctor.
Ahora bien, para el médico el tipo de uso también es importante. En este sentido, desalienta el consumo de pornografía vía Internet en los adolescentes. “Es mucha excitación para una cabeza de 11
o 12 años, todavía inmadura, que no tiene la capacidad de asimilarla”, afirma.
Comportamientos riesgosos y peligrosos
El especialista señala distintos “tipos” de adolescentes, y los agrupa en tres sectores a considerar. El mayoritario, que es un joven
que se comporta y piensa de manera contradictoria (por ejemplo, cariñoso a veces, pero luego irritable) es difícil de manejar y entender, pero, aun así, presenta las dificultades normales de la
edad. Hay un sector minoritario, que aglutina a los adolescentes con patologías y enfermedades mentales serias, como la esquizofrenia. Finalmente, se puede detectar otro grupo que tiene
tendencias fuertemente antisociales, y/o practican comportamientos violentos (hacia terceros, o autodestructivos) y el consumo de drogas.
Entre las patologías y los comportamientos peligrosos, además de los antisociales, son importantes las perturbaciones alimentarias (anorexia o bulimia). La dieta en sí no es mala, pero sí debe
alertar cuando el comportamiento lleva a forzar vómitos y cuando implica la detención del ciclo menstrual.
Cuándo recurrir a un profesional
Nasio recomienda “a los padres no precipitarse a los psicológos ni a los médicos” apenas surja una situación problemática. Para el doctor, es
importante que los padres busquen ellos mismos resolver las dificultades de sus hijos. Si la situación se les escapa de las manos o no saben cómo solucionar una dificultad, es aconsejable “llamar
a terceros que sean de la familia –los abuelos, lo tíos- o un amigo".
“Los terceros son muy buenos interventores, porque muchas veces resuelven el problema sin médico, sin psicólogo. Si los terceros fallan, entonces recién allí podemos ir al psicoterapeuta”.
Puntos importantes
El Dr. Nasio, de 70 años, se graduó de médico en la UBA y realizó su residencia de psiquiatría en el Hospital Evita, en Lanús. Desde 1969 se radicó en París, Francia, y participó de los seminarios del famoso psicoanalista francés Jacques Lacan, relación que le llevó a traducir sus Escritos al español. En el año 1971 fue designado docente de la Universidad de París VII, en la Sorbona, y ocupó dicho cargo durante 30 años. Es autor de más de 20 libros, entre sus premios, recibió la Legión de Honor (1999) y la Orden del Mérito (2004).
La obsesión por tener unos hijos preparadísimos y detectar sus talentos llena su agenda de extraescolares y les deja sin tiempo para jugar. Sin embargo, dicen los expertos que un niño que no juega no aprende, ni desarrolla habilidades emocionales y sociales básicas para el mundo laboral
Hace algunas décadas, los niños salían de la escuela, pasaban por casa a recoger la merienda y se marchaban a jugar a la calle con amigos y vecinos hasta la hora de hacer los deberes y cenar. Hoy, salen de clase y meriendan raudos mientras se cambian de ropa (muchas veces sobre la marcha, en el coche) o de mochila en función de si les toca ir a hacer deporte, a aprender inglés o a tocar un instrumento. “Para que pierdan el tiempo en casa, jugando o viendo la tele, mejor que aprendan algo o que hagan deporte”, defienden muchos padres. Pero jugar, según enfatizan los expertos, no es perder el tiempo. Muy al contrario, es un tiempo fundamental para el aprendizaje, una inversión de futuro, y la carencia de tiempo de juego tiene consecuencias indeseables. No es sólo que una agenda repleta actividades organizadas de 8 o 9 de la mañana a 8 de la tarde, de lunes a viernes y con extensiones el fin de semana (partidos, exhibiciones, etcétera) esté teniendo como resultado niños estresados, empachados de información y actividad, con dificultades para concentrarse o para la lectura, incapaces de disfrutar del momento y siempre preocupados por la siguiente actividad, por la próxima novedad… Es también que unos chavales absolutamente planificados y dirigidos por adultos no saben qué hacer y se aburren si alguien no les organiza el tiempo o el juego, tienen poca capacidad de decisión, escasa creatividad y nula propensión a inventar o descubrir, y les resulta difícil relacionarse, negociar con sus iguales, trabajar en grupo, autorregularse o resolver sus problemas solos.
“Cuando jugabas en la calle libremente, con otros niños y niñas, aprendías de forma natural a superar la frustración sin derivarla en agresividad –por ejemplo, cuando corrías poco y no te querían para jugar al rescate–, a dilatar la gratificación ¬no podías saltar a la comba hasta que te tocaba–, a relacionarte sin que los demás se plieguen siempre a tus caprichos… Si los niños juegan con sus padres, puede que estos les dejen ganar, jueguen a lo que ellos quieren o según sus intereses; pero en el juego entre chavales, si no sigues las normas te dejan fuera; si no te comportas bien o eres agresivo te quedas al margen…y así aprendes a integrarte”, explica Petra M. Pérez, catedrática de Teoría de la Educación de la Universitat de València. Y añade que cuando los niños jugaban más entre ellos de forma espontánea había menos problemas en el colegio porque fuera ya habían aprendido las reglas de interacción, el autocontrol y a dilatar la gratificación.
Claro que hoy los niños también comparten juegos con sus amigos en la escuela y en las actividades extraescolares. De hecho, muchos piden a sus padres que les apunten a extraescolares para ir con sus amigos, sobre todo cuando la alternativa es estar solos en casa. Pero la socialización que se desarrolla en estos entornos reglados, dirigidos, es distinta. Cuando hay profesores y monitores de por medio, “las normas vienen desde fuera, las actividades están regladas y dejan poco espacio a la creatividad y a la relación espontánea, y los niños no pueden aprender igual las consecuencias de lo que hacen o deciden”, apunta Petra M. Pérez. En su opinión, hoy que la mentalidad es preparar a los hijos para el futuro y la deseabilidad social es tener unos hijos exitosos y con estudios, “los padres deben saber que, más que aprender muchas cosas, sus hijos deben jugar, porque eso les proporciona aprendizajes básicos para el desarrollo de la personalidad, de su creatividad y de su capacidad de innovar y de buscar soluciones a los problemas”, que son habilidades imprescindibles para que luego triunfen a nivel profesional.
Purificación Sierra, profesora de Psicología del Desarrollo de la UNED, enfatiza que el juego espontáneo entre niños es un ensayo para la vida adulta y permite desarrollar las habilidades relacionales y emocionales que facilitan una vida social sana al hacerse mayor. Y por si alguien cree que ser más o menos sociable es baladí, Petra M. Pérez remarca que la falta de relación social durante la infancia está complicando ya a la vida a algunos jóvenes. “Hay muchos chavales, en especial hijos únicos, que de pequeños no han tenido relaciones de complicidad y de enfrentamiento con amigos y hermanos, y que al crecer recurren al botellón o se refugian desde los 13 años en una relación de pareja por miedo escénico a los iguales; lo veo también en algunos becarios universitarios con los que trabajo: jóvenes que se han centrado mucho en sus estudios pero no se han relacionado y no saben compartir ni desarrollar propuestas en equipo”, comenta.
Pero los argumentos de educadores y psicólogos en favor del juego no acaban ahí. Para quienes creen que lo importante son los conocimientos y que lo que prima hoy en la sociedad es estar preparadísimo, acumular muchos conocimientos y que los niños aprendan cuanto antes, más y mejor idiomas, música, ajedrez, informática, etcétera, puede resultar chocante leer Einstein nunca memorizó, aprendió jugando. En realidad es el título de un libro en el que las especialistas en psicología infantil Kathty Hirsh-Pasek y Roberta Michnick Golinfkoff echan mano de sus investigaciones para asegurar que jugar es igual a aprender, y que jugando se aprende de todo: desde a resolver problemas de forma creativa hasta capacidades matemáticas y habilidades lectoras.
Joan Doménech, director de la escuela Fructuós Gelabert de Barcelona y autor de Elogio de una educación lenta (Graó), advierte que, en educación, más no es sinónimo de mejor. “La capacidad de aprendizaje es limitada, y aprender es un proceso lento, que requiere sus tiempos: un tiempo de hacer, un tiempo de conversar o deliberar, y un tiempo de no hacer nada, de reflexionar; y ese último es el tiempo de juego”. Imma Marín, pedagoga y directora de la consultora especializada en juego y educación Marinva, lo llama tiempo de digestión: “Los niños de hoy reciben mucha información y muchos estímulos, es decir, comen mucho; pero tienen poco tiempo de relax para hacer la digestión y se empachan de exceso de actividad; porque para asimilar los aprendizajes y las experiencias, para que sirvan de nutriente, hace falta tiempo, y ese tiempo de digestión nos lo proporciona el juego: mientras juega, el niño puede interiorizar, poner en práctica y relacionar lo vivido durante el día y los conocimientos recibidos”. Y pone un ejemplo: “la ley de la gravedad te la explican en la escuela, pero la aprendes haciendo torres y construcciones de bloques que se caen”.
Doménech es tajante: “Los niños que no juegan no aprenden”. Y precisa que cuando habla de juego no se refiere a juegos didácticos o educativos, sino al juego lúdico, sin más. “Estamos colonizando el tiempo de los niños; su agenda es un reflejo de cómo ocupamos los adultos el tiempo, y queremos que todo sea organizado, que todas sus actividades sean desarrolladas con personal cualificado, siguiendo el modelo escolar; pero el aprendizaje más efectivo se hace fuera de la escuela, jugando, sin límites horarios, sin reglas…”, afirma el director de la escuela Fructuós Gelabert.
La psicóloga Purificación Sierra apunta que las actividades extraescolares han convertido un tiempo de ocio en una obligación infantil más porque tienen una finalidad, unos objetivos cuantificables y no son un mero disfrute en sí mismo. En este sentido, Imma Marín señala que “el juego es importante en la medida en que sea juego libre, en que los niños tengan un tiempo y un espacio psicológico en el que exista margen de error, donde no se sientan juzgados y sean libres de probar y experimentar; eso es fundamental, porque no se puede crear e innovar sin pasar por el error, pero la escuela y la sociedad castigan el error, y el único marco en el que puedes probar y probar, y pasar por fracasos sin que ocurra nada es el juego; porque el juego prima el proceso, como por ejemplo cuando un niño, sin ayuda de nadie, persevera una y otra vez para intentar bailar la peonza o hacer el pino”.
Tampoco es que los niños se hayan de pasar el día jugando a sus anchas con sus amiguitos; ni que el juego espontáneo y las extraescolares sean actividades excluyentes. Se trata de compatibilizar. “Lo importante es no sobresaturar a los niños con extraescolares para que tengan tiempo de juego espontáneo, en el parque o en casa, sobre todo hasta los diez años”, indica el psicólogo Benjamí Montenegro, del Equip Psicològic del Desenvolupament de l’Individu. El problema, según coinciden todos los expertos consultados, es que con frecuencia la elección de las extraescolares no responde a una necesidad o a un interés del niño, sino de la familia, ya sea para cubrir las jornadas laborales de los padres o sus expectativas culturales, deportivas, artísticas… Incluso los pediatras han intervenido en este debate instando públicamente a los padres a que “piensen en su hijo y con la cabeza” a la hora de pedirles un esfuerzo extra en idiomas, deportes o lo que sea. “Los padres no se deben plantear el desarrollo de estas actividades como una carrera contra reloj; deben pensar que los niños necesitan tiempo para descansar y para jugar y no sobrecargarles de obligaciones”, asegura una nota conjunta de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria.
Montenegro defiende la necesidad de organizarse para que alguien pueda recoger siempre a los niños a la salida del colegio para llevarlos a casa, al parque o donde sea, y así no elegir las extraescolares en función de que el horario vaya bien a los padres. Su criterio es que, hasta quinto de Primaria, lo mejor es una actividad de carácter deportivo, no competitiva, y, como mucho, otra intelectual (siempre que el niño no tenga problemas de aprendizaje en la escuela). Y, a partir de la ESO, su receta es una hora semanal de conversación en inglés y, como máximo, una extraescolar más –sea deportiva o intelectual– para dejar tiempo para el estudio y que vayan aprendiendo a estar solos en casa y a organizarse por sí mismos.
Imma Marín aconseja escoger extraescolares lo más lúdicas posibles, que no resulten competitivas ni se esperen de ellas resultados, y al mismo tiempo montar una red con familia, amigos, vecinos u otros papás para que, al menos una tarde a la semana, los críos puedan jugar con uno o dos de sus amiguitos en casa de uno o de otro.
En realidad, irse a jugar a casa de fulanito o de menganito era algo habitual, que surgía de forma espontánea y natural, hace unas cuantas décadas. A la vuelta del cole uno llegaba a casa acompañado y decía “mamá, que viene María a merendar”, y listo. Pero hoy, las jornadas laborales de padres y madres, los hábitos de vida, el urbanismo de las ciudades e incluso la tipología de las viviendas lo complica bastante más y obliga a organizar estas citas infantiles de antemano. En Estados Unidos se han puesto de moda, con el nombre de play day, y muchos padres y madres se organizan en su trabajo para, un día a la semana o cada quince días, acabar antes la jornada y poder recibir en casa a algún amiguito de su hijo o hija acompañado de su papá o su mamá. “En París algunas familias también celebran ya el play day: mientras los hijos juegan, los padres charlan y se toman algo”, confirma Marín. Es más que probable que esta vuelta a las viejas tardes caseras de juegos no sea ajena a la fuerte crisis económica que aqueja a los hogares. Pero, a la vista de los argumentos de los expertos, los beneficios que de ellas cabe esperar van mucho más allá de un menor gasto familiar. Si la práctica se extiende, quizá permita también contrarrestar el claro descenso del juego familiar y escolar que ponen de manifiesto los datos del Observatorio del Juego Infantil en España y que se atribuye, además de a la escasez de tiempo de los padres y al aumento de las extraescolares, al mayor consumo de televisión e internet ya que la compra de juguetes está muy limitada a los regalos de Navidad y Reyes.
La próxima edición del Manual de estadísticas y diagnóstico para los desórdenes mentales (DSM-5), biblia de la psiquiatría y psicología cognitiva en los EE.UU., considera al duelo y la rebeldía como enfermedades. “Es un forzamiento para patologizar y medicalizar a la comunidad”, dice el psicoanalista argentino Mario Goldenberg.
En los Estados Unidos, paraíso de la ciencia aplicada y las tecnologías de punta, nació en 1952 el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM), biblia de la psiquiatría y de la psicología cognitiva que ya lleva cuatro ediciones y una quinta, lista para su venta en mayo de 2013. Sin embargo, el libraco (del cual se prevé una primera tirada de un millón de ejemplares) es noticia casi con un año de anticipación, por razones diversas, entre las más notorias, la “elección” de nuevos trastornos que edición tras edición se suman a un listado que si se quiere es un pésimo remedo del libro de los seres imaginarios al que Jorge Luis Borges durante un tiempo dedicó sus afanes.
Se sabe que el marketing y las estadísticas se asumen como fundamento moral en la llamada democracia del norte, tanto en cuestiones electorales, científicas como culturales. Y que la salud es un insumo, del cual está excluida el 60 por ciento de la población de ese país, que tiene la particularidad de cruzar los tres registros: políticos, científicos y culturales. ¿Cómo ignorar entonces que el duelo, la tristeza que acompaña la pérdida de alguien muy querido será considerada desde el próximo año una “enfermedad”, al igual que la rebeldía, bautizada “trastorno de oposición desafiante”, si para ambos males también existirán sus correspondientes placebos farmacológicos, esa próspera actividad, casi tanto como el tráfico de armas y de drogas (ilegales)? Sin embargo, versiones del DSM-5 ya están siendo usadas en los centros de salud -de varias partes del mundo- sin haber sido presentado aún en sociedad.
En estos momentos son aproximadamente 300 los trastornos identificados por un grupo de “notables” (médicos, psiquiatras, psiquiatras policías) pero la filtración del duelo y la rebeldía como novísimos “disturbios emocionales” que hizo pública un par de semanas atrás la revista especializada The Lancet, cayó mejor en los laboratorios que entre ciertos profesionales que intentan otro tipo de trabajo en USA, y ni hablar en Europa o América del Sur, que se ha convertido, durante estos años, en una de las cabeceras de playa de la resistencia a la medicalización de la vida que propone el manual. Digámoslo así: el DSM es un instrumento para provocar un cortocircuito entre las pasiones y el fondo de finitud que constituye al viviente: tal cual si fuera una máquina.
Pero el peso del DSM reside en que se ha convertido en una referencia no sólo para médicos (a los que se supone ayuda a establecer diagnósticos) o aseguradoras (que se guían por sus normas), sino para buena parte de la comunidad.
En conversación con Ñ digital, el psicoanalista argentino Mario Goldenberg, resultó explícito: “el próximo DSM, elaborado por la Asociación Psiquiátrica Americana, es un forzamiento para patologizar y medicalizar a la comunidad; una nueva reformulación clasificatoria que busca ampliar a través del discurso de la ciencia las enfermedades mentales. Trastornos, disforias, disfunciones. Es decir, intenta, bajo un disfraz de términos científicos, una clasificación de lo inclasificable: el padecimiento”.
El manual, considerado toda una institución, tiene su influencia, si se tiene en cuenta, por ejemplo, que hasta 1974 la homosexualidad figuraba en la lista de desórdenes; y que ahora que debate asuntos complicados como la identidad de género en relación con la transexualidad, o la compulsión a las compras o al sexo, en estos casos, “inventos” diagnósticos que han dado lugar a prósperos servicios y a negocios inmobiliarios. La cuestión es compleja, al punto que para evitar presiones -o aceptarlas (de la industria farmacéutica, aseguradoras, jueces, grupos religiosos y políticos)- el equipo asesor fue obligado a firmar una cláusula de confidencialidad, que como indican las filtraciones, no existe. ¿Por qué las filtraciones? La hipótesis más consistente sostiene que las internas entre los psiquiatras alcanzan para que los disidentes vean con alarma el altísimo nivel de medicación a los que se somete a los pacientes.
Psicoanalista también, Osvaldo Arribas dice que “parece ser un hecho que en el afán clasificatorio del DSM de los Estados Unidos no se quiere dejar afuera nada de ‘lo que nos pasa o nos puede pasar’. Este afán clasificatorio, ‘científico’, a cada síntoma un ‘trastorno’, es propio de USA, donde, al mismo tiempo, se rechaza más y más al psicoanálisis. Y un claro ejemplo es Siri Hustvedt, la mujer de Paul Auster, autora de ‘La mujer temblorosa’ y ‘Elegía para un americano’. En el primero, habla de un ataque histérico que la tomó hablando en un homenaje a su padre, hace un recorrido por distintas opiniones científicas y cuenta que siempre le dio pánico… analizarse. En el otro, el protagonista ¡es un analista!”.
Nacido en California pero radicado en Gran Bretaña, el lacaniano Darian Leader acaba de publicar -contra la doxa sanitaria- “La moda negra. Duelo, depresión y melancolía” (editorial Sexto Piso): “En este libro argumento que debemos renunciar al concepto de depresión como está enmarcado en la actualidad. En cambio, debemos ver lo que llamamos depresión como un conjunto de síntomas que derivan de historias humanas complejas y siempre distintas. Estas historias involucrarán las experiencias de separación y pérdida (…) Con el propósito de dar sentido a la forma en que hemos respondido a tales experiencias, necesitamos tener las herramientas conceptuales correctas; y éstas, creo, pueden ser encontradas en las viejas nociones de duelo y melancolía”, escribe.
Psicoanalista y escritor argentino, radicado en España desde 1976, Gustavo Dessal, se alza contra este dispositivo que piensa al sujeto como un robot: “La matanza perpetrada hace pocos días en Afganistán por un soldado americano perteneciente a la base Lewis-McChord de Seattle, ha hecho saltar el escándalo de los diagnósticos que los psiquiatras militares emplean a la hora de evaluar los trastornos psíquicos de su personal”.
“La base, que posee el récord en los Estados Unidos de soldados con suicidios, asesinatos y enfermedades mentales, y el Madigan Army Medical Center, el hospital que funciona en su interior, están siendo investigados por la senadora Patty Murray, presidenta del Comité de Veteranos de Guerra del Senado norteamericano, para determinar, entre otras cosas, las razones por las que se les ha retirado el diagnóstico de ‘trastorno de estrés post-traumático’ a 285 soldados de dicha base que inicialmente habían sido calificados dentro de esa categoría. La razón no ha tardado en aparecer: el Pentágono se ahorra unos cuantos cientos de miles de dólares en tratamientos que debería proporcionar a su personal afectado”.
“Lo interesante de esta historia, es que ya no es necesario remontarse a los tiempos de (Josef) Stalin para comprobar el papel que la psiquiatría puede llegar a cumplir como instrumento del poder. Desde hace algunos años, no es novedad que un inmenso sector de la psiquiatría mundial se ha convertido en ‘jardinero fiel’ (para usar el título de la novela de John Le Carré) de los intereses de la industria farmacéutica. El DSM ‘fabrica’ diagnósticos conforme a las necesidades del mercado. En pocas palabras: los laboratorios sacan una droga, y la psiquiatría justifica su empleo creando una categoría diagnóstica ‘ad hoc’”.
“Y para redondear el negocio, ¿qué mejor idea que convertir todo en ‘enfermedades’, ‘trastornos’ o ‘desórdenes’? No conformes con eso, los laboratorios han encontrado un nuevo filón: la infancia. ¿Por qué esperar a que el individuo crezca para convertirlo en consumidor de fármacos psiquiátricos, si hay cientos de millones de niños en el mundo que pueden ser clientes inmediatos? Sólo se necesita el concurso de burócratas, técnicos y psiquiatras que comprendan el potencial en juego. El DSM-5 incluye trastornos tales como la ‘rebeldía’ a la autoridad. Los políticos, convertidos en siervos del poder económico global, ven con interés la posibilidad de contar con una medicación, ‘científicamente’ avalada, para corregir desde la infancia todo asomo de cuestionamiento. Mejor prevenir desde que los ciudadanos son pequeños, especialmente ahora que vamos retornando a los índices de explotación y servidumbre de los tiempos de Dickens. Stanislaw Lem, el escritor de ciencia ficción, estaba en lo cierto cuando aseguró que el siglo XIX había sido el de la revolución industrial, el XX el de la revolución tecnológica, y el XXI el de la revolución química. El presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, el doctor Jerónimo Saiz, está empeñado en promover una campaña para que el gobierno apruebe una ley que permita la administración de un antipsicótico llamado Xeplio, incluso contra la voluntad del paciente. Orwell y Huxley se nos van quedando cortos de imaginación”.
Luciano Lutereau no va a menos: “Mi principal observación sobre el DSM es que sólo con torpeza se lo puede reconocer como un manual de diagnóstico, ya que el carácter estático de sus clasificaciones descriptivas desconoce el carácter de proceso que un diagnóstico debe tener para ser preciso. Asimismo, un diagnóstico siempre se hace en función de una orientación de tratamiento; si no, deja de ser operativo y potencialmente se vuelve una herramienta de control social. En tercer lugar, el DSM recae en una predicación sobre el ser del sujeto a partir de la media, cuando el sufrimiento es aquello que escapa a la norma. Aquí no sería desdeñable recordar los trabajos de (Georges) Canguilhem que distinguen norma y normalidad. Pero los usuarios actuales del DSM no sólo ignoran la historia de la medicina, sino que dejaron a un lado lo más básico de la psiquiatría clásica y los conceptos fundamentales de la psicopatología, a favor de una suerte de conductismo farmacológico. Por último, una observación sobre el síntoma: en el DSM, el síntoma es una conducta, un hábito, algo a corregir y no una elección que implica a quien lo padece; por eso aquí las respuestas son correctivas, y no apuestan a la capacidad electiva del ser hablante”.
Y Carlos Gustavo Motta explica que “en todas las ediciones del DSM es posible leer su orientación y espíritu. Su primera edición apareció en 1952 y en ella el término reacción reflejaba la influencia psicobiológica de Adolf Meyer, quien descarta la neurosis ubicando, en cambio, trastorno, designándolo como una representación de reacciones de la personalidad frente a factores psicológicos, sociológicos y biológicos. La cuestión confirma la disputa de lo clásico por lo nuevo y aquello que resulta complejo de leer frente a la inmediatez de la filosofía pragmática cognitivista, que no es ni buena ni mala, pero que esgrimida por ciertos profesionales perezosos a la lectura, culmina siendo dañina en sus efectos terapeúticos”.
“La clasificación del DSM más que facilitar, complica. A las tres estructuras freudianas, neurosis, psicosis y perversión, se las elimina para establecer una larga lista de afecciones que enumeradas bajo modalidades particulares, concluyen en una encrucijada numérica y fenoménica que bien le cabe en su título de estadístico y que permiten vía libre de acceso a la psicofarmacología incluyendo al sujeto en una cura pret-a-porter, ubicándolo en una profecía autocumplida, excluyéndolo de su dimensión fantasmática. Es tanto el deseo de distribuir el mundo entero según un código que una ley universal regirá el conjunto de los fenómenos: dos hemisferios; cinco continentes; masculino y femenino; animal y vegetal; singular y plural; derecha/izquierda; cuatro estaciones; cinco sentidos, etcétera. Así, el primer ajuste de la denominación en la salud mental del siglo XXI, el postergado DSM-5, comenzará a regir tanto en los fueros judiciales (los informes periciales, por ejemplo, se ajustan a esta característica) como en las mentes brillantes o lo que resulta más inquietante, aquellos profesionales que deben ajustarse a la norma para medicalizar y dejar satisfechas sus almas inquietas, plenas de ‘furor sanandis’”.
Silvia Elena Tendlarz dice que “Freud se ocupó de distinguir el duelo normal del patológico. La tristeza forma parte del duelo, del lento recuento de recuerdos que nos permite, recordando, olvidar. De los artistas y su espíritu saturnino, pasando por la melancolía, con el nuevo DSM nos encontramos con una metamorfosis: la tristeza por la pérdida de un ser querido no es la expresión del dolor que posibilita nuevas formas de encuentro sino que ahora es un trastorno, un desorden. Pero lo cierto es que de ese desorden nadie queda a salvo: la vida y la muerte son lados de una única moneda y dan sentido a la vida. Transformar al duelo en una patología que debe ser medicada es impedir dar adiós en el tiempo que cada uno necesita y volver a encontrar en los recuerdos a aquella persona que fue parte de nuestras vidas”.
Por si quedara alguna duda, en su viaje a los Estados Unidos Freud no vaciló en decir que el psicoanálisis -en ese “mundo perfecto- podía ser una “peste”. Lo que no se imaginó fueron los instrumentos que se dieron los oriundos para inmunizarse.-
La semana pasada contábamos que todos nacemos creativos, pero que hay muchos expertos en psicología y educación convencidos de que el sistema educativo mata esa creatividad. En las líneas que siguen apuntamos formas de lograr que los niños desarrollen su imaginación y capacidad de crear e innovar
Un entorno estimulante y que permita expresarse de diferentes formas; un ambiente donde las ideas nuevas o insólitas sean respetadas y valoradas; un contexto de libertad y autonomía para experimentar, equivocarse y evolucionar; profesores guía en lugar de instructores para que los conocimientos se descubran en vez de aprenderse; mucho juego; educación sensorial y emocional; un sistema de autocorrección y evaluación por metas y progresos… Estas son algunas de las premisas que los expertos ven indispensables para que la escuela preserve el potencial creativo con el que los niños inician su etapa escolar y, de adultos, puedan resultar innovadores. Pero, todas estas premisas, ¿cómo se concretan? “De entrada, haciendo convivir a niños de diferentes edades; nosotros los agrupamos en aulas de tres a seis años, de seis a nueve y de nueve a doce; y atendemos sus necesidades tanto a nivel intelectual como físico y emocional: desde la adaptación del mobiliario a su estatura, hasta la disposición de un entorno y materiales estimulantes para cada área del conocimiento, pasando por dejar libertad de movimiento y que el niño decida cada día en qué trabaja, con quién, cuánto tiempo y con qué expectativas”, explica Carles Malleu, profesor de primaria del colegio Madrid Montessori. Esta escuela se rige por el método desarrollado por María Montessori (publicado en 1912) y que se basa en facilitar un entorno donde los niños puedan desarrollar al máximo su curiosidad y sus tendencias naturales.
“Todos tenemos posibilidades de ser creativos e innovadores; biológicamente somos creadores, pero nos adaptamos al medio que nos toca vivir y ese medio puede fomentar la creatividad o no; en el caso concreto de la escuela, resultará creativa si dinamiza las potencialidades individuales, si favorece la flexibilidad mental, la originalidad, la inventiva, las nuevas ideas, la autonomía y, además, el desarrollo emocional y social”, coincide Petra María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación y miembro del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universitat de València. Porque, enfatiza, cuando se habla de fomentar la creatividad en la escuela no se está hablando de reforzar la enseñanza de las artes plásticas o de la música, sino de enseñar a salirse de las rutas trazadas, enseñar a innovar: “Creativo es quien produce algo nuevo y valioso, y ese algo no necesariamente ha de ser una obra de arte; puede ser una idea, una solución a un problema, un nuevo producto…”, explica Pérez.
Malleu subraya que en el colegio Madrid Montessori esto se promueve desde el primer día porque el niño se enfrenta a diario a un proceso creativo: qué va a hacer, cómo y con quién, puesto que dispone de un mínimo de tres horas de trabajo libre y autónomo mientras el maestro explica contenidos a pequeños grupos de la clase (2-4 niños). “Esto significa que en un aula con 25 niños, pueden coincidir dos leyendo un libro, otro poniendo acentos en fichas de colores, otro revisando tarjetas de animales, otros con tarjetas con adjetivos y nombres… y un adulto dando una lección a cuatro; y pueden cambiar de actividad cuando quieran o, si alguno desea estar solo, puede salir al patio o al pasillo”, explica.Porque cuando se trata de promover una educación creativa, dicen los expertos que una regla de oro es dar autonomía, que el estudiante, sea cual sea su edad, sea quien lidere su aprendizaje y tenga el espacio físico, intelectual y emocional para decidir, por ejemplo, sobre qué investiga para hacer un trabajo y cómo lo presenta, o qué libro lee, qué texto o canción utiliza para sus análisis de lengua… “La clave es enfocar la educación no en transmitir información y contenidos, sino en fomentar la curiosidad, el espíritu científico, literario, la resolución de problemas…; los niños, más que acumular información, han de aprender a innovar, a cambiar de continuo, a jugar y ensayar, a errar y mejorar, a interrogarse y explorar, a descubrir, soñar y fantasear, a inventar, a comparar, valorar y decidir por sí mismos, a tener iniciativas, a expresarse en todos los lenguajes y, en definitiva, a ser uno mismo”, afirma David de Prado, director del Instituto Avanzado de Creatividad Aplicada Total y del máster en Creatividad de la Universidad Fernando Pessoa.
Admite que todo eso implica una revolución en la organización y funcionamiento habitual de las escuelas, que se basan en un modelo directivo y habrían de adoptar un modelo más democrático, donde los profesores dejarían de ser instructores y transmisores de información para convertirse en guías. “La función del profesor habría de ser la de seleccionar lo que es más atractivo y motivador para sus alumnos, y llevar a cabo una pedagogía de la acción, pragmática, con métodos y estrategias creativas”, dice De Prado. Malleu explica que en su escuela la función del profesor es guiar al alumno facilitándole los materiales adecuados en función de sus progresos y sus intereses, y ampliando sus explicaciones a medida que asimila las lecciones anteriores. “El profesor observa y sigue las actividades del niño pero sin juzgarlas, no para decirle si está bien o está mal, sino para apreciar donde están sus dificultades y poner a su alcance nuevos materiales que le ayuden, y para saber cuáles son sus preferencias y adaptarse a ellas a la hora de explicarle contenidos de lenguaje o cálculo”, apunta. No es que en este centro no tengan un currículum que explicar, pues los niños deben acabar su escolaridad alcanzando los niveles de conocimiento exigidos por el sistema educativo vigente. “Se trabaja el alfabeto, los números, la astronomía o la botánica… pero partiendo del planteamiento de que son producto de la creatividad de una serie de personas que se fueron preguntando cosas y han ido dando respuestas; se trata de captar primero el interés del niño y luego hacer que descubra por sí mismo, por ejemplo, las fórmulas geométricas, paso a paso, para que se le queden grabadas, pero sin aprenderlas de memoria”, ejemplifica.
De Prado enfatiza que lo que hace que una educación resulte creativa o mate la creatividad no son los contenidos, sino los métodos. Y pone algunos ejemplos. “Si se trata de literatura, uno puede contarles quién fue García Lorca y pedirles que lo memoricen; o puede plantear que lean algo de él y luego lo representen gráficamente, o que escriban un texto sobre ello, o que dramaticen un fragmento de la obra…¡Todo esto es creativo!; como lo es una clase de lengua en la que se elige una palabra y se juega con ella a repetir las sílabas, a inventar otras palabras con esas sílabas, a crear frases diferentes que la contengan, a buscar otras que digan lo contrario… Y de esa manera se descubren las raíces y las desinencias de las palabras, el sentido de las frases, etcétera”. Se trata, en definitiva, de poner en práctica toda una serie de estrategias que diversos autores han identificado como potenciadoras del proceso creativo: desde el torbellino de ideas (brainstorming) hasta la analogía, pasando por las transformaciones imaginativas, la enumeración de atributos, la relajación creativa o la solución creativa de problemas, entre otras.
“Lo ideal sería que en la escuela se explicaran cosas al alumno y él hiciera preguntas nuevas sobre ello o diera soluciones diferentes a las preguntas de siempre; que el profesor, en lugar de encargar un trabajo sobre determinado tema y con una estructura concreta, se dejara sorprender promoviendo un torbellino de ideas para que cada chaval desarrolle un proyecto sobre la que más le interese y de la forma que considere más adecuada, ya sea como dibujo, texto, presentación oral…”, indica el profesor Fernando Alberca, autor, entre otros, de Todos los niños pueden ser Einstein (Toro Mítico).
Añade que preservar la creatividad en la escuela exige también cambios en el lenguaje de los profesores, en su manera de explicar, de enseñar a estudiar y de evaluar. “Hace falta incluir en las explicaciones mucha más implicación emocional para llegar a todos los alumnos; si sólo se dan explicaciones racionales y repetitivas, dirigidas al hemisferio izquierdo, el que rige nuestra capacidad de análisis, los alumnos con predominancia del hemisferio derecho se pierden, porque su lógica es distinta”, reflexiona. Y pone algunos ejemplos: “En clase de matemáticas, no es lo mismo explicar que dos más dos son cuatro, que contar que si tenemos dos galletas y dos trozos de pan tenemos comida para cuatro personas; ¡esa es la implicación emocional!; como lo es referirse a los sentimientos de las madres de los soldados durante las guerras que se explican en la clase de historia”.
Petra María Pérez apunta que en otros países el sistema de enseñanza se fundamenta en que el alumno va eligiendo sus propias metas sobre los contenidos que figuran en el currículum y va buscando y dando soluciones a distintos problemas. “Claro que este sistema requiere más tiempo porque hay que esperar a que los alumnos lleguen por sí solos a las soluciones correctas, pero de esta forma se convierten en descubridores y aprenden por experiencia, no por repetición”. Malleu asegura que en la escuela Montessori tienen clara la premisa de que cada niño tiene su ritmo, y los hay que en dos mañanas han asimilado las fracciones y otros que necesitan trabajar sobre ello dos semanas “y la función del profesor es observar los progresos de cada uno e ir guiándoles poniendo a su alcance materiales que les ayuden a superar sus dificultades”. Fernando Alberca añade que lo mismo ocurre a la hora de enseñar a estudiar: “Hay niños que se empeñan en mirar la página de un libro y aprendérsela para pasar un examen, pero de lo que se trata es de que cada uno utilice su imaginación para hacer un dibujo (un esquema) del contenido de cualquier tema a partir del cual luego sea capaz de expandir esa información y explicarla; y no hay un esquema bueno o malo; hay niños que fotografían la información de arriba abajo, y otros de izquierda a derecha, unos que prefieren relacionar con líneas y otros que utilizan sistemas de llaves; lo importante es que cada uno utilice sus recursos para recrear la información y producir sus propios contenidos”.
Pero si cada uno elige lo que considera más relevante de una lección, si a la hora de hacer trabajos uno decide presentar un dibujo, otro un powerpoint y otros más una presentación oral ¿cómo evalúa el profesor? ¿Qué da por bueno? La cuestión, dicen los expertos, es renunciar al pensamiento convergente que predomina en la mayoría de las escuelas y admitir que hay más de una solución. Malleu explica que, en su centro, se valora la evolución y progreso de cada alumno, hay una evaluación constante para verificar que va superando fases, pero sin utilizar calificaciones numéricas que permitan la comparación entre compañeros. “De hecho, los materiales están preparados para la autocorrección y es cada niño quien corrige sus actividades, ve dónde están sus carencias, qué es lo que ha de reintentar, y asume el error como fuente de aprendizaje”, subraya.
Por otra parte, los expertos enfatizan que ser creativo y atreverse a innovar exige una buena confianza en uno mismo y saber canalizar adecuadamente sentimientos y emociones, entre ellas la frustración. De ahí que hacer de la escuela un espacio creativo requiera que esta preste mucha atención a la educación emocional de los niños. “Ha de potenciar la capacidad de entender y comprender emociones y sentimientos ajenos y ayudarles a desarrollar una autoestima positiva y realista que les permita sentirse seguros, atreverse a correr riesgos, a experimentar sin miedo al fracaso y a percibir las sensaciones que produce el éxito; se trata de potenciar la capacidad de gestionar y controlar impulsos, sentimientos y emociones dejando a la persona libre para experimentar y crear”, dice Petra M. Pérez. Sin olvidar, dicen los expertos, que preservar la creatividad exige facilitar todas las formas y lenguajes de expresión, incluidos los corporales y sensoriales, por lo que se debería atender más a disciplinas como la danza, la música o la pintura para estimular y desarrollar las inteligencias múltiples y no centrarse sólo en el aprendizaje más racional.
Los pilares básicos
Desafío y compromiso: Hay que involucrar al estudiante en su propio proceso de aprendizaje y, para ello, hace falta presentar las actividades como un desafío acorde a sus habilidades, talento y conocimientos, y, al mismo tiempo, como algo novedoso con preguntas abiertas que propicien nuevas opciones (¿Qué pasaría si…? ¿Y por qué no…?)
Libertad: Dejar a los niños la posibilidad de elegir sobre actividades, espacios, materiales o formas de realizar un trabajo, o sobre las consecuencias de determinados comportamientos que perturben el trabajo del grupo. Han de entrenar su capacidad de tomar decisiones.
Juego y sentido del humor: Hay que promover el juego, la alegría y entusiasmo en clase. Se puede propiciar utilizando transformaciones insólitas de cuentos, frases o palabras, decorando el aula con caricaturas divertidas o jugando a transformar los temas con preguntas como ¿qué hubiera pasado sí…?
Confianza y apertura: Hay que promover el respeto a las diferencias a través del reconocimiento de que cada persona tiene talentos únicos, con sus fortalezas y debilidades, y trabajar la comunicación asertiva para que aprendan a dar y recibir opiniones de forma adecuada.
Apoyo a las ideas: Las ideas nuevas han de ser valoradas y nunca ridiculizadas por insólitas. En lugar de hacer juicios y evaluaciones prematuras, se trata de escuchar las propuestas y dar oportunidades de que se lleven a cabo, que los chavales realicen proyectos partiendo de sus propias inquietudes e intereses.
Tiempo para idear: Los tiempos han de flexibilizarse para que el niño pueda involucrarse y meterse en una actividad “a sus anchas” y crear oportunidades para que comenten las ideas novedosas e inquietudes que les han despertado algunas de las cosas que les han pasado en los últimos días.
Discusión o debate: Es importante que los niños puedan dar opiniones diferentes a la mayoría sin temor a ser criticados, y que aprendan a fundamentar sus análisis y críticas.
Toma de riesgos: La escuela debe permitir probar actividades nuevas sin que el resultado sea predecible y convertir los errores o resultados indeseados en oportunidades para aprender en lugar de fuente de rechazo o ridiculización.
Formación integral: La escuela ha de abordar tanto la formación intelectual como el desarrollo físico y emocional de los estudiantes para potenciar todos sus talentos y capacidades.
Evaluar los progresos: Implicar al estudiante en su aprendizaje y no penalizar el error significa apostar por la autocorrección, valorar los procesos más allá de los resultados, evaluar en función de los progresos y la consecución de metas en lugar de examinar los fallos.
Entorno físico estimulante: Fomentar la imaginación y la capacidad creativa requiere de un espacio físico (además de intelectual y emocional) creativo, de un entorno que facilite el movimiento, la libertad de elección y donde poder expresarse de diversas formas y a través de diferentes actividades.
No contenta con su derrotero clásico de enfermedades mentales –esquizofrenia, bipolaridad, trastorno de personalidad, depresión, entre tantos otros etcéteras–, la Asociación Psiquiátrica Americana se aburrió e inventó nuevas. Así, hoy día, ser tímido, estar afligido o ser excéntrico ya son patologías dignas de pastilla y tratamiento. Así lo indicará la próxima edición revisada del mundialmente conocido Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, el DSM-5, que se publicará en mayo de 2013 e incluirá, además, el “trastorno de oposición desafiante” (para niñatos desobedientes) y reducirá a “depresión patológica” a la previsible tristeza de alguien que acaba de sufrir la muerte de un familiar, amigo o persona cercana; nada de “reacción humana normal”. ¿Se salvará alguien de un diagnóstico?
El libro contiene descripciones, síntomas y otros criterios de “detección” y es frecuentemente consultado por miles y miles de psicólogos y psiquiatras en el mundo que, desde el año próximo, habrán ensanchado su cartera de enfermedades. Por suerte, algunos especialistas están preocupados: “La nueva revisión podría expandir radical y descuidadamente los límites de la psiquiatría”, explicó Allen Frances, profesor emérito de la Universidad de Duke, presidente del comité que supervisó la versión previa del DSM. Y agregó su inquietud frente a la “criminalidad y medicalización de la normalidad y la diferencia individual”.
No está solo: más de 11 mil profesionales han firmado una petición para detener el lanzamiento del manual, argumentando que la propuesta del libro exacerbará los problemas de quienes quieren encajar y, a su vez, devaluará las verdaderas enfermedades mentales. Otros van más lejos: están preocupados porque, frente a la exageración, se los empiece a considerar obsoletos. Al fin de cuentas, si todos están locos, ¿quién necesita tratamiento?
El luto no es una enfermedad y no debe ser tratada con antidepresivos
Un editorial de 'The Lancet' ha expresado su preocupación por la próxima edición de la quinta parte del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) de la Asociación Americana de Psiquiatría. Mientras que ediciones anteriores del DSM han puesto de relieve la necesidad de considerar y excluir el duelo antes del diagnóstico de un trastorno depresivo mayor, el actual proyecto de esta quinta edición no lo ha tenido en cuenta.
Según el editorial, "en el borrador del DSM-5 no hay ninguna exclusión que considere y excluya el duelo; lo que significa que los sentimientos de profunda tristeza, pérdida, falta de sueño, llanto, incapacidad para concentrarse, cansancio y falta de apetito, que se prolongan durante más de 2 semanas después de la muerte de un ser querido, pueden ser diagnosticados como depresión, más que como una reacción normal de aflicción". El editorial añade que "medicalizar el sentimiento de tristeza es peligrosamente simplista y erróneo".
También, el editorial destaca que "aunque el duelo se asocia con resultados adversos para la salud, tanto físicos como mentales, las intervenciones farmacológicas deben estar dirigidas solo a las personas con mayor riesgo de desarrollar un trastorno, o a aquellos que desarrollan un duelo complicado o una depresión, pero no a todo el mundo.
El dolor durante el luto no es una enfermedad, es una respuesta normal a la muerte de un ser querido, y poner plazo al dolor no es apropiado. En ocasiones, se producen trastornos de aflicción prolongada o depresión, ante las cuales, los afectados sí pueden necesitar tratamiento, pero la mayoría de las personas que sufren la muerte de un ser querido no necesitan tratamiento médico. Para aquellos que están de duelo, el tiempo, la compasión, el recuerdo y la empatía, son más efectivos que las pastillas".
Dicen que la creatividad es el gen del genio y del talento, el que determina que haya Einsteins, Edisons, Leonardos, Quevedos o Steves Jobs, y que todos los niños nacen con él. Entonces, ¿por qué despuntan tan pocos de mayores?
Sir Ken Robinson, uno de los mayores expertos internacionales en el desarrollo de la creatividad y la innovación tiene muy claro por qué dejamos de ser creativos al crecer: “Los niños arriesgan, improvisan, no tienen miedo a equivocarse; y no es que equivocarse sea igual a creatividad, pero sí está claro que no puedes innovar si no estás dispuesto a equivocarte, y los adultos penalizamos el error, lo estigmatizamos en la escuela y en la educación, y así es como los niños se alejan de sus capacidades creativas”.
No es el único que lo cree. Cada día son más las voces que advierten que el sistema educativo, la escuela, mata la creatividad. Entre ellas la de Petra María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación y miembro del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad de Valencia. “Hay numerosas investigaciones que señalan que la creatividad de los niños decrece con los años de permanencia en el sistema educativo, de forma que la curiosidad y la búsqueda creativa da paso, con el tiempo, a comportamientos más rígidos, convergentes e inflexibles”, apunta. Y lo justifica: “En la escuela se enseña al niño a amoldarse a los patrones establecidos, a adoptar un pensamiento convergente en lugar de divergente; al profesor le interesa que los niños contesten lo que se espera acerca de determinados contenidos y que los estudiantes no se salgan de las rutas trazadas”.
En ello ahonda Fernando Alberca, profesor, formador de maestros y autor, entre otros libros, de Todos los niños pueden ser Einstein (Toro mítico). “Si un maestro pide a un niño que dibuje un paisaje y el crío es muy original y pinta todo de negro, el profesor le rectifica; el profesor no está preparado para ser sorprendido y, habitualmente, no le gusta ser sorprendido; el profesor quiere que las respuestas en los ejercicios y en los exámenes se ajusten a lo que dice el libro o él ha explicado, y eso limita el potencial de los niños, los hace más torpes y menos inteligentes porque utilizan poco la imaginación, no se les deja ser creativos, y así pasa que, cuando salen de primaria, y aún más de secundaria, son menos creativos que cuando llegaron a la escuela”, relata.
Petra M. Pérez recuerda que el éxito escolar significa sacar buenas notas, y quienes las sacan son quienes se adaptan mucho al sistema educativo, quienes asimilan y repiten lo que les cuenta el profesor y siguen los patrones establecidos, arriesgando e innovando lo mínimo para no cometer errores ni hacer el ridículo. “Luego, en el ámbito profesional, se pide gente creativa, innovadora, emprendedora, que piense, que tenga ideas originales, que busque soluciones propias; y los alumnos de buenas notas no saben hacerlo porque, en la escuela, que es donde ellos eran buenos, les daban la solución que seguir y lo que primaba era hacer las cosas cómo les decían, de una única manera, sin pensar diferente”, alerta. Las reiteradas intervenciones públicas de Sir Ken Robinson o las declaraciones del escritor y divulgador británico Mark Stevenson –autor, entre otros de Un viaje optimista por el futuro (Galaxia Gutenberg)– asegurando que “el sistema educativo imperante trata a los estudiantes como objetos de una cadena de montaje, chafa la creatividad y estigmatiza el error”, ponen de manifiesto que no se trata de un problema específico de la escuela o de los profesores españoles. Robinson, en sus conferencias explica que todos los sistemas educativos del mundo datan de una realidad del siglo XIX, donde se iba a la escuela para conseguir un trabajo, y se basan en una jerarquía de temas donde las matemáticas, los idiomas o las humanidades tiene más peso que las artes porque el objetivo es llegar a la universidad y preparar profesores universitarios. En una sociedad industrial, formarse quería decir acumular información y conocimiento para luego aplicarlo en el puesto de trabajo. Hoy, en una sociedad donde la información está a golpe de clic, más que acumular conocimientos teóricos se necesita desarrollar habilidades y capacidades para el desempeño profesional. “Los cambios sociales y tecnológicos han modificado el mundo y ahora uno, tras pasar por la universidad, obtiene un título pero no un trabajo, y en el mundo laboral se pide una inteligencia diversa mientras que el sistema educativo merma algunas capacidades: no enseña a bailar igual que enseña matemáticas, no apuesta por la música porque no lo ve como algo de utilidad para un trabajo, y no educa a la totalidad del ser”, resume Sir Ken Robinson.
Petra M. Pérez señala que “el ser humano necesita la creatividad para llegar a la solución de los problemas; decimos que el emprendimiento es el futuro, pero en el sistema educativo actual lo anulamos porque cuando un niño contesta algo distinto a lo esperado los maestros le corrigen, y así van cercenando su capacidad de ser creativos e innovadores”. Y remarca que no se trata de criticar la actitud ni el trabajo de los profesores, sino de cuestionar los métodos de enseñanza: “Tal como funcionan hoy la mayoría de colegios, si un chaval resuelve un problema de matemáticas o de física siguiendo los pasos adecuados, lo que le han explicado, aunque se equivoque en el resultado el maestro valora el ejercicio; en cambio, si llega a un resultado bueno pero por otros métodos, sin seguir el procedimiento, no se da por bueno”. Eso, enfatiza, hace que se fomente la repetición en lugar de la creación, que se promueva la acomodación en lugar de la experimentación y que los niños y jóvenes acaben por no arriesgarse a pensar diferente por miedo al error.
Fernando Alberca pone como ejemplo lo que ocurre en sus clases de ética, en cuarto de ESO, cuando plantea a sus alumnos qué tipo de examen prefieren: si uno para el que tengan que estudiar y repetir lo que pone en el libro, u otro para reflexionar sobre los temas que han tratado en clase. “Incluso los más brillantes se sienten inseguros sobre la nota que sacarán en un examen abierto y prefieren una prueba donde puedan asegurar un nueve sin riesgo; ¡pero sin riesgo no hay posibilidad de mejorar!”, se lamenta.
Dicen los expertos que tampoco debe extrañar la reacción de esos chavales, de 15 o 16 años, cuando llevan desde los tres percibiendo que en el colegio es mejor no dar opiniones propias o diferenciadas si no se quiere correr el riesgo de oír que son “descabelladas” o de que le pongan a uno en ridículo, y enfrentándose a exámenes donde lo que se revisa es qué errores han cometido en lugar de si han creado o inventado algo, o elaborando trabajos donde el profesor no sólo dicta el tema sino el guión que seguir, la extensión que ha de tener, la forma de presentarlo y, a veces, hasta las fuentes donde obtener la información, tal y como explica el director del Instituto Avanzado de Creatividad Aplicada total y del máster en Creatividad de la Universidad Fernando Pessoa, David de Prado.
Fernando Alberca enfatiza que hay un trasfondo anatómico (neurológico, si se quiere) en todo este debate. “La creatividad tiene que ver con el hemisferio derecho del cerebro, el que rige las emociones, la imaginación, los sentimientos… Y la escuela está centrada en el hemisferio izquierdo, en el análisis, la razón, la secuencia uno a uno. Por eso se organiza en cursos, trimestres, lecciones… y se prima la organización, el orden, los trabajos en power point y los exámenes de respuestas cerradas”, explica. La realidad es que todas las personas (maestros y alumnos incluidos) disponen de los dos hemisferios cerebrales, pero la mayoría utiliza más uno que otro, y eso hace que cuando un profesor da unas explicaciones matemáticas o sobre física basadas en el hemisferio izquierdo, estas resulten de difícil comprensión para aquellas personas con predominio del hemisferio derecho. ¿Qué quiere esto decir? Que cuando el maestro pregunta a un niño “¿5 y 7?”, y este responde “57”, quizá ni sea un ignorante ni esté burlándose del profesor, sino, simplemente, aplicando una lógica diferente, la de unión en lugar de suma. Alberca explica un caso vivido en primera persona cuando, ante un problema matemático que decía “si hay ocho caracoles en una cesta y salen dos ¿cuántos quedan?”, su hija contestó: “Ocho”. “En lugar de decir que no tenía ni idea, le pregunté por qué, y me contestó que dos había salido de la concha pero seguían siendo ocho en la cesta”, rememora.
Sir Ken Robinson proporciona otro ejemplo. El de una niña de seis años trabajando en la clase de dibujo a la que su maestra pregunta: “¿Qué estás dibujando?”, y contesta: “A Dios”; la maestra le advierte: “¡Pero si nadie sabe cómo es!” y la niña responde: “Lo sabrán en unos minutos”. La cuestión, apunta Alberca, no es que en clase cada alumno conteste lo que le parece, sino que el profesor tenga en cuenta el factor humano, que hay niños que utilizan una lógica distinta, la de la imaginación, y pregunte el porqué cuando vea una respuesta anodina, además de adaptar sus explicaciones y su lenguaje para facilitar la comprensión por parte de quienes procesan primero por el hemisferio derecho. “Muchos de estos chavales acaban engrosando las estadísticas de fracaso escolar, pero no son menos brillantes ni mucho menos, sólo tienen una lógica distinta”, dice.
Y deja claro que no son casos aislados. Según su experiencia, aproximadamente un 40% de los estudiantes tiene predominancia del hemisferio derecho. Por otra parte, estas personas acostumbran a ser más intuitivas, a tener más empatía y una visión más globalizadora, cualidades todas ellas muy apreciadas en el mundo profesional actual. “A veces basta con modificar el enunciado de los problemas matemáticos, con hacerlos más emocionales y plantear una división como un reparto de pasteles y pan entre cuatro niños hambrientos, o tener en cuenta una visión más emocional de los relatos históricos, para que estos chicos no fracasen en ese área”, ejemplifica. Y aboga por fomentar la creatividad, por exámenes con preguntas nuevas sobre el tema explicado, de modo que las respuestas hayan de ser creativas y lógicas, y se puedan valorar no sólo las repetitivas, sino todas las que sean creíbles, válidas y lógicas, puntuando además la originalidad.
Claro que también hay maestros que trabajan más con el hemisferio derecho “pero tienden a ser expulsados del sistema, porque en lugar de considerarlos más creativos se les suele tildar de extravagantes y se les reprocha que no enseñen las cosas importantes”, concluye Alberca. Su receta para paliar todo esto es introducir asignaturas sobre creatividad en el aprendizaje o la imaginación como herramienta para la resolución de problemas en todas las escuelas de formación del profesorado.
Para resolver los problemas importantes, ya sean en el ámbito escolar, laboral o personal, hay que combinar los dos hemisferios, la intuición con el análisis. “Si te encuentras con alguien por la calle, el derecho te avisa de que a esa persona con quien te cruzas la has conocido antes, y el izquierdo le pone nombre”, ejemplifica Alberca. Está convencido de que si la escuela cambiara, los estudiantes –y sus resultados– serían más brillantes “porque hoy en el ámbito escolar triunfan los menos imaginativos y después vemos que muchos de los grandes profesionales a los que admiramos por su inteligencia y creatividad no sacaban buenas notas en el colegio”. Petra M. Pérez remarca que la creatividad es una destreza adquirible, que puede aprenderse y enseñarse, si bien requiere más tiempo y dedicación para esperar hasta que los niños dan con las soluciones correctas, así como apostar por la flexibilidad, la originalidad, la imaginación, el dejar experimentar, la receptividad a nuevas ideas, el fomentar la confianza… Claro que hay profesores y centros que ya trabajan con estos planteamientos.
Un estudio realizado en la Universidad de Washington llegó a la conclusión de que los niños que recibieron un mayor sostén por parte de sus padres tuvieron un mayor desarrollo de la región cerebral vinculada con la memoria y las emociones.
Por Pedro Lipcovich
Una investigación publicada hoy agrega un fuerte argumento a la noción de que las estructuras cerebrales, lejos de estar sólo determinadas por la biología, se constituyen en los vínculos que se establecen a lo largo de la vida, empezando por la primera infancia. El estudio, efectuado en la Universidad de Washington, se llama “El sostén maternal en la primera infancia predice volúmenes mayores del hipocampo en edad escolar” y se desarrolló en dos tramos separados por varios años. La primera parte consistió en una ingeniosa prueba para evaluar el grado de sostén que la madre o el padre podían darle a niños de tres a cinco años en una situación cotidiana. La segunda parte consistió en aplicar a esos chicos, ya en la edad escolar, una resonancia magnética para medir el tamaño del hipocampo, estructura vinculada con la memoria y las emociones: resultó que, en los chicos que habían tenido mejor sostén materno, esa parte del cerebro había logrado mayor peso y volumen.
El trabajo se publica hoy en Proceedings of the National Academy of Sciences, y está suscripto por un equipo del Departamento de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en Saint Louis, dirigido por Joan Luby. La primera parte de la prueba se efectuó hace varios años, con chicos que entonces tenían entre tres y cinco años. En un laboratorio de investigación de la conducta, fueron testeados en compañía de un progenitor, generalmente la madre: al chico se le entregaba un obsequio, envuelto en papel para regalo, pero con la consigna de esperar ocho minutos antes de abrirlo; la madre, entretanto, tenía que completar unos cuestionarios escritos. La prueba procuraba establecer, de acuerdo con estándares previamente determinados, en qué medida la madre daba apoyo al chico en la situación, relativamente estresante, de esperar antes de abrir el regalo. El hecho de que la madre tuviera a su vez una tarea, la de completar cuestionarios, procuraba reproducir la estructura de una situación cotidiana, en la que la madre o quien cuide al chico debe realizar tareas a la vez que se ocupa de contener las ansiedades del niño. El mayor o menor sostén materno se registraba en una escala de puntaje, y lo que en ese momento se estableció fue la correlación entre un menor sostén materno y un mayor riesgo de depresión en el niño.
La segunda fase de la investigación se efectuó sobre 92 de los chicos, cuando tenían entre 7 y 13 años, y consistió en determinar, mediante resonancia magnética, el tamaño de una estructura cerebral llamada hipocampo. El resultado fue que, en los chicos que –en el testeo del preescolar– habían mostrado recibir suficiente apoyo materno, el tamaño del hipocampo era un 10 por ciento mayor al registrado en chicos que no habían obtenido ese sostén. El artículo destaca que el hipocampo “es una región central para la memoria, la regulación de las emociones y la maduración del estrés, áreas clave para la saludable adaptación social”. El hipocampo es el único lugar del cerebro en el que durante toda la vida se desarrollan neuronas nuevas (el viernes pasado, Página/12 informó sobre un reciente trabajo de investigadores del Conicet en el Instituto Leloir).
Joan Luby, directora de la investigación de la Universidad de Washington, comentó que “durante años, los estudios destacaron la importancia de los cuidados tempranos para el buen desarrollo de los chicos, pero en general se limitaron a factores como el rendimiento escolar: este estudio es el primero que muestra un cambio anatómico en el cerebro en relación con la importancia de la acción parental temprana”.
Mariela Terzaghi, jefa de Neurología del hospital Noel H. Sbarra de La Plata, señaló que esta investigación “se inscribe en una serie de trabajos que rompen con la idea de una determinación genética unívoca para el cerebro, haciendo lugar a la influencia de aspectos entre los que habría que incluir también las condiciones históricas, sociales y culturales de la crianza. Sin embargo, mayor tamaño del hipocampo no equivale necesariamente a mejor función, y convendría no suponer que las cuestiones de la mente se expliquen a partir de localizaciones cerebrales”.
Sergio Rodríguez –coautor de Cruces entre psicoanálisis y neurobiología– comentó que el informe de la Universidad de Washington “concierne a la lógica de investigaciones sobre depresiones neuróticas, donde la disminució
Beatriz Janin –directora de la Especialización en Psicoanálisis con Niños y Adolescentes de UCES/ APBA– observó que “constatar los efectos de lo vincular en la constitución misma del cerebro ayuda a pensar
n de la depresión coincide con una mayor actividad en el hipocampo y el núcleo cingulado del encéfalo”.que tanto el modo de prevenir como el de curar se relacionan con el trabajo vincular”.
En Estados Unidos es uno de los críticos más elocuentes del sistema educacional actual. Profesor de enseñanza media de formación, suele ser invitado a dictar charlas en universidades y talleres
para profesores. En sus 11 libros y sus artículos publicados en revistas como Harvard Business Review y Atlantic Monthy, se ha empeñado en luchar contra las ideas preconcebidas que existen acerca
del aprendizaje. Hace siete años causó revuelo cuestionando el sistema de las pruebas estandarizadas que se usa en Estados Unidos y encendió un debate al hablar de los efectos negativos del uso
de premios y castigos a la hora de educar. Con su libro “The homework myth” (“El mito de las tareas”) pone en duda la utilidad de los deberes escolares.
“Hoy se habla más del ’desarrollo integral’ del niño, hay más discusiones sobre los efectos sicológicos negativos que tiene el presionarlos para que obtengan un alto rendimiento. Pero eso
raramente se traduce en cambios en la práctica. Los colegios siguen dando una cantidad abrumadora de tareas que no sólo producen estrés, sino que además impiden que los niños se desarrollen en
otras áreas. Por un lado tenemos gente hablando de la inteligencia emocional y la importancia de jugar, pero por el otro, nuestras prácticas contradicen estas preocupaciones”, lamenta este padre
de dos niños de 7 y 11 años.
Hacer tareas no tiene beneficios. Esa es la premisa en la que se funda el libro de Alfie Kohn. En la primera parte revisa material que evidencia que ningún estudio ha descubierto algún beneficio
académico en el asignar tareas antes de que los niños lleguen a la enseñanza media. E incluso en la enseñanza media, la relación no es concluyente. “El hecho de que los estudiantes que obtienen
puntajes altos en las pruebas hagan muchas tareas no prueba que obtengan esos puntajes por ellas”. También afirma que la investigación desacredita ideas como que los deberes escolares promueven
la independencia, la responsabilidad, la autodisciplina y hábitos de estudio. “Los deberes son muy desagradables tanto para los niños como para las familias, entonces parecen ser puro esfuerzo y
cero gratificación”, concluye.
-¿Cuáles son los efectos negativos de las tareas? Creo que el efecto más perturbador es que la falta de interés de los niños por las tareas los lleve a adoptar una actitud negativa hacia el colegio y el aprendizaje en general. Diría que las tareas son el principal y mayor extinguidor de la curiosidad infantil. Queremos niños completos, que se desarrollen social, física y artísticamente, y que tengan también tiempo para relajarse y ser niños.
-Entonces, ¿por qué los profesores siguen dando tantas?
Hay media docena de explicaciones posibles. Creo que las más significativas son las siguientes: En primer lugar, en
muchos países la educación se ha convertido en un negocio que fomenta la competitividad y los estándares más duros de rendimiento. En Estados Unidos eso ha tenido un efecto devastador sobre la
calidad de la enseñanza en las salas de clases, y ha convertido muchos colegios en centros de preparación de pruebas estandarizadas. Algunas personas creen que uno tiene que hacer que los niños
trabajen más duro y más tiempo para mejorar los resultados de las pruebas y ganarles así a los niños de otros colegios. Las tareas entran en esa manía, aunque irónicamente no exista evidencia de
que permiten mejorar los puntajes en las pruebas. En el contexto de este movimiento, muchas veces los administradores de los colegios presionan a los profesores para que asignen deberes
escolares.
La segunda explicación que doy es que mucha gente, a veces incluso los profesores, no entienden realmente cómo funciona el aprendizaje y no se dan cuenta de que obligar a los
estudiantes a hacer ejercicios de matemáticas o de vocabulario no los lleva a pensar más en profundidad o a entender. Lo único que hace es generar comportamientos automáticos.
-¿Y cómo funciona el aprendizaje?
Tiene que ver con organizar lecciones alrededor de problemas, preguntas y proyectos, más que en torno a hechos que se pueden olvidar,
habilidades aisladas y disciplinas académicas separadas. Implica tener estudiantes en una comunidad democrática de aprendizaje que tengan la responsabilidad de diseñar proyectos para responder
preguntas con sentido sobre el mundo. En ese proceso llegan a adquirir la capacidad de entender distinciones y conexiones. Adquieren un conocimiento que tiene sentido y que no consiste
simplemente en la repetición de habilidades o en grabar en su cerebro fechas y definiciones. En ese momento es cuando uno entiende como los niños aprenden y llegan a disfrutarlo.
El problema dice
Kohn es que además de los profesores, muchos padres tampoco se convencen de eso. Y surge entonces un círculo vicioso, porque los docentes se sienten obligados a mandar a los niños de vuelta a la
casa con deberes para que los padres no reclamen.
-¿Cuál es la mejor manera de motivar a los niños a aprender?
Uno no puede motivar a nadie más que a sí mismo. Lo único que se puede hacer es crear una malla curricular, un clima
en la sala de clases y un ambiente familiar que permita florecer el deseo natural de los niños de entender las cosas. Si trato de “motivar” a mi niño, probablemente voy a actuar de una manera
controladora. Sin embargo, he visto muchas salas de clases donde los niños se ponen tristes cuando termina el día, porque están muy entusiasmados tratando de diseñar un barco que navegue
rápidamente o de escribir un poema que llame la atención del lector desde el primer verso. Hay salas de clases que no son tradicionales, que funcionan como una comunidad escolar en la que los
niños tienen mucho que decir sobre lo que están haciendo y eso es motivación intrínseca pura. Uno no puede hacer que esto ocurra desde afuera, pero los buenos profesores sí pueden nutrir y
sostener el deseo de los niños de descubrir el mundo.
A pesar de todo, Kohn no considera que nunca haya que dar tareas, sino que sugiere que sólo se pidan deberes escolares que se alejen de los
ejercicios que se asignan tradicionalmente y que los niños sienten como una imposición. “Incluso los deberes inteligentes son poco beneficiosos si el alumno siente que se lo impusieron. Los
colegios que no asignan tareas tradicionales se dan cuenta que muchas veces los niños espontáneamente quieren extender el aprendizaje que está ocurriendo en la sala de clases. Ese es el tipo de
aprendizaje emocionante que tiende a no ocurrir cuando los alumnos tienen pilas de cuadernos de ejercicios y de textos escolares que revisar”, asegura.
Para lograr eso, dice Kohn, las tareas
asignadas tienen que cumplir con dos condiciones: en primer lugar, tienen que ayudarles a los niños a reflexionar con más profundidad sobre asuntos que importan y luego deben lograr el efecto de
ayudarles a los pequeños a emocionarse más sobre algún tema específico o sobre el aprendizaje en general. De la misma manera, Kohn opina que se les puede pedir a los niños que lean algo de su
elección, en vez de obligarlos a leer una cantidad establecida de páginas de determinados libros. “Esas cosas quitan todo el placer de la lectura”.
Otro ejemplo de deberes escolares que Kohn
considera valioso son los que no pueden hacerse en la sala de clase, como el realizar un experimento de ciencia en la cocina o entrevistar a los padres sobre la historia familiar. “Estos son
ejemplos poco comunes en los que se justifica que los alumnos sigan teniendo actividades académicas después de un día de clase. Pero, a menos que podamos mostrar que la tarea ayuda y no daña el
interés de los niños por el aprendizaje, creo que basta con lo que hacen en el colegio”, dice.
-¿Cuál cree que podría ser el efecto del sistema educativo actual sobre las generaciones futuras?
No necesitamos especular. El estilo corporativo centrado en las pruebas
estandarizadas en la educación no sólo ha convertido los colegios en un ambiente menos emocionante intelectualmente. Estamos viendo además niños que piensan que aprender no es algo muy atractivo.
Estamos hablando del atontamiento de una generación en el nombre de estándares académicos más altos. Esa es la ironía más horrible. Sin hablar de la menor calidad de vida que experimentarán si el
colegio se convierte en una especie de fábrica. Las tareas son sólo una parte del cuadro general, pero es un cuadro bien desolador.
El cerebro nunca es igual a sí mismo. No puedes pensar dos veces con el mismo cerebro, porque cambia con cada experiencia y a cada instante.
¿Cómo?
Las neuronas se organizan y reorganizan en redes, que la experiencia va modificando. Y esa es la más prometedora frontera de la neurociencia: la plasticidad neuronal.
¿En qué consiste?
Neurones that fire together, wire together, las neuronas que se enlazan acaban formando un cableado, un mapa, un sistema. Y ese proceso se repite modelando y remodelando nuestro cerebro
continuamente.
La experiencia se hace órgano.
La experiencia modifica la sinapsis, la transferencia de información entre neuronas. Cuando usted crea una imagen, deja una huella en el cerebro, un mapa mental, y cada vez que evoca esa imagen
la reactiva, pero creando otro mapa nuevo. Es la base fisiológica de la creatividad y del psicoanálisis.
Eso lo suscribiría Woody Allen.
Freud explica cómo la reasociación de imágenes en cada ocasión es el fundamento del inconsciente. La experiencia deja un recuerdo y una imagen, una huella sináptica, pero al evocar esa imagen
previa siempre obtenemos otra nueva con conexiones de la anterior, pero reorganizadas de forma nueva.
La memoria es un país en el que siempre somos extranjeros.
En esa recreación mental continua está el punto de contacto entre el psicoanálisis, la creatividad y la neurología. La palabra es también una experiencia y por eso modifica la sinapsis, las
conexiones neuronales que conforman, al cabo, esa red de redes que es nuestro cerebro.
Y el verbo se hace carne.
Y cura. La palabra puede curar como un fármaco. Por eso el cerebro no es un mero contenedor de capacidades como el área del habla, el cálculo, la memoria...También es una formidable máquina
temporal.
¿A qué se refiere?
Hay un psicoanálisis del devenir de nuestra mente que indaga en ella hasta descifrar y darle sentido y así revela y alivia nuestros traumas. Pero también hay otro psicoanálisis que opera en el
instante.
Sincrónico y diacrónico, como en la definición de lenguaje de Saussure.
El ser humano se debate entre su tendencia destructiva a la repetición y su vocación de reinventar. La repetición es destructiva, la reinvención es creativa. Por eso, Einstein dice que inventar
es pensar al lado, fuera de la caja. Lo que también se llama hoy pensamiento lateral.
¿Por qué nos gusta repetir?
La repetición nos gratifica, pero al mismo tiempo ese mecanismo de gratificación en la repetición inicia uno de penalización; cualquier hábito produce placer y desplacer de modo complejo y
complementario para lograr un equilibrio homeostático...
Veamos.
Nuestro cerebro incentiva y desincentiva a la vez. Por eso el ser humano es el único que puede hallar placer en el desplacer.
El primer sorbo de vino es el mejor.
Porque, al principio, cualquier adicción genera mucho placer y poco desplacer, pero al ir repitiendo la acción en busca de más gratificación obtenemos menos: la proporción de placer y desplacer
se va invirtiendo.
¿Cómo?
Las adicciones, obsesiones y conductas compulsivas obedecen a ese mecanismo. Gozamos la primera dosis y paulatinamente tenemos que aumentarla ya no para obtener placer, sino sólo para evitar el
desplacer...
Cada vez tomas más y gozas menos.
De forma que al final no actuamos para obtener más placer, sino sólo para no sufrir más desplacer. Es lo que le sucede al adicto: al principio aumenta las dosis para obtener más placer y después
tan sólo para no sufrir el síndrome de abstinencia. Placer y desplacer son inversamente proporcionales.
Y así puede llegar a la muerte.
Freud intenta analizar el principio del placer y sus mecanismos, pero fracasa, porque descubre que el ser humano busca algo más allá del placer, algo que puede llevarlo a la muerte. Somos seres
paradójicos.
¿En qué sentido?
El ser humano no busca su propio bien: desea estar sano, pero fuma; ama a su pareja, pero se va con otra... Y después vuelve a enamorarse de la siguiente pareja, pero reproduce la pesadilla...
Una y otra vez...
Al hombre le cuesta desear a la que ama y amar a la que desea.
Buscamos equilibrio y por eso llegamos al desequilibrio. Y al indagar en el principio del placer, Freud descubre que persiguiendo ese equilibrio podemos llegar sin saberlo a desear la
autodestrucción y la muerte.
Es el equilibrio definitivo al cabo.
La pulsión de muerte es un instinto autodestructivo, pero no sólo individual. También explica el comportamiento irracional de algunos pueblos, su agresiva psique colectiva. Y sería la última
explicación de la guerra.
¿Tiene alguna?
Es el modo en que los pueblos descargan su pulsión de muerte sobre otros pueblos.
El cerebro puede ser un mal bicho.
Es una máquina de adaptarse al medio y crear un equilibrio, pero también es un instrumento para desequilibrarse, soñar, depender de una sustancia, una conducta, una relación... Es una red
paradójica en múltiples sentidos.
Manifiesto de profesionales de la Salud Mental.
Decenas de profesionales de la salud mental en la Argentina suscribieron un “manifiesto” contra “la patologización y medicalización de la sociedad, en especial de los niños y adolescentes”, cuestionando el “trastorno por déficit de atención” y otros “etiquetamientos”, y rechazando el célebre “DSM” (Manual de “Desórdenes Mentales” producido por la Asociación de Psiquiatras de Estados Unidos).
La declaración cita el “Consenso de Expertos del Area de la Salud sobre el llamado trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad” (2005) para advertir sobre “una multiplicidad de ‘diagnósticos’ psicopatológicos que simplifican las determinaciones de los trastornos infantiles. Son enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios”, ya que “un etiquetamiento temprano, enmascarado como ‘diagnóstico’, puede condicionar el desarrollo de un niño, en tanto él se ve a sí mismo con la imagen que los otros le devuelven de sí, construye la representación de sí mismo a partir del espejo que los otros le ofrecen. Y a su vez será mirado por los padres y maestros con la imagen que los profesionales den del niño”. Por eso, “un diagnóstico temprano puede orientar el camino de la cura de un sujeto o transformarse en invalidante. Esto implica una enorme responsabilidad para aquél que recibe la consulta por un niño”.
“En ese sentido –continúa–, el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales de la American Psychiatric Association), en sus diferentes versiones, no toma en cuenta la historia ni los factores desencadenantes, ni lo que subyace a un comportamiento, obtura las posibilidades de pensar y de interrogarse sobre lo que le ocurre a un ser humano.” “Con el argumento de una supuesta posición ateórica, el DSM responde a la teoría de que lo observable y cuantificable pueden dar cuenta del funcionamiento humano, desconociendo su profundidad y complejidad, así como las circunstancias histórico-sociales en las que pueden suscitarse ciertas conductas. Más grave aún, pretende hegemonizar prácticas que son funcionales a intereses que poco tienen que ver con los derechos de los niños y sus familias.”
Los firmantes señalan que “el DSM en las últimas décadas ha ocupado el lugar de la definición, rotulación y principal referencia diagnóstica de procesos de padecimiento mental. Parte de la idea de que una agrupación de síntomas y signos observables tiene de por sí entidad de enfermedad, una supuesta base ‘neurobiológica’ que la explica y genes que, sin demasiadas pruebas veraces, la estarían causando. El manual intenta sostener como ‘datos objetivos’ lo que no son más que enumeraciones de conductas sin sostén teórico ni validación clínica, obviando la incidencia del observador en la calificación de esas conductas”.
“Así –explican– el movimiento de un niño puede ser considerado normal o patológico según quién sea el observador, tanto como el retraso en el lenguaje puede ser ubicado como ‘trastorno’ específico o como síntoma de dificultades vinculares según quién esté ‘evaluando’ a ese niño.”
“Esto se ha ido complicando a lo largo de los años. No es casual que el DSM-II cite 180 categorías diagnósticas; el DSM-IIIR, 292; y el DSM-IV, más de 350. Por lo que se sabe, el DSM V, en preparación, planteará, gracias al empleo de un paradigma llamado ‘dimensional’, muchos más ‘trastornos’ y también nuevos ‘espectros’, de modo tal que todos podamos encontrarnos en alguno de ellos.”
“Consideramos que este modo de clasificar no es ingenuo, que responde a intereses ideológicos y económicos y que su perspectiva, en apariencia ‘ateórica’, oculta la ideología que subyace, la concepción de un ser humano máquina, robotizado, con una subjetividad aplanada, al servicio de una sociedad que privilegia la eficiencia. Esto también se expresa en los tratamientos que suelen recomendarse en función de ese modo de diagnosticar: medicación y tratamiento conductual, desconociendo nuevamente la incidencia del contexto y el modo complejo de inscribir, procesar y elaborar que tiene el ser humano.”
Los firmantes entienden el diagnóstico “a partir de un análisis detallado de lo que el sujeto dice, de sus producciones y de su historia. Desde esta perspectiva el diagnóstico es algo muy diferente a poner un rótulo; es un proceso que se va construyendo a lo largo del tiempo y que puede tener variaciones. Todos experimentamos transformaciones y, en los niños y adolescentes, estructuraciones y reestructuraciones sucesivas determinan un recorrido en el que se suceden cambios, progresiones y retrocesos. Las adquisiciones se van dando en un tiempo que no es estrictamente cronológico. Por eso los diagnósticos dados como rótulos pueden ser nocivos para el desarrollo psíquico de un niño, en tanto lo deja siendo un ‘trastorno’ de por vida.”
“El sufrimiento infantil suele ser desestimado por los adultos y muchas veces se ubica la patología allí donde hay funcionamientos que molestan o angustian, dejando de lado lo que el niño siente. Es frecuente así que se ubiquen como patológicas conductas que corresponden a momentos en el desarrollo infantil, mientras se resta trascendencia a otras que implican un fuerte malestar para el niño mismo.”
En ese marco, afirman, “predomina la medicalización de niños y adolescentes: con una pastilla suelen silenciarse conflictivas y acallarse pedidos de auxilio que no son escuchados como tales. Práctica que es muy diferente a la de medicar criteriosamente, cuando no hay más remedio, a fin de atenuar la incidencia desorganizante de ciertos síntomas mientras se promueve una estrategia de subjetivación que apunte a destrabar y potenciar, y no sólo suprimir. Un medicamento debe ser un recurso dentro de un abordaje interdisciplinario que tenga en cuenta las dimensiones epocales, institucionales, familiares y singulares”.
Firman: Beatriz Janin, Juan Vasen, Gisela Untoiglich, Leon Benasayag, Juan Carlos Volnovich, Alicia Stolkiner, Hugo Urquijo, Virginia López Casariego, Gilou García Reinoso, Ana Berezin, Juan José Calzetta, Gabriela Dueñas, Carina Kaplan, Osvaldo Frizzera, Elsa Kahansky, José Kremenchusky, Silvia Morici, Mabel Rodríguez Ponte, María Cristina Rojas, Rosa Silver, Luis Horstein, Ruth Kuitca, Miguel Tollo, Susana Toporosi, Pedro Boschan, Jorge Cantis, Gabriel Donzino, Ruth Harf, Alicia Hasson, Norma Filidoro, Alicia Levin, Isabel Lucioni, Graciela Rajnerman, Mariana Rodríguez Ponte, Sara Suzman de Arbiser, Jaime Tallis, Flavia Terigi, Felisa Widder, Alicia Fernández, Enrique Carpintero, Alejandro Vainer, César Hazaki, Alfredo Caeiro, Carlos Barzani, Susana Ragatke, Marina Rizzani, Isabel Costa, Rosalía Schneider, Cecilia Kligman, Ricardo Gorodisch, Eduardo Müller, José Cernadas, Magdalena Echegaray, Mónica Favelukes, Griselda Santos, Clara Schejtman, Alicia Gamondi, Elina Aguiar, Mercedes Cicalese, Alicia Grillo, Nilda Neves, Mirta Pipkin, Marina Blasco, Irene Chelger, Alfredo Tagle, Daniel Slucki, Mariana Wikinski, Graciela Guilis, Marcos Vul. Se reciben adhesiones de profesionales e instituciones en www.forumadd.com.ar.
Una investigación británica que siguió a casi 20 mil personas entre la adolescencia y la adultez, reveló una dimensión hasta ahora desconocida del hábito de leer: cuando se hace por placer, es el mejor predictor de éxito profesional.
Por Jennifer Abate Ilustración: Rafael Edwards
Antes de irse de vacaciones, usted se compró el libro que estaban promocionando en todas partes. Prometió leerlo sobre la arena, feliz de por fin "tener tiempo". Pero es bien probable que, en pleno otoño, el libro siga ahí, todavía sin abrir. ¿La razón? A los chilenos no nos gusta leer. Tanto, que más de la mitad (53%) confiesa que nunca dedica tiempo a la lectura. Un problema que se agudiza en la adolescencia y que ni el ejemplo de dos premios Nobel de Literatura ni maletines literarios y un sinfín de medidas de gobierno y de colegios han logrado revertir. Las últimas estadísticas dicen que si bien a los 10 años, el 30% de los niños lee libros para entretenerse, a los 14 años esta cifra baja a un exiguo 12%.
Ahora, una extensa investigación británica revela que las consecuencias de esta carencia son mucho más profundas de lo que se pensaba. Porque la principal conclusión de este estudio es que la lectura es el más importante predictor del éxito profesional.
Durante dos décadas, científicos del departamento de Sociología de la Universidad de Oxford analizaron los hábitos, actividades e intereses de casi 20 mil jóvenes, en una investigación que dirigió el profesor Mark Taylor y que acaba de ser presentada ante la Asociación Sociológica Británica. Cuando tenían 16 años, los adolescentes fueron consultados sobre lo que hacían en su tiempo libre. Ahora, a los 33 volvieron a ser entrevistados.
Y los resultados no dejaron lugar a dudas: las mujeres que a los 16 años leían libros sólo por gusto tenían 39% de probabilidades de alcanzar un puesto gerencial. En las que habían preferido dedicarse a otras actividades en su tiempo libre durante la adolescencia, las posibilidades bajaban a 25% . Para los hombres, que en general, en todos los países tienen más posibilidades de llegar a altos puestos ejecutivos, la cifra pasa de un 48% entre quienes no leían a los 16 años, a un 58% entre los que sí tenían el hábito lector.
Ninguna de las otras actividades extracurriculares propias de los jóvenes que fueron evaluadas junto a la lectura, como las prácticas deportivas, socializar, ir a museos, asistir regularmente al cine, a conciertos o tomar talleres, logró generar un impacto significativo en el nivel profesional que las personas alcanzarían una vez pasada la barrera de los 30 años. Es más, según Mark Taylor asegura a La Tercera, la lectura tiene estos efectos beneficiosos incluso cuando se aíslan factores cruciales, como el nivel educacional de los padres o la comodidad económica de las familias. Esto concuerda con una investigación del 2002 de la Ocde, citada en un informe del Fondo Nacional de Alfabetización del Reino Unido, realizado por las investigadoras Christina Clark y Kate Rumbold, que asegura que "disfrutar de la lectura es más importante para el éxito educacional de los niños que el estatus socioeconómico de su familia". Así de claro.
¿Por qué? En palabras de la experta en Sicología de la Educación de la U. Católica, Malva Villalón, la lectura nos sitúa en el mundo de la comprensión y el manejo del lenguaje, que es el instrumento más potente del pensamiento: "No existen procesos cognitivos separados del lenguaje, pues todas las demás operaciones y actividades se realizan gracias a éste, ya que traspasa todas las áreas: te enseña a hacer analogías y relaciones lógicas, que son útiles en todas las instancias". Es el dominio del lenguaje el que nos permite comprender todos lo demás.
Pero esta promesa de beneficio viene aparejada de una advertencia: tenemos que leer por gusto. De hecho, la mayoría de las investigaciones que hablan sobre las ventajas de leer libros lo hacen desde la presunción de que quien realiza esta actividad, lo hace libremente y que esta predisposición relajada es la que nos vuelve capaces de absorber naturalmente todo lo que la lectura pueda traspasarnos. En un estudio clásico sobre este tema, llamado La sicología de leer por placer: necesidades y gratificaciones, el profesor Víctor Nell, de la Universidad de Sudáfrica, establece que "la lectura por placer es una forma de juego", una forma de entretención natural que nos permite, según los especialistas, captar los contenidos, pero a la vez relacionarlos con lo placentero que nos produce una buena historia, que puede volverse neurológicamente adictiva y hacernos liberar dopamina y serotonina, ligadas a la sensación de bienestar.
Soledad Concha, doctora en educación y académica de la UDP, agrega que el "factor placer" aporta motivación por leer y comprender. Así, mientras más placer se experimente leyendo, más se leerá y más beneficios se podrían derivar de esta actividad. "Quien lee por placer está atento a la lectura, quiere entender, lo que es un factor imprescindible para la comprensión", dice.
Y la evidencia sigue. En el informe realizado por el Fondo Nacional de Alfabetización del Reino Unido, titulado Leer por placer, el doctor Stephen D. Krashen, autor del libro El poder de la lectura, asegura que cuando los niños leen por gusto, cuando quedan atrapados en los libros, adquieren, involuntariamente y sin hacer esfuerzos conscientes, casi todas las llamadas habilidades de lenguaje. "Se volverán lectores apropiados, adquirirán un gran vocabulario, desarrollarán la habilidad de comprender y usar construcciones gramaticales complejas y desarrollarán un buen estilo de escritura. Aunque la voluntad de leer libremente, por sí misma, no asegura el logro de los más altos niveles de alfabetización, al menos asegurará un nivel aceptable. Sin ésta, sospecho que los niños ni siquiera tienen una oportunidad de alcanzarla", agrega.
Algo muy diferente a lo que ocurre cuando se lee por obligación. Malva Villalón plantea que cuando los niños leen, por ejemplo, para una prueba, lo hacen estratégicamente, buscando aquellos elementos de la historia por cuya comprensión saben que serán evaluados, de modo que no se entregan al libro, no lo disfrutan y no extraen, por tanto, todos sus beneficios. Por supuesto, terminan aburriéndose. Según el estudio Escuela y Familia: Su influencia en la formación para lectores del mañana, de Fundación La Fuente, cuando se les pregunta a los niños qué es lo que menos les gusta de leer, la respuesta mayoritaria es "sentirme obligado a hacerlo", que alcanza a un 41% de las respuestas, con un 23% de los encuestados que dice que le disgustan los temas.
No importa cuánto
Si ya ha leído acerca de todas estas ventajas y en este momento se está lamentando por no ser un ávido lector, no se aflija tanto. Diversos especialistas consideran que se puede comenzar a formar el hábito a cualquier edad y desde ahí comenzar a beneficiarse. Más encima, el esfuerzo que tendrá que dedicarle a este proceso probablemente sea menor de lo que usted espera. Una de las principales conclusiones que plantea la investigación del sociólogo Mark Taylor es que no es tan relevante si se lee todos los días o unas pocas veces al mes. "La magnitud de los efectos (de generación de éxito en la vida laboral) no varía de acuerdo a cuánto leen los niños. Estos son semejantes en niños que leen libros más de una vez por semana y en aquellos que lo hacen sólo poco más de una vez al mes. La única diferencia, en este sentido, se da entre los niños que leen y los que no leen nunca", dice el académico, lo que lo lleva a afirmar que "no importa cuánto lo hagas, mientras lo hagas": el éxito vendrá igual, tarde o temprano.
Por supuesto, con esto no se intenta negar los beneficios de todas las posibilidades de entretención o aprendizaje que pueda tener una persona, en el corto y largo plazo. Nadie duda de que ser exitoso depende no sólo del manejo intelectual, sino de su interrelación con otras capacidades sociales, como son las de liderazgo y socialización. De hecho, Taylor asegura que leer libros en la adolescencia es un antecedente crucial para llegar a la universidad, pero que si a eso se le agrega la participación en una actividad cultural, como tocar un instrumento o ir a los museos, esa probabilidad aumenta. Por ejemplo, en el caso de los hijos de padres que trabajan en administración o ventas, su posibilidad de entrar a la universidad pasa de un 24% (que alcanzan quienes sólo leen libros) a un 54%, en el caso de los hombres que se comprometen con otra actividad extracurricular, una cifra que cambia desde el 20% al 48% en las mujeres.
Sin embargo, incluso esas "habilidades blandas" pueden conseguirse a través de la lectura. Hasta ahora, se pensaba que los ávidos lectores eran una suerte de ratones de biblioteca que no se comunicaban con el mundo, mientras que los deportistas o los del club de teatro del colegio eran los populares que controlaban los recreos y, de paso, todas las situaciones de vinculación social. Nada más equivocado, pues si por una parte la lectura es la única actividad que, por sí misma, asegura mayor éxito laboral en la vida, por otra, también ayuda a fomentar las relaciones sociales.
Malva Villalón asegura que quienes leen más, manejan un mejor vocabulario y se sienten más seguros de los contenidos que manejan, lo que los lleva a ser personas que hablan más. "Esas personas suelen ser vistas por los otros como líderes potenciales". Además, por lo mismo, les va mejor cuando buscan trabajo, asegura Villalón, pues "la gente que lee más, tiene más temas de los que hablar y está más familiarizada con las formas del discurso, por lo que comprende bien las instrucciones, entabla un buen diálogo, plantea puntos de vista y toma la iniciativa".
La presión sobre los niños más pequeños está en cuestión - Los docentes piden flexibilidad en una edad en la que importa más lo físico, ético y social
"Creo que he perdido la primavera", grita Sara, de cinco años. Está en clase, en el colegio público Teresa de Calcuta de San Sebastián de los Reyes (Madrid). Mientras revuelve en una caja, tiene frente a sí tres fotografías de un mismo paisaje: una tomada en verano, otra en otoño y otra en invierno. Efectivamente, falta la primavera, así que Sara no estaba haciendo ninguna metáfora, pero su inocente comentario enmarca perfectamente el núcleo de este artículo. A saber: se han adelantado demasiado los objetivos y los contenidos escolares para niños muy pequeños, con lo que el segundo ciclo de la educación infantil se co nvierte en una especie de miniprimaria para unos niños que deberían estar aprendiendo, tal vez, cosas parecidas a las que les enseñan, pero desde luego de otra manera.
Básicamente esto es lo que dice una de las conclusiones de un reciente estudio dirigido por el profesor de la Universidad de Cambridge Robin Alexander, el mayor repaso hecho a la enseñanza primaria británica en 40 años. Los expertos aseguran que cuatro y cinco años es muy temprano para empezar a recibir una educación formal, estructurada en materias, y reclaman una enseñanza que les ayude a construir sus destrezas sociales, su lenguaje y su confianza a través de juegos, o simplemente hablando con los niños. Todo ello, en lugar de primar el aprendizaje de la lectoescritura y los números, como se ven obligados a hacer muchos docentes, presionados por la necesidad de elevar el nivel educativo, dice el informe.
Es cierto que el sistema español y el británico son distintos: ellos empiezan la escolarización obligatoria a los cinco años, en lugar de a los seis, con una especie de preprimaria, y en España el segundo ciclo de la educación infantil (tres, cuatro y cinco años) aún tiene mucho de juego en su metodología. Pero a los expertos no les cuesta nada trasladar las ideas del estudio británico al caso español, ya que aseguran que también existe esa presión por engordar los contenidos en una educación infantil muy parecida a la primaria, con una cierta división asimismo por áreas o materias y algún que otro cambio de profesor al lo largo del día.
Están de acuerdo con esta idea la profesora de Sara, Pilar Vara, y su compañera Marisa Cervigón. Son las docentes del último curso de infantil del colegio Teresa de Calcuta y entre las dos suman 40 años de experiencia docente en esta etapa.
¿Quién no está de acuerdo? Para empezar, parece que quienes hacen las normativas, que introducen cada más contenidos (más lectoescritura, más inglés, más tecnología). Y para continuar, la sociedad en general, y los padres en particular. "Hay mucha fijación con el aprendizaje de la lectoescritura", dice Cervigón. "Quieren que les enseñemos a leer antes de tiempo. Van a querer que empiecen a andar a los seis meses", ironiza Vara, y añade después: "¿Cómo van a aprender a hablar si no hablan, se pasan el día rellenando fichas?".
Los expertos se quejan sistemáticamente de esa presión social para mejorar el nivel educativo adelantando contenidos, como ya señalaba el estudio de Cambridge. Pero ese afán puede llegar a convertirse en algo contraproducente. "Puede socavar la confianza de los niños y se corre el riesgo de dañar a largo plazo su aprendizaje", dice el informe. Y pone el ejemplo de Finlandia, que siempre está en los primeros puestos del Informe Pisa de la OCDE, que mide las destrezas lectoras matemáticas y científicas de los chicos de 15 años. En el país nórdico, se centran en la educación social, física y ética hasta los cinco años, y a los seis dedican un año a la transición al colegio reglado de toda la vida.
Pero eso requiere un fuerte respaldo social. Y en España, por el contrario, "hay una presión terrible y enorme para adelantar la escuela en el sentido de las materias, de leer y escribir, pero adelantar el aprendizaje formal, lejos de reforzar su voluntad de aprendizaje, lo que hace es que se aburran sobremanera", dice la presidenta de la asociación de maestros Rosa Sensat, Irene Balaguer. La portavoz de directores de escuelas infantiles de la Comunidad de Madrid, Carmen Ferrera, con más de tres décadas de experiencia, es todavía más tajante: "Mi opinión es que la lectoescritura no debe empezar antes de los seis años. Todos los aprendizajes que se fuercen van a estorbar en el futuro".
Incluso la idea, respaldada por muchas investigaciones, de que la escolarización temprana puede evitar el fracaso escolar se puede ir al garete si se les mete a los niños mucha presión, asegura el catedrático de la Universidad de Sevilla Jesús Palacios. Para niños de entornos más favorecidos socioeconómica y culturalmente no es crucial una escolarización temprana, pero sí para otros de ambientes más desfavorecidos, asegura el profesor: "Y es precisamente a estos niños a los que más les puede perjudicar una escolarización excesiva".
Palacios se queja de que las clases de infantil están, en general, muy basadas en las fichas, ésas de las que hablaba Pilar Vara. Las fichas son el equivalente infantil del libro de texto, explica. Por ejemplo, los niños identifican las partes de un árbol, las rellenan con distintos colores, reproducen las letras... "Hay una paradoja en infantil: los chavales están sentados en grupos, más o menos en círculos, pero raramente trabajan en grupo, sino que, colocados así, hacen un trabajo estrictamente individual", añade Palacios.
Por supuesto, la cuestión tiene unas raíces que vienen de lejos. "Tenemos un problema que el sistema británico no tiene: que la educación infantil fue creada como una extensión hacia abajo de la primaria, aquí no existía el kindergarten, como en Alemania, ni la maternal, como en Francia, sino que simplemente, en un momento dado se empezaba la primaria. Así, el sistema ha ido creciendo de arriba abajo", dice el catedrático.
Palacios, como Balaguer, Ferrera, Vara y Cervigón, todos explican que la diversidad de los alumnos, tanto en su desarrollo como en sus intereses, es tan distinta que parece una tontería intentar enseñar a todos a escribir o los números. "Hay niños que sienten mucha curiosidad y escriben su nombre. O los que descubren que en la calle o en los cuentos hay letras. Estos arrancan de una manera espontánea. Pero hay niños que tienen otros intereses", dice Balaguer.
"Hay que ir a cosas mucho más lúdicas, con una metodología que les ayude a un desarrollo global", continúa Ferrera. Pero eso, ¿cómo se hace? La docente pone un ejemplo: arrancar la clase con una asamblea: "Los niños en círculos empiezan a hablar con el profesor sobre las cosas que les preocupan, que les interesan, sobre lo que han hecho... Si resulta que es un día nublado, la maestra tiene que tener la habilidad para proponerles juegos, dramatizaciones, o simplemente hablar sobre el tiempo y las nubes".
"Es verdad que la educación infantil tiene que ser más flexible, menos regulada que la primaria y la secundaria, no debe existir sobre todo la presión, que es fruto de una presión social. Pero también es verdad que hay escuelas y profesores que ya lo hacen así", asegura el pedagogo y director de Cuadernos de Pedagogía, Jaume Carbonell. Probablemente el colegio Teresa de Calcuta es un ejemplo. Al menos, Pilar Vara y Marisa Cervigón insisten en ello. "Nosotras tratamos de ser muy flexibles, por ejemplo, evitamos todo lo que podemos los textos", dice la segunda.
La tarde para ellas ha sido más o menos tranquila. Bueno, todo lo tranquila que puede ser alrededor de un montón de chavales de cinco años. A las tres entraron todos en fila -"Vamos, todos, el tren", colocó Pilar-, hasta llegar a la clase, decorada con un montón de murales, de dibujos, un gran tótem de papel, más alto que todos los niños, junto a la ventana. El paisaje continúa con una pizarra de toda la vida junto a un reproductor de música y un ordenador.
En el otro extremo del ventanal, hay una mesa con un bonsái y unos trozos de patata que, puestos en agua, empiezan a germinar. Allí se sentarán algunos niños, lupas en mano, a investigar. Otros, en un grupo de mesas (como explicaba Palacios, hay tres bloques de varias mesas unidas) harán formas con la plastilina; otros pocos decorarán con series una espiral dibujada en un papel que luego recortarán dejando el resultado como una serpentina; "Yo hago sol-corazón, sol-corazón", dice una alumna con entusiasmo. "Yo una muy difícil: cuadrado, triángulo, círculo", añade otro, orgulloso. Los últimos se dedican a coger una tarjeta con una palabra escrita y a descubrir, dando palmas, cuántos sonidos-sílabas tiene cada una. Durante aproximadamente una hora harán por turnos todas las actividades.
Aunque alguno parece aburrirse un poco, otros se ríen con entusiasmo, y hay una discusión, en general parecen pasarlo bien, si bien da la impresión de que a alguno de ellos se le estuvieran acabando las pilas. "Pasan aquí muchas horas. Los hay que llegan a las 7.30 a desayunar y se van a las 18.00", dice Pilar. Y, aunque intentan efectivamente hacer las cosas de otra manera, se quejan de esa falta de flexibilidad, por ejemplo, que se tenga que romper la clase por narices para ir a inglés.
Hay muchos niveles de flexibilidad, y la normativa y la organización de los centros lo permiten hasta cierto punto, y aunque existen esos profesionales que intentan hacer las cosas de otra manera, se trata de un porcentaje que no es "representativo de la mayoría y, en cualquier caso, la sociedad no lo aplaude", asegura José Antonio Fernández Bravo, experto en didáctica de las matemáticas y autor de varios trabajos sobre los contenidos en la educación infantil. Fernández insiste en la presión social que imprimen los padres: "Estamos obsesionados con subir el nivel y nos creemos que eso consiste en adelantar contenidos, pero no lo es. Está demostrado, incluso neurológicamente, que a esa edad lo más importante es fomentar el querer aprender".
En educación hay muchas pescadillas que se muerden la cola y ésta podría ser una de ellas. Entre informes Pisa que causan estupor y enfado general porque la educación española no da los resultados que a todos les gustarían, los profesores de primaria se quejan de que los niños llegan de la infantil sin saber lo suficiente; los de secundaria se quejan de lo mismo con respecto a la primaria y los de universidad, ídem de ídem. Pero, entre quejas entrecruzadas y manoseadas, ¿y si resulta que el problema de raíz es que nos estamos saltando pasos? ¿Y si resulta que a Sara se le ha perdido la primavera de verdad?
Hay una presión social para adelantar aprendizajes, dicen los especialistas.